También a la moda –«tirana de la sociedad moderna»– estuvieron operaciones que llegaron a gozar de gran refinamiento y popularidad, fundamentalmente las de extirpación del apéndice y las amigdalas.
¡Desventurada, antaño, la familia, alguno de cuyos miembros tenía que someterse a una operación! ¡Orgullosa y regocijada hoy, cuando tiene esa suerte, si la operación que debe practicarse es alguna de las consideradas como «operaciones de moda»!

De verdaderos suplicios inquisitoriales que eran en otros tiempos, no de muy lejanos, las operaciones quirúrgicas, han llegado a perfeccionarse de tal manera, suprimiendo casi por completo el peligro de muerte y hasta el sufrimiento, gracias a los progresos de la cirugía y el uso de los anestésicos, que hoy varias de ellas han sido elevadas a la categoría de cosas a la moda, constituyendo verdaderos acontecimientos sociales y siendo consideradas como señal de distinción y refinamiento, aunque a otras se les tache de poco elegantes y finas.
 La moda, tirana de la sociedad moderna, más dominadora aún que los Mussolini, Primo de Rivera, Leguía o Juan Vicente Gómez, ha invadido el campo ayer solo reservado al sufrimiento y la angustia convirtiendo en actos casi públicos, a los que se rodea de la mayor divulgación y anuncio posibles, aquellos que antes se consideraban como una desgracia o defecto que debía ocultarse o disimularse y hasta producían a motivos de vergüenza y sonrojo.
¡Desventurada, antaño, la familia, alguno de cuyos miembros tenía que someterse a una operación! ¡Orgullosa y regocijada hoy, cuando tiene esa suerte, si la operación que debe practicarse es alguna de las consideradas como «operaciones de moda»!
Las que han logrado tan elevado calificativo y monopolizan hoy el cetro de la moda, el refinamiento y la popularidad, son la extirpación del apéndice y la de las amigdalas.
Fue la apendicitis la primera enfermedad de los tiempos modernos que se puso de moda. Desconocida casi y no popularizada hace años, o confundida con el vulgarísimo cólico miserere, ofreció al empezar a diagnosticarse, aspectos verdaderamente terribles por las numerosas víctimas que producía, evolucionando en poca peligrosidad hasta llegar a alcanzar el mínimum de riesgo y convertirse en moda y acontecimiento social.
–Me he enterado que te vas a operar, chica. ¿De qué te operas? –se oye preguntar frecuentemente entre amigas y conocidas.
–De apendicitis –contesta la interpelada dándose importancia.
–¡Ay, qué bueno! –le replica envidiosa la otra, si no está operada.
–Te iremos a ver todos los días. Supongo que irán también Rodolfito, Chicho y Pepe. ¡Ya verás, chica, qué ratos tan agradables vamos a pasar!
Y así sucede. Tal es la fama de que goza la apendicitis y el entusiasmo social que despierta y orgullo que produce el ser uno operado de esa enfermedad tan simpática y tan chic, así como su complemento necesario, o sea la estancia, durante varios días, en la clínica.
Y para que se vea lo que influye la moda en esta enfermedad, basta fijarse que no da casi nunca ni a hombres ni a señoras de alguna edad, sino a esposas jóvenes y presumidas, y a muchachas, principalmente a éstas en más de un noventa por ciento.
La apendicitis llega a constituir hoy el verdadero complemento de educación social de una muchacha, sin el cual, puede decirse que no es verdaderamente distinguida y elegante, siendo la cicatriz que queda en el lado derecho del bajo vientre, como la rúbrica que pone el cirujano para atestiguar la aristocracia de su poseedora, firma más valiosa que la estampada antaño por el rey en las cartas de nobleza.
Ya desde que empiezan a sentirse los primeros dolores y síntomas anunciadores, más o menos ciertos, de la apendicitis, la familia se alboroza, muchacha se enorgullece, adoptando con sus amigas un aire pretencioso de superioridad. Se da la noticia a las amistades, que como es natural, felicitan con cierta envidia a la familia y a la muchacha. Se manda un sueltecito a los cronistas sociales para que anuncien el acontecimiento, precursor de la gran apoteosis, la operación. Se selecciona la clínica que va a elegirse.
–Yo creo que debes operarte en la clínica del doctor X. A. –le dice a la que no podemos llamar paciente, una amiga.
–¿Tú crees que es la mejor?
–Si, chica; es la más distinguida. Toda la gente elegante se opera allí.
(Como se ve las condiciones científicas y de asistencia en la clínica, no rezan para nada).
Se consulta a varios médicos sobre la enfermedad, pasando entonces la familia y la enferma momentos de incertidumbre y hasta de angustia, no porque se confirme la dolencia, sino al contrario, porque resulte que no es apendicitis. ¡Qué vergüenza y qué ridículo en este caso! ¡Cómo se burlarán las amigas!
–¡Oye, chica, ¿te enteraste? Lo que tenía Cusita no era apendicitis. Ya yo me lo figuraba. Es muy cursi y virulilla para eso.
Si el diagnóstico general es negativo, la familia y la enferma tratarán de ocultarlo.
–Los médicos dicen que es casi seguro que sea apendicitis, pero muy benigna y que debo esperar que me dé otro ataque.
Si el otro ataque viene, será anunciado a bombo y platillo y la muchacha, elegantonamente trajeada, recibirá en la cama y con la bolsa de agua helada puesta en el interesante sitio de rigor, a sus amigas y amigos.
Y cuando ya se confirma y ratifica definitivamente que es apendicitis y necesita operarse, toda la familia se pone en movimiento, la casa será un ir y venir constante: el aviso por teléfono a las amistades, la visita del doctor, los viajes a las tiendas, etc. Se trabajará afanosamente para confeccionar la habilitación de la muchacha, porque una operación de moda requiere, casi tanto como un buen médico, una buena habilitación.
En esto de las habilitaciones pasan en Cuba cosas curiosísimas. Para todo necesitan las muchachas habilitarse: para la boda, para un viaje, para una temporada en el campo o la playa, para una operación y hasta para hacer ejercicios espirituales. Los pintorescos ejercicios espirituales, que también como acto social a la moda, se celebran una vez al año en un famoso colegio, también a la moda, de nuestra capital.
La habilitación de la muchacha que se va a operar, requiere cuidado y tacto especiales en su selección. Es una habilitación para estar en la cama y recibir, en ella a las visitas, tanto amigas como amigos. No hacen falta, pues, trajes de calle o soiree, ni sombreros o zapatos, sino ropa interior y de cama. Finas sábanas, almohadas, cojines y sobrecamas, todo con la mayor cantidad de encajes y calados.
¡Ah, los calados! En lo que hay que prodigar y distribuir inteligentemente los calados es en la camisa, para que deje adivinar convenientemente aquellas bellas formas de la muchacha, y hasta las muestre, así al descuido, al mover un brazo, levantar la cabeza, cambiar de posición o inclinarse para tomar jugo. Esta robe, que siempre es conveniente, se hace indispensable cuando la muchacha tiene un enamorado que no acaba de decidirse. Ahora se le va a dejar ver, casi al natural y rodeado de maravillosa decoración, lo que puede ser suyo si al fin se decide, y formaliza las relaciones. ¡Cuántos matrimonios han salido de las clínicas, gracias a las operaciones de apendicitis!
Ya la habilitación está lista. El cirujano, de moda también, elegido así como la clínica elegante. Falta tan sólo una cosa: que el máximo pontífice de la crónica social, el gran Fonta, dedique al evento social, unas líneas anunciando la operación.
(En el próximo número veremos lo que en la clínica ocurre.)

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