Sobre tan arduo e hiposo problema en cuya curación la tranquilidad de espíritu, el optimismo, las noticias satisfactorias, las piadosas mentiras sobre la benignidad del mal... pueden ser contraproducentes, tal vez fatales.

Al hipo se le denomina hipo por onomatopeya, ya que la hipar se produce ese ruido característico del hipo ¡hip! ¡hip! ¡hip!

Aunque no soy médico, ni en ejercicio, ni retirado, ni siquiera sólo de título como tantos que ejercen una carrera porque para ello les dio patente de corso la Universidad, voy, sin embargo a echar un cuarto a espadas sobre el hipo. No será la primera vez ni la última que un periodista escribe sobre lo que ignora.
 – –üirá el lector–, ¡no es tan difícil escribir sobre el hipo, ni hace falta para ello tener el título de doctor en Medicina! El hipo casi no es enfermedad; simplemente, una molestia pasajera que cualquiera la tiene y cualquiera sabe fácilmente los procedimientos para hacerla desaparecer: unos buches de agua tragados sin respirar, un algodón húmedo puesto sobre la frente y, sobre todo, como el sistema de mayor eficacia, un susto.
–, no deja de tener razón el lector argumentante sobre la simplicidad del hipo; pero, precisamente, por esa supuesta simplicidad, es extraordinariamente difícil hablar sobre el hipo, porque son esos remedios caseros para aliviarlo o curarlo, lo único que sobre el hipo sabemos los profanos en medicina, y, ¡asómbrate lector!, hasta los propios hombres de ciencias. Y a tal extremo es complicado y difícil el tratar sobre el hipo, y mucho más ser perito en hipo, que el muy sabio e ilustre escritor español Francisco Grandmontagne en interesantísimo trabajo publicado en «El Sol», de Madrid, a principios de febrero de este año, califica de «gran problema» el del hipo, y aunque profano, también, como yo, en la materia, recoge las opiniones de connotados hombres de ciencias. Y por ellas se ve la trascendencia del hipo y el casi absoluto desconocimiento que sobre dicha enfermedad se tiene. Según el doctor Chaunet, no existe ningún tratado fundamental sobre el hipo; sólo definiciones, casi todas contradictorias. Hay quienes sostienen que el hipo es un espasmo que se produce al aspirar, y quienes por el contrario afirman que el espasmo hiposo ocurre al respirar.
Otras muchas definiciones, algunas complicadas, recoge Grandmontagne. Y señala muy certeramente como «la más clara, espiritual y terminante, la del doctor Montier. Este hombre de ciencias, eminente con seguridad, pues me era desconocido por completo, dice: «El hipo no necesita definición; cada cual lo conoce por haberlo sentido más o menos». ¡Magistral!
Y el ya citado Doctor Chaunet declara que al hipo se le denomina hipo por onomatopeya, ya que la hipar se produce ese ruido característico del hipo –¡hip! ¡hip! ¡hip! – que sirve para que los no hiposos descubran al que tiene hipo, y para reírse burlonamente del hiposo.
Pero lo más grave y complicado del hipo es que lejos de influir en su curación, como ocurre en todas las enfermedades, la tranquilidad de espíritu, el optimismo, las noticias satisfactorias, las piadosas mentiras sobre la benignidad del mal? en el hipo, todos estos procedimientos morales terapéuticos serían contraproducentes, tal vez fatales. El hiposo necesita, por el contrario, para curarse, más que de medicinas materiales, medicinas morales; el hiposo se cura asustándolo con las noticias más pavorosas y sobre todo las más increíbles, y más aún, con aquellas que, esperadas y deseadas durante largo tiempo, el desengaño más profundo nos ha hecho desistir por completo de su realización. Y, si bajo este estado de ánimo sufrimos un ataque de hipo se curará instantáneamente al dársenos de sopetón la pavorosa noticia de que lo irrealizable se ha realizado; lo increíble ya, ha ocurrido.
El susto, en estos casos, es de tales maravillosos efectos curativos, que a veces se interrumpe y corta el ¡hip! Que íbamos a lanzar.
¡Interesantísima enfermedad! Seguramente, lector, nunca se te había ocurrido pensar sobre lo interesante y complicado que es el hipo, tan interesante y complicado que Grandmontagne llega a afirmar: «una enfermedad cómica que se cura trágicamente es el fenómeno más curioso que puede existir en el mundo orgánico».
No se si el hipo es contagioso y llega a tener carácter epidémico; pero sí he observado en estas últimas semanas un aumento considerable de hiposos en nuestra capital, casi como si el hipo tratara de adquirir entre nosotros carta de ciudadanía, como antaño la tuvieron la viruela y la fiebre amarilla. Estas dos enfermedades llegaron a ser «enfermedades cubanas», y hoy, afortunadamente se han expatriado por completo, al extremo de no registrarse, año tras año, ni un solo caso. Algo análogo ocurre también aunque propiamente no sea una enfermedad, con las señoras o «señoritas» embarazadas o en cinta. ¿No han notado ustedes que ya no se ven tantas señoras en «meses mayores» por las calles? Ignoro si es porque no salen ahora de sus casas cuando se encuentran en ese interesante estado o porque ya no podemos darnos cuenta del accidente sufrido, en virtud de no usar hoy en día los montecarlos aparte, para damas cubanas de antaño, próximas a ocasionar un aumento en el ascenso de población.
Pues, digresiones aparte, para mí es indudable ese aumento de hiposos entre nosotros. Llegará a «embarazarse» el hipo, a convertirse en epidémico y hasta endémico? ¿Es que realmente existen más casos que antes o es que hoy, el máximo remedio para curarlo – susto– no da resultados satisfactorios, y los hiposos tardan en sanar o la curación no es completa y el hipo les repite una y otra vez?
¿O es acaso que ya los sustos corrientemente utilizados para curar el hipo – lo va a partir a uno un rayo, que ha perdido uno su fortuna o su empleo, que se le ha quemado la casa, que ha fallecido un pariente, etc.– son hoy sustos inocentes que no asustan, hechos creíbles y esperados, o estamos tan decepcionados de la vida y de los hombres que nada nos asusta, y hay por el contrario otro u otros sustos que por increíbles e irrealizables, aunque deseados, serían los únicos sustos capaces de curar el hipo que hoy padecen en nuestra tierra considerable número de personas, varones y hembras, jóvenes y viejos, brujas y más brujas?
A ti, lector, dejo la solución de tan arduo e hiposo problema.

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