La moda la indumentaria femenina hace reflexionar al articulista «principalmente en lo que se refiere a acortar la saya para mostrar ya totalmente las piernas, y la conquista, que ahora ha empezado a realizar de los muslos, para ofrecerlos también a la crítica de las otras mujeres y a la curiosidad, admiración y codicia de los hombres».
«...muchachas y señoras en calles, teatros y otros lugares públicos y en salones, muestran naturalmente sus piernas, y al sentarse, además, las rodillas y parte de los muslos, sabiendo que todo ello se les ve, sin ruborizarse porque así suceda».

 No. No se asusten. Pueden leer este artículo, a pesar de su título, sin peligro alguno. No voy a hablar sobre eso. Es de otra cosa. Ya verán...
Mis lectores y, principalmente, lectoras, recordarán que hace varias semanas dediqué una de estas Habladurías a tratar de la evolución hacia el desnudo que ha venido experimentando por imposiciones de la moda la indumentaria femenina, principalmente en lo que se refiere a acortar la saya para mostrar ya totalmente las piernas, y la conquista, que ahora ha empezado a realizar de los muslos, para ofrecerlos también a la crítica de las otras mujeres y a la curiosidad, admiración y codicia de los hombres.
Entre nosotras, esta moda ha tenido general aceptación, no sólo por parte de las mujeres, que se han apresurado a adoptarla de forma lo más liberal posible, acortando sus sayas, hoy en día hasta por encima de las rodillas, sino también por parte de los hombres: padres, maridos y novios, que han dado su consentimiento, tácito al menos, para que sus hijas, esposas y novias enseñen en público sus más o menos bellas extremidades.
Así, actualmente, muchachas y señoras en calles, teatros y otros lugares públicos y en salones, muestran naturalmente sus piernas, y al sentarse, además, las rodillas y parte de los muslos, sabiendo que todo ello se les ve, sin ruborizarse porque así suceda. Lo más que ocurre es que algunas, para poder acortarse todo lo más posible hoy, la saya, usan pantalones, generalmente de color carne, ajustados sobre la liga; o que otras, las que no lo usan, se dediquen a llamar la atención, cuando están sentadas, a los hombres que las rodean, haciendo que se «bajan», de cuando en cuando la saya, con un movimiento de inclinación hacia delante, con lo cual únicamente logran, no el taparse los muslos, sino, además de despertar el interés de los hombres, advirtiéndoles que pueden rascabuchear con éxito feliz, el que al inclinarse tapen momentáneamente los muslos pero muestren entonces los senos, y el que, después de volver a la posición en que estaban sentadas, siga igual o aumentada la exhibición de muslos.
Nosotros, los hombres, no obstante ser, como criollos, celosos, no nos hemos rebelado contra esta moda del desnudo en el vestir femenino, y maridos y novios, en una reunión, no llaman la atención a sus esposas, so pena de ser tachados de cursis, cuando a éstas se les ve más de lo acostumbrado. Desde luego que cada uno procura compensar el rascabucheo de que es víctima en la persona de su mujer, rascabucheando a las esposas o novias de los demás. ¡Al igual que Dios se las dio, San Pedro se las bendiga! Y, ¡todos tan contentos!
Nuestras autoridades, a pesar de ser ésta una época de «re-ge-ne-ra-ción...» camagüeyana, felizmente en vísperas de terminar (¡Señor! Haz que no se arrepienta y persista en irse), si ha cometido toda clase de re-ge-ne-ra-ciones y han hecho todo lo posible en matar el regocijo y la alegría, la expansión del espíritu y del cuerpo, las satisfacciones, demandas, deseos y necesidades del amor, y convertir nuestra capital en una ridícula ciudad aldeana, no se les ha ocurrido meterse con la indumentaria femenina. Sólo hay una excepción en esto, de la que son víctimas las alumnas del Instituto de La Habana, vestidas, a la fuerza, con unos mamelucos del tiempo casi de nuestras abuelas, por lo largo de las sayas y mangas, lo alto de los cuellos y lo ancho de la propia saya y de la blusa. (No sé si también entre las prendas obligatorias del uniforme, entran pantalones por debajo de la rodilla y de esa tela gruesa de forro de catre, y ajustadores de tela metálica bien tupida con chapitas de hojalata en su centro). ¡Ni siquiera se pueden pintar! Ahora, que ellas se desquitan –tal como lo presentó nuestro dibujante Vergara en una de las últimas portadas– apenas trasponen las puertas del Instituto-Convento. Se desquitan, dándose rojo en los labios, pintándose las ojeras, bajándose el cuello de la blusa y –lo he observado también– ¡recogiéndose las sayas para poder mostrar las piernas! Bueno. Una transformación que ni Frégoli la hace mejor y más rápida.
Pero es ese un solo caso, y la medida gubernativa cursi, pero no muy tiránica.
En cambio, leo en un periódico europeo, que en Budapest se ha llegado a dictar órdenes gubernativas verdaderamente dictatoriales e intolerables, contra la moda del desnudo femenino.
Ved lo que el cable nos trasmite:
«El ministro de Instrucción pública, conde Kuno Klepelsberg, ha publicado un decreto que ha causado formidable escándalo en las clases universitarias húngaras. En él se ordena a todas las muchachas que estudien en las universidades, escuelas especiales e institutos el uso del uniforme consistente en la copia exacta del traje de los marinos de guerra del antiguo imperio austrohúngaro, o sea, una especie de blusa azul oscuro, unos pantalones bombachos y una gorrita de visera».
En el preámbulo del decreto el conde Kuno dice:
«Han movido al ministro a introducir esta reforma los escándalos que venían dando las alumnas de las escuelas especiales, de las universidades e institutos de Hungría, con sus trajes femeninos».
Varios periodistas han interviuvado (sic) al ministro, y éste les ha dicho lo que sigue:
«Las jovencitas que se dedican a estudiar habían llevado la moda de la falda corta a extremos inverosímiles.
No solamente no les cubría ya la rodilla, sino que apenas les pasaba de la mitad de los muslos.
Vestidas de esta suerte, y llevando los brazos y el pecho al aire, penetraban en las aulas, y su presencia originaba grandes perturbaciones.
Los muchachos no atendían a las explicaciones de los profesores, y muchas veces éstos se distraían también, de todo lo cual resultaban grandes males para la enseñanza.
Vanamente las autoridades académicas han rogado a las alumnas que se vistan de una manera menos escandalosa. Sus recomendaciones tuvieron un resultado contraproducente, y cada vez las faldas eran más cortas y más anchos los descotes.
En vista de ello, me he decidido a cortar por lo sano, y en lo sucesivo toda mujer húngara que quiera estudiar en los centros de enseñanza del Estado tendrá que ponerse pantalones bombachos».
Agrega la información cablegráfica, que las jóvenes alumnas afectadas por la medida, han celebrado varias reuniones, y han acordado no hacer caso al ministro y seguir asistiendo a clase con sus faldas cortas. Son de temer grandes alborotos pues la mayoría de los estudiantes del sexo fuerte son también contrarios al decreto ministerial y quieren defender a sus compañeras.
Realmente ante esos hechos y esas medidas dictatoriales del Ministro húngaro, tenemos que confesar nosotros que no somos tan atrasados, y que la dictadura, si existe en Cuba, como muchos pregonan encomiásticamente y otros en son de protesta, no es tan exagerada, pues, el único Ministro capaz de haber dictado un decreto tan estrafalario como el del conde Kuno Klepelsberg, se fue (¡Señor! ¿Ya se habrá ido realmente cuando salga este artículo?) sin imponerle a los pobres habitantes de esta desgraciada ínsula el traje que debían llevar para salir a la calle o andar por la casa.
Ahora bien, que si se hubiera enterado de ello antes de irse, (¡Señor, haz que no se quede!) ¡Dios nos coja confesados!

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