Sobre la tendencia de las mujeres a la chismografía –«única forma hablada de elocuencia» que poseen– trata este artículo en el que Roig refiere, además, el caso de algunos hombres que «hablan demasiado».

«La chismografía en La Habana está perfectamente organizada y reglamentada. Hay grandes centros o lugares donde periódicamente se reúnen las mujeres para dedicarse a la chismografía».

En Cuba podemos decir que, salvo honrosas excepciones, todos los hombres son oradores y todas las mujeres, chismosas.
 Confirma esta regla, la existencia de individuos completamente mudos o, a lo más, monosilábicos, a causa de su agudo pachequismo; hombres de inmenso talento… callado, famosos sabios e ilustres estadistas cuya verdadera sabiduría consiste en no hablar, adoptando, eso sí, para todo, la bella pose del Pensador de Rodin. «El silencio es oro», sostienen ellos, y, efectivamente, casi siempre les produce oro y otros metales.
Lo que sí resulta difícil de encontrar es una mujer que no sea chismosa. La chismografía es la única forma hablada de elocuencia que poseen la mujeres. Sabemos que la elocuencia es el don natural de la persuasión, y la oratoria, el arte, la manera de la elocuencia.
Las mujeres, para persuadir y convencer, jamás emplean la palabra; queda ésta reservada al hombre. El hombre habla, ruega, suplica, increpa, apostrofa. La mujer, conociendo que en ella el don de la elocuencia no está en la palabra articulada, sino en la palabra vivida, nunca usa aquélla en los instantes supremos, en los momentos solemnes. Cuando ella quiere convencer, calla, pero actúa. Recuerdo que una mujer muy sabia en cuestiones de amor, me dijo hablándome de uno de sus amantes:
—Es un hombre encantador, simpatiquísimo, pero en ciertas ocasiones habla demasiado.
A la mujer le basta un gesto, una mirada, para resolver a su favor la más difícil, ardua y complicada de las situaciones. Y la elocuencia de una caricia o de un beso, no ha sido hasta ahora, ni lo será por los siglos de los siglos, superada nunca.
Las mujeres conocen que, hablando, el hombre —si es medianamente inteligente, pues de todo hay en la viña del Señor—, las envuelve, las ofusca, las sugestiona, las derrota; y que, en cambio, en los gestos, en los ademanes, son torpes; y no hay nada más contraproducente que la inoportunidad de un gesto o de una caricia.
Se afirma, por el contrario, que las mujeres son comediantas consumadas. Poseen el arte supremo y exquisito de la mímica. Así como el orador confirma lo que está diciendo, con sus ademanes, la mujer usa la palabra para dar mayor fuerza a sus gestos; en estos casos sus frases llegan a alcanzar una plasticidad asombrosa, admirable.
Buena prueba de cuanto dejo dicho nos la ofrece el cinematógrafo. Existen actrices eminentes, de facultades extraordinarias: Priscilla Dean, la Bertini, Pina Menichelli… No ha habido todavía, ni es fácil que se encuentre, un gran actor, y aun los que, como Novelli, son verdaderos genios de la escena, cuando lo vemos en películas nos resultan amanerados, artificiosos.
¿Cómo utilizan las mujeres la elocuencia hablada? En la chismografía. Poseyendo un gran espíritu observador, un profundo conocimiento del corazón humano y una fina y delicada percepción de las cosas y las personas, saben darse cuenta, en un instante, de todo cuanto las rodea, del lado flaco de los seres a quienes conocen; y, maestras de la ironía y la sátira, con una palabra o una frase, inutilizan y matan a aquel que se les interpone en su camino.
A la posible rival que se figuran puede arrebatarles el hombre que a ellas les gusta o les conviene, la destrozan, la descuartizan, en público y en privado; dirigirán sus dardos contra aquello de lo que más presume o se enorgullece su víctima; llegarán a afirmar que su belleza es ficticia, que el carmín de sus labios, que sus ojeras y el rosa de su cutis son falsos, son pintados; que sus bellas formas son postizas; que si usas tales o cuales esencias es con el único fin de disimular otros olores. Y en su elegancia también se cebarán, haciendo resaltar los pormenores ridículos o cursis de su toilette.
Si esto no basta para conseguir el fin que se han propuesto, acudirán entonces a la maledicencia y la calumnia, poniendo en la picota pública las interioridades de su hogar, los más mínimos detalles de su vida privada. Conozco mujeres que han llegado al extremo de tomar una criada, que acababa de salir de casa de una amiga que odiaban por suponer que era su rival, con el fin de enterarse de las interioridades de la casa.
Con el hombre que las desprecia o las ofende o tiene con ellas un acto de descortesía o de indiferencia, son asimismo implacables… y en muchas ocasiones, justas. El hombre chismoso por despecho, es un ser despreciable, indigno, cobarde. Martí decía:

«¿De mujer? Pues puede ser

que mueras de su mordida;

pero no empañes tu vida

diciendo mal de mujer!»*

La chismografía en La Habana está perfectamente organizada y reglamentada. Hay grandes centros o lugares donde periódicamente se reúnen las mujeres para dedicarse a la chismografía. Es conocidísima una gran tienda de ropa, situada en uno de los sitios más céntricos de La Habana. Allí, mañana y tarde, en horas de compras, se congregan, a arrancarle la tira del pellejo a todo bicho viviente; y, hasta los mismos dependientes las ayudan y auxilian, proporcionándoles datos de los demás marchantes de la casa, como harán de cada una de ellas con las restantes. Y esta chismografía se convierte a veces en espionaje. Conozco el caso de una señora que fue avisada inmediatamente por teléfono, que su marido se encontraba en esa tienda hablando con otra dama. Y también el de un marido al que le llamaron la atención de que su esposa estaba flirteando con un joven.
Existen igualmente asociaciones femeninas que convierten sus días de juntas, o de recibo, en clubs conspiradores o de chismografía. Todas las asociadas van aportando, como en las antiguas sociedades secretas, los informes que han podido adquirir. Los mayores misterios se descubren, y aclaran; el último acontecimiento social se da a conocer; los disgustos de la familia, los reveses de fortuna y hasta las cuestiones políticas se discuten y, a veces, se resuelven allí, pues sus asociadas pertenecen a todas las clases sociales y, principalmente, a las más encumbradas.
Los centros menores de chismografía son incontables; todos aquellos lugares donde se reúnan dos o más mujeres: visitas, días de recibo, de santos, teatros, bailes…
Los medios transmisores de chismes: las cartas, los anónimos, el teléfono, este último el más usado hoy en día.
Tales son la vida y milagros de las chismosas, fieles de esa nueva religión que practican con fervor y entusiasmo muchas mujeres de La Habana, en salones y ciudadelas.


* José Martí, «Versos sencillos», Obras completas, t. XVI. Editora Nacional de Cuba, 1964, pp. 116.
Emilio Roig de Leuchsenring
Historiador de la Ciudad desde 1935 hasta su deceso en 1964.

Escribir un comentario


Código de seguridad
Refescar