A Carmen Suárez León se debe el libro Poemas del mediodía, del sello Ediciones Unión, con prólogo de Cintio Vitier y Fina García Marruz. El texto fue presentado el 12 de octubre en la Casa Victor Hugo por ell ensayista y crítico literario Enrique Saínz.

De puras impresiones preciosas están hechos estos poemas, músicas del paisaje y de una naturaleza familiar, poblada de personas que viven en diálogo perpetuo con las brisas, los árboles, los viñedos, las costumbres campestres, luces y sombras como de un Paraíso perdido y que volverá, memoria del pasado y del porvenir.

El ensayista y crítico literario Enrique Saínz presenta el libro Poemas del mediodía, de Carmen Suárez (a la izquierda). Junto a ellos la escritora y poeta Fina García Marruz.

Inmediatamente después de haber comenzado a leer este cuaderno de poemas de Carmen Suárez León, vino a mi mente el nombre de un poeta muy querido para mí: Francis Jammes, autor de un poemario que leí hace muchos años y que nunca he podido olvidar: Del toque de alba la toque de oración, traducido con ese precioso título creo que por Ramón Gómez de la Serna. No sé si Carmen lo ha leído o si conoce otro de sus libros. Eso no tiene mucha importancia. Bien sea porque recibió su impronta o porque, durante su visita a Francia, respiró aires similares a los del autor que acabo de nombrar, verdaderamente relevante es lo que nos entrega esta poetisa en estas páginas maravillosas, tan colmadas de una indefinible luz y de una delicadeza que no encontramos habitualmente en la poesía de hoy. Esa afirmación no implica, en modo alguno, un juicio de carácter axiológico, un criterio valorativo que quiera subrayar una mayor calidad en unos textos que en otros. Estos de Carmen que ahora les presento tienen la virtud de traernos un frescor límpido y una transparencia que mucho deseamos y no siempre alcanzamos los lectores por nuestra sola experiencia. De puras impresiones preciosas están hechos estos poemas, músicas del paisaje y de una naturaleza familiar, poblada de personas que viven en diálogo perpetuo con las brisas, los árboles, los viñedos, las costumbres campestres, luces y sombras como de un Paraíso perdido y que volverá, memoria del pasado y del porvenir. En la carta que Cintio Vitier y Fina García Marruz le escribieron a la autora y que ella puso como pórtico del cuaderno, encontramos esta declaración:

Una vez escribí: «Levedad: musa francesa» y me viene a la memoria ahora esa línea porque es justamente la impresión que me deja la lectura de tu libro Poemas del mediodía. El mediodía francés, la melodía de esa levedad que se amista, no se contrapone, a la gozosa materialidad y compañía de lo que llamó Gide «los alimentos terrenales» –tan presentes en estos poemas– a la especie de corporeidad distinta de la luz mediterránea.

Ahí está, creo, el centro irradiador de esta poesía que nos entrega el testimonio de una callada alegría por los amigos, la sencillez, las comidas, los arroyos, las colinas, el cielo, la tierra fructífera, otra vida y la misma, apacible allá y en esos días, turbulenta y angustiosa en tantos otros sitios y en casi todos los momentos. Este libro es una revelación para la propia autora y no menos para nosotros sus lectores. Sus páginas nos abren los sentidos para disfrutar de otro modo, con una ternura que el diario vivir nos hace olvidar, la existencia cotidiana, esperanzados de alcanzar nosotros esos espacios que ahora vemos y respiramos desde lejos mientras leemos verso tras verso esta compilación de Carmen. Los campos franceses aparecen ahora ante nuestra percepción como un anchísimo lugar que nos pertenece en su cálida transparencia, en su amigable coloración, en sus frutos entrañables, en sus claridades, en sus habitantes, en sus edificaciones seculares. Somos de aquí y de allá, de esa Francia leve y de esta Cuba también leve a su manera. Ahora comprendemos mejor que esas extensiones que vio esta poetisa eran un deseo que no habíamos podido satisfacer; después de la lectura de Poemas del mediodía ya sentimos que hemos sido compensados en alguna medida por lo que hemos visto y oído en sus textos. Gran regocijo nos ha traído mirar le realidad de la manera que lo ha hecho Carmen para todos, genuina fiesta del espíritu desde los dones de la tierra y de la amistad. Poemas breves, como dibujos que fueron hechos con rapidez para después retocarlos e integrar un instante o una espera interminable. El dolor y la tristeza se mueven de manera sutil en estas páginas como para que no olvidemos que siempre nos acompañan. Particularmente conmovido quedé al leer «Monte Saint-Claire», homenaje a Paul Valéry, un poeta que quiso hacer una poesía purísima desde la música de las palabras, pero que en todo momento supo que en verdad quería lo imposible. Oigamos ahora el poema para disfrutar su belleza:

De pie junto a tu tumba en Sète entre el cielo y el mar.
Las garzas cruzan el cielo y la espuma bate en la cresta de la ola.
Silente.
Un oro matinal tiembla en el horizonte, nos empapa desde lo alto.
Has tenido al fin tu recompensa puesto que miras largamente
la serena
majestad
de los dioses.

Los poemas de este cuaderno nos muestran el paso del tiempo y, a la vez, una vislumbre de la eternidad en la perenne renovación del cuerpo de la realidad. Cuando conocí a Carmen hace más de cuatro décadas en Vereda Nueva, su pueblo natal, intuí que este sería su camino en la vida, raro presentimiento a tantos años de distancia. Entonces la vi ávida de saber, pero no de saber lo que no nos conduce a sitio alguno, sino qué decían los poetas, que decía la gran música, qué decía la sabiduría. Cuando supe todo eso me di cuenta de que aquel presentimiento no estaba descaminado. Hoy me alegra extraordinariamente saber de su obra y de su buen gusto, de sus búsquedas y de su estilo vital, de sus maneras siempre suaves y cordiales, verla dispuesta a penetrar en los mejores libros para dialogar con la poesía, con sus semejantes, con la historia, con Martí. Aunque no hayamos estado en esos lugares preciosos, reitero, esta poesía los hace familiares, nuestros, y comprendemos entonces que ni el diferente invierno, ni la  distinta fuerza de la naturaleza y de los colores, de los frutos y de las costumbres, nos resultan extraños o inhabitables, sino todo lo contrario: los sentimos y los poseemos como si hubiésemos nacido allá, don preciso de la palabra poética que puede dilatar nuestro paisaje íntimo para hacernos ciudadanos del mundo.
Siempre he preferido los espacios abiertos, la inmensidad, los juegos de la luz, la poesía del aire y de las aguas, la inocencia de los niños, la sobrevida de otras culturas y edificaciones, y por todo ello me complació sobremanera este cuaderno, tan colmado de esas presencias y de un anhelo a veces manifiesto y a veces oculto de sentirnos en el centro de la vida. Gracias a Carmen, gracias a su experiencia, gracias a tanta belleza en estos años de dudas, angustias, desconfianzas. Los dejo ahora con el primer texto, «Las lagunas y el viento», magnífica entrada al conjunto:

Bordeando las lagunas desiertas
bajo el viento del norte
un sentimiento de infinitud y lejanía
se apoderó de mi conciencia
y ensarté, en lo hondo de mí,
este invierno mediterráneo
cuajado de ocres y carmelitas,
cruzado por los verdes profundos
de los pinos marítimos,
con la alegría de los nortes habaneros,
con los alisios insulares de noviembre,
con los azules desfondados
sobre cientos de verdes olorosos.
Mis amigos me señalan los patos
que alzan el vuelo sobre nuestras cabezas,
irisados y tiernos.
Por un momento la violencia no existió.

Imagen superior: momentos de la presentación del libro Poemas del mediodía en La casa Víctor Hugo. Imagen de la izquierda: Carmen Suárez León autora del texto cuya portada aparece a la derecha.

Enrique Saínz
Ensayista y crítico literario

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