Preocupado por la participación, «por primera vez en Cuba, y tal vez en el orbe, de una mujer en lances caballerescos», el articulista comenta sobre esta actividad «hasta ayer reservadas exclusivamente a los hombres y que se encontraban ya en completa decadencia entre nosotros, al extremo que en aquellas Habladurías clasifiqué el duelo entre las costumbres criollas desaparecidas».

Y ya el honor masculino y el honor femenino, tan distintos y hasta antagónicos, son uno y el mismo. ¿Quién ha ganado, el hombre o la mujer? Para mi la mujer ha conquistado un nuevo honor añadiendo al antiguo honor femenino que radicaba en la honestidad, si era soltera, y en la fidelidad, si casada, el honor caballeresco. En cambio, el hombre ha perdido la integridad de su honor de caballero, al compartirlo con la mujer.

Por poco se me olvida tratar en estas Habladurías de un extraordinario y trascendental acontecimiento ocurrido en nuestra capital recientemente, y que ha venido a revivir y transformar por completo una de las más antiguas y arraigadas costumbres habaneras que era, al mismo tiempo, tradicional práctica social en el mundo occidental.
Me refiero a la participación, por primera vez en Cuba, y tal vez en el orbe, de una mujer en
lances caballerescos.
la Prensa diaria dio cuenta, no hace mucho, de que en la cuestión, personal surgida entre los conocidos políticos doctores Lorié Bertot y Roberto Méndez Peñate, la doctora Marla Gomez Carbonell, política y representante a la Cámara, había intervenido de manera directa, como padrino, digo mal, como madrina del retador, que lo fue el doctor Lorié Bertot. Y esa misma Prensa, con lujo de detalles, puntualizó la forma decorosa y acertada en que dicha doctora había llevado a cabo su madrinazgo duelístico.
A múltiples consideraciones se presta este hecho trascendente. Por lo pronto, es una nueva y formidable conquista femenina hacia la equiparación de la mujer con el hombre en derechos, cargos y responsabilidades.
Algo tan masculino, tan varonil como las cuestiones de honor, privativas hasta ahora exclusivamente de los hombres, a tal extremo que merecían el modo de lances caballerescos o lances entre caballeros, ha perdido ya esa exclusividad, pasando a ser patrimonio no de uno solo, sino de los dos sexos, por lo que de ahora en lo adelante los lances caballerescos no serán tales, pero tampoco podrán ser lances femeninos; cuando más, lances a secas.
Tampoco podrá continuar el hombre usufructuando esa la más codiciada virtud masculina: la caballerosidad, pues ya las mujeres pueden alardear también de caballerosidad, dado que intervienen en lances entre caballeros. Antes sólo labios masculinos podían pronunciar la petulante frase: «¡Soy un caballero!» Ahora no chocaría que unos pintados labios femeninos dijesen, con no menos orgullo: «¡Soy una caballera!»
Y ya el honor masculino y el honor femenino, tan distintos y hasta antagónicos, son uno y el mismo. ¿Quién ha ganado, el hombre o la mujer? Para mi la mujer ha conquistado un nuevo honor añadiendo al antiguo honor femenino que radicaba en la honestidad, si era soltera, y en la fidelidad, si casada, el honor caballeresco. En cambio, el hombre ha perdido la integridad de su honor de caballero, al compartirlo con la mujer.
Mis lectores recordarán que, hace varias semanas me ocupe en estas Habladurías de los duelos, incluyéndolos entre los «tipos, cosas y costumbres criollos desaparecidos», porque consideraba que ya los duelos habían perdido entre nosotros aquella recia acometividad y trágico peligro que tuvieron hace medio siglo, convirtiéndose en una burda comedia, en una farsa caballeresca, preparada habilidosamente por los padrinos a fin de que sus ahijados saliesen ilesos o con un simple rasguño del campo del honor, aunque el duelo tuviese efecto, no en el campo, sino bajo techo y sobre algún suelo de cemento o mosaicos, hormigón, losas de San Miguel o tabloncillos de madera.
Precisamente, dentro de unos meses se celebrará el cincuentenario de uno de los más feroces duelos efectuados en Cuba. El que concertaron los dos más famosos espadachines que tuvo nuestra capital en aquellos tiempos en que rara era la semana en que no ocurría algún lance de honor. Me refiero al duelo entre Pancho Varona Murias y Agustín Cervantes, que tuvo lugar el 24 de septiembre de 1888. Bien conocidos son los nombres de estos dos populares tacos de La Acera, que lograron celebridad por los numerosos lances de honor en que figuraron como protagonistas. Uno y otro fueron, por encima de sus habituales profesiones duelistas, y como duelistas adquirieron renombre extraordinario en su época; y hasta publicaron sendos libros: Mis duelos, por F. Varona Murias, y Los duelos en Cuba, por Agustín Cervantes. La rivalidad duelística existente entre Varona Murias y Cervantes fue la causa que provocó el encuentro entre ellos, primero, de palabra, en la Acera del Louvre, y después, en el terreno de honor, en un duelo a sable, a todo juego, en el que, según refiere Gustavo Robreño en su novela histórica La Acera del Louvre, «los combatientes demostraron una fiereza digna de mejor causa… dijérase un par de gallos ingleses de la más fina condición», que aun después de haberse inferido mutuas heridas, cubiertos de sangre, agotadas las fuerzas físicas, continuaban peleando, sin que ninguno de los dos «rompiese un paso cualquiera que fuese el golpe que se le dirigiera de filo, contrafilo o punta, parándolo y ripostándolo a pie firme». El duelo terminó cuando «un supremo esfuerzo del ataque hizo que Cervantes decidiese un golpe de contrafilo sobre Varona, quien recibió una tremenda herida en el brazo derecho que interesó todas las partes blandas; llegando hasta el hueso, del que saltaron varias esquirlas». En el libro de Cervantes, este ofrece las estadísticas de los duelos ocurridos en Cuba desde 1843 a 1894. El propio Cervantes se anota dos duelos mientras su contrincante Varona Murias llega a alcanzar nueve duelos, el más alto record en ese periodo. Cervantes poseía el dominio completo de las armas, mientras Varona Murias desconocía en absoluto su manejo e iba a los duelos, según Robreño, «confiado en su bravura y un poco en su buena estrella».
Varona Murias, en su mencionada obra, reconoce y critica la ferocidad que llegaron a alcanzar en su tiempo los lances de honor, y él, que tantas veces se batió, tiene duras criticas contra los encuentros personales: «No resuelve el duelo -declara- problema alguno, porque si la cuestión que lo motiva depende de que lo han llamado a usted granuja, y usted
lo es, gane o pierda, mate o le hieran, seguirá usted siéndole; y si acude al terreno del honor porque le birlaron la mujer, ¡ayúdeme usted a sentir, si lo hieren además! La inmediata es la aplicación del vulgar proverbio; y hete aquí a un hombre digno, héroe de la chacota popular y de la comidilla epigramática. Amén de que yo no veo el honor de quien le ha robado a usted el suyo, burlándose de todas las leyes divinas y humanas».
He querido traer a estas Habladurías ese pronunciamiento antiduelístico del más duelista de todos los duelistas cubanos, porque bien merece lo tengan en cuenta nuestras mujeres que ahora han iniciado sus actividades en estas cuestiones hasta ayer reservadas exclusivamente a los hombres, y que se encontraban ya en completa decadencia entre nosotros, al extremo que en aquellas Habladurías clasifiqué el duelo entre las costumbres criollas desaparecidas.
En efecto, de la ferocidad de antaño, el duelo vino en estos últimos tiempos a decaer en una
amigable componenda entre amigos, para salir del paso y cubrir las apariencias caballerescas, sin que se les pudiese tildar, por lo menos, en público, de poco caballeros o de cobardes. Así hace muchos años que los duelos, cuando se concertaban, muy de tarde en
tarde, se reducían a un cambio de tiros sin consecuencias, ya por la enorme distancia a que eran colocados los antagonistas, ya por la forma inofensiva como se cargaban las armas; o en varios asaltos a espada, que suspendía en el momento de peligro el juez de campo, o que terminaban al presentarse el más ligero rasguño, ocasionado a veces a la víctima, no por su contrincante, sino por ella misma, con la empuñadura de su propia arma.
Desde luego que los duelos entre un marido ofendido y su presunto ofensor, o burlador, han
desaparecido por completo y de ellos no se tiene memoria en nuestros días. La evolución de las costumbres ha hecho que los maridos pertenecientes a las clases sociales que hacían uso del duelo cuando se sentían engañados por su esposa, acudan a esa comodísima válvula de escape que es el divorcio, o se resignen con su triste suerte, haciendo la vista gorda, llevando con paciencia su cruz, o sacando el mejor partida posible de la desgracia que le aflige.
Sólo estaban, últimamente, reservados los lances de honor, o, mejor dicho, las cuestiones personales, que tal es el nombre con que se les conoce en nuestros días, al nombramiento de padrinos y reunión de éstos en amigable entrevista, para levantar un acta en la que se declara que no se dijo lo que se dijo, o lo que se dijo no constituía ofensa alguna, o constituyéndola, no hubo intención de ofender; o si no, se retiran las palabras ofensivas, y todo el mundo contento, no pasó nada, y entre cubanos todo se arregla y no se va a andar con boberías.
Habiendo llegado los duelos o los lances de honor o las cuestiones personales a tal agudo estado de crisis, es cuando ocurre en Cuba el hecho trascendental de que las mujeres, lejos de mantener su alejamiento de estas cuestiones masculinas, o de llegar a la arena política o social con ideas renovadoras de viejas costumbres ya casi desaparecidas, ponen éstas nuevamente en movimiento y circulación.
¿Qué valor puede darse a esta inconcebible y anacrónica actitud femenina? ¿Es ése el aporte de vida nueva que traen las mujeres a nuestra sociedad, una vez lograda su igualdad política y social con el hombre?
Son todos éstos, problemas que yo me permito presentar al estudio y consideración de nuestras mujeres, a fin de que ellas resuelvan si les conviene continuar por la línea de conducta ahora iniciada, o por el contrario, rectificar por completo el paso dado, porque lo consideren, no un paso de avance y de progreso, sino un paso atrás, de inaceptable y perjudicial retroceso.
Hace cerca de medio siglo, el más famoso duelista cubano de todos los tiempos, Pancho Varona Murias, al pronunciarse abiertamente contra los duelos en su mencionado libro, estampó, como epígrafes de varios capítulos del mismo, estos formidables pensamientos: «El código del duelo lo forman una serie de desatinos risibles y caricaturescos. Si el duelo tuviese algo de justo, equitativo, resolutivo, satisfactorio y útil, ya lo hubieran adoptado como institución los pueblos civilizados de la tierra. Aparisi Guijarro».
«Muchas indignidades comprobadas se ocultan como denuedos tras de las tramitaciones iniciales de un desafío Talleyrand».
«Hay multitud de hombres marcados como falsificadores, ladrones de camino real, asesinos y criminales de orden común, que llaman al terreno del honor (?) a hombres honrados; y si éstos no van no falta quien diga que son indignos y despreciables. Max Nordau".
«El duelo a primera sangre es una comedia que no pueden representar sino los que se sienten con vocación de histriones. La Rochefoucauld».
«Hay duelistas, y son los más numerosos, que muestran montones de actas, pero que ni han
dado ni han recibido un rasguño. Estos creo que tienen más votación para escribanos. Fray Gerundio».
Recomiendo a las mujeres criollas, sobre todo a las intelectuales y políticas, lean y mediten las anteriores sentencias antiduelísticas y hojeen el libro de Varona Murias, antes de decidirse a restablecer entre nosotros los lances de honor mediante su participación en los mismos, ya como madrinas, ya como adversarias o contendientes.

Emilio Roig de Leuchsenring
Historiador de la Ciudad desde 1935 hasta su deceso en 1964

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