Como tantas otras, esta crónica la motivó algún lector. Responde a una inquietud de la época y hoy día es testimonio de hechos del pasado, o más exactamente, del party que «no es sino una de las tantas formas de asociación, de acercamiento y confraternidad propias y características de la especie humana y hasta de la animal, en términos generales».
Los parties de matrimonios están constituidos por parejas casadas, de tres a seis, que se reúnen en número crecido para asistir casi a diario a teatros, paseos, comidas, bailes, tes, excursiones.

A diario recibo cartas de lectores anónimos o de conocidos y amigos, pidiéndome que trate en estas «Habladurías» de tal o cual tema, y que censure costumbres que ellos juzgan ridículas o nocivas o pinte determinados tipos sociales o populares.
Casi siempre procuro complacer a estos comunicantes, no sólo porque el hecho de tomarse el trabajo de leer mis artículos, bien merece la recompensa de que satisfaga sus deseos, sino, además, porque aquellos, con las indicaciones y datos que me proporcionan, son colaboradores eficacísimos en esta labor de crítica de costumbres en que estoy empeñado.
La única dificultad con que tropiezo es el no poder complacer rápidamente a esos lectores, ya que los temas se amontonan unos sobre otros o algunos se alargan por encontrar en ellos filón explotable para ser utilizado en varios artículos. Tal me ocurrió, últimamente, con los celos masculinos, a los que acabo de dedicar cuatro o cinco trabajos y tal vez les consagre otros más adelante.
Pero ahora quiero cumplir con una demanda hecha hace varios meses por uno de mis «asiduos lectores», que me ha pedido insistentemente me ocupe de una peculiarísima y pintoresca costumbre social habanera: los parties de matrimonios.
Vamos a ello.
En teoría, el party no es sino una de las tantas formas de asociación, de acercamiento y confraternidad propias y características de la especie humana y hasta de la animal, en términos generales.
Si hombres y mujeres se asocian para los negocios y otras actividades, ¿por qué no lo han de hacer también para el esparcimiento del espíritu y el cuerpo?
Pues eso, y no otra cosa son los parties.
Como es lógico, los hay de muchas y muy diversas clases, pero los más, usados en sociedad son los de parejas de jóvenes y muchachas y los de matrimonios.
Sobre los primeros nos ocuparemos en otra ocasión, así como del apéndice o apéndices imprescindibles en ellos: la o las chaperonas, que cuidan y vigilan a los tiernos pimpollos, no sabemos si en realidad para evitar que den un mal paso o se extralimiten o se vayan de rascabu cheo, o, simplemente, para cubrir las formas.
Los segundos, son los que nos interesan hoy y a los que voy a dedicar breves líneas, satisfaciendo los deseos de mi anónimo lector.
Los parties de matrimonios están constituidos, como su nombre lo indica, por varias parejas de matrimonios que, bien accidentalmente se reúnen en número crecido, para asistir a algún baile u otra fiesta; bien formando grupos de sólo tres a seis parejas, permanentemente y como hábito o costumbre, asisten casi a diario, a teatros, paseos, comidas, bailes, tes, excursiones.
Estos son los parties que merecen ser enfocados por la mirada costumbrista de este Curioso Parlanchín,1 por las mil aventuras y combinaciones pintorescas de que sus componentes son a veces protagonistas. Fíjense nuestros lectores que he dicho a veces, lo cual significa que cuanto sobre los parties de matrimonios diga, no ocurre en todos los casos, sino en algunos... o muchos, de manera que no vean en mis palabras alusiones mortificantes ni se crean en ellas retratados. Háganse el cargo los maridos y esposas que, siendo componentes de parties, lean estas líneas, que no es a ellos a los que me refiero, sino... a los otros, y así todos quedan tranquilos y satisfechos y nadie podrá protestar. Y si alguno o alguna considera que efectivamente es protagonista de lo que aquí decimos, guárdese su secreto y... siga viviendo, que la vida es corta, y hay que aprovecharla.
Hechas estas indispensables advertencias, vamos al grano.
En sí, estos parties de matrimonios son la más inocente costumbre social que puede existir.
Parejas de matrimonios jóvenes y amigos entre sí, que se reúnen frecuente y periódicamente para divertirse, ¿qué cosa más natural, honesta, ingenua y santa?
Sí, pero... empiezan los peros. Por lo pronto, la moda social impone que al salir de esparcimiento estas parejas de matrimonios, se separe cada esposo de su esposa cambiándose unos y otros entre sí.
Ya esto ofrece serias dificultades y peligros. Establece un trato íntimo de cada hombre y cada mujer del party, con otra mujer y otro hombre que no sen la esposa o el esposo. Y surgen las comparaciones. Y como es muy distinta la vida constante del hogar con sus múltiples molestias, choques, peleas, contrariedades y, sobre todo, con su casi inevitable aburrimiento, al encuentro eventual y grato en una fiesta, cada mujer de estos parties encuentra frecuentemente a su compañero, el esposo de la amiga, más simpático, complaciente y de mejor carácter que su esposo, el compañero de todos los días. Y lo mismo tiene que ocurrirles a los esposos. En las fiestas se vive la parte grata de la vida, lo mejor. Lo peor suele quedar para la casa, aparte de que el más elemental principio de educación manda aparecer risueño en sociedad y no buscar peleas ni agrias discusiones con los amigos que lo acompañan a uno, mucho más si son del sexo contrario.
De esta manera y por estas circunstancias, surgen, sin proponérselo tal vez, inevitablemente, los acercamientos entre un esposo y otra esposa de distintas parejas. Y hoy se encuentra grata y se busca su compañía y conversación; mañana, el roce de su brazo, el apretón de manos, una mirada, el estrecho abrazo y contacto íntimo de los bailes modernos, hacen que se transforme, poco a poco, la simpatía en gusto, el gusto en amor, el amor en deseo y el deseo... en triángulo matrimonial.
Eso en los casos en que todo se desarrolla a impulsos de elevados, espontáneos y naturales sentimientos amorosos. Casos que pueden terminar en un divorcio, en una rectificación de la vida y en un nuevo matrimonio; la ruptura de un hogar y la constitución de otro nuevo.
Pero hay otros casos en que sólo existe el donjuanismo de alguno o algunos de los maridos pertenecientes a estos parties. Generalmente, en ellos hay algún marido tenorio que está dentro del party a título de pillín y sabrosón para castigarle la mujer a sus amigos y compañeros. Estos tipos abandonan a su esposa y se dedican a fajarle, más o menos descaradamente y con mayor o menor éxito, a una o varias de las esposas de sus amigos del party.
La mujer asediada, por pena, por no dar el escándalo, sólo protesta o rechaza débilmente, lo que anima al conquistador a cercar más la plaza y hasta permitirse libertades; y, o bien cae la mujer, y se forma el triángulo dentro del party, con encuentros no sólo cuando el grupo se reúne, sino en sesiones extraordinarias, de sólo dos, y no sobra ninguno, y uno más estorbaría, o bien, la mujer va alejándose poco a poco del grupo, desengañando antes, totalmente, a su presunto conquistador, o también el marido en peligro de ser coronado, advierte la catástrofe y discretamente la evita o no puede contenerse y da el escándalo.
Pero ocurre también que estos maridos, al ver que el amigo le está fajando a su mujer, proceda un poco más civilizadamente y, como única medida, le faje a la mujer del amigo, y en paz. Se han dado casos de cambios completos en este sentido y formación de dos nuevos hogares en nueva combinación de los cuatro esposos. Si antes eran A con B y C con D, ahora se convierten en A con D y B con C. En otras ocasiones los cuatro están enterados de lo que pasa y cada marido y cada mujer aceptan, sin protestar, el cambio en pago de que el otro o la otra no protesten tampoco.
Pero la situación cambia y el problema se agrava y complica cuando uno de estos maridos conquistadores se hace la idea de que él es sólo el tenorio y gallo del party, y que sólo él puede volarle la mujer a los amigos, pero que nadie le fajará a la suya, y, efectivamente, su esposa se le corre, mucho antes y más fácilmente de lo que él pudiera imaginar, y a lo mejor, con más de uno.
Y es así como estos maridos conquistadores de los parties, en el pecado suelen llevar la penitencia.


1Seudónimo empleado por Roig de Leuchsenring para sus artículos en la sección «Habladurías».
Esta crónica que ahora reproducimos fue publicada el 19 de febrero de 1928 en Carteles.

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