Bajo el título «La bolsa de los rayes magos», Eira Arrate agrupó 22 instantáneas que exhibe en la Casa de la Poesía. Según palabras de Racso Pérez, la fotógrafa «con una elocuente secuencia nos invita a reaccionar, a transitar en uno y otro sentido las mareas de voces que zozobran a nuestros pies. Un acercamiento, desde su propia búsqueda, hacia un sondeo interior, un recalo como si fuésemos ese bote de contención que se aproxima a la soledad del puente por el que sube a bordo la percepción como alegoría por la que apostar el ojo y la bolsa».

«En mi opinión creo que la intencionalidad está justamente fuera de la galería, es decir dentro de cada una de las instantáneas, en la superficie profunda de la  visión alternativa de  pensar cada imagen con la responsabilidad de cohabitar su relato, su idea como una prioridad que nos pertenece».

 Hacer fotografías es un acto de Fe hacia la luz, a la luz que incide en nosotros y a la otra, la que se deja alcanzar por nosotros. Así es como veo la propuesta estética que nos hace la artista plástica Eira Arrate, Santiago de Cuba 1973, egresada de la Escuela Vocacional de Artes Plásticas en su natal Santiago quien bajo el título la bolsa de los rayes magos expone por primera vez sus interrogantes y ¿respuestas? bajo el imperativo de un obturador que ha atrapado 22 instantáneas para nuestro agrado y sorpresa. Con una elocuente secuencia nos invita a reaccionar, a transitar en uno y otro sentido las mareas de voces que zozobran a nuestros pies. Un acercamiento, desde su propia búsqueda, hacia un sondeo interior, un recalo como si fuésemos ese bote de contención que se aproxima a la soledad del puente por el que sube a bordo la percepción como alegoría por la que apostar el ojo y la bolsa.
Llegar al silencio, en un diálogo creador-realidad-espectador, es decir un triálogo, es una suspensión que apuesta más que nada por el motivo, ese recurrente servicio que nos presta el binomio causa y efecto para  trasladarnos a la evocación por la responsabilidad de sabernos vulnerables, sintonizados con la econaturaleza que apela a nuestra cordura, aunque parezca por momentos un (otro) mito de esa utopía que es nuestra rotación alrededor de la gracia del sol.
 Mar y tierra tienen una frontera que descuella las meras demarcaciones geográfica que impone la física y la ensoñación del hombre, el hombre mismo, que se ocupa, además, de erosionar su propia capacidad óptica y quimérica en su des-andar.
Un pescado –literalmente- en el bolsillo no deja de ser un hecho singular, más como imagen fotográfica; como consumé artístico lleva una (otra) connotación al ojo del espectador; por naturaleza un bolsillo, con un hueco también, no suele ser un sitio para poner pescados, así es que la connotación de esta imagen se torna polisémica y registra niveles de lecturas interesantes, que se distancian –y en la factualidad de la foto- de toda pose permisible. Providencia del pez que si lo miramos pareciera que nos mira, una evocación inalterable a las aguas, al espejo de la poesía y al efecto que nos produce el misterio in-tolerable que es todo tropiezo con la trascendencia de la mirada, en una u otra agudeza de la intelección estética. El sentido de pertenencia enarbolado desde la intimidad personalísima de un bolsillo y no desde un morral o canasto potencian un carácter que devela la urgencia de una circunstancia y desde luego la grácil manía y el ingenio raudo del cubano de captar en el destello de un intrascendente soplo todo el significante valor de una imagen que denota la recurrencia de otros d-efectos y sensaciones afines ya al espectador.
 Desde otro ángulo no puedo menos que recurrir a la añorada Teresita Fernández, maestra que nos ha advertido con profunda emotividad: a las cosas que son feas ponles un poco de amor y verás que la tristeza va cambiando de color, creo que estos han sido los derroteros a seguir por esta artista, por su sensibilidad sin co(s)tas, en ese aparente «aire errante» con que nos apunta con el índice de sus imágenes para que nos pre-ocupemos por el entorno por muy antiestético o repelente que lo encontremos. Un rol más que un desvelo de la artista por visualizar realidades y trans-formarlas. Su exposición proporciona niveles de luces suficientes que, salvados en la valía estética y factual de sus fotografías, recogen en su enfoque múltiple una suerte de «narración» que consigue afrontando al remitente –que zarpa- y al destinatario –que atraca-,  en un conjunto de imágenes que estimulan la interacción, suscitar contingencias que matizan el propio contenido de las obras sumándoles alteridad, dinámica visual acontecida en éste bojeo interior que hace Eira Arrate cámara en mano aferrada a la necesidad de expresar con sus mágicos hallazgos una generatriz que no limita al espacio atrapado en la sal y el carburante de nuestra propia insensatez.
Acto que se trasmuta en huella sobre la que redescubrir las potencialidades que desde este artefacto suscribe Eira Arrate, seduciendo con una impronta de espontánea lozanía.
En mi opinión creo que la intencionalidad está justamente fuera de la galería, es decir dentro de cada una de las instantáneas, en la superficie profunda de la  visión alternativa de  pensar cada imagen con la responsabilidad de cohabitar su relato, su idea como una prioridad que nos pertenece.
Al fin y al cabo en la bolsa de los reyes magos ¿no hay  riberas para todos?

Racso Pérez Morejón
Casa de la Poesía

 

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