Perseguidas en tierra y mar por agentes españoles y norteamericanos, las expediciones revolucionarias también fueron duramente azotadas por las inclemencias del tiempo.
Tenemos con este documento, un testimonio de un grupo de patriotas que, desafiando las inclemencias del tiempo, se lanzaron a la mar para combatir por Cuba.

 Querida Carmita. Te considero ansiosa por conocer detalles de nuestro naufragio que conocerás por la prensa y me apresuro a escribirte para dártelos. El viernes 21 por la noche nos escondimos en un solar abierto que daba a un muelle de esta ciudad. Después de esperar hora y media a la intemperie y con un frío horrible, nos metimos en el remolcador que nos había de buscar y caminamos toda la noche y hasta las 10 del siguiente día hacia el Norte, donde hallamos al «Tillie» que nos esperaba. A su lado había otro vapor que le estaba dando la carga que traía. Ayudamos a la descarga y carga y dos horas después emprendimos viaje mar afuera y siempre al Norte para despistar. Todo el día y a pesar de haber pasado la noche anterior sin dormir, estuvimos trabajando duro en la estiba del barco. Al oscurecer torcimos rumbo al Sur y después de comer un bocado nos tendimos en el suelo, única cama del expedicionario. Pero el tan deseado descanso no había de llegar aún.
Serían las ocho de la noche apenas, cuando el mar se dejó sentir lo bastante para no dejarnos dormir y el viento gemía en las jarcias con tal violencia que comprendimos que se trataba de un huracán. El barco hacía mucho agua y las bombas se negaron a funcionar. A las 10 tuve que mandar a mis muchachos a achicar con cubos y entonces empezaron los trabajos. Un golpe de mar se lleva la obra muerta del vapor del costado de estribor, junto con un cañón de dinamita que estaba amarrado sobre cubierta y pocos segundos después otro golpe de mar se lleva otro cañón de dinamita con parte de la obra muerte también, por el costado de babor. Un tercer cañón no tardó en seguir el camino de loa anteriores. Y el vapor hacia agua de un modo ya más alarmante. Imposible achicarla pero por lo menos había que luchar para retardar siquiera hasta el hundimiento del barco.
El trabajo de esta operación era mas que penoso. Los pobres muchachos a pesar de estar mareados trabajaron como leones y yo no podía por menos pensar al considerar su valor que Cuba en medio de tantas desgracias tiene sin embargo la felicidad de ser madre de tanto y tanto héroe. Ese trabajo continuó sin cesar hasta las 10 de la mañana siguiente.
El día no nos trajo más que desencanto pues espesa neblina que duró hasta las 11 de la mañana imposibilitaba toda esperanza de auxilio. Desde las 8 de la mañana hasta las 10 sostuvimos los fuegos arrojando lata tras lata de aceite de carbón en la fornalla invadida ya por el agua. Al fin se apagaron los fuegos a pesar de todo y procedimos a arrojar el cargamento al agua. A las 22 la situación a bordo era insostenible pero no cabíamos en los dos únicos botes que teníamos y además el mar aquel no era para botecitos por cierto. Sin embargo a esa hora tomamos los botes, pero a poco la mayor parte anhelaba volver a bordo del vapor. Allí por lo menos se estaba al abrigo del viento helado que cortaba las carnes. Yo me quedé en el bote. Siempre comprendí que esa era la única manera de salvarnos. Describirte el tormento del frío es imposible. Habíamos trabajado toda la noche y todo aquel día con el agua helada hasta la cintura si estábamos en la bodega y si sobre cubierta, nos habían estado bañando las olas iracundas. La cubierta del barco estaba toda helada.  Se había convertido en hielo el agua del mar sobre ella, a pesar del movimiento del barco. Yo tenía puesto cuando me metí en el bote un pantalón y un saco. Toda la demás ropa me la había quitado porque endurecida con el hielo lejos de proporcionarme calor me cortaba las carnes y me hacia sufrir aun más.
Al fin se descubre a eso de las doce un humo en el horizonte, después conocimos que era un vapor y con alegres gritos a Cuba saludamos la feliz coincidencia de que se dirigiese al sitio donde estábamos. Ya se descubre el casco, ya todos los detalles, pero ya no es a nuestro lado donde se dirige, no nos ha visto y sigue de largo. En efecto no hay esperanza se va, se fue y... viva Cuba otra vez atruena el mar. Media hora después una goleta; vivas a la patria alegres y felices la saludan al apercibirla y al ver que también se va y nos deja la despedimos con los mismos vivas. Una tercera goleta a eso de las dos nos chasquea del mismo modo y cuando esta se pierde en el horizonte, aparece la cuarta. Cinco mástiles tiene, se dirige también hacia nosotros pero n nos ve ni nos verá si no hacemos algo grande. Los que estaban a bordo del vapor empapan una frazada en aceite de carbón y le prenden fuego. La llamarada sube muy alta y amenaza el vapor que está sirviéndoles aún de auxilio. Ya se iba la goleta cuando el fin apercibe las señales, viva en redondo y viene hacia nosotros. Era la mayor goleta del mundo; de cinco mástiles, hermosa magnifica. Sus velas parecían gigantescas alas y cuando se aproximó lo bastante vimos que su nombre era «Providencia». (En realidad su nombre es «Governor Ames», de Providencia, pero por el lado de donde la miramos solo se veía ese último.) Pero el viento soplaba a razón de 65 millas por hora, huracán desenfrenado y las olas gigantescas parecían montañas y pronto nos convencimos de que solo un milagro podía permitirnos el acercarnos lo suficiente para recoger los cabos que nos echasen, sin estrellarnos contra su costado. Además estábamos descalzos, casi desnudos, empapados, helados y agotadas nuestras fuerzas físicas. ¿Qué extraño que en la primera bordada de la goleta nos fuera imposible recoger los cabos que nos lanzaron? Una milla tuvo ella que andar después para evolucionar y volver a pasarnos cerca, una hora tardó en volver, hora que nos pareció un siglo y el mar se enfurecía cada vez más y el viento crecía en intensidad y el frío era ya insufrible y la sangre se helaba en nuestras venas y los témpanos de hielos en los que se habían convertido nuestros cabellos no iban a ser las únicas partes heladas de nuestro cuerpos, pues el hielo nos cogía ya el corazón. Infructuosa fue la segunda tentativa e infructuosa la tercera. La noche se nos echaba encima y decidimos ensayar un nuevo y último medio. Era sencillo; reunir nuestras últimas fuerzas y remar hacia la goleta, poniéndonos en su camino para que o nos salvase de una vez o nos hiciese zozobrar y acabar por fin esa espantosa agonía. El plan nos salió bien, nos acercamos tanto que casi chocamos con ella, pero ay! En ese momento el otro bote que había logrado también alcanzarla por la banda opuesta, ocupaba toda la atención de los tripulantes y de nuestro lado no había ni uno para arrojarnos un cabo. El mar estaba tan furioso que vimos al ser elevados por una ola el tope de los enormes mástiles de la goleta a nuestros pies y un compañero titubeó un instante pretendiendo lanzarse y abrazarse a uno de ellos. Adiós última esperanza si no éramos vistos y ... gritamos; gritamos con todas las fuerzas de nuestros pulmones e imagínate cual no seria nuestro clamor que dominó el rugido del huracán y dominó el estruendo del mar y fuimos oídos y vistos. Un cabo y otro y otro nos fueron lanzados sin éxito hasta que ya en la popa perdiéndose ya en el ánimo de todos la última esperanza conseguimos alcanzar al fin un cabo y amarrar el bote. Después fuimos por última vez y muertos y agotadas las fuerzas y exánimes nos acostaron al lado de las estufas. Ni quiero ni puedo seguir narrándote más detalles. Perdimos cuatro compañeros queridos y la más valiosa expedición que se llevaba a Cuba. Pero nuestro ánimo no ha desmayado. Dios al conservarnos la vida nos prueba que solo nos la deja para continuar con nuevo ardor y brío en la causa sacrosanta que defendemos y maldito sea el cobarde que se aflige o arrepiente porque en su camino se alzan obstáculos que solo están puestos allí para probar el temple de su alma. – De los muchachos míos salvados ni uno siquiera ceja en el empeño de acompañarme en la próxima que Dios quiera pueda ser pronto. Te remito un grupo que sacamos y que ha reproducido el Herald. El original lo guardará en esta persona segura para cuando te lo pueda yo entregar en manos propias. El capitán O´Brien que está a mi derecha es el conocido capitán de barco que tiene por apodo «Dare Devil» (Atrevido diablo). Diles a todos que este es para ellos también y que me dispensen si no les hago una a cada uno. Aprende con mi ejemplo a sufrir y pídele a Dios que a tu vez te mande muchos sufrimientos para que un día seas digna de la felicidad que te espera. Abraza a los mayores, besos mil a los niños y recibe el cariño de tu esposo.

Gonzalo

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