La quietud habita hoy los márgenes de la rada habanera, pero en siglo XVIII, al poniente de la ciudad, en el extremo que mira al sur y a continuación de la muralla, carpinteros de ribera, calafates, fundidores, tallistas, veleros, buzos, peones, militares, esclavos y forzados fueron protagonistas de una épica realidad, dotar a los escenarios marinos de batalla de los mejores bajeles al servicio de la Armada española.

¿Conoce usted amigo lector cómo se le colocaban a los barcos sus enormes mástiles durante el siglo XVIII?

 

La quietud habita hoy los márgenes de la rada habanera, pero en siglo XVIII, al poniente de la ciudad, en el extremo que mira al sur y a continuación de la muralla, carpinteros de ribera, calafates, fundidores, tallistas, veleros, buzos, peones, militares, esclavos y forzados fueron protagonistas de una épica realidad, dotar a los escenarios marinos de batalla de los mejores bajeles al servicio de la Armada española.
El fénix de la Real Armada
En tal sentido surge en los terrenos comprendidos entre el Castillo de La Real Fuerza y los muelles de San Francisco el primer arsenal cubano hacia 1724. El arsenal no era más que un conjunto de edificios así en tierra como en el agua, propios para la construcción y carena de los bajeles, para su mejor conservación y resguardo, y almacén de cuantos pertrechos, municiones y géneros necesitaba la Real Armada española. Este primer emplazamiento naval pronto resultó pequeño, careció de forjas y fábricas, además su cercanía a la villa y el libre acceso de sus vecinos al recinto limitó su pretendido carácter militar.
Es entonces que 1747 se decidió trasladar el arsenal a un nuevo emplazamiento, situado al poniente de la ciudad, en el extremo que mira al sur y a continuación de la Muralla, obra que tuvo a su cargo el Comisario de Marina Lorenzo Montalvo, primer conde de Macuriges. Ordenado como Real Arsenal de La Habana se concibió como un conjunto cerrado y separado de la ciudad por medio de la Muralla. En su interior se levantaron edificaciones adecuadas a la Maestranza, almacenes y tinglados para el depósito de maderas, además se dotó de varias gradas de construcción naval que permitieron la botadura simultánea de más de un navío.
Conocido como el Fénix de la Real Armada, el arsenal era lo más parecido a una colmena de abejas, pues todas las mañanas cientos de hombres se abocaban en las gradas de construcción naval. Carpinteros, calafates, tallistas, fundidores, maestros mayores, todos se integraban en una sinfonía de manos e ingenio. La primera pieza colocada era al quilla, unida por empalmes y pernos; luego se situaban las estructuras  de los extremos del bajel, la proa y la popa, compuestas por múltiples piezas: tajamar, roda, curva coral, codaste… De esta manera la quilla venía a ser la columna vertebral y las cuadernas las costillas del navío, dicho así puede antojársenos engañosamente sencillo, pero lo cierto es que la arquitectura naval por su complejidad requería de saberes científicos y artísticos.
La última fase de la construcción de un bajel era la colocación de su arboladura, técnica ejecutada por embarcaciones auxiliares que portaban a bordo cabrias y pescantes, en otras ocasiones estas se colocaban en la propia cubierta del bajel para izar los mástiles y vergas. El método implementado en el Real Arsenal de La Habana era el de una torre grúa, conocida como La Machina, situada fuera del astillero en los terrenos de la Comandancia de Marina.
La Machina, un coloso a los pies del mar
Amigo lector quizás haya escuchado en alguna ocasión la expresión “es más duro que el palo de La Machina”, y sí, esta vetusta frase debe su origen al antiguo mecanismo de una torre-grúa utilizada para arbolar bajeles, o sea, para colocarles los mástiles y otros aparejos, conocida como La Machina, adaptación castellana del término inglés machine.
Su construcción se debió al ya citado Lorenzo Montalvo y Ambulodi, y fue instalada en 1740 en la cercanía a la Comandancia de Marina, justo en la inmediación donde en la actualidad se ubica el Convento de San Francisco de Asís y el punto de embarque de la lancha de Regla.
La Machina poseía una estructura compuesta por dos cabrestantes que enrollaban la polea encargada de proporcionar los movimientos al eje central de la gran rueda-torno. De esta el cable pasaba a dos motones y de ahí se elevaba directamente al pescante, tensado por tres vástagos de madera en forma de trípode.
Navíos, fragatas…una vez que estaban en rosca (bien calafateados), botados al agua desde las gradas de construcción del arsenal eran conducidos y guiados por embarcaciones auxiliares, a los pies de la Machina donde ejecutaban la última fase comprendida en la construcción naval, la colocación del bauprés, trinquete, mayor y mesana, el velamen y resto de los aparejos.




Arriba, grabado realizado por Fédéric Mialhe en 1840. En su extremo superior izquierdo, puede observarse ese mecanismo-grúa y, a sus pies, un navío en proceso de ser arbolado. A la izquierda, postal impresa en 1900 por la compañía Detroit Photographic en la que se aprecia La Machina con su cuarto de maquinas (casa amarilla). En cuanto a la fotografía (izquierda) la estructura con sus vástagos de metal, sustitución de sus anteriores construidos en madera.

Presa de la rapiña inglesa
Dueños los ingleses de La Habana —hecho que acaeció el 11 de septiembre de 1762—, Lord Albemarle solicitó, en carta dirigida al Comisario de Marina Lorenzo Montalvo, la entrega de las llaves del arsenal: “Muy señor mío: Sírvase Ud. Entregar, a los Señores Comisarios Ingleses, las llaves de todos los Almacenes bajo el cuidado de Ud. Dios guarde a V.M. Havana, Septiembre 11 de 1762. BLM de V.M. Su mas afto. Servidor. Albemarle”.
Ante la demora, las tropas ingleses se abrieron paso al interior del astillero a golpe de hacha, comenzaba así la destrucción con saña y saqueo paulatino de cuanto había en el arsenal, inspirados en los objetivos de que “el rey de España no construyese por largo tiempo un navío de guerra en dicho sitio”.
Lorenzo Montalvo cuenta en el Oficio del 3 de junio de 1763 —dirigido al Ministro de  Marina, Manuel de Arriaga— la obra de los ingleses en el arsenal habanero durante los once meses de ocupación: «En carta de 14 de abril di cuenta a V.E. de lo que estaban practicando (…) los ingleses sobre lo perteneciente a la Marina; y de sus instrucciones bien explicadas, de destruir nuestra Armada y cuanto pueda conducir a la construcción de nuestros navíos.
“Dicen los ingleses que todo lo referido es suyo mediante la capitulación. Pero estas operaciones, y el desempeño con que las han llevado a cabo (…) confirman el dictamen en que están todos ellos de ser conveniente a su estado y ambición de que carezcamos de navíos.
“Ya impuse a V.E. que habían desbaratado las gradas sobre las que se hacia la construcción, y teniendo aquellas porción de madera, han embarcado toda la útil que se hallaba en el astillero y vendido la que consideraron inútil. Lo mismo han practicado con todo la madera de los parapetos del Morro, del Castillo de la Punta, de las puertas de la Fuerza y de los baluartes y baterías del recinto de la plaza por tierra y mar; y todo lo que se había colocado en las golas de aquellos con precaución de resguardar a la gente que los guarnecía para que no fuese destrozada por la espalda con los fuegos de las baterías que formaron los enemigos en la Cabaña y demás.
“ (…) y acabaron de destrozar las ruedas y demás útiles de la sierra de agua (…) allá han desecho la rueda con que se movía La Machina; y con hachas han roto las puertas de los almacenes del astillero (…) no ha quedado una pieza de madera de las que existían en el Mariel, Cabañas, Bahía Honda, Matanzas y Siguanea. Todas la han serrado y embarcado (…)”.
Restaurada la dominación española en La Habana, el gobernador y Capitán General Francisco Funes de Villalpando, Conde de Ricla, debió reconstruir la ciudad y en especial el Real Arsenal, cuyo paisaje era el de un terreno yelmo sin vestigios de muelles, gradas, instrumentos… para tal fin Lorenzo Montalvo fue ascendido a Intendente de Marina y junto al jefe de escuadra Jorge Sapiani debieron reconstruir el Real Arsenal y La Machina, específicamente la rueda, conocida por el pueblo como “el palo de la Machina”, a partir del plano realizado por Francisco Xuares de Calderón.
Una nueva reconstrucción experimentó durante los cambios promulgados durante la década de 1790 por el Comandante del Apostadero Juan de Araoz, quien en su fecunda labor al frente del arsenal perfeccionó sus muros por mar y tierra, construyó un hospital para atender a las tripulaciones de los navíos de guerra surtos en la rada, al tiempo que ordenó colocar pararrayos en todos los edificios de la Maestranza y demás construcciones del astillero.
Poco después de haber sido sustituidas sus estructuras de madera por otras de metal, se decidió deshabilitarla en 1903, pues ya no cumplía función alguna, atrás habían quedado los navíos propulsados a vela, tiempos en que la construcción naval en Cuba escribió memorables páginas en los diferentes escenarios marítimos en que navegaron y combatieron los más de cien bajeles arbolados en La Machina del Real Arsenal de La Habana.

Fernando Padilla González
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Opus Habana

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