En esta ocasión, el articulista nos comenta: «La Habana puede citarse como modelo, ejemplo y prototipo de ciudades escandalosamente sonoras».
Como Chaplin dice, sabemos muy bien que estamos completamente solos, pero más vale estar solo que en la compañía de la sonoridad ruidosa del cine sonoro.
 
Una de las mayores calamidades de la vida contemporánea es la superabundancia de sonoridad. A todas horas y en todos los lugares, principalmente en las poblaciones importantes, el rugido sonoro priva y domina con dictadura tan molesta y escandalosa como la de ciertos hombres providenciales que nos gastamos por esta bella América.
La Habana puede citarse como modelo, ejemplo y prototipo de ciudades escandalosamente sonoras.
Campanas, campanillas, timbres, fotutos, pregones, etc., etc., han vuelto a imponerse como en los mejores tiempos de su feliz reinado, y hoy arman, como antes, una algarabía de veinticinco mil demonios.
A darle sonoridad a los callejeros contribuyen los miles de aparatos de radio de servicio público que existen en establecimientos y casas particulares.
Hasta médicos y dentistas distraen a sus enfermos con audiciones de radio. Ignoro si ha podido comprobarse la bondad o maldad de este nuevo procedimiento curativo. Tanto o más temible que el radio es el cine sonoro. Y ¡cómo echo de menos, yo cinefan, aquel oasis de tranquilidad, reposo y recogimiento, que eran los salones cinematográficos, propicios a las más intensas y elevadas expansiones del espíritu, y a otras muchas expansiones, no menos intensas, aunque no tan elevadas!
Hoy podría llamarse a los cines la casa de los escándalos, pues ya el ruido apenas deja ver lo que está desenvolviéndose en la pantalla...
Hasta fenómenos, como tocadores de serrucho, de bombas de inflar neumáticos, etc., se exhiben —vistos u oídos— para desesperación de los cinefans.
Antes, en la época feliz del cine mudo, las películas podían ser mejores o peores, pero tenían el atractivo de que eran otra cosa distinta por completo al teatro, ya en decadencia y casi en ruina absoluta. Ahora el cine sonoro ha vuelto a resucitar el cadáver del viejo y desprestigiado teatro...
Y esto ni es arte, ni es cine, ni es teatro, sino ruido sonoro.
El maravilloso Charles Chaplin se ha manifestado siempre adversario decidido del cine sonoro... Chaplin afirma que «la voz rompe la fantasía, la poesía, la belleza del cinematógrafo y de sus personajes. Los personajes del cinematógrafo son seres de ilusión y su naturaleza se deriva precisamente del silencio en que viven. Bien entendido, el cinematógrafo es poesía y belleza creadas en un mundo de silencio, y sólo desde ese mundo de silencio sus personajes pueden hablar a la imaginación y al alma de quienes los contemplan. Hacerlos hablar es echar abajo todo su encanto... Ponerles voz a las sombras es una imbecilidad y un error, tolerable en todo caso como negocio, para quienes lo hacen, pero sin relación con el arte».
Obligado por las imperiosas demandas de los explotadores de films, Chaplin va a dirigir una película, parlante... por parte de los demás. Él permanecerá silencioso, interpretando a un sordomudo, y se propone, con otras cuatro o cinco estrellas que aman el film silencioso crear una sociedad. «Me figuro —declara— que podré gastar por año diez millones de dólares en producción de películas mudas. Por lo que a mí se refiere, por nada ni por nadie, trabajaré en una película sonora. Sé muy bien que estoy completamente aislado, pero no me importa, pues tengo el convencimiento de que aún hay mucho campo para la película muda y de que mi propia presentación en la cinta perdería en popularidad desde el momento en que tuviese que abrir la boca».
No estamos tan mal acompañados, con Chaplin, los cinefans, enemigos irreductibles del cine sonoro. Como Chaplin dice, sabemos muy bien que estamos completamente solos, pero más vale estar solo que en la compañía de la sonoridad ruidosa del cine sonoro.
 
(Artículo de costumbres tomado de Carteles, 29 de junio de 1930)
 
Emilio Roig de Leuchsenring
Historiador de la Ciudad desde 1935 hasta su deceso en 1964.
 

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