Con singular estilo el cronista aborda «otro trascendente problema que interesa, preocupa, perturba y divide a hombres y mujeres de todos los países civilizados del orbe: el de la indumentaria».

Sobre la moda de los DES: descubiertos, descuellados, descorbatados, desmangados, desmediados, despeinados, etc


Si múltiples y gravísimos son los problemas de carácter político, económico, social, racial, religioso, etc., que hoy agitan el mundo y amenazan subir a nuestro planeta en una nueva y pavorosa contienda bélica internacional, existe, asimismo, otro trascendente problema que interesa, preocupa, perturba y divide a hombres y mujeres de todos los países civilizados del orbe: el de la indumentaria.
Después de la guerra mundial de 1914-17, y como consecuencia, principalmente, del auge del deporte, por una parte, y por otra, de los intensos y radicales movimientos revolucionarios estallados en Rusia, Italia y Alemania, se fue observando una profunda transformación en las modas, tanto masculinas como femeninas. Se desechó todo aquello que en el vestir significase costo excesivo, piezas superfluas o innecesarias, adornos inútiles… y poco a poco quedaron suprimidos las medias, el sombrero, la corbata, el saco, el corsé; se acortaron las sayas, desaparecieron las mangas, se descubrió la espalda; y hasta las mujeres adoptaron para los deportes o la vida campestre los pantalones masculinos, unas veces largos, y otras, reduciéndolos a la mínima expresión, al transformarse en los hoy ya tan popularizados shorts.
Entre nosotros sufrieron rudo golpe las modas masculinas y femeninas con ocasión de la lucha antimachadista. Los jóvenes revolucionarios, de uno y otro sexo, que iniciaron y mantuvieron durante largos meses la campaña contra aquella sanguinaria tiranía, tal parece que necesitaron para mejor desenvolver sus planes conspiradores y terroristas, aligerarse de ropa, aunque se dio el fenómeno curiosísimo de que, mientras las muchachas llevaban su cabeza a lo boy, los jóvenes se dejaron crecer el pelo, ostentando largas y alborotadas melenas. Caído Machado y dueña durante algunos meses de la República la juventud revolucionaria, procedente ya de la Universidad, los Institutos y las Escuelas Normales, como de las flamantes agrupaciones políticas y apolíticas que combatieron la dictadura, fue
tal la renovación que experimentó la indumentaria de hombres y mujeres, que casi lucía sujeto raro y estrambótico aquel que usaba sombrero o llevaba la corbata bien anudada. Y hasta los policías de La Habana y otras poblaciones, para estar más a tono con la moda revolucionaria imperante, se quitaron sus guerreras, luciendo orgullosos unas pintorescas y llamativas camisas azules.
A agudizar más esta moda, que yo calificaría de moda de los DES —descubiertos, descuellados, descorbatados, desmangados, desmediados, despeinados, etc.— contribuyó la unión de la juventud revolucionaria con el proletariado, cuyos componentes tenían suprimido desde hacía tiempo, por razones económicas y por la índole misma del trabajo manual a que se dedicaban, todo lo superfluo y lujoso en su indumentaria. Este misino Curioso Parlanchín recuerda que habituado durante años a usar bastón, no solo tuvo, durante este periodo de nuestra historia contemporánea, que dejarlo guardado en casa, sino
que también prescindió del sombrero y hasta se aflojó ligeramente el nudo de la corbata, para no hacer un papel ridículo, de señorito bien recién llegado del extranjero, al transitar por nuestras calles y plazas, olorosas a pólvora, motín y barricada.
Cuando estallaron los movimientos huelguísticos y políticos contra el gobierno provisional del coronel Mendieta, y como consecuencia de ellos se produjo en toda, la República la contrarrevolución, la señal más segura y el indicio más cierto que tenían las autoridades militares y policíacas para descubrir a los sediciosos, enemigos del Gobierno, del orden, del principio de autoridad, etc., etc., era la indumentaria: todo aquel que no llevase sombrero, ni corbata, era un presunto conspirador; y si además, no llevaba saco y usaba despeinada melena, seguramente figuraba como líder revolucionario proletario o político. Y en muchos pueblos de la isla se obligó, bajo penas severísimas, a usar sombrero, peinarse la melena, ponerse el saco, abrocharse el cuello y anudarse la corbata.
Después… vino la calma, volvieron las aguas a su cauce, imperó el orden, y así llegamos hasta los días presentes en que no se oyen más —por lo menos en voz alta— que alabanzas a nuestros buenos y amados gobernantes, y cuando en algún grupo se murmura sobre asuntos públicos, apenas se presenta cualquier desconocido, o pasa por las cercanías algún agente de la autoridad, en el acto se cambia el tema de la conversación, y todos, unánimemente, «hablan de pelota».
Pero, en medio de la paz paradisíaca de que gozamos, y de la vuelta hacia la normalidad pública, la revolución en las modas masculinas y femeninas continúa progresando.
Ya no está unida esta revolución a la revolución de las ideas ni a los cambios de regímenes políticos, sino que aquélla se ha adueñado de las izquierdas y de las derechas que hoy dividen y separan en dos grandes bandos antagonistas a la humanidad, pues si los comunistas adoptaron, desde que se implantó en Rusia la dictadura, del proletariado, el traje sencillo de los trabajadores manuales, los fascistas italianos, alemanes y de otros países de Europa y de América, han convertido la camisa —de diversos colores, según cada país— en el símbolo y contraseña del régimen totalitario de gobierno preconizado por ese sistema político. Y así, hoy, el comunista y el fascista se encuentran unidos e identificados en un mismo sentimiento revolucionario: el de la indumentaria. Y uno y otro observan rigurosamente la moda de los Des.
En Cuba caloriza hoy esta revolución en las modas masculinas y femeninas, más que la ideología política, la poderosa influencia y arraigo que han alcanzado los deportes y la vida en las playas, así como ciertas modas .adoptadas por las artistas de cine en sus excursiones campestres y playísticas.
Tal intensidad alcanza ya entre nosotros la moda de los Des que los fabricantes de sombreros mantienen desde hace meses en periódicos y revistas vigorosa campaña para inducir a los criollos a la vuelta al uso del sombrero, ridiculizando gráficamente a los que no usan sombrero y presentando como prototipo de la masculinidad y elegancia, de insuperables atractivos para la mujer, al hombre con sombrero.
Y en la sección de Elegancias de hombre, que redacta en el Diario de la Marina el señor Henry Wotton, se ha planteado por este distinguido periodista y gentleman, la necesidad imperiosa de poner coto a la invasión de hombres Des que se observa en La Habana. Ya los Des no se conforman con lucir sus cabezas al aire, sus camisas con manga corta, cuello abierto y desprovistas de corbata, en las playas y en el campo, sino que las usan también como traje habitual, en La Habana y otras ciudades de la República, lo cual —dice— le resta a todas esas poblaciones, y especialmente a La Habana «lo que tiene de ciudad refinada, culta y cosmopolita, evitando que pierda su aspecto de gran ciudad». Y contestándole al señor Manuel de Rojas, que defiende esa indumentaria playística en nuestra capital, le expresa el señor Wotton: «Al pretender usted que La Habana, la capital de nuestra República y una de las ciudades de mayor importancia y relieve de la América latina, ofrezca el aspecto de una población de playa o balneario, más o menos elegante o monumental, o que simplemente brinde la impresión de sitio de temporada o lugar de veraneo, demuestra usted quererla muy mal o tener un concepto muy mezquino del prestigio que ella ha logrado conquistar, no sin bastantes esfuerzos en el conglomerado internacional».
Arduo, complicado y delicadísimo problema es este que plantea el señor Wotton, precisamente en los momentos más difíciles de nuestra vida republicana cuando todas las miradas se dirigen hacia la próxima —o lejanísima— Asamblea Constituyente, remedio del Médico Chino, que se espera cure todos nuestros males.
Refiriéndose a un aspecto del problema —al desuso del sombrero— el señor Wotton ha tenido la gentileza, en reciente artículo, de sugerir que este Curioso Parlanchín podría ofrecer «interesantes observaciones sobre el uso o el no uso del sombrero».
No me queda, pues, más remedio que terciar en el debate planteado. Y manos a la obra, acabo de exponer los orígenes y las raíces, en el mundo y en Cuba, de esta moda revolucionaria de los Des, en las próximas Habladurías daré a conocer mi criterio sobre el particular, no sin antes dejar constancia de que no es asunto baladí el que se discute, aunque
pudiera parecerlo a primera vista, ni desmerece el buen nombre de nuestro país, ni puede ser motivo de que se nos considere a los cubanos entes superficiales y ligeros al preocuparnos de asunto tan insignificante como es la indumentaria, comparado con los trascendentales problemas y conflictos que hoy confronta la humanidad, pues en estos días la Italia fascista —enfrascada en gravísimos problemas de orden interno e internacional— ha iniciado oficialmente una campaña de prensa a fin de volver a las antiguas costumbres romanas, en cuanto a vestido holgado sobre todo, preconizando que deje de usarse cuello y corbata que causan males de circulación cerebrales, y pidiendo a su aliada en ideales y propósitos políticos —Alemania— cooperación y ayuda para esta campaña sobre las modas
Des. Pero, con asombro general de los que siguen la marcha del movimiento político europeo, Alemania no parece dispuesta a secundar a Italia en esa campaña, y el cable participa que en los círculos hitleristas se ha acogido irónicamente el proyecto italiano de prescindir de cuellos y corbatas y usar ropa holgada.
Vean los lectores cómo la moda en la indumentaria ha constituido el inicio de una discrepancia fundamental revolucionaria entre las dos grandes aliadas fascistas, —Italia y Alemania. No es, por tanto, reprochable que en Cuba se plantee y discuta públicamente este problema de la moda de los Des. Planteándolo y discutiéndolo nos ponemos a la altura de esas dos grandes potencias europeas, y estamos, pues, dando pruebas elocuentísimas de que somos, por ello, uno de los países más cultos y civilizados de la tierra.
Vayamos a tan trascendente debate, decididos y orgullosos.
Hasta las próximas Habladurías, queridos lectores.

Emilio Roig de Leuchsenring
Historiador de la Ciudad desde 1935 hasta su deceso en 1964


 

 

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