Aunque sus muros debieron servir de centinelas al puerto y la bahía, esta mole de piedra quedó sólo como testimonio de sus propias tribulaciones: la falta de recursos, mano de obra y de una ubicación apropiada cambiaron definitivamente su destino.
Casi veinte años de espera, dos reyes, cuatro gobernadores e infinidad de percances debieron transcurrir antes de que el Castillo de la Real Fuerza se diera por terminado en 1576.

 
 Vista de la fortaleza desde la calle Tacón. En primer plano, el baluarte suroeste y la torre con la Giraldilla en la cúpula.
Doña Juana de Austria, regente del reino español, había ordenado construirlo con dinero traído de la Nueva España (México), luego de que en 1555 Jacques de Sores tomara y destruyera la villa de San Cristóbal de La Habana.
Pero, a pesar de su perfecta planta renacentista, esta ansiada fortificación nunca podría cumplir su cometido. Dada la poca altura del terreno donde se erigió, quedó a ras con el horizonte, sin posibilidades reales de proteger eficazmente la ciudad.

FUERZA VIEJA
Ya en 1537, tras el saqueo de la naciente villa por otro pirata francés, el rey Carlos V había ordenado levantar una fortaleza que defendiera el puerto habanero del asedio enemigo. Edificado entre 1539 y 1540 en forma de torre gótica, ese fuerte –conocido más tarde como Fuerza Vieja– estaba situado unos 250 metros al oeste del Castillo de la Real Fuerza, en el área que ocupan hoy la capilla de Nuestra Señora de Loreto como parte de la Catedral de La Habana, y la zona aledaña a las calles San Ignacio y Tejadillo.
Excavaciones arqueológicas efectuadas allí, dejaron al descubierto gruesos cimientos debajo de los fundamentos del templo, que bien pueden haber pertenecido a la desaparecida fortificación.
A finales de 1556, acatando las órdenes de Juana de Austria, los oficiales de la Casa de Contratación de Sevilla preparan los instrumentos de trabajo indispensables para construir el Castillo de la Real Fuerza. Al no poder embarcar hacia Cuba el ingeniero elegido, Jerónimo Bustamante de Herrera, es designado para sustituirlo en 1558 su colega Bartolomé Sánchez.
Al finalizar ese año, ya Sánchez se encontraba en La Habana con las herramientas, los canteros y oficiales necesarios para iniciar los trabajos, pero sin mano de obra que los ejecutara. El gobernador de la Isla, don Diego de Mazariegos, comunicó esta dificultad al Cabildo y, como resultado, se acordó alquilar esclavos, iniciándose las labores el primero de diciembre de 1558.
Para enclavar el Castillo se escogió el espacio que ocupaba la primitiva plaza de la villa, donde estaban las casas del Cabildo, el Gobernador y los vecinos principales.
Mas el problema de la fuerza de trabajo seguía siendo crítico, y el Cabildo amenazó con multar a aquellos amos que no permitieran a sus esclavos acudir a las labores constructivas. Parece que con tal medida se resolvió el problema de la mano de obra, formada también por reos franceses, posiblemente piratas condenados a trabajos forzados.
Se sabe que, además de dificultades con los brazos y las finanzas, Sánchez tuvo problemas con los oficiales involucrados en los trabajos, por lo que este ingeniero es destituido en 1560.
Meses después, con grandes recomendaciones al Rey, las autoridades de Sevilla proponen al maestro de cantería Francisco de Calona para dirigir el proyecto que, luego de cuatro años de comenzado, todavía se limitaba a las zanjas de los cimientos.
 
 Tiene la Real Fuerza en su torreón la estatua de La Giraldilla, que de simple veleta devino símbolo de La Habana. Esta escultura de 1, 05 metros representa a una mujer con la cruz de Calatrava en una de sus manos. Fue esculpida y fundida por el habanero Gerónimo Martín Pinzón, durante el mando del Capitán General Juan Bitrián de Viamonte (1630-1634). La estatua original se conserva en el Museo de la Ciudad, y una réplica la sustituye en lo alto del Castillo.
Entre avatares fueron levantándose los muros de una de las más representativas fortalezas del Nuevo Mundo. No había concluido su edificación, cuando el Adelantado de la Florida, don Pedro Menéndez de Avilés, decide que la ocupase una guarnición de 200 hombres al mando del capitán Baltasar de Barreda, quien recibe instrucciones de que los soldados trabajen cuatro horas diarias en el foso.
Pero, rápidamente, el gobernador de turno, García Osorio, emitió una contraorden que llevó a la cárcel al mismo Calona por haber proporcionado herramientas a esos soldados.
Esta actitud llegó a conocimiento del rey Felipe II, quien sustituyó a García Osorio y nombró en su lugar –como Gobernador y Capitán General de Cuba– a Menéndez de Avilés. Éste mantenía sus cargos en la Florida y podía nombrar a un lugarteniente que lo representara en la Isla.
Para complicar aún más la atribulada situación del Castillo, se desataron hechos violentos por falta de pago a los jornaleros. Estos dieron lugar a la que fuera, quizás, la primera huelga de que se tiene noticias en Cuba.
En 1570, don Diego de la Ribera, entonces representante del Adelantado de la Florida, escribe al Rey dando razones del estado de las obras: de los cuatro baluartes proyectados, ya está a punto de concluirse el del norte, mientras que al «que cae hacia el puerto, se le va cerrando la bóveda»; por otra parte, se han terminado las troneras con casamatas en todos ellos.
De la Ribera pide dinero a Su Majestad para seguir la fabricación. Algunos meses más tarde, se termina otro baluarte y son plantadas en él seis piezas de artillería traídas de la vieja fortaleza, mientras que en el baluarte del norte se colocan otras dos.
A estos pertrechos se limitaba toda la defensa de La Habana, por lo que se pidió «que Vuestra Majestad mande proveer de cien negros y de dineros para que esta obra se acabe con brevedad».
Tras no pocos contratiempos, incluida una epidemia de viruela que ocasionó numerosos muertos entre los esclavos que habían aprendido el oficio de cantero, el Gobernador manda levantar acta de la terminación –en lo principal– de la fortaleza. Era el 27 de abril de 1577, y ya habían pasado casi dieciocho años desde que se iniciaran las obras.

EL PLANO
También la paternidad del plano de la Real Fuerza ha sido controversial. Muchos lo atribuyen al oficial Ochoa de Luyando; otros han dejado entrever que pudo trazarlo el propio ingeniero Bartolomé Sánchez. No existen evidencias de lo uno ni lo otro.
Por último, puede atribuirse al ingeniero Bustamante de Herrera, pues existen datos que lo acreditan al frente de importantes obras de ingeniería y arquitectura. En 1556, cuando es designado para construir la Real Fuerza, se dice de él: «...es persona de confianza, práctico y de experiencia en estas cosas de fortificación para que entienda en hacer en el dicho puerto de La Habana la dicha fuerza».
Esta afirmación evidencia que se le consideraba hombre de claros conocimientos, y que pudo haber sido el autor del proyecto.
A primera vista pudiera parecer que el plano se reduce simplemente a una planta subdividida en nueve cuadrados con un baluarte en cada ángulo; pero, en realidad, está formada por cuatro cuadrados concéntricos, el primero de los cuales –yendo de adentro hacia afuera– es el patio.
Las medidas del Castillo arrojan que fueron dadas con un pie de 0, 2875 metros (usado en Flandes y Oviedo), y se ha comprobado que éstas cumplen la proporción áurea: 1,6180339. Es decir, todas las longitudes de la fortaleza se corresponden proporcionalmente, como ocurre en las construcciones renacentistas.
Del exhaustivo análisis matemático de estas medidas, se deduce que la Real Fuerza de La Habana constituye la más importante expresión de la arquitectura renacentista en Cuba.
 
 Por su forma pentagonal, los baluartes permitían mover la artillería, o sea, los cañones, en distintas direcciones. Un puente levadizo (actualmente fijo), sobre el foso, es el único acceso al castillo.
Su planta obedece a la concepción de los grandes arquitectos y artistas del Renacimiento: Miguel Ángel, Leonardo da Vinci…, quienes buscaban –ante todo– la simetría y las medidas exactas como manifestación del ideal perfeccionista de la época.
Esta fortificación habanera sirvió de modelo a muchas otras que luego se levantaron en el continente americano entre los siglos XVI y XVIII. En ella –por primera vez en América– se construyeron baluartes siguiendo las nuevas técnicas impuestas por el uso del cañón que, extendido desde el siglo XV, determinó que las fortalezas fueran construidas con gruesos muros para tener mayor resistencia a las balas.
En su momento, a la Real Fuerza se le señalaron numerosos defectos: patio pequeño, troneras demasiado abiertas en los baluartes, bóvedas altas y delgadas, ausencia de escaleras para acceder al piso superior, foso poco profundo, deficiente artillería… Algunos de estos problemas se fueron subsanando, otros nunca tuvieron remedio, pero no impidieron que el Gobernador Francisco Carreño dijera al Rey: «es razón ya que cualquier armada, flotas y navíos la honren y acaten como a fuerza de Vuestra Majestad y la más importante que hay en las Indias y más fuerte…»
En 1579, las sugerencias de Carreño, en la entrada de la Real Fuerza Felipe II manda a: «grabar las armas reales en una piedra labrada (...) por la mano del mejor artífice que ahí se hallare».
Sobre la puerta principal del Castillo, aún hoy puede verse el escudo con las armas reales españolas de la casa de Austria. Es una bella talla hecha en mármol blanco y la segunda obra escultórica en antigüedad, de la época colonial, que se conserva en Cuba.
Por esa misma fecha se comienza a construir una casa en lo alto de la fortificación, pero esta planta alta tardaría más de ciento cincuenta años en terminarse.
Cuando en 1589 Juan de Texeda es nombrado por el Rey para ocupar la gobernación de Cuba y la alcaldía de la Real Fuerza, éste trae la encomienda de construir los castillos de San Salvador de La Punta y los Tres Reyes del Morro, a la entrada del canal de la bahía habanera.
Comparada con estas edificaciones, la Real Fuerza perdería la importancia estratégica que había tenido hasta entonces.

EL DESTINO
A partir de entonces la fortaleza cumplió otras funciones. Por Real Cédula del 27 de septiembre de 1601, se le encomienda al entonces gobernador, Pedro de Valdés, que se ocupe de su reparación y puesta en condiciones para servir de almacén. Desde 1717 sirvió de morada a los capitanes generales hasta que tiene lugar la toma de La Habana por los ingleses en 1762.
El bombardeo enemigo desde la altura de La Cabaña afectó su parte habitacional, por lo que el gobernador inglés no residió en el Castillo, ni tampoco los mandatarios españoles que, una vez devuelta la ciudad a la Península, retomaron el gobierno de la Isla.
El edificio se dedicó, entonces, a cobijar la tropa de la plaza.
A partir de la Guerra de los Diez Años fue cuartel del Cuerpo de Voluntarios de la capital, sostén represivo del poder español contra los cubanos insurrectos.
En 1899, el gobierno interventor norteamericano ordenó trasladar hacia allí el Archivo Nacional que, sacado del convento de San Francisco de Asís, permanecería en el fuerte hasta 1906.
Ese año, la Real Fuerza comenzó a utilizarse como cuartel de la Guardia Rural y, desde 1909, como jefatura de este Cuerpo.
El Estado Mayor del Ejército ocupó el edificio desde 1916 hasta 1934, y un año más tarde se instaló allí el Batallón No. 1 de Artillería del Regimiento No. 7 «Máximo Gómez».
Desde 1938 sirvió de local a la Biblioteca Nacional hasta su traslado en 1957 hacia el nuevo edificio de la Plaza Cívica (hoy, Plaza de la Revolución).
Coincidiendo con su cuarto centenario, en 1958 se inició una restauración de la fortaleza con el criterio de devolverle su aspecto primitivo, por lo que se demolió parte de la planta alta que se había construido en el siglo XVIII.
Estas obras se suspendieron a mediados de 1959, mas en 1963 se retoman las labores de restauración del Castillo, y en 1965 la Comisión Nacional de Monumentos trasladó hacia allí sus oficinas.
En 1977 se inauguró en la planta baja el Museo de Armas, que luego fue trasladado a La Cabaña.
En su lugar, se abrió una exposición permanente de cerámica cubana.
Pero el verdadero símbolo de la Real Fuerza –y por añadidura, de la ciudad– es La Giraldilla que, desde su torre, saluda al visitante y enamora al ciudadano.
Pedro A. Herrera López
Historiador
Fotos: Gilberto Rabassa
Tomado de Opus Habana, Vol. II, No. 4, 1998, pp. 26-33.

Comentarios   

César Araque Boscán
0 #1 César Araque Boscán 05-06-2009 22:29
En un bello Monumento a la Construcción Militar en Cuba, cuando lo visité en 2007, estaba en plena restauración y no se permitía el ingreso al mismo por razones de seguridad, ya que habia en su interior muchos escombros; sinembargo considero que es uno de los Castillos más bellos de América Española, al igual que el Castillo de San Carlos de la Barra en el Lago de Maracaibo y el Castillo de San Antonio de la Eminencia en la ciudad de Cumaná en Venezuela.
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