Con agudo tono humorístico el cronista refiere los dos aspectos de la botella en los teatros, y describe los dos grupos en que se dividen los botelleros que allí acudían: los de entrada general y de localidades.

En La Habana, donde la botellería teatral alcanzó proporciones inconcebibles, se le llamó botella al derecho de entrar gratis en un espectáculo, y, botellero al que de esa manera asistía al mismo.

Un empresario habanero ha puesto de nuevo sobre el tapete el problema, tantas veces discutido y jamás solucionado, de la botella en nuestros espectáculos teatrales.
La botella, el botellerismo – y hasta extranjeros lo saben– ha llegado a convertirse en una de las modalidades del carácter cubano, algo propio de nuestra idiosincrasia, inherente a ella. Se nace con el deseo de ser botellero. Se vive y se muere con esa necesidad, imperiosamente sentida por los cubanos.
No es necesario decir lo que es la botella: la costumbre endémica en nuestra República de tener algún puesto, recibir alguna remuneración, favor o beneficio – el primer caso sin trabajar, en los segundos sin costo ni desembolso de ninguna clase– completamente gratis o de guagua.
Al través de los años y según las épocas la botella ha evolucionado, modificándose y transformándose, pero nunca ha desaparecido, y aún hoy, en plena época regeneradora (!) la botella existe, si no en la misma cantidad que antes, sí en calidad asombrosa y enorme, y váyase lo uno por lo otro. Ha desaparecido la botellita para el infeliz, la de $ 40 o 50; pero existe el botellón aristocrático para el cacique, el leader político, el muñidor electoral, de $ 300 a 500 mensuales, o más. La única diferencia, pues, es que el pueblo hoy no se beneficia. Al buen juicio de los lectores dejo el resolver si en este sentido hemos mejorado o empeorado.
Pero volvamos a la botella teatral.
Precisamente, el origen y cuna de la botella está en los espectáculos públicos. Nuestro doble, el costumbrista Roig de Leuchsenring, ha descubierto que se le llamó botella al derecho de entrar gratis en un espectáculo, y, botellero al que de esa manera asistía al mismo, porque, durante la ocupación militar norteamericana, en el Frontón de Jai–, había unos muchachos que llevaban a los pelotaris, en los ratos de descanso del juego, botellas de gaseosa o cerveza, para que se refrescaran, y, a cambio de ese servicio, se les permitía entrar gratis en el Frontón, y como santo y seña a los porteros que cuidaban de la entrada, les enseñaban la botella que traían, comprada para el pelotari en uno de los cafés cercanos.
Se empezó a llamar a estos muchachos botelleros, porque entraban de botella en el espectáculo, aplicándose, poco a poco, tal acepción para expresar la condición de las personas que entraban en los teatros y demás espectáculos, sin pagar, o de botella.
Por cierto que ese botellero de espectáculos, tiene una muy rancia y noble antigüedad, que se remonta, como observa Fernando Ortiz, hasta la Madre Patria Andalucía. «Ya en 1604, dice, los faranduleros del Viaje Entretenido, de Agustín de Rojas, se quejaban de esta suerte: "¿Pues si eso no fuera, había otra para la comedia como Sevilla? Porque de tres partes de gente, es la una los que entran sin pagar, así valientes como del barrio. Y estorbárselo no tiene remedio". El comediante compuso una saladísima loa a los bravucones y sabrosones que no pagaban y hablaban mal de la comedia, y de los honrados espectadores que pagaban, cuál era su deber: "no sólo quien no paga se contenta – con hacernos tan solo un solo daño, sino que quien lo escucha se deshonra, – y toma el no pagar como punto de honra". Y aún, tras la loa, platican los cómicos diciendo: "Pero lo que espanta en Sevilla es que haya tanta justicia, y no tenga remedio esto de la cobranza. Muchas diligencias se han hecho y no han aprovechado, porque el hombre que acostumbra a entrar de balde, si le hacen pedazos no han de poder resistirlo. Muchos autores lo han querido llevar a rigor, y no es posible. Antes si riñen con uno es peor. Porque ha de entrar aquél con quien riñen y otros veinte que a hacer las amistades se ofrecen"».
En La Habana, la botellería teatral ha llegado a alcanzar proporciones inconcebibles. No sólo entran gratis en los espectáculos los periodistas, que muchos de ellos podrían tener cierto derecho, en justa reciprocidad por la propaganda que hacen de los espectáculos en los periódicos, sino también individuos y familias, sin más motivo que lo justifique o explique que el haber entrado gratis una vez, – el ser amigos o conocidos de porteros, cómicos o empresarios o – asombrosa– ser políticos de influencia o representantes, concejales o simples policías de la demarcación y también los chauffeurs de las familias que asisten a la función. Y hasta hay quien goza de esta botella a título de persona rica (!); no conformándose muchos con la simple entrada, sino que, además, exigen una luneta o palco para sus amigos o familiares. Y se ha dado el caso de que muy altas autoridades, que por el Reglamento de Espectáculos tienen señalado palco especial en el teatro, han invitado y hecho entrar gratis con ellas a familias enteras de la más alta sociedad y hasta millonarias, que llegaban al teatro en sus magníficos autos, cargadas las señoras de joyas, dueños los hombres de ingenios o bancos, y al llegar a la puerta se limitaban a decirle a los porteros:

– al palco del Presidente, o del Gobernador, o del Alcalde.

Se dio el caso de que en un teatro de esta capital, asombrado el empresario de la enorme cantidad de botelleros, quiso averiguar de qué derecho se creía asistido cada uno de ellos, inquiriéndolo de los mismos, en la puerta, y se encontró con que algunos, cogidos de sorpresa, confesaron ingenuamente:

–, señor, voy a serle franco, yo mismo no sé por qué entro gratis; una vez entré con un amigo, y desde entonces lo vengo haciendo todas las noches.

Como se ve este problema de la botella ofrece gravísimos trastornos y complicaciones y hasta déficit a los empresarios teatrales, ya que disminuye sus entradas, aparte de los disgustos que a diario les ocasiona.
Muchas veces han intentado hacerle frente y tratar de resolverlo, pero siempre han fracasado. ¿Por qué? Por falta de habilidad.
La botella en los teatros tiene dos aspectos y los botelleros pueden dividirse en dos grandes grupos.
Uno, el botellero de entrada general, que es el periodista, el amigo del empresario o de algún artista, o el que es botellero desde hace años, por costumbre, por tradición. Todos estos se limitan a entrar en el teatro, las más de las veces a mitad de función o cuando está terminando, y después de hacer un recorrido, para ver cómo está de público la sala, si hay alguna localidad vacía se sientan, si no, se quedan en el vestíbulo conversando con algún amigo. Este es el botellero más inofensivo. En realidad no perjudica en nada o en muy poco al empresario, porque si no tuviera la botella no entraría en el teatro. Es un propagandista del espectáculo, y no digo nada si se trata de un verdadero periodista, redactor o repórter, dispuesto siempre a darle bombo al empresario amigo. Si todo el teatro está vendido, él se quedará de infantería tras los palcos, o se irá. Si hay poco público, hará el favor de llenar, con su presencia, algo más la sala. El único abuso en esta clase de botelleros tal vez sea, el de aquellos individuos de acomodada posición que entran gratis, a título de ricos, sin posible compensación para el empresario; pero estos no son tan numerosos, y fácilmente puede suprimírseles la botella.
El otro grupo de botelleros, sí es realmente funesto: es el botellero de localidades, el que pide y ocupa gratis palcos y lunetas. Representan un déficit constante y cuantioso en nuestros espectáculos. Estos botelleros empiezan en el Presidente de la república, Gobernador, Alcalde, Secretario de Gobernación, Directores de periódicos, redactores, amigos del empresario y terminan en el infinito. Es el señor que no se conforma con entrar él y hasta pedir una luneta, sino que entra con su familia o sus amigos y pide varias lunetas o un palco y a veces varias lunetas y varios palcos, o es también la autoridad o periodista que tiene localidades de preferencia para cuando va al teatro, y él interpreta esa cortesía que con él tienen los empresarios, como un derecho, y su localidad como una propiedad, y cuando no va él se la cede a personas de su amistad, casi siempre gente rica. Ha habido jefes del Estado, gobernadores, alcaldes, etc., que no se han conformado con ir ellos y su familia, sino que han pasado también, gratis o de botella, a amigos y amigas ricos, sin pagarles siquiera la entrada general; y otras de esas autoridades que noche tras noche han mantenido ocupados sus palcos en todos los teatros de La Habana, sin que en ninguno de ellos estuviera, por cierto, la persona que por ser tal autoridad tenía derecho al palco. Y lo mismo ocurre con localidades señaladas a determinados periodistas.
¿Qué actitud han tomado los empresarios cuando han querido resolver el problema de la botella?
Pues, han cambiado de porteros y han hecho que se detenga en la puerta a todo el que pretendiera entrar gratis. Resultado: disgustos, protestas, cuestiones personales, ataques en los periódicos? y nada resuelto, porque al fin la mayor parte de esos botelleros de entrada general, eran periodistas y amigos a los que no podía negárseles la botella.
En cambio, no se han ocupado nunca de restringir la otra botella, la realmente perjudicial, la de localidades, y dejaban pasar a todo el que venía con su boleto de luneta o palco gratis, ni negaban tampoco ninguna de las peticiones de esta naturaleza. Consecuencia: que tenían el teatro lleno o casi lleno, pero al hacer el balance de la noche, se encontraban con pérdida, porque la mitad de los palcos y las dos terceras partes de las lunetas las habían dado de botella.
¿Dónde, pues, está el camino para la solución del problema? En la restricción de la botella de localidades. Dense en buena hora a los periódicos las que, previamente puestos de acuerdo con el Director, el propietario o el administrador, se convenga dar durante la temporada. Esto no sería ya botella sino pago, con localidades, de la propaganda. O ajústese ésta pagándola en dinero invertido en anuncios, o reclamos con la condición de que se paguen también en dinero las localidades que deseen los redactores del periódico. Suplíquese a las autoridades que tengan en cuenta que los palcos gratis que se les dan son para ellas y sus familiares, no para regalárselas a sus amigos o conocidos. Y niéguese a todos los demás las localidades de botella, en la seguridad de que la han de comprar porque los familiares les obligaran que las compren para no dejar de ir al teatro. En cuanto a los botelleros de entrada general, selecciónense y aquilátense los derechos de cada uno, que con ello se llegará al justo medio.
¿Os parece bien señores empresarios, el consejo que os he dado?
Pues, os lo doy, ¡de botella!

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