Como parte del proceso de restauración y revitalización del Centro Histórico, esta institución se inserta en la estrategia global para el rescate del patrimonio histórico-artístico habanero, con el fin de promover las expresiones culturales de origen asiático que desde antaño existieron en la ciudad.
Enclavada en un importante eje comercial de la antigua ciudad, la calle Mercaderes, esta edificación colonial fue testigo del quehacer económico y cultural, al que se integraron los inmigrantes de origen asiático con su idiosincracia y costumbres.

 La Casa Museo de Asia tiene como sede un inmueble de gran valor arquitectónico, en el que se entremezclan elementos constructivos originales con su función doméstica y su rica historia familiar.
Documentos de archivo describen dicha vivienda –edificada en 1688– como de «tapia y rafa», y relacionan la genealogía de sus habitantes, destacando apellidos como los Castellón, Luque, Hermosilla.
Vinculadas a la estructura religiosa citadina, esas familias le imprimieron a dicha morada un sello particular hasta el siglo XIX: la imposición de capellanía, es decir, su carácter de «colaboradora financiera de la iglesia», que le aseguraba a sus propietarios un lugar privilegiado en la sociedad y el «paraíso».
En los albores del siglo XX, la propiedad es compartimentada para usos diversos: aumenta el número de inquilinos y el inmueble deviene ciudadela con sus espacios deteriorados. No es hasta principios de la década del 90 cuando comienzan los trabajos de restauración y rehabilitación, los cuales concluyeron en los primeros meses de 1997. Además de la imagen pétrea dieciochesca que recrea la fachada coronada por geométricos grafitos, fueron rescatados el zaguán con su doble arco y algunos vestigios de los típicos entresuelos y decorados techos. Durante este proceso, se descubrieron evidencias de pinturas murales, con diseños figurativos, recuadros y medallones de forma elíptica.
Enclavada en un importante eje comercial de la antigua ciudad, la calle Mercaderes, esta edificación colonial fue testigo del quehacer económico y cultural, al que se integraron los inmigrantes de origen asiático con su idiosincracia y costumbres.
La Casa Museo de Asia evoca hoy esos vínculos históricos, culturales y comerciales que distinguieron nuestras relaciones con el Oriente desde el siglo XVII. Dichos nexos se consolidaron a mediados del XIX y principios del XX, con la inmigración y permanencia de las comunidades china y japonesa –primero–, y otras de origen asiático, posteriormente.
Un recorrido por los pabellones de exposiciones permanentes, nos permite conocer la historia del Galeón de Manila que, cargado de exóticas mercaderías, surcó las aguas del Océano Pacífico. Destinados a enriquecer las arcas de la metrópoli española, esos productos tuvieron acogida también en La Habana, por ser su puerto punto obligado de reunión de la flota que custodiaba y trasladaba las grandes riquezas hacia España.
 Como resultado, la élite socioeconómica de Cuba del siglo XIX desarrolló un gusto estético que la impulsó a adquirir los más diversos objetos asiáticos para decorar sus opulentas mansiones. Ejemplos impresionantes de estos Tesoros del Oriente se exponen en las salas.
Esas colecciones fundamentales del siglo XIX se han enriquecido con las piezas donadas por el Comandante en Jefe Fidel Castro: obsequios recibidos, todos de magnífica factura, inspirados en técnicas y procedimientos antiguos y de extremada delicadeza y belleza.
Entre las colecciones más importantes se destacan:

- Minuciosas tallas de marfil y piedra.

- Ricos trabajos de orfebrería y bronce.

- Objetos laqueados y taraceados en nácar.

- Porcelanas facturadas en prestigiosas fábricas.

- Armas antiguas.

- Mobiliario chino y japonés.

- Vestuario tradicional.

En este esfuerzo por promover el conocimiento de la cultura tradicional asiática, ha sido importante el apoyo brindado por distintas instituciones gubernamentales de los países de la región, incluyendo el envío de donativos e información experta.
Como parte del proceso de restauración y revitalización del Centro Histórico, la Casa Museo de Asia se inserta en la estrategia global para el rescate del patrimonio histórico-artístico habanero con el fin de promover las expresiones culturales de origen asiático que desde antaño existieron en la ciudad.
Exposiciones transitorias, conferencias, eventos, cursos, talleres, espectáculos... son organizados siguiendo un programa cultural que incluye la atención a los niños y los adultos de la tercera edad.
En la biblioteca especializada, los estudiosos e interesados pueden encontrar información sobre la cultura, historia, sociedad y economía asiáticas en libros catalogados como «raros» por su antigüedad y originalidad (como son los impresos en fibra vegetal). Esta amplia colección bibliográfica es actualizada y complementada mediante los servicios de hemeroteca, mapoteca y videoteca, entre otros.  Cuando visitamos la Casa Museo de Asia, abrimos las puertas de un mundo legendario donde fantasía y realidad tejieron mágicos hilos que se pierden en la historia de civilizaciones muy antiguas.
Cuentan que, después de haber permanecido años en el Oriente, al narrar sus vivencias, Marco Polo no pudo evitar que sus contemporáneos europeos dudaran de la veracidad de las mismas.
Un recorrido por los salones de la Casa Museo de Asia, entre inciensos y flores de loto, permite ponernos en el lugar de aquel viajero y transportarnos en el tiempo al santuario de Kandi, en Sri Lanka, para presenciar la procesión de elefantes ricamente enjaezados, custodiando el Diente de Buda; o a los antiguos hornos chinos, donde alfareros y ceramistas guardaron durante siglos el secreto de la traslúcida y nívea porcelana... Podríamos imaginarnos, quizás, bajo las cúpulas de colorido mármol y piedras preciosas del monumento consagrado al amor Taj Mahal, y al apreciar la artesanía en jade, no sólo reparar en la exquisitez de su factura, sino contagiarnos con la aureola de buena suerte que, según la tradición, rodea al que posee una de esas piezas. O, ya con los pies en la tierra, sería preferible degustar sencillamente un delicado té japonés en una ceremonia cuya divisa fundamental es la armonía y el equilibrio a través de la simplicidad que encierra el acto de beber esta infusión.
«¿Fue todo ello fruto de la imaginación de un alma sensible y fascinada?», cabría preguntarse tras recorrer este pedazo de Asia en plena Habana Vieja.

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