Después que fuera abatido en 1999 por el huracán Irene, el dios de los pies alados regresó a su trono en lo alto de la Lonja del Comercio, dotado de un portentoso don que le permite burlarse de la furia de la naturaleza.
Un sencillo sistema mecánico permite que, ante la acción del viento, Mercurio gire —en forma lenta— debido a su propia masa, nunca como una veleta.

 Hermes o Mercurio, ya sea para romanos o griegos; mensajero de los dioses, con tobillos y cascos alados; él mismo, dios del comercio y, por extensión picaresca, dios de los ladrones, cayó de su sitial habanero encima de la cúpula que cubre el atrio de la Lonja del Comercio cuando, el 14 de octubre de 1999, la fuerza del huracán Irene quebró su estructura sustentante, lo hizo rodar hasta la base de dicha cúpula y lo fragmentó en pedazos.
Figura hueca, de cobre, construida con chapas muy delgadas, réplica —con cuatro metros de talla— de la obra original del escultor flamenco Juan de Bolonia (1529-1608) que se encuentra en el Museo del Louvre, nuestro Mercurio ha estado coronando el domo de la Lonja desde que se inauguró el 28 de marzo de 1909.
En esta escultura se sintetizan todas las alegorías que —expresadas de manera ecléctica, con predominio de las formas renacentistas— caracterizan el diseño arquitectónico de esta emblemática edificación, sobre todo por la variada profusión en sus fachadas de motivos decorativos relacionados con la actividad del comercio: caduceos, cuernos de la abundancia, figuras humanas en actitud de concertación... (Ver Opus Habana no. 1, 1995.)
Erigido sobre la base de un proyecto del arquitecto, escultor, poeta y dramaturgo español Tomás Mur, en cuya ejecución colaborara el arquitecto cubano José Toraya, este inmueble fue considerado en su tiempo una obra de gran relevancia para la ciudad tanto por su ubicación como por los adelantos tecnológicos empleados en su construcción, a cargo de la influyente firma norteamericana Purdy & Henderson.
Establecida en Nueva York desde 1888 y radicada en Cuba a partir de 1899, esta compañía constructora ejecutaría una buena parte de las más significativas edificaciones habaneras del primer tercio del siglo XX: el Centro Gallego, el Centro Asturiano, el monumental Capitolio Nacional...
Al igual que en esos edificios —erigidos después—, en la Lonja se emplearon novedosas estructuras de acero para soportar el peso de las paredes, pisos y techos de los diferentes niveles.
 Con su fachada principal hacia la Plaza de San Francisco, el inmueble tenía organizadas sus plantas alrededor de un gran atrio central, cerrado en su parte superior por la ya mencionada cúpula, a través de cuya base pasaban la luz y el aire hacia el interior. De esta manera, se garantizaba una excelente ventilación e iluminación naturales de los diversos establecimientos y oficinas que albergaba el inmueble, en correspondencia con su función esencial: la de ser sitio para la confluencia de comerciantes.
Con los años, la Lonja fue sometida a numerosas transformaciones y ampliaciones, tanto dentro como fuera. Así, en 1939, se le adicionó una sexta planta; en 1947, se le construyeron tabiques en todos los pisos alrededor del atrio central para crear nuevas oficinas, y en 1952 se creó un entresuelo para dividir el puntal de diez metros que poseía el Salón de Actos.
En 1995, la Oficina del Historiador de la Ciudad asumió la primera rehabilitación capital del edificio y el acondicionamiento de sus espacios para modernas oficinas y salones rentables, con todos los adelantos tecnológicos que posee este tipo de instalaciones.
Como parte de esta intervención, sobre la sexta planta se insertó un ático retirado de la fachada, con paredes de doble acristalamiento para atenuar los efectos del sol y disminuir los ruidos ambientales.
El proyecto incluyó, además, la recuperación y restauración del espacio del atrio central (todo el interior fue transformado, aprovechándose sólo su estructura), de las fachadas exteriores y —por supuesto— de la cúpula con el Mercurio en lo alto. Desmontado dos veces para su restauración, esta escultura ya había sido víctima de los embates de la Naturaleza, cayendo en más de una ocasión a causa de los azotes de un huracán.
 UN DON MECÁNICO
Arrancado de su pedestal, desecho en pedazos, el Dios del Comercio fue bajado inmediatamente hasta el nivel de la calle con vistas a su restauración. ¿Pero qué podría hacerse para evitar que sucumbiera nuevamente a la furia del otro dios, del impacable Eolos?
El Historiador de la Ciudad planteó la posibilidad de que, una vez repuesto en su sitial habanero, Mercurio pudiese girar, disminuyendo con ello la resistencia que ejercería un soporte fijo a la fuerza del viento.
Y así, mientras la estatua era sometida a un largo y cuidadoso proceso de reconstrucción por parte del escultor Héctor Martínez Calá y un grupo de colaboradores, se acometió la tarea ingenieril de diseñarle un soporte rotatorio.
Además de garantizar el giro de la estatua, ese dispositivo mecánico debía soportar con seguridad todas las cargas actuantes, incluidos el propio peso de la figura y la fuerza del viento que —según la norma cubana vigente— incide sobre ese lugar en los momentos más críticos.
Tras consultar con los profesores de la Facultad de Ingeniería Mecánica del Instituto Superior Politécnico José Antonio Echeverría, Dr. Carlos Novo y Msc. Marta Fernández, se adoptaron las soluciones ingenieriles que permitieran concretar tan feliz idea.
Como resultado, se logró concebir un sencillo sistema mecánico que, ante la acción del viento, permitirá que Mercurio gire —en forma lenta— debido a su propia masa, nunca como una veleta.
Confiados en la eficiencia de este nuevo mecanismo, se llevó a cabo el izaje de la escultura, el 13 de marzo de 2001. Y ya al día siguiente, en su reconocida postura de carrera alada, Mercurio volvió a coronar el edificio de la Lonja del Comercio.

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