En esta ocasión, el articulista afirma: «Caer en las redes complicadas y sutiles de un tribunal, es desgracia mayor que ser atropellado por un camión, necesitar hacer una llamada urgente por teléfono o recorrer las calles de la Habana en Ford».

Es muy difícil, en el limitado espacio de que dispongo, estudiar las causas de nuestra actual desmoralización judicial. Solo puedo hacer brevísima síntesis, que probablemente resultará incompleta. 

Que la actual administración de justicia cubana padece hoy males casi idénticos a los que hemos visto padecía ya desde los primeros tiempos de la colonia, lo saben perfectamente todos los ciudadanos de la República, y en especial los infelices que se han visto empapelados, o aquellos otros, mas desgraciados aún, que han tenido que demandar justicia o defenderse de falsas acusaciones.
Caer en las redes complicadas y sutiles de un tribunal, es desgracia mayor que ser atropellado por un camión, necesitar hacer una llamada urgente por teléfono o recorrer las calles de la Habana en Ford. Tan solo pueden salvarse e ir adelante los pillos de profesión, porque están entre cúmbilas, que diría Fernando Ortiz.
Todo esto lejos de ser exageración, lo acaban de confirmar las tres más altas autoridades judiciales de la República: El Secretario de Justicia, el Presidente y el Fiscal del Tribunal Supremo.
El primero de ellos, en una reciente entrevista, afirmó: «Estoy dispuesto a destruir a todos los pillos que han asaltado la judicatura, a encarcelar a todo el que delinca, a depurar, en una palabra, el ambiente mefítico y empobrecido que respiramos desde hace tiempo a ser inflexible en cuanto a perseguir
a todos los bichos malos que infectaban—y aún infectan los juzgados de la República».
El Presidente del Tribunal Supremo de Justicia, en el discurso que en la apertura de tribunales de declara:
«Esta sociedad venía acusando la existencia de un descenso en el nivel intelectual y ético de la Administración de justicia. De la capacidad técnica de los jueces no hablaba— el puebo por su cuenta, claro está, por la opinión de sus Letrados, pero de la condición moral de la judicatura y de la de sus colaboradores inmediatos, si se quejaba por ciencia propia, porque sentía directamente los efectos de un proceder injusto, en modalidades diversas. Manifestaciones reveladoras de una verdadera alarma, se hacían oír en todas las esferas sociales… No era ello la expresión de este o aquel agravio originado en el incontable quebranto de uno u otro de aquellos intereses particulares sometidos diariamente a decisión en las contiendas judiciales, sino la continuada protesta contra una situación naturalmente contraria al interés nacional. Este fenómeno de descontento era de innegable certeza, y se imponía la necesidad de tomarlo en consideración para investigar la importancia y la intensidad del vicio, a fin de corregirlo».
Por su parte, el Fiscal del Supremo, en su reciente Memoria, dice:
«Todo organismo humano tiene sus lunares, y el Poder Judicial cubano, puede tener, tiene seguramente, por desgracia, algunas manchas».
Pero, ¿a qué se deben esos defectos, males y vicios de que adolece nuestro Poder Judicial?
Es muy difícil, en el limitado espacio de que dispongo, estudiar las causas de nuestra actual desmoralización judicial. Solo puedo hacer brevísima síntesis, que probablemente resultará incompleta.
En primer término, la desmoralización judicial no es sino una modalidad de la desmoralización que en todos los órdenes ha venido sufriendo la República, casi desde su fundación, con el arrastre hereditario que nos legaron los colonizadores españoles.
Durante cuatro siglos de colonia el país se acostumbró a comprar jueces y magistrados y a burlar la ley, con la agravante de que entonces el burlar la ley, o no someterse a ella, era un acto patriótico, porque la ley era española. Vino la República, y hemos seguido burlándola, sin acordarnos que ahora esa ley es ley cubana y cubanos sus representantes y guardadores.
Ya en plena República, comienza durante el proconsulado de Magoon, aquel maestro de corrupción que para poner remedio a nuestros males nos enviaron nuestros tan decantados mentores, el gran período de franca desmoralización política, administrativa, económica y hasta social, que en marcha constante y progresiva ha llegado hasta los días actuales.
El Poder judicial no se pudo sustraer a esa general concupiscencia y pasó a engrosar también el ejército de los favorecidos del Ejecutivo, de las camarillas afortunadas, de las fortunas improvisadas de la mañana a la noche, de las botellas para sí o para parientes, amigos o amigas, de las colecturías, de los viajes a costa del Estado, de los suntuosos palacetes, de las flamantes máquinas…
Han sido estos últimos años de vida republicana una danza macabra en la que nuestra sociedad, loca y desenfrenada, se entregó al disfrute de todos los placeres y a la explotación de las rentas del Estado, sin cortapisas ni pudor, con cínico alarde de sus vicios y de sus atracos con pública ostentación y disfrute del dinero sacado de las arcas nacionales. En esa danza se veían también, en abundancia, togas y birretes…
Quedan indicados, en la herencia colonial y el mal ejemplo republicano, las causas primordiales de la desmoralización judicial.
Vienen después las siguientes, de entre las que faltarán aún algunas: la incompetencia, la haraganería, la cobardía y la guataquería.
De la incompetencia es culpable, en primer término, la Universidad, fábrica de doctores, de donde se sale sin saber hojear unos autos y sin haber asistido nunca a una vista o a un juicio oral, ni haber redactado jamás un escrito. El juez incompetente tiene que entregarse al escriban o viejo, práctico en triquiñuelas, ducho en picardías, listo en atracos.
El juez ignorante es más tarde magistrado incompetente. Los he conocido yo hasta sin ortografía, que en las minutas de las sentencias, cuando dudaban si una palabra se escribía con «c» o con «s», ponían ambas letras, una encima de la otra, para que el escribiente eligiera la que indicaba la Academia.
Es necesario que nuestra Universidad sea un verdadero centro de cultura y de enseñanza, teórico y práctico; y es indispensable que la entrada en el Poder Judicial sea por rigurosa oposición.
La haraganería es vicio inveterado de magistrados y jueces. Una vez conseguido el puesto, como para ascender no se requiere competencia sino influencias, no es necesario estudiar más y basta trabajar lo menos posible. Yo he presenciado echar abajo todo el archivo de un tribunal, buscando un rollo de audiencia donde el magistrado recordaba que se había puesto un auto que tal vez vendría bien para el caso discutido, ahorrándose con ello el hacer una nueva minuta. En las sentencias, cuántas veces se define el delito en el resultando probado, como sistema más breve, y también más seguro para que el Supremo no la case. En los juicios orales, y las vistas, donde se juega la vida, el porvenir o la fortuna de una persona o de una familia, los magistrados se desentienden por completo del acto que se celebra, dedicándose a despachar sus ponencias, para tener más tiempo libre de descanso o esparcimiento, al salir del tribunal, o duermen, como unos benditos, si la digestión del almuerzo ha sido un poco difícil.
La cobardía y la guataquería surgen como consecuencias de la dependencia del Poder Judicial al Ejecutivo. Hay muchos jueces y magistrados incapaces de venderse por dinero, pero sumisos siempre a las indicaciones del Poder, con la esperanza de que éste le ayude a ascender en su carrera. ¡Cuánto habría que decir en este sentido! Sí habláramos, refiriendo lo que conocemos personalmente o nos han contado personas veraces, ¡cuántas reputaciones de jueces y magistrados tenidos por absolutamente incorruptibles, caerían de sus falsos pedestales! Magistrados y jueces intratables, déspotas con el infeliz, de gesto siempre airado y cara de cemento, ¡cómo se doblegan se humillan se rebajan ante un representante un senador, o un familiar del Presidente, y cómo prevarican para complacer al Ejecutivo!
Considero la independencia del Poder Judicial, previamente moralizado, como indispensable para su recto y honorable funcionamiento, con el Tribunal Supremo como órgano superior de dicho Poder, al cual no se pueda entrar sino mediante riguroso examen, como ya he indicado, y en el cual se ascienda por justo escalafón.
Pero hay algo que no es posible poner en leyes y que es difícil reglamentar, pero que no puede dejar de exigírseles a magistrados y jueces: la dignidad de la toga, el respeto a su cargo y a la alta misión social que desempeñan. Para que infundan respeto al pueblo es preciso que se den a respetar ellos mismos, no solo en el desempeño de su cargo sino hasta en su vida privada.
¿Cómo va a creer en la justicia el infeliz jugador de bolita que acude ante un juez y es condenado por el mismo, si sabe que la noche antes ese funcionario ha perdido en un club elegante o en un casino de moda varios miles de pesos sobre el tapete verde? ¿Cómo va a respetar el pueblo al magistrado o al juez, cuando están sentados en la sala o en su despacho, con el escudo de la República sobre sus cabezas y la figura de la Justicia, con su clásica venda cubriéndole los ojos, si ha visto a ese mismo magistrado o juez, persiguiendo chiquillas en los tranvías o en los cines, o sabe que la mejor recomendación que puede llevársele es la de… (tal autoridad del Estado, la Provincia o el Municipio, en con lo que está igualado), o la de su amiga... Fulanita de Tal?
Después de este cuadro, que a grandes pinceladas hemos pintado, del actual estado de la administración de justicia, de sus principales , vicios, males y defectos, cuadro que sabemos no habrá quien se atreva a ponerle peros, porque el único pero que puede tener es el haber quedado incompleto o ser demasiado pálido en sus colores; después de este cuadro, repito, no nos queda mas que tributar un aplauso, que será coreado por todos los cubanos de buena voluntad, al Presidente de la República y al Secretario de Justicia que han propuesto moralizar nuestra administración de justicia.
Magistrados, jueces, escribanos, ¡atención! ¡a la justicia prenden!

(Artículo de costumbres tomado de Carteles, 25 de octubre 1925)

 

Emilio Roig de Leuchsenring
Historiador de la Ciudad desde 1935 hasta su deceso en 1964.

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