Aborda este pintor la imaginería urbana de La Habana Vieja —y, en especial, de su Centro Histórico— con una metáfora dual: isla-acrópolis de la utopía, o estatua masculina que sirve de columna, atlante, telamón.

Cada obra de Omar Felipe González (La Habana, 1963) es una suerte de croquis urbano, cuyos límites evocativos definen la interacción del artista con el paisaje cultural.

Ciudad columna (2007). Óleo sobre lienzo (80 x 60 cm).

Aborda este pintor la imaginería urbana de La Habana Vieja —y, en especial, de su Centro Histórico— con una metáfora dual: isla-acrópolis de la utopía, o estatua masculina que sirve de columna, atlante, telamón.
Su arte de impecable factura coquetea con la representación simbólica, inventando marcas de pertenencia que los habaneros podrían tener de su ciudad: acontecimientos, personajes, mitos, lugares, olores, colores y sonidos...
fabulaciones, en fi n, que narrar.
Cada obra de Omar Felipe González (La Habana, 1963) es una suerte de croquis urbano, cuyos límites evocativos definen la interacción del artista con el paisaje cultural.
Imaginarios o no, esos límites indican las rutas del andar por las calles y plazas habaneras, donde coexisten el palacio lujoso, el solar hacinado, la paloma mensajera y el niño sentado en el orinal.
Con ayuda de la confi guración arquitectónica (arco, columna, capitel...), de los volúmenes edilicios, el pintor sugiere las antinomias cotidianas del hábitat: dentro/fuera, delante/detrás, público/privado, antes/después, ver y/o ser visto, centro/periferia...
Amante de las ornamentaciones que adornan los órdenes arquitectónicos clásicos, las convierte en recurso subtextual, subvirtiendo su significado simbólico: las espirales y volutas del capitel corintio —por ejemplo— se metamorfosean en personajes y escenas de la simple cotidianidad.
Recreando los elementos más representativos de la arquitectura tradicional, fusiona los monumentos históricos con solares y vecindarios en esa amalgama característica de la parte más antigua de la ciudad.
Para ello utiliza hábilmente la superposición de planos, transparencias y una gama cromática de sepias que no comprometen el trazo del dibujo, sino que incitan a disfrutar del detalle sorpresivo.
Así logra el punto de vista del transeúnte que lo mismo se extasía ante la exuberancia de una fachada barroca que el prominente trasero de una mulata desnuda bajo un arco carpanel.
Frente al dilema de representar La Habana Vieja en su complejidad de ecosistema —de representar su «alma», para decirlo en términos poéticos—, Omar Felipe opta por el paisaje fi gurativo, bello, noble y hasta ingenuo, quizás.

Habanera II (2005). Óleo sobre lienzo (60 x 78 cm).

Sin embargo, en admirable síntesis gráfica logra transmitir la sensación de urbe habitada, enrevesada, plural y —por ende— contradictoria en su dualidad de invención y realidad al mismo tiempo. Ciudad a mitad de camino entre el paisaje y la narración porque siempre tiene una historia que contar.
Con su obra plástica, Omar Felipe se suma al ejército de utopistas urbanos que defienden un paisaje soñado, el deseo de una ciudad dignificada en lo social, a la par que es legitimada estéticamente.
Su exposición «Ciudad transparente », inaugurada a fines de 2006 en el Museo de Arte Colonial, validó su propósito de ofrecer una imagen polisémica, singular, al transparentar el alma del creador en el alma de la ciudad.
Artista honesto y autoexigente, se comporta como un atlante que sostiene sobre sus hombros y nuca el peso simbólico de La Habana Vieja, isla-acrópolis sumergida en el óleo de sus lienzos, Habana «atlántida» por compartir la doble condición de misterio y verdad.

Argel Calcines
Editor General de Opus Habana

Tomado de Opus Habana, Vol. X, no. 3, 2007, Breviario.

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