A más de 35 años de realizada la primera excavación en los predios del Centro Histórico, el volumen de trabajos acumulados hasta hoy ha permitido consolidar la Arqueología Histórica como disciplina imprescindible para fomentar la reconstrucción física y espiritual de la parte más antigua de la ciudad.
La Arquelogía Histórica en la Habana Vieja no se subordina a la restauración, sino que una y otra se han unido y complementado.

 Cuánta palabra se ha dicho y escrito sobre la Habana Vieja en su larga historia. Palabras sobre la arquitectura, los habitantes, el comercio... pero muy pocas referidas a los estudios arqueológicos que en sus suelos y paredes se han realizado y que constituyen de los más numerosos en este ámbito.
Alentados por la potencialidad que aquí existe para estudiar los espacios urbanos (manifestada en el grado de autenticidad de los inmuebles y la inalterabilidad del subsuelo antropogénico), los arqueólogos han logrado rescatar un cúmulo importante de información y, de esta manera, fomentar la reconstrucción física y espiritual de la parte más antigua de la ciudad.

PRELUDIO DE UN DESCUBRIMIENTO
Desde los años 60, es común el debate entre los especialistas acerca de la autonomía de la Arqueología Histórica como disciplina científica. Algunos la creen una herramienta de la Historia, una técnica o un sub-campo de la propia Arqueología.
Nosotros la consideramos una ciencia social independiente en tanto posee su propio cuerpo conceptual y su objeto de estudio: las huellas dejadas por el hombre en el curso de su existencia, la cultura material de los pueblos.
En esa misma época, otro debate giraba en torno al propio nombre de esa ciencia: unos la llamaban Colonial (de hecho, se llamó así por mucho tiempo); otros, Arqueología de niveles coloniales, Arqueología de etapa colonial o hecha sobre sitios históricos.
Sin esperar una definición consensuada, en la Habana Vieja se practicaban excavaciones en los inmuebles para recuperar información material y delimitar los espacios que éstos ocupaban originalmente.
Pero no fue hasta 1968 que las labores arqueológicas se realizan junto al proceso de restauración, a partir de una ejecutoria oficial. Se inician entonces excavaciones en los predios del actual Museo de la Ciudad, otrora Alcaldía de la Habana y también Palacio de los Capitanes Generales.
Esas primeras labores permitieron que la Habana Vieja sea objeto hoy de un sistemático estudio arqueológico, coma parte del ambicioso plan de rehabilitación que en ella se realiza.
Iniciado a partir de los inmuebles de alto valor patrimonial, este proceso se incrementó de forma tal que fue necesario fundamentar un presupuesto metodológico para acometer –de manera ordenada y eficiente– la creciente demanda de excavaciones, pues quedó establecido que todo intento restaurador lleva consigo una investigación arqueológica previa.
En muchos casos, esta circunstancia provocó que tanto el sentido de la Arqueología como sus objetivos, se vieran subordinados a los proyectos de restauración, dependiendo de los plazos y estrategias constructivas, así como de la puesta en valor de las obras.
Por último, gracias a la voluntad de la Oficina del Historiador, se ha concretado un derrotero conjunto de trabajo entre los planes de restauración y los intereses arqueológicos que pocas veces se ha logrado en situaciones y espacios similares.
A pesar de los tanteos iniciales no se perdió de vista la formación de quienes se encargarían de guiar estas tareas de investigación, realizadas en forma empírica y con una gran dosis autoformadora, llevadas a la práctica a través del quehacer y del error, del volver a hacer y continuar. Desafortunadamente, ni en aquel momento ni hoy, la Arqueología ha contado con un reconocimiento para su estudio de grado, de modo que pueda transmitirse a nivel me-dio y superior el conocimiento acumulado.
No obstante, de cierta forma se ha podido suplir esa carencia. Gracias al empeño de algunos especialistas, se han ido formando nuevos arqueólogos por diferentes vías, incluidos los cursos en la Escuela Taller Gaspar Melchor de Jovellanos, perteneciente a la Oficina del Historiador.

PREMISAS DE BUSQUEDA
Cuando se acomete una línea de investigación en la Arqueología Histórica, ésta debe contener –al igual que cualquier otra disciplina científica– una alta precisión en la determinación y finalidad del trabajo, que no se confunda el área de labor con el objetivo de la ciencia en sí.
Hay que probar que el recurso arqueológico es el que corresponde a la operación emprendida, de modo que éste pueda ampliar, complementar, rectificar la documentación existente y, así, marcar el paso de lo que se va a ejecutar en lo adelante.
En la Habana Vieja se ha aplicado esta especialidad dando los pasos necesarios para su desenvolvimiento y, como resultado, se ha obtenido una información de primera mano en respuesta a una estrategia concreta y definida.
Hasta las excavaciones hechas en 1968 no se sabía qué había bajo la ciudad y fue entonces, cuando al despejar incógnitas que guardaba celosamente el subsuelo antropogénico, se tomó conciencia de que debía existir un estudio sistemático –cada sitio debía abordarse con la misma metodología– de lo que fue superponiéndose en el tiempo.
En resumidas cuentas, no se trata de hacer sólo historia arquitectónica o de estudiar los materiales que puedan salir de este subsuelo, sino de aunar intereses en aras de un fin mayor: la revitalización de la Habana Vieja.
Ésta debe lograrse cumpliendo la premisa de que cada edificación será rehabilitada según la época en que se erigió o aquella en que le fueron realizadas transformaciones irreversibles, cuya expresión ha perdurado en el tiempo.
Esta concepción atañe, especialmente, a los inmuebles ubicados en la zona intramuros, cuya historia puede definirse con ayuda de la Arqueología y sus métodos, capaces de estudiarla orientadamente sin tener que depender de la documentación manida o de evidencias ya catalogadas con anterioridad.
En el decursar de esta puntual operación, han existido excavaciones y estudios que marcaron momentos muy precisos dentro de la práctica arqueológica en la Habana Vieja.
En los inicios, o sea, en los años 60, se lanzó una estrategia de rescate de los inmuebles y entornos físicos de cualquier tipo (ya hubiesen sido militares o civiles), porque era la única forma de encarar el reto cuando todavía –como ciencia nueva– la Arqueología Histórica se conformaba, sin lugar a dudas, con una debilidad teórica y metodológica. Bajo esta óptica se hicieron las excavaciones de la Parroquial Mayor y la Casa de la Obra Pía, que cubrieron una necesidad importante en la investigación y significaron un invaluable aporte a la tarea de identificación y fechado de artefactos.
Ellas son ejemplos precisos en el territorio, clásicos exponentes de Arqueología Histórica particularista que, por la fecha en que fueron ejecutados, pueden considerarse entre los primeros que se realizaron en el Caribe.

EL GABINETE
Posteriormente se efectuaron algunos trabajos que perseguían reconstruir modos de vida del pasado coma parte del estudio de grupos sociales enmarcados en una región determinada: la excavación del Convento de Santa Clara, por ejemplo.
A este tipo de Arqueología se le llamó del «traspatio», aunque en Santa Clara se indagó mucho más allá de los detalles constructivos y se llegó al estudio profundo de toda una comunidad religiosa.
No obstante, a partir de la creación del Gabinete de Arqueología (1987), se establece una verdadera pauta a seguir, pues se logra una interrelación entre las búsquedas arqueológicas y el plan de restauración de la Habana Vieja.
Con la puesta en valor de grandes obras ya dentro de un ámbito bien delimtado y vital, se piensa en ella como museo representativo de las ciudades caribeñas, capaz de superar por la diversidad de contextos cronológicos a sus similares de República Dominicana y Puerto Rico.
Santo Domingo constituye, en verdad, un exponente insuperable de ciudad del siglo XVI, pero sólo de ese siglo, mientras que en San Juan predominan entornos de un siglo XIX sencillo.
Por su parte, San Cristóbal de La Habana conserva un amplio espectro que abarca ininterrumpidamente de los siglos XVI al XIX, exponiendo al mundo elementos de casi todas las variantes domésticas, civiles, militares, eclesiásticas y comerciales. A lo que se añade una gran muestra de estudio del registro arqueológico que, sin parangón en la zona, se expresa en patrones dispuestos a cualquier fase de investigación.
Las indagaciones en torno a la frecuencia relativa con que aparecen diferentes grupos de artefactos (cerámica, vidrios…) permitieron definir rasgos esclarecedores que ayudan a interpretar los puntos sobresalientes de aquello sitios sobre los cuales la documentación e información es casi nula.
Mediante este enfoque cuantitativo, se investigaron con carácter individual la mayólica del siglo XVI en Calvo de la Puerta (Casa de la Obra Pía), y la porcelana oriental en La Habana, estudios que sirvieron de base para reconocer patrones que posibilitan inferir la conducta humana.
Por otro lado, el análisis de la cerámica mexicana del siglo XVII proporciona una luz para desentrañar las redes del comercio intercolonial en etapa tan oscura.
Es de vital importancia reconocer el aporte de la Arqueología Histórica al estudio histórico-social de La Habana intramuros desde una perspectiva regional que, al asumir la parte antigua de la ciudad como un ámbito temporo-espacial donde se desarrolla un proceso sociocultural concreto, la convierte en un universo idóneo para la investigación.
Con ayuda de la Arqueología Histórica se han clasificado los diversos contextos físicos, delimitándolos mediante el análisis profundo de las sucesiones estratigráficas y los materiales exhumados.
Las excavaciones realizadas en el Convento de San Francisco de Asís y en la Casa de los Condes de Santovenia (hotel Santa Isabel), no fueron tratados como inmuebles particulares o estudios de caso en sí, sino como áreas que representan el desarrollo acaecido históricamente en la región.
Siguiendo esta misma directriz, puede tomarse la cerámica como referencia para investigar la unión de varias culturas y las resultantes de esta fusión en una ciudad como la nuestra, arquetipo de tales combinaciones.
El estudio de la cerámica de contacto o de transculturación –llamada «colono ware» o «criolla»– permite saber hasta qué fecha se dio esta simbiosis. Arroja, además, evidencias sobre el comercio, tanto lícito como ilícito, constatadas o no en las fuentes documentales de la época.
Como disciplina científica, la Arquelogía Histórica en la Habana Vieja no se subordina a la restauración, sino que una y otra se han unido y complementado. El resultado hasta el presente ha sido muy valioso aun cuando no esté exento de errores.
A treinta años de los comienzos, podríamos mencionar entre los precursores –además de Eusebio Leal– a los también arqueólogos Leandro Romero, Rodolfo Payarés, Ramón Dacal, Rafael Valdes-Pino, Eladio Elso…, y recordar con gratitud al artista Ernesto Navarro.
Ellos allanaron el camino que hoy prosiguen los más jóvenes.
A todos nos corresponde enfrentar el reto de un futuro en que La Habana, ciudad de maravilla y misterio, reencuentre su pasado y el del hombre que la habita y la sueña.

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