Una vez más el articulista dedicó su trabajo al juego, que define como «uno de los vicios capitales del cubano de todos los tiempos».

La práctica del ahorro no requiere, ni mucho menos, la privación, no ya de todo cuanto sea necesario para la vida, sino tampoco de aquellas satisfacciones y comodidades a que todo hombre moderno tiene derecho a aspirar.

Un joven y muy distinguido abogado y economista cubano, el doctor Rogelio Pina Estrada, autor entre otros libros notables del valioso estudio Los Presupuestos del Estado, que ya he glosado en otras de estas Habladurías, me remite el folleto en que recogió su interesantísima conferencia El juego, enemigo del ahorro pronunciada últimamente en el Instituto Nacional de Previsión y Reformas Sociales, y acompaña ese trabajo con esta esquela: «el autor ruega al distinguido periodista El Curioso Parlanchín que dedique algún comentario a este trabajo, contribuyendo a combatir el vicio del juego que agobia al pueblo cubano».
Con mucho gusto voy a complacer hoy al estimado amigo y buen cubano doctor Pina.
Ya al juego he dedicado más de una Habladurías, señalando sus hondas raíces coloniales que se descubren desde los primeros días de la pequeña y rudimentaria villa de San Cristóbal de La Habana, pero por ser el juego uno de los vicios capitales del cubano de todos los tiempos y haber adquirido en los días presentes incremento jamás igualado, llegando a constituir verdadera y potente institución oficial con cuyos ingresos se cuenta en buena parte para la vida económica del Estado y el sostenimiento de instituciones tan indispensables y trascendentes como son las de carácter benéfico.
Al comienzo de su conferencia hace resaltar el doctor Rogelio Pina la enorme contradicción que supone la actitud de nuestros gobernantes, admitiendo por un lado «la licitud del juego de envite y azar, y al mismo tiempo que lo organiza y dirige en las variadas formas de lotería, instituye la Caja Postal de Ahorros».
Y es ante esa contradicción que el doctor Pina titula la conferencia que le fue pedida por la
Secretaría de Comunicación es creadora y mantenedora de dicha Caja Postal de Ahorros -al Instituto Nacional de Previsión y reformas sociales, El juego, enemigo del ahorro.
He ahí otro vicio criollo: la contradicción; tanto, que a Cuba se la ha llamado el país de las contradicciones o, de los viceversas.
Es en la vida pública donde más resalta la contradicción criolla, debido sin duda a que nuestros gobernantes, tanto los coloniales como los republicanos, han gobernado sin programas ni orientaciones definidos y fijos, sino a salto de mata, cambiando constantemente de rumbo y rectificando hoy lo hecho ayer o procediendo de modo totalmente diverso en medidas y disposiciones gubernativas o administrativas tomadas un mismo día. Esta flagrante contradicción se nota de manera singular en la actualidad en que los ismos constituyen el plato de sensacionalismo permanente. Y así encontramos disposiciones oficiales, propias del comunismo o del fascismo, dictadas por los mismos centros oficiales con pocas horas de diferencia.
Y como el vicio del juego y la virtud del ahorro se contradicen y destruyen mutuamente, y todo buen ciudadano desprovisto de intereses particulares o partidaristas, desea el bienestar y progreso de su patria, es natural y lógico que el doctor Pina, imitando a los esclarecidos cubanos del pasado que fustigaron con su palabra y con su pluma los vicios coloniales, formule ahora su «yo acuso», espantado «ante la creciente inmoralidad, que habrá de retardar, si no impedir, la consolidación de nuestra incipiente cultura y de las instituciones republicano-democráticas en que ha cifrado su bienestar y felicidad el sufrido pueblo cubano», y en un gesto de sano y viril patriotismo «recoja la bandera de los grandes reformadores del pasado, la de la Sociedad Económica de Amigos del País, la de Saco, la de Luz Caballero, la de Martí, y arremeta contra vicios hoy más amenazantes y peligrosos que en los tiempos de Tacón y Vives porque entonces se trataba de gobernantes extraños venidos a nuestra propia tierra, con poderes omnímodos en busca de botín para enriquecerse rápidamente, mientras que dueños ahora de nuestro país y únicos responsables
de sus males, tenemos más derecho a exigir de los hombres que lo dirigen la disciplina mental y moral, el orden y la probidad necesarios para que exista entre cubanos el debido respeto y tenga la masa popular, todavía confundida y comprensiva por la ausencia de una sana directriz, normas y ejemplos que la guíen en el camino de su redención».
El cubano no es ahorrativo porque es imprevisor y jugador, porque vive al día y jamás piensa en el mañana; porque no tiene fe y confianza en los destinos de su propio país; porque contempla el ejemplo pernicioso del desbarajuste y despilfarro que ayer como hoy, en la colonia como en la República, le han dado gobernantes; porque no ha podido comprobar todavía la estabilidad de nuestros regímenes políticos y económicos, pues unos y otros están sometidos a los vaivenes y alternativas de las luchas políticas partidaristas y personalistas o al capricho inconsulto de los hombres que ocupan los altos poderes de la nación; porque los llamados a aconsejar normas de buen gobierno y a advertir a los gobernantes sus errores y sus tropiezos, no cumplen con estos deberes fundamentales del buen ciudadano, sino que se dedican, ayer como hoy, a guataquear de manera servil y con el propósito de recoger después en dineros o en prebendas y en negocios el resultado de su guataquería.
Seguramente que nuestros gobernantes están escarmentados con el desastroso final que tuvo el único de nuestros gobernantes que practicó el ahorro: Estrada Palma. No sólo perdió la presidencia, sino que también se perdieron los dineros por él ahorrados. Desde entonces cada Gobierno nuestro se ha dedicado a gastar pródigamente los fondos del Tesoro Nacional, hipotecando, además, la República con empréstitos, financiamientos y otros numerosísimos gastos que después se acumulan en la llamada deuda interior flotante, la cual no sólo flota eternamente sin jamás liquidarse, sino que va creciendo de año en año y de Gobierno en Gobierno hasta convertirse, como lo esta ya, en un inmenso témpano de hielo, de esos que constituyen peligro gravísimo para cualquier «nave del Estado».
En Cuba sólo practican el ahorro las hormigas criollas, y de manera especial nuestras laboriosísimas bibijaguas, que si bien es verdad no parecen cubanas por poseer en grado sumo la virtud del ahorro, tienen muchos puntos de contacto con nuestros políticos y gobernantes, por aquello de arrasar con cuanto encuentran a su alcance, dejándolo todo a palo limpio.
También practican el ahorro, pero en forma viciosa y nociva, nuestros grandes ricos, que por ello se convierten en detestables avaros, y, como bien afirma el doctor Pina, «sustraen a la circulación e inutilizan recursos que deben ingresar en la corriente de la producción, del transporte y del consumo para la mejor satisfacción de las necesidades», y así vemos a esos nefastos personajes de nuestra sociedad, inmovilizando sus capitales en los bancos nacionales o en el extranjero o prestando dinero en hipoteca a interés y con procedimientos que no tienen nada que envidiarles nuestros vulgares garroteros.
El ahorro es, como el doctor Pina sostiene, «el primer fenómeno de carácter económico que se reveló en el hombre y que demostró su inteligencia y su naciente sentido de previsión, así como el dominio de sí mismo, y resulta un complemento necesario del trabajo para que éste sea eficaz y trascendente».
La práctica del ahorro no requiere, ni mucho menos, la privación, no ya de todo cuanto sea necesario para la vida, sino tampoco de aquellas satisfacciones y comodidades a que todo hombre moderno tiene derecho a aspirar.
Gracias al ahorro bien entendido y sabiamente practicado es que los hombres y los pueblos no tienen que temer a las épocas de crisis económica y sobreviven de las desgracias y de las calamidades que la suerte les depara.
Lejos de vivir así el cubano, colonial o republicano, no piensa más que en la llegada, que él siempre espera ansioso a plazo inmediato, de las épocas de las vacas gordas, pero no como hace la hormiga en el verano, con el objeto de acumular comestibles que le permitan afrontar sin temor el invierno, sino para despilfarrar inconsciente y estúpidamente las ganancias adquiridas, en esos años de abundancia, quedando después, individual y colectivamente sumidos, como hoy lo estamos, en profundas crisis económicas que afectan la vida y la estabilidad de la República; crisis sobre las que no sabemos adoptar otros procedimientos para remediarlas, que pidiendo dinero prestado al extranjero, de la misma manera que individualmente el criollo resuelve sus estrecheces económicas solicitando un préstamo al más cercano garrotero, o empeñando sus prendas, sus muebles o sus ropas,  quedando condenado, entonces, el prestatario-individuo o nación a una insoportable existencia de empeños, desempeños y nuevos empeños.
Sin el ahorro, y demás virtudes concordantes -declara el doctor Pina- «será muy difícil conseguir que el cubano vuelva a la tierra y ponga en su trabajo la esperanza del bienestar y de la riqueza». Y agrega esto que es una verdad más grande que el Capitolio: «mientras el Estado estimule el juego y lo convierta en la base indispensable de todas sus posibilidades, se alejará -cada día más nuestra regeneración moral y económica y el cubano seguirá siendo un paria en y su propia tierra».

Y ACLARACION
Con motivo del artículo ¡Fuera de la pérgola! que apareció en las Habladurias del día 13 de noviembre último, ha recibido nuestro director una carta del señor José A. Sordo, de la casa Pennino Marble Company, S. A., de esta capital, en la que pide se aclaren diversos conceptos de dicho artículo, que considera afectan a la casa que él representa, ya que fue ella la que «suministró la pérgola del Parque Maceo, a tenor de planos que le fueron suministrados por la Secretaría de Obras Públicas y que sirvieron de base a una subasta que se adjudicó al mejor postor; el autor del proyecto fue el arquitecto señor Francisco J. de Centurión".
En mis Habladurías no mencioné a la Pennino Marble Company, S. A., y es el representante de la misma, señor Sordo, el que descubre ahora que fue esa casa la autora de la desastrosa pérgola del Parque Maceo, aunque haciendo cargar la responsabilidad del desaguisado artístico sobre la Secretaría de Obras Publicas y el .señor Centurión. Queda complacido el señor Sordo en sus deseos.
En cuanto a las frases que el señor Sordo considera ofensivas para la Pennino Marble Company, S. A., y que son las siguientes: «Descubrió tortuosas y lucrativas combinaciones que habían producido su instalación en aquel parqué… Que la pérgola en cuestión era una portada de cementerio destinada a un ayuntamiento de esta República y que al no pagarla este, el contratista marmolinesco de ella se la endosó al Parque Maceo… Que la colocación de la pérgola en el parque obedeció a negocios poco limpios». Están basadas en las informaciones que publicaron los periódicos habaneros con motivo de ese asunto y principalmente en la que apareció en El Mundo, de esta capital, del 2 de octubre último; pero no tengo inconveniente alguno ya que en estos artículos solo ataco al vicio y no al vicioso en dejar esclarecido el deseo del señor Sordo: que la Pennin Marble Company, S. A, si bien suministró la horrible portada de cementerio, no tuvo participación alguna en todo cuanto de la misma se ha publicado últimamente, y yo me hice eco en las comentadas Habladurías.
Queda de nuevo complacido el señor Sordo.

Emilio Roig de Leuchsenring
Historiador de la Ciudad desde 1935 hasta su deceso en 1964

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