Fuente=images/stories/content/2005/06/1443.jpg Cerca del que fuera barrio judío de La Habana, donde se halla todavía la más antigua sinagoga sefardí en Cuba, desde hace dos años funciona el hotel Raquel, que rinde permanente homenaje a la cultura hebrea y a su presencia en el arte cubano contemporáneo.
Cierto encanto especial emana de los interiores de esta instalación, nombrada así en honor a la mujer que, tras dar a luz a su hijo menor Benjamín, falleció en Canaán y desde entonces ocupa un lugar destacado en la historia hebrea.

Fuente=images/stories/content/2005/06/1445.jpg Cuando huéspedes, visitantes de ocasión o simplemente curiosos cruzan el umbral del hotel Raquel, se sienten deslumbrados por cierto encanto especial que emana de los interiores de esta instalación, nombrada así en honor a la mujer que, tras dar a luz a su hijo menor Benjamín, falleció en Canaán y desde entonces ocupa un lugar destacado en la historia hebrea.
De acuerdo con la narración bíblica, Raquel era hija de Labán y resultaría la esposa favorita del patriarca hebreo Jacob, quien trabajó durante 14 años como pastor sin percibir estipendio diario alguno, hasta poder acumular su dote y casarse con la mujer amada. Los descendientes de ambos, José y Benjamín, sentaron pauta en el desarrollo posterior de su pueblo y cultura, convirtiéndose —junto al resto de sus hermanos— en los 12 patriarcas de igual número de tribus que se supone dieron origen a los actuales hebreos o israelitas.
Aunque por interdicto de los regímenes imperantes, los judíos tenían prohibida la entrada a Cuba, se sabe que desde el mismo año 1492, en que Cristóbal Colón descubrió la Isla, se inició la catalogada como larga —y muchas veces encubierta— presencia de los hebreos en nuestro país.
Ellos transitaron junto al resto de los inmigrantes por todo el devenir histórico cubano, aun cuando su notoriedad se hizo más evidente a partir de la década de los años 20 del pasado siglo.
Su llegada a Cuba se incrementaría entre 1933 y 1947, al verse obligados a buscar asentamiento en estas tierras, como consecuencia de la expansión del nazismo hacia el occidente europeo y el fin de la Segunda Guerra Mundial.
A pesar de que hubo —y hay— presencia hebrea en otras provincias de Cuba, los judíos hicieron de la capital, principalmente de la Habana Vieja, el centro de sus actividades comerciales: de sus panaderías y tiendas de confecciones de ropa y zapatos; de sus almacenes de importación y sus quincallas; de sus numerosas sociedades religiosas, culturales y de ayuda mutua; de sus revistas y periódicos..., todo lo cual ha sido argumentado en diversas publicaciones y conferencias por la historiadora Maritza Corrales Capestany, reconocida especialista en el tema.
A partir de testimonios orales, como el de Fabio Grobart, se sabe —por ejemplo— que en la calle del Obispo existió una sastrería que, fundada en 1875, tenía en la puerta un retrato del filósofo, matemático y físico hispanojudío Maimónides (1170-1180), a quien se le conoció con el sobrenombre de segundo Moisés por su contribución al judaísmo. Este establecimiento servía como punto de referencia para cualquier recién llegado a la Isla que estuviera interesado en contactar con algún miembro de esa colectividad.
Con la presencia hebrea está también vinculada la leyenda sobre la estatua de la Giraldilla, esa suerte de veleta que ha devenido símbolo de La Habana. Colocada en la cima del castillo de la Real Fuerza, algunos la identifican con la sefardita Isabel de Bobadilla.
Fungió como gobernadora cuando su esposo, el capitán general don Fernando de Soto, marchó a la Florida, donde falleció. Acá, en La Habana, doña Isabel lo seguía esperando y cuentan que solía subirse en lo más alto del castillo, en la mismísima atalaya, para avistar navíos que pudieran traerle noticias de su amado. Nunca más lo vio y la tristeza la condujo a la muerte.
Pero el hotel Raquel, inspirado en el judaísmo, no es una excepción: desde hace varios años, con un sentido ecuménico, en el Centro Histórico de la Habana Vieja se han ido vinculando varios exponentes de su patrimonio edificado a la representación in situ de diferentes culturas y creencias religiosas.
Existen las denominadas casas-museos que, más allá de la labor museística, desarrollan un cúmulo de actividades orientadas a hacer vívida y latente la presencia de esa diversidad cultural y religiosa, incluidos los aportes de las diferentes etnias —por minoritarias que fueren— al crisol de la cubanía.
Por sólo mencionar un ejemplo, bastaría con saber que, desde 1991, en la Casa de los Árabes hay una sala de plegarias orientada a La Meca, la cual funciona los mediodías de cada viernes, cuando practicantes de esa fe —fundamentalmente árabes— realizan el rezo comunitario.
Más recientemente, en menos de un año, la otrora mansión de don Lorenzo Montalvo, una típica vivienda colonial de mediados del siglo XVIII, fue reacondicionada para convertirse, a partir de marzo de 2003, en la primera sede en Cuba de la Orden del Santísimo Salvador de Santa Brígida. Además del propio convento de monjas católicas, hay dos capillas: una abierta al culto público, y la otra, destinada para el noviciado.
Desde enero de 2004, en uno de los extremos del jardín Madre Teresa de Calcuta, en la parte trasera del antiguo Convento de San Francisco de Asís, tiene su asiento la Catedral Ortodoxa de San Nicolás de Mira, pequeño templo bizantino consagrado por Su Toda Santidad Bartolomeo, Patriarca Ecuménico.

NACIMIENTO
De finales de 1999 a principios de 2000, la Oficina del Historiador acometió la restauración del ecléctico inmueble de fachada barroca y tres niveles, situado en la esquina que forman las calles Amargura y San Ignacio.
Con interiores plenos de una atmósfera con gran influencia del estilo art nouveau, esa instalación fue inaugurada el 5 de junio de 2003 como hotel Raquel.
Fuente=images/stories/content/2005/06/1446.jpg Aparte de la denominación de la instalación misma, cada uno de sus espacios tiene un nombre bíblico. Así, las 11 habitaciones de la primera planta llevan calificativos de hombres: Abraham, Isaac, Jacob, Samuel, José, Benjamín, Rubén, Jeremías, Elías, Nehemías y David, esta última del tipo junior suite.
En el segundo piso están 10 cuartos estándar que poseen nombres de mujeres (Esther, Rebeca, Sarah, Lea, Ruth, Miriam, Tamar, Séfora, Elizabeth y Hanna) y uno junior suite, el de Salomón.
En el tercer nivel, hay tres que fueron llamados como sitios de la Tierra Santa: Galilea, que es una habitación estándar, y dos de la modalidad junior suite, Sinaí y Jordán.
Siguiendo esta tradición, el lobby-bar se llama Lejaim; la boutique-galería, Bezalel, y el restaurante —único en el país que oferta comida tradicional judía—, Jardín del Edén, todos situados en la planta baja.
Si luego de desandar los tres pisos del hotel, el visitante decide llegar hasta la terraza, se encuentra con un mirador que le permite asomarse al entorno y vislumbrar dos importantes espacios públicos del Centro Histórico: la Plaza de San Francisco y la Plaza Vieja.
Desde el inicio de su concepción, un importante número de artistas cubanos se sumó a este proyecto. Distribuidas por todo el hotel, las piezas recrean —en su mayoría— la imagen de la madre de José y Benjamín.
Ubicado en el lateral derecho de la entrada principal, pleno de lirismo y apropiados matices, el óleo Raquel —del pintor matancero Ernesto García Peña— representa el rostro de una mujer que parece semidormida y está como recostada sobre un luminoso lecho.
En tanto, la artista que ha devuelto a la ciudad su caleidoscopio de luz, la vitralista Rosa María de la Terga, aportó lucetas, mamparas y el impresionante lucernario colocado en el techo.
Esta última vidriería, que sustituye a una anterior, de colores opacos, contribuye con su brillantez a realzar los valores arquitectónicos de la edificación, cuyos pisos y columnas originales se conservan, así como su escalera principal.
En la planta número uno hay dos acuarelas (Raquel y Jacob), exponentes del singular trazo de José Luis Fariñas, la primera de las cuales se reproduce en la entrada del presente trabajo. En diferentes sitios de la edificación se colocaron obras de otros noveles creadores de la plástica cubana como Yaylín Pérez Zamora, Jorge Oliva y Alexis López....
De las manos de Natalia Marzoa salieron la naturaleza muerta ubicada en el lobby, así como los adornos florales de los búcaros (coliflor), dispuestos sobre las pequeñas mesas de noche de cada habitación.
Apenas unos meses después de su puesta en marcha, durante una solemne ceremonia, se colocó —a un costado de la carpeta— una piedra especialmente traída de las montañas de Jerusalén, ciudad considerada santa por las tres religiones principales del mundo: judaísmo, cristianismo e islamismo.
Un poco más al fondo, quedó definitivamente situada una reproducción del poco conocido óleo Diáspora o Los olvidados, del gran pintor cubano Víctor Manuel, que rememora la agonía vivida en 1939 por los pasajeros judíos del buque Saint Louis frente al litoral habanero, cuando no pudieron pisar el territorio cubano. (Ver: Opus Habana, Vol. VII, No. 3, 2003, pp. 52-55).
A un año de fundado, el hotel Raquel acumula un quehacer en aras de fomentar y divulgar el conocimiento sobre la milenaria cultura hebrea, además de convertirse en un espacio para la promoción de artistas cubanos consagrados y noveles.
Justo el día de su primer aniversario, quedaron inauguradas las exposiciones «El arca», del fotógrafo Ismael Rodríguez —en la galería Bezalel—, y «Temas judaicos en el arte cubano contemporáneo» —en el primer piso—, integrada por pinturas, dibujos, fotografías y esculturas de 20 artistas contemporáneos.
La víspera, había tenido lugar el conversatorio «Personalidades hebreas del periodismo cubano. Homenaje a Marcus Matterín» que, organizado por la revista Opus Habana, tuvo como invitado al escritor y periodista Jaime Sarusky, ganador del Premio Alejo Carpentier 2001con su novela Un hombre providencial.
Desde 1955 y hasta su muerte —el 2 de mayo de 1983—, Matterín dirigió la biblioteca de la Gran Sinagoga Beth Shalom, ubicada en la calle I, entre 13 y 15, en el Vedado. Los fondos personales de ese prestigioso intelectual, se conservan en los archivos de la Oficina del Historiador.
Junto a la celebración de importantes festividades judías, el hotel acogió exposiciones personales de los pintores Fariñas y Rubén Rodríguez; y de la muestra conjunta de los artistas Ismary González y Leo D’Lázaro; sirvió —entre otros— para presentar el plegable Presencia Hebrea en Cuba, elaborado por la Fundación Fernando Ortiz, y un conversatorio acerca del proyecto de restauración del área que fuera el barrio judío en el Centro Histórico, a cargo de la arquitecta Jazmín Bofil.

BREVE HISTORIA DEL INMUEBLE
Reacondicionado para su actual objetivo por un grupo de especialistas —dirigidos por la arquitecta Ana María Valdés— del Grupo de Proyectos de la Oficina del Historiador, este inmueble de principios del siglo XX es obra del reconocido arquitecto venezolano Naranjo Ferrer y, en sus inicios, sirvió de sede a una de las principales casas importadoras de tejidos de La Habana.Fuente=images/stories/content/2005/06/1444.jpg Por entonces, además de la indiscutible belleza de los exteriores, sus regios interiores denotaban una sólida prosperidad: los estantes exhibían telas de innumerables variedades provenientes de los mejores fabricantes de Inglaterra, Estados Unidos, Francia y España, los que mantenían una estable correspondencia con los comerciantes al por menor de toda la Isla.
Además de su sugerente confort, esta casona poseía un amplio almacén ubicado en el sótano, con una capacidad de dos mil metros cúbicos, así como un tranvía que facilitaba el manejo de las mercancías, un ascensor eléctrico y una magnífica escalera de mármol para acceder a varias oficinas arrendadas en los pisos superiores.
Esta moderna edificación, que alumbraba con electricidad todas sus dependencias, reservaba excelentes comodidades para sus clientes, entre las que se contaban un gabinete de lectura y una biblioteca.
Sin embargo, en 1914 la sociedad se disuelve y pasa a manos de la Compañía Cubana de Accidentes S.A., la cual se endeudó. No sería hasta 1927 que la Gaceta Oficial de la República de Cuba haría pública una subasta del inmueble, cuyo comprador resultaría el señor Esteban Gacicedo y Torriente, nacido en Santander, España.
Tras morir Gacicedo y Torriente y su esposa, quedaron como propietarios sus hijos y yernos, quienes crearon la Sociedad Mercantil Compañía de Fincas Rústicas y Urbanas S.A.
En 1954, dicha entidad vende el inmueble de la calle Amargura, marcado desde entonces con el número 103, a la Cámara de Comercio de la República de Cuba, que ya radicaba en este lugar.
Se sucedieron en el tiempo varios inquilinos hasta que, de la Publicitaria de la Industria Alimenticia, pasa a manos de la Oficina del Historiador para ser restaurado y convertido en el actual hotel Raquel, como homenaje perpetuo a aquella bella mujer, emblemática de la cultura hebrea e inspiradora de innumerables obras de arte, que está considerada la cuarta matriarca del pueblo judío.

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