En esta ocasión el articulista hace referencia a los meteoros que desde  junio hasta noviembre azotan nuestra Isla: «Ahora, a varios días del terrible huracán que acaba de azotar a las provincias de La Habana y Pinar del Rio, le dedicaré algunas acotaciones sugeridas por la observación directa de lo acontecido antes, en y después del ciclón, exclusivamente en los aspectos cultural, urbanístico y costumbrista, temas por mí tratados habitualmente en esta revista».

¿Respondieron autoridades y pueblo a los tan anticipados avisos que fué dando el director del Observatorio Nacional? No faltaron, sin embargo, los incrédulos, indiferentes y burlones que se cruzaron de brazos o se dedicaron a relajear el amenazante ciclón, choteando a los que, dando por buenos los avisos del Observatorio Nacional, apuntalaron puertas y ventanas, resguardaron las vidrieras, destupieron los caños de las azoteas o se pusieron a buen recaudo convencidos de la absoluta falta de seguridad que ofrecían sus moradas. Aquéllos pagaron las consecuencias de su equivocada actitud y éstos recogieron el fruto de su buen juicio y acertada previsión.

 
Uno de los primeros artículos que publiqué en los días ya bastante lejanos en que comenzaba a hacer pininos periodísticos, fue dedicado al ciclón que azotó nuestra República el año 1906, que vino precedido del ciclón político de la llamada «revuelta de agosto» y el desplome de la flamante nacionalidad constituida cuatro años antes.
En 1926, desde las páginas de este mismo semanario, dediqué varios trabajos a aquel desastroso huracán que por poco acaba con esta hermosa ínsula.
Ahora, a varios días del terrible huracán que acaba de azotar a las provincias de La Habana y Pinar del Rio, le dedicaré algunas acotaciones sugeridas por la observación directa de lo acontecido antes, en y después del ciclón, exclusivamente en los aspectos cultural, urbanístico y costumbrista, temas por mí tratados habitualmente en esta revista.
Cabe, por lo pronto, señalar con orgullo la existencia entre nosotros de esa magnífica institución de cultura y servicio social que es el Observatorio Nacional, a cuyo frente se encuentra uno de los mas ilustres meteorólogos de América: el doctor José Carlos Millas, tan sabio como modesto, benefactor público, a quien se debe, en primer término, que las víctimas ocasionadas por el ciclón no se elevaran a varios millares. 1
Con la naturalidad y serenidad del hombre verdaderamente capacitado en las disciplinas científicas a las que ha consagrado su vida, el doctor Millás mantuvo, desde el día 13, informado al público de la existencia, con peligro para esta isla, del meteoro que hasta el día 18 no cruzó por las dos provincias occidentales y muy cerca de la capital.
Tiempo sobrado tuvieron, pues, particulares y autoridades para precaverse contra los daños que pudiera ocasionar en las personas, viviendas, industrias, comercios, edificios públicos, plazas, parques, calles, etc. Fuera de humana precaución se hallan, desde luego, desgraciadamente, las cosechas de toda índole, producto de nuestro suelo, desde el tabaco hasta los frutos menores.
¿Respondieron autoridades y pueblo a los tan anticipados avisos que fué dando el director del Observatorio Nacional?
En lo que a los particulares, industrias y comercios se refiere, puede decirse que en un 90 por ciento se recogieron esas oportunas advertencias de peligro inminente y se pusieron en práctica los medios para contrarrestar los efectos del meteoro.
No faltaron, sin embargo, los incrédulos, indiferentes y burlones que se cruzaron de brazos o se dedicaron a relajear el amenazante ciclón, choteando a los que, dando por buenos los avisos del Observatorio Nacional, apuntalaron puertas y ventanas, resguardaron las vidrieras, destupieron los caños de las azoteas o se pusieron a buen recaudo convencidos de la absoluta falta de seguridad que ofrecían sus moradas. Aquéllos pagaron las consecuencias de su equivocada actitud y éstos recogieron el fruto de su buen juicio y acertada previsión.
El doctor Millás, en su informe al jefe de Estado Mayor de la Marina, manifiesta que «cuatro empleados del Observatorio vieron la pluma del anemómetro marcar 162 millas por hora unos minutos antes de las once de la mañana, que no dejó registrada la pluma; pero sí otra de 153 millas por hora». Y comenta: «Ahora no recordamos si algún otro observatorio tropical ha registrado, no por cálculos de estima, sino por aparatos, velocidades tan grandes. Es posible que éste sea el primer huracán en el cual se hayan podido medir tan altas velocidades».
Teniendo en cuenta estos datos y juicios del huracán del día 18, en cuanto a su intensidad, y la larga duración del mismo, desde la mañana hasta el atardecer, puede apreciarse el servicio eminente prestado por el Observatorio Nacional con la eficacísima cooperación de la prensa terrestre y aérea.
No estuvo, en general, a la altura debida y esperada la conducta de las autoridades, observándose indecisión, imprecisión, falta de dinamismo, en la capital.
Ni un solo árbol, con excepción de los del Paseo del Prado, fué podado y apuntalado a tiempo en nuestros parques, plazas y avenidas, ni tampoco fueron protegidas oportunamente las farolas ornamentales. Consecuencias: casi todos los árboles vinieron al suelo y también numerosas farolas, destrozando bancos, verjas, pavimento. En cambio, como era natural, se salvaron los laureles del Paseo del Prado y sus muros y bancos, bastando para lograrlo los amarres con que se resguardaron aquéllos, motivo de chacota de muchos que de burladores se convirtieron en burlados.
Esta indiferencia oficial por el arbolado capitalino revela que no nos hemos curado aún de nuestro endémico odio al árbol, no obstante las reiteradas campañas que se han librado en defensa de ese amigo del hombre, de su bienestar y su salud y elemento urbanístico ornamental de primera fuerza.  
Numerosos edificios públicos carecieron de toda protección y por ello han sufrido grandes daños. Descubre una falta de responsabilidad casi punible el abandono de aquellos jefes de oficinas públicas y hasta de departamentos o negociados de las mismas, que ya anunciada la proximidad y gravedad del meteoro desde el día trece, se retiraron a sus casas el día 17, cumplidas las horas matutinas de trabajo, sin tomar medida alguna precautoria para resguardar sus oficinas y departamentos y los muebles, máquinas, documentos en ellos existentes, ni se personaron en las primeras horas de las mañana del día 18 para cumplir el deber, incumplido el día anterior. Ahora el erario público tendrá una mayor sangría por esa irresponsabilidad oficial. Y conste que no personalizo, sino señalo el hecho porque es merecedor de censura y debe servir para lograr la enmienda en el futuro.
Esa irresponsabilidad registrada con motivo de este último ciclón no es nueva entre nosotros ni mucho menos, sino triste resultado de la contumaz ausencia padecida por el criollo de toda noción del bien público, indiferente y hasta hostil para cuanto no le afecte personalmente; y también de la mediocridad de muchos de nuestros gobernantes, autoridades, funcionarios y empleados públicos.
Pone también de manifiesto, en lo que a nuestra capital se refiere, que el habanero no ama como debe su ciudad, ni se interesa por la conservación de sus monumentos, edificios y lugares de valor histórico y artístico. Algunas de las joyas de nuestra arquitectura colonial y otras modernas edificaciones sufrieron grandes daños, porque para los funcionarios públicos que en ellas tienen instaladas sus oficinas, no representan otra cosa que cuatro paredes entre las que tienen que pasarse unas cuantas horas para ganarse el sustento diario... o para hacer fortuna, en un puesto burocrático que juzgan inestable y del que hay que aprovecharse antes de ser desplazados del mismo por cualquier cambio político.
Demuestra, por último, esa actitud, incultura. Ocuparse de los valores históricos y artísticos de nuestra capital ante el peligro que para los mismos representa el azote de un huracán, es propio de espíritus refinados, no de ilustres analfabetos que deben su encumbramiento a la habilidad, viva o influencia politiquera, pero ayunos de verdadero interés por el bienestar de un pueblo bueno, sufrido, olvidadizo y cándido.
¿Contaron la Biblioteca, el Museo y el Archivo Nacionales—para no citar más que tres instituciones de cultura—con el recuerdo piadoso, antes y en las horas del ciclón, de alguno de nuestros funcionarios? Ni pensarlo siquiera. Y podemos darnos por satisfechos con que esos máximos establecimientos culturales hayan tenido por salvadores, el Archivo y el Museo, a sus respectivos y celosos directores, Joaquín Llaverias y Antonio Rodríguez Morey, y la Biblioteca a ese ejemplarisimo funcionario, amigo por antonomasia de la misma, que es desde hace más de treinta años Carlos Villanueva. Visité varias veces durante el ciclón el Castillo de la Fuerza, donde se encuentra provisionalmente instalada la Biblioteca Nacional, impulsado por mi viejo amor a la misma y mi deber de fundador de la sociedad Amigos de la Biblioteca Nacional y secretario de la Junta de Patronos de ésta, y comprobé como solo, Carlos Villanueva cuidó de que no sufrieran daños los libros y publicaciones valiosísimos que allí se guardan Desde el primer aviso del ciclón había tomado las medidas necesarias, apuntalando las desvencijadas puertas y ventanas, y únicamente se le abrió una de éstas de la sala de lectura, sin consecuencias dignas de tomarse en consideración. Basta un hombre para afrontar cualquier situación difícil, cuando tiene vergüenza y conciencia de su responsabilidad.
A los cultos analfabetos que padecemos en todas nuestras esferas sociales, les quiero hacer llegar una asombrosa noticia: los libros no son tan inútiles como ellos despreciativamente se figuran, y, si no para leer, en lo que ellos no los utilizan, sirven para otros menesteres no tan espirituales, y por ende despreciables, sino bien materiales y prácticos. Prueba al canto. Aunque desde que el Observatorio Nacional dió a conocer el peligro que para La Habana representaba la depresión existente en la mitad occidental del Mar Caribe, tomé en la Oficina del Historiador de la Ciudad, a mi cargo, en el Palacio Municipal, las medidas indispensables para evitar que fuesen dañados los documentos, libros, objetos históricos y publicaciones que se conservan en sus varios salones; sin embargo, cuando después de las diez de la mañana vino la recurva del meteoro y azotaba el viento con mayor intensidad, me pareció prudente, y aun necesario, extremar la precaución, y en consecuencia reforcé el apuntalamiento de puertas y ventanas, realizado desde el día 13, con las mesas de la Oficina, colocando sobre ellas paquetes de las publicaciones editadas por la misma Y guardadas en el almacén. Y las Actas Capitulares, Cuadernos de Historia Habanera, Poesías de Heredia, Vida y pensamiento de Martí, Vida y pensamiento de Varela, confirmaron la frase de Martí: «Trincheras de ideas valen mas que trincheras de piedras». Esos libros, que antes habian cumplido —aunque no lo crean los cultos analfabetos que padecemos — su misión de difundir cultura sirvieron ahora, también de barrera infranqueable a la furia del posiblemente mayor huracán que ha azotado a Cuba. Aunque no sea más que para estas emergencias, no resultan inútiles las bibliotecas, aparte de que nunca faltará quien tenga el raro capricho de leer alguno que otro libro.
En este ciclón se han observado otros hechos dignos de señalarse y encomiarse.
Ha habido un hermoso desbordamiento de solidaridad social. Numerosas brigadas de jóvenes del Partido Auténtico y del Partido Socialista Popular, durante todo el desarrollo del huracán, recorrieron las calles y visitaron las casas auxiliando a cuantos lo necesitaban y trasladándolos a lugares seguros o los heridos a las casas de socorro. Es consoladora esa identificación popular por las desgracias ajenas, como reprobable la existencia de una ínfima minoría de vagos, pepillos y chuheros, habitués de los billares, garitos y otros centros de vicios, que se lanzaron a la calle y hasta invadieron las casas en plan de juerga.
Merece cálidos elogios el señor presidente de la República, doctor Ramón Grau San Martín, por su diligencia en recorrer los barrios más afectados por el ciclón y ordenar personalmente las medidas para auxiliar a las víctimas del meteoro, y por la enérgica actitud asumida contra los especuladores y agiotistas, criminales aprovechadores de la desgracia popular.
Cumplieron, asimismo, espléndidamente, con su deber la Policía, los Bomberos y la Cruz Roja.
Como no hay mal del que no puedan sacarse aprovechables resultados, este ciclón debe servirnos para acometer en nuestra capital, firmemente, dos obras desde hace tiempo tan reclamadas como abandonadas: el total soterramiento de los cables de los servicios de energía eléctrica y comunicación telefónica, y la desaparición absoluta de los barrios de indigentes, mácula inconcebible de una gran capital como La Habana.
Si así se lleva a cabo, no será tan doloroso el recuerdo que nos quede a los habaneros del terrible huracán del 18 de octubre de 1944.
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1  A nuestro juicio todas las alabanzas que el autor muy merecidamente dedica al doctor Millás y al Observatorio Nacional, son igualmente justas en cuanto al padre Simón Sarasola y al Observatorio de Belén. Los partes emanados de ambos instituciones, publicados en la prensa y leídos por la radio, demuestran el acierto de ambos y el gran servicio prestado por ellos a todo el país. (Nota de la Redacción base).
 
Artículo histórico costumbrista publicado en la revista Carteles, 5 de noviembre de 1944.

 

Emilio Roig de Leuchsenring
Historiador de la Ciudad desde 1935 hasta su deceso en 1964.
 
 
 

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