En esta nueva entrega, el historiador cubano busca «satisfacer ahora la natural curiosidad que a los lectores de ese trabajo habrán despertado todas las citadas anormalidades que se descubrieron al exhumar los restos de Colón en 1898, fundamentando las afirmaciones finales» hechas en el trabajo que publicamos anteriormente.
¿Qué ocurrió a esos supuestos restos del descubridor del Nuevo Mundo?
¿Por qué, en lugar de dos cajas, se encontró una sola?
¿Fueron cambiados o sustraídos los restos?
¿Se abrió después de 1822 el nicho?
¿Cómo desapareció una de las cajas que allí se guardó ese año?


VI

Los supuestos restos de Colón traídos a La Habana en 1796, ¿fueron los mismos que se llevaron a España en 1898?

En nuestras Acotaciones Colombinas de la pasada semana, ofrecimos los detalles, interesantes todos y muchos de ellos pintorescos, de la exhumación el día 26 de septiembre de 1898, de los supuestos restos del Gran Almirante y descubridor para España del Nuevo Mundo, Cristóbal Colón, que se guardaban en un nicho abierto en la pared maestra, al lado del Evangelio, en el presbiterio de la Catedral de La Habana, para ser trasladados a la Península, según se realizó el 12 de diciembre del citado año, como secuela del cese de la dominación española en esta isla.
Referimos en ese trabajo a nuestros lectores el asombro que produjo a las autoridades políticas, militares y eclesiásticas que presenciaron la mencionada exhumación, la falta de una de las dos cajas que, según el acta levantada el 23 de octubre de 1822, cuando el nicho que se construyó en 1796 fue abierto para realizar en él determinadas ampliaciones, se colocó allí, conteniendo un ejemplar de la Constitución española de 1812, y varias medallas y guías de La Habana, así como también el hallazgo en la caja que contenía los restos de Colón de dos pequeños pedazos, al parecer de huesos, pero que analizado uno de ellos
ofreció todos los caracteres de yeso fundido, y con el cual pudieron pintar sobre la tapa de plomo de la caja; y por último, la existencia de señales demostrativas de haber sido abierto el nicho por el fondo.
Vamos a satisfacer ahora la natural curiosidad que a los lectores de ese trabajo habrán despertado todas las citadas anormalidades que se descubrieron al exhumar los restos de Colón en 1898, fundamentando las afirmaciones finales que hicimos en ese trabajo.
¿Qué ocurrió a esos supuestos restos del descubridor del Nuevo Mundo?
¿Por qué, en lugar de dos cajas, se encontró una sola?
¿Fueron cambiados o sustraídos los restos?
¿Se abrió después de 1822 el nicho?
¿Cómo desapareció una de las cajas que allí se guardó ese año?
Antes de contestar estas, preguntas y esclarecer las dudas que asaltaron a las personalidades asistentes al acto de la exhumación y habrán asaltado, igualmente, a los lectores de nuestras últimas Acotaciones Colombinas, debemos precisar que sobre los restos de Colon que se guardaron en la Catedral de La Habana hay dos problemas a dilucidar: no, el que se refiere a la autenticidad de estos en relación con los que fueron hallados en Santo Domingo en 1877, y allí se conservan juzgados como los verdaderamente auténticos, de cuyo criterio participamos nosotros, opinando que los restos que fueron traídos de Santo
Domingo a La Habana en 1796, pertenecen más bien que al Gran Almirante a su hijo Diego; y otro problema es el de determinar si estos restos, del Almirante o de su hijo o de otra persona, permanecieron en la Catedral de La Habana ininterrumpidamente desde
1796 hasta 1898, o fueron, en cambio, sustraídos de su nicho después de 1822 y llevados sigilosamente a Santo Domingo, donde aparecieron en 1877.
Sobre el primero de estos problemas no vamos a tratar hoy, bastándonos con dejar expresada nuestra opinión sobre el asunto; sí analizaremos, para dejarlos esclarecidos, todos los aspectos del segundo, que se refiere directamente a la historia habanera de los restos de Colón.
Es indudable que entre 1822 y 1898 fue extraída del nicho una de las dos cajas, la ya referida, que se colocó el 23 de octubre de ese año. Y las autoridades y maestros de obras, señores Loys y Hernández, que asistieron al acto de la exhumación y tomaron parte en ella, comprobaron que la 1ápida con el busto de Colón que cerraba por el frente, en la pared del Presbiterio, el nicho, estaba intacto, y por lo tanto, no fue abierto éste por el referido sitio.
¿Lo fue por el fondo, que da a la capilla de Loreto, como lo indicaban las señales encontradas, según ya vimos?
Efectivamente. Y el asombro de los asistentes al acto de la exhumación en 1898 se debe a que no tuvieron en cuenta que no solo el nicho se abrió por su frente, para ampliaciones, reformas y colocación de la lápida de mármol con el busto de Colón y unos versos, en 1822, sino que fue abierto nuevamente en 1823, otra vez por su fondo, y de él se extrajo la caja que contenía un ejemplar de la Constitución española del año 1812, medallas y guías de forasteros.
En el libro, que citamos en nuestras anteriores Acotaciones ColombinasLos restos de Cristóbal Colón y el nicho que en la Iglesia Catedral de La Habana los guardaba— da su autor, el doctor Antonio L. Valverde, abundante e incontrovertible documentación demostrativa de cuanto afirmamos.
Si el liberalismo del obispo don Juan José Díaz de Espada y Fernández de Landa hizo colocar en 1822, junto a las que consideraba preciadas cenizas del descubridor de América, un ejemplar de la Constitución política de la que ya había dejado de ser monarquía absoluta, y le indujo a ordenar se grabaran en la losa que cubrió el nicho y bajo el busto de Colón unos versos en que se aludía al Código fundamental de la entonces monarquía constitucional española, según ya expusimos en nuestro anterior trabajo; bien pronto el referido obispo se vio obligado, muy a pesar suyo, seguramente, a retirar del nicho el
ejemplar allí colocado de la Constitución, y a modificar los versos de la inscripción, pues España, al restaurarse a los Borbones en el trono, se había transformado de nuevo en monarquía absoluta.
Así aparece clara y minuciosamente expresado en los libros de actas de las sesiones celebradas por el Cabildo de nuestra Iglesia Catedral, que el doctor Valverde transcribe en su obra, de manera fiel por él copiados, como notario, de los originales: «En el libro quinto, al folio 190 —da fe dicho notario— existe el acta de la sesión celebrada el día 16 de diciembre de 1823 en la que constan las siguientes palabras: "El señor Maestrescuela expuso haberle manifestado el Excmo. e Iltmo. Sr. Obispo Diocesano hiciera presente de su orden al M. V. Cabildo que si bien cuando regia el sistema constitucional en cuyo tiempo se colocó la estatua de Colón determinó poner al pie de su busto el terceto que aparece, habiendo S. M. tenido a bien abolir dicho sistema por las causas que expresa en el R1. Decreto de veinte de octubre último, es de necesidad que S. S. M. V. dé las disposiciones
convenientes pa que con un lapidario inteligente borre la indicada inscripción, sustituyendo otra que comunicara oportunamente el mismo Excmo. e Iltmo. Sr. Obispo, análoga a las circunstancias del día: que asimismo pa evitar que con la remoción de la piedra padezca o desmejore ésta, se solicite un albañil que abra por detrás de la pared a línea recta el agujero necesario y se extraiga de la caja el libro de la Constitución que se depositó con su medalla y sello; y en inteligencia de todo acordó el Cabildo de conformidad, mandando que el mayordomo de fábrica se encargue de proporcionar los operarios Maestros pa la ejecución de la obra en los términos indicados».
Así se realizó todo ello. La apertura del nicho por su fondo, en 1823, está, además, comprobada por las señales que encontraron en 1898 los maestros de obra señores Loys y Hernández, y también por las muestras que de haberse realizado trabajos de albañilería en aquel sitio pueden observarse aun en la actualidad en la parte correspondiente de la pared que da a la capilla de Loreto. En cuanto a la modificación de los versos que aparecían en la inscripción, igualmente existen pruebas documentales de la misma y de que desde diciembre de 1823 hasta el momento de la exhumación de 1898, los versos aparecían
redactados en la forma siguiente:
¡O Restos e Imagen del grande
(Colón!
Mil siglos durad guardados en la
( Urna
y en la remembranza de nuestra
(Nación.
De manera que no hubo sustracción, en ningún tiempo, de los restos auténticos o no, de Cristóbal Colón, trasladados de la Catedral de Santo Domingo a la de La Habana en 1796. El nicho abierto ese año en la pared del presbiterio, al lado del Evangelio, donde se colocaron esos restos, fue abierto nuevamente en dos ocasiones; una el 23 de octubre de 1822, para ampliaciones y reformas y colocación de una nueva lápida de mármol con el busto de Colon y unos versos grabados debajo del mismo; y meses más tarde, a fines de diciembre de 1823. Por su fondo, extrayéndose de él la caja que contenía un ejemplar de la Constitución y varias medallas y guías de forasteros. El asombro y la extrañeza de las autoridades que presenciaron la exhumación de los restos en 1898, se deben a que leyeron y tuvieron en cuenta tan sólo el acta de 1822, pero no los documentos comprobatorios de la apertura del nicho por su fondo, con el objeto que hemos expresado, en diciembre de 1823.
Por último, en cuanto a la posibilidad de sustitución de los huesos traídos en 1796, por pedazos de yeso, imitando huesos, el doctor Valverde prueba, con las actas levantadas en 1796 y en 1898 y las declaraciones hechas por los señores Loys y Hernández relatando lo por ellos visto al abrirse la caja que contenía los restos en la última fecha, que los restos que en 1898 se llevaron los gobernantes españoles para Sevilla son los mismos que de Santo Domingo se trajeron en 1796 y se depositaron en el nicho tantas veces mencionado.
Si algunos de esos huesos se convirtieron en polvo, ello es natural, como afirma Valverde,
dado el transcurso de 103 años entre una y otra fecha. Por esa misma acción del tiempo, agrega el citado historiador, «no es muy difícil confundir un hueso de alguna antigüedad por un pedazo de yeso… si se tiene en cuenta que en 1898, no hubo lugar suficiente para hacer un examen detenido del pedazo de hueso con el cual se trazaron los rasgos sobre la caja. El tiempo transcurrido, con la influencia de los agentes naturales sobre los restos, no cabe duda que ablandarían ese fragmento de hueso a tal grado que poco le faltaría para convertirlo en polvo calcáreo; y sabido es que el hueso es un compuesto de dos substancias, una orgánica, que es la oseína, y la otra, formada por sales calcáreas, las que entran también en la composición del yeso, por cuyo motivo no tiene nada de extraño que con el tomado de la caja se pudieran trazar rasgos».

Emilio Roig de Leuchsenring
Historiador de la Ciudad desde 1935 hasta su deceso en 1964.

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