Bajo distintos nombres se conocía a un tipo de personaje algo místico y sensual, religioso y fanático que, al mismo tiempo, daba la impresión de vivir en otro siglo. De Fray Gonzalo, Cucaracha o Canalejas nos habla este cronista.

«A pesar de su religiosidad y de su fanatismo, no ha podido aún este pobre místico sensual dominar la carne, que a menudo se le rebela, imperiosa y dominadora».

Este tipo, conocido también por los nombres de Fray Gonzalo, Cucaracha y Canalejas, es uno de los más populares que posee nuestra capital.
 ¿Es un loco? ¿Un sinvergüenza?
Yo más bien me inclino a creer que es un enfermo.
Místico y sensual al mismo tiempo, de vivir en otro siglo, tal vez hubiera terminado sus días, o en las soledades del desierto haciendo penitencia, o en las hogueras de la Santa Inquisición.
Religioso, hasta el fanatismo, se pasa las mañanas en las iglesias.
Entra, y a grandes pasos atraviesa, con la vista baja y las manos en el pecho, la nave principal para ir a arrodillarse a los pies del altar mayor. Besa el suelo muy devotamente, se persigna y se da varios y fuertes golpes de pecho, saca un voluminoso libro de misa o un rosario, y se entrega de lleno a la oración.
A veces, vierte amargas lágrimas como de arrepentimiento y dolor de sus faltas; otras, transfigurado el rostro, nos parece preso de éxtasis sublime. Y mientras tanto sus dedos recorren, nerviosa e inconscientemente, las cuentas del rosario.
Termina la misa en esa iglesia y marcha presuroso a asistir a otra. Y así pasa devotamente, de iglesia en iglesia, toda la mañana.
Durante el resto del día, y cuando no hay otras fiestas religiosas —bautizos, novenas, visitas al Santísimo— que distraigan su atención, recorre incansable las calles, ya predicando el amor a Dios como única fuente de salvación ya censurando y anatematizando los vicios y pecados de la humanidad.
En ocasiones, se detiene frente a los establecimientos de modas a la hora en que estos se encuentran llenos de encantadoras marchantas que acuden allí a comprar o para pasar el rato, y con voz cavernosa y profética les dice a las bellas hijas de Eva.
—Mujeres: os ocupáis de adornar vuestros cuerpos, descuidando por completo vuestras almas. Día vendrá en que esos vestidos y esas joyas no os sirvan ya para cubrir vuestras carnes, hoy tentadoras y mañana pasto de los gusanos. ¡Arrepentíos de vuestras faltas; llorad vuestros pecados, que vuestro fin se acerca!
A raíz de la persecución que, al decir de los católicos, emprendió Canalejas en España contra las comunidades religiosas, pasó nuestro biografiado una de las épocas más accidentadas de su vida.
Los muchachos callejeros, para hacerle rabiar, le gritaban:
«¡Huye, que te coge Canalejas!»
Mariposa se volvía furioso contra ellos, y a grandes voces pedía para el entonces Presidente del Consejo de Ministros de España, todas las penas y atrocidades que para sus fieles servidores dicen que guarda Pedro Botero.
La verdadera persecución fue para Mariposa —que desde entonces se llamó Canalejas—, pues las trompetillas y pedradas que le arrojaron los mataperros menudearon más que de costumbre.
Cucaracha, además de la obsesión religiosa, padece otra no menos terrible: la de figurarse que a él lo tienen por loco.
Y para destruir esto se pone a recitar cánticos devotos o a referir algún suceso importante acaecido recientemente, terminando siempre con estas palabras:
—¿Ustedes creen que el que recuerda esos hechos es un loco? ¡Yo no estoy loco, yo no estoy loco!
Más, a pesar de su religiosidad y de su fanatismo, no ha podido aún este pobre místico sensual dominar la carne, que a menudo se le rebela, imperiosa y dominadora.
Yo le he visto, al cruzar por delante de una mujer hermosa, detenerse un momento a contemplarla, murmurando:
—La belleza es un don divino, y como tal debemos adorarla.
Pero en seguida, como si pasase por su mente una idea pecaminosa, fuera de sí, se ha llevado las manos al rostro y ha emprendido la carrera, exclamando a grandes voces:
—¡Señor: ¡líbrame de un mal pensamiento y de una mala hora! ¡Señor, sálvame, que me pierdo!
Lector, ¿no es cierto que este pobre hombre, como al principio te decía, más que un loco o un sinvergüenza parece un enfermo?
Y ¿no es verdad que, si en lugar de vivir en este siglo, materialista y escéptico, hubiera nacido en aquellos tiempos sencillos y dichosos en los que la fe dominaba al mundo, hoy sería Fray Gonzalo adorado en los altares?
Y su vida, llena de martirios infinitos y milagros edificantes, lejos de narrarla un mísero pecador como yo, la hubiera escrito, seguramente, un piadoso y docto padre de la Iglesia, muy versado en latines y en cosas del cielo.

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