Sobre «una de las más antiguas y venerables instituciones criollas», cuyos orígenes se remontan a los días iniciales de la conquista y la colonización españolas en esta isla, las piñas, que «no solo nacen y se desarrollan en el terreno feracísimo de la política, sino que las encontramos también, vivas y lozanas, en las sociedades o agrupaciones de carácter cultural, benéfico, comercial, industrial y social».

«...bien puede decirse que la historia de nuestra tierra es la historia de las infinitas piñas que en ella han existido»

 Una de las más antiguas y venerables instituciones criollas es la piña. Sus orígenes se remontan a los días iniciales de la conquista y la colonización españolas en esta isla.
En los muy escasos documentos de esta época que han llegado hasta nosotros se encuentran noticias fidedignas de la existencia de una piña habanera integrada por los vecinos de la modestísima villa, Rojas, Bazán, Quexo, los cuales hacían y deshacían a su antojo y conveniencias en los asuntos municipales de La Habana, mediante la patente de corso de los puestos que desempeñaban. Tanta repercusión tuvieron las actividades de esta piña que, según documentos existentes en el Archivo de Indias, de Sevilla, en la primavera de 1528 se reunió en Santiago de Cuba una asamblea de carácter casi revolucionario, para protestar ante la Corona contra la piña oligárquica que formaban los regidores, lo que motivó que Juan Bono de Quexo, procurador de La Habana, abandonase la asamblea, ya que la protesta le tocaba muy de cerca, no sólo a él, sino también a su hijo Domingo.
Posteriormente se sucedieron las piñas, constituidas unas veces por autoridades civiles, militares y eclesiásticas que trataban de usufructuar los asuntos y granjerías de cada una de las siete villas fundadas por Velázquez, impidiendo a las otras autoridades que ejercieran libremente sus funciones. Los vecinos solían incorporarse a estas piñas, tomando parte en las frecuentes disputas y riñas por la posesión o distribución de indios o de tierras o por ventajas en los intereses propios, con perjuicio de los ajenos.
En 1522 se eligieron en Sancti Spíritus dos Ayuntamientos, o sea dos piñas de autoridades y vecinos, librando los partidarios de uno y otro varias riñas en la casa del Cabildo, corriendo la sangre y perturbando a toda la población. Vasco Porcallo de Figueroa, personaje típico de esta época, famoso por sus crueldades y desafueros, tenía formada también su piña, y con ella intervino en los pleitos de las piñas de Sancti Spíritus, atacando el Ayuntamiento, golpeando a los señores capitulares, quitándoles sus varas y posesionándose de aquel Cabildo.
Estos hermosos ejemplos fueron imitados en todos los tiempos de la época colonial por los funcionarios españoles, unidos a los criollos influyentes y trapisondistas a tal extremo que bien puede decirse que la historia de nuestra tierra es la historia de las infinitas piñas que en ella han existido. Y no es raro contemplar a más de un gobernador y capitán general desplazado violentamente de su puesto por las intrigas de las piñas formadas por otros funcionarios de menor categoría y por peninsulares con influencias cerca de los Gobiernos de Madrid. Bástenos citar lo ocurrido al capitán general Domingo Dulce, que se vio forzado a abandonar precipitadamente La Habana, vencido por la protesta pública que contra él lograron levantar los integrantes de una piña capitaneada por algunos jefes de voluntarios que eran a su vez figuras destacadas de las fuerzas vivas peninsulares y criollas españolizadas de la isla.
Los criollos, con estas enseñanzas a la vista, hemos salido maravillosos maestros en lo que a la constitución y desenvolvimiento de piñas se refiere. Y las piñas han entorpecido, retardado o anulado cuantos proyectos y campañas cívicos se han acometido entre nosotros, pues apenas celebradas las primeras reuniones para llevar adelante algún empeño patriótico, los iniciadores se han dividido formando piñas con el propósito de monopolizar todas las actividades y constituirse en directores únicos de la campaña, con vistas al usufructo exclusivo de los beneficios que se alcanzasen.
En todos nuestros movimientos revolucionarios por la independencia, han surgido desde los primeros momentos las piñas. Así lo vemos confirmado en la propia Revolución del 68, en la que los verdaderos iniciadores del movimiento fueron desplazados por otros más audaces, que constituidos en piñas se apresuraron a dar el golpe por su cuenta, asumiendo la dirección de la protesta armada. Pero mas tarde, otra piña, formada en el seno de la Asamblea de Representantes, destituyó al Presidente de Cuba Libre. Todo ello con el fatal resultado de que la revolución se debilitara, dividiera y disgregara, liquidándose en el Pacto del Zanjón.
Si esto ocurrió en la manigua insurrecta, cuadro parecido ofrecían las emigraciones. Y la Junta Revolucionaria de Nueva York durante la guerra del 68, fue escenario de disputas enconadas entre las diversas piñas que se formaron, perdiéndose lamentablemente el tiempo, que debía invertirse en la recaudación de fondos y en la propaganda, en polémicas interminables de palabra y por escrito, en mutuas acusaciones de unos patriotas revolucionarios contra otros, reflejadas en numerosos y extensos manifiestos que sólo han servido para poner en tela de juicio ante el historiador veraz, la buena fe, la honradez, la pureza de intenciones y el patriotismo de todos cuantos intervinieron en aquellos lamentables y tristísimos incidentes.
Una de las más extraordinarias y dificilísimas labores que tuvo que acometer José Martí durante sus trabajos preparatorios organizadores de la revolución de 1895, fue desbaratar o impedir que se formaran las clásicas piñas entre los nuevos conspiradores o se reprodujeran las piñas que ya habían existido entre los veteranos de la Guerra Grande. ¡Qué laboriosa tarea la de Martí para convencer a Fulano de que aceptara la participación de Mengano! Fulano y Mengano se encontraban peleados a muerte porque formaron parte de piñas distintas y enemigas cuando la guerra del 68. O también ocurrió que los viejos veteranos no concebían formar parte de un movimiento iniciado por noveles conspiradores, entre los cuales incluían algunos de aquellos, despectivamente, al propio Martí. Y una piñita, dirigida en la sombra por un rencoroso y amargado veterano del 68, le salió al encuentro a Martí tratando, vana y torpemente, de desprestigiarlo, en su patriotismo en su  honradez de propósitos, ante sus compañeros de conspiración Martí salió limpio de manchas, porque era… Martí.
Por Martí la guerra estalló con la colaboración, en las emigraciones y en la manigua, de los jefes gloriosos del 68 y de los nuevos revolucionarios. Pero, apenas muerto el Apóstol, retoñaron las piñas, entre los propios jefes militares y entre los elementos civiles del Gobierno. La asamblea, transformada más de una vez en piña, se puso frente al Generalísimo Máximo Gómez; y éste por su parte no aceptaba el entrometimiento de los civiles en la dirección de las operaciones militares. Como en el 68, tuvimos piñas en el 95, de carácter regional, provincianismos típicos de los pueblos atrasados; y también pifias de blancos contra negros, y viceversa; y de blancos que trataban de explotar en beneficio propio el prestigio como guerrero, de algún jefe negro esclarecido. Y se pudo llegar hasta el final, gracias a la férrea voluntad e indomable carácter de Máximo Gómez, ayudado éste por las circunstancias de no ser cubano; y también porque Maceo siempre repelió las malévolas intrigas de sus falsos amigos blancos, reconociendo en Gómez al jefe indiscutible, consciente Maceo de su propio valer y poseído además de un alto y nobilísimo espíritu revolucionario y del noble propósito. Mantenido desde su niñez en una línea recta, de lograr la libertad y la independencia de su país.
Terminada la guerra, las piñas impidieron que la Asamblea de Representantes de la Revolución realizara la obra de organizar la nueva nacionalidad, y los asambleístas, divididos en piñas, perdieron el tiempo y malgastaron sus energías en acusarse mutuamente, en autoconcederse el grado de gracia, en tratar de concertar un empréstito para la paga del Ejército Libertador, inaceptable por más de un concepto, y en destituir —¡cuando ya no hacía falta su espada!— de su cargo de general en jefe a Máximo Gómez.
La historia de las piñas en la República los lectores la conocen perfectamente. Todos nuestros partidos políticos han sufrido la perniciosa influencia de las piñas, hasta llegar a convertirse en lo que son  hoy: más que partidos, piñas. Piñas de senadores, representantes y caciques que, valiéndose de toda clase de artimañas, se han adueñado de las asambleas, desde las municipales hasta la nacional, para mangonear ellos. Sin cortapisas ni responsabilidades, el partido, y distribuirse, por tanto, los beneficios en forma de actas, puestos, botellas, negocios, etc., etc.
Pero las piñas no solo nacen y se desarrollan en el terreno feracísimo de la política, sino que las encontramos también, vivas y lozanas, en las sociedades o agrupaciones de carácter cultural, benéfico, comercial, industrial y social.
Nuestras sociedades de toda índole son regidas, no por la voluntad del voto mayoritario de sus asociados, sino por las piñas. Los más vivos, los más audaces, aprovechan la apatía, la indiferencia o la haraganería de sus compañeros, para apoderarse de la directiva de la sociedad y reelegirse, después, indefinidamente, hasta que surge otra piña más fuerte que los elimina de sus puestos, constituyéndose entonces los nuevos directivos en dirigentes despóticos de la institución, repitiendo la hazaña reeleccionista de sus antecesores.
Así hemos presenciado las feroces disputas de ilustres personajes, figuras insignes de la intelectualidad criolla, por perpetuarse con su piñita correspondiente en los puestos directivos de la Universidad, de las academias y de las asociaciones literarias, artísticas, científicas, jurídicas, etc.
Y cada vez que algunos asociados pretenden llevar al reglamento de la sociedad a que pertenecen el principio de la no reelección, aunque no sea más que del Presidente, verán fracasar ruidosamente sus propósitos, pues ello significaría acabar con las piñas, y mientras Cuba sea Cuba, será la tierra maravillosa de las piñas  y de las piñitas.

Emilio Roig de Leuchsenring
Historiador de la Ciudad desde 1935 hasta su deceso en 1964


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