Aunque no constituyó uno de sus temas predilectos, el béisbol fue objeto de interés de las crónicas martianas. En esas páginas dejó –de manera fragmentaria– juicios sobre esta práctica deportiva, que él llamaba «el juego de pelota».
Durante su vida en Nueva York, el Apóstol conoció las pasiones que movían la práctica de este deporte al que si bien no dedicó ninguna de sus crónicas, hizo referencia como apoyo a otros temas o como anécdota dentro de textos de distinta naturaleza.


The game of ball is glorious...

(Walt Whitman, Nueva York, 1846 )


Se tira a la pelota, como todos los junios...

(José Martí, Nueva York, 1888 )



Cuando José Martí llegó por segunda vez a Nueva York, en los primeros días de 1880, quizás no imaginó que sus destinos como escritor, periodista, diplomático y revolucionario, estarían tan íntimamente ligados a la urbe que cantó el genio poético de Walt Whitman. Por entonces la ciudad se desarrollaba a un ritmo frenético, recibiendo en su puerto a miles de inmigrantes procedentes del sur y el este de Europa, así como de la lejana China. Este crecimiento recibió un impulso mayor a partir de 1883, con la construcción del gran puente de Brooklyn, de cables de acero entramados, al que seguirían otros hasta enlazar los cinco distritos a fines del siglo XIX. Todo lo que el cubano vio, leyó o descubrió de aquella sociedad en furiosa expansión lo dejó plasmado en ese excepcional testimonio que son sus Escenas norteamericanas.
 Por esa época, junto al grandioso progreso industrial y tecnológico que experimentaban los Estados Unidos, tenía lugar en el país de Lincoln otro fenómeno social de enorme importancia, que la aguda mirada de Martí no pasó por alto. Nos referimos al desarrollo y organización del béisbol, deporte muy difundido en tierras norteñas y que se encontraba entonces en una etapa de definiciones en cuanto a ligas y campeonatos, así como de disputas entre los peloteros y los dueños de los clubes en el tema de los salarios y canjes de jugadores.
Como es conocido, Nueva York es en propiedad la cuna de este deporte de origen estadounidense, que evolucionó a partir de otros juegos similares practicados con bates y pelotas. De hecho, el primer club organizado de béisbol fue formado en 1842 en esa ciudad a orillas del río Hudson por un grupo de jóvenes encabezado por Alexander Cartwright, quien llamó a su equipo Knickerbocker Base Ball Club. Este pionero desarrolló un conjunto de 20 reglas, publicadas por primera vez en 1845, que se convirtieron en la base del béisbol moderno. Un año más tarde, el 19 de junio de 1846, los Knickerbockers jugaron el que está considerado como el primer partido oficial de béisbol moderno.
Otro aspecto de enorme interés en este panorama del béisbol estadounidense contemporáneo a Martí, lo es el de las luchas de los jugadores de pelota para imponer sus condiciones ante los propietarios de los equipos. Bajo el control de la Liga Nacional desde 1876, los jugadores habían visto disminuidos sus salarios y libertad de movimiento, y estaban sujetos a severos códigos disciplinarios respaldados por amenazas de expulsión y de ser colocados en listas negras. Al repertorio de agravios a los peloteros se añadió la cláusula de reserva en los contratos, la cual era vista por los beisbolistas como una negación de los derechos individuales de vender sus servicios al mejor postor. Por su parte, los propietarios acreditaban la cláusula como una garantía de la estabilidad de los equipos y del incremento de la rentabilidad.
Para la década de 1880, en que Martí comienza a residir de manera permanente en los Estados Unidos, ya existían en Nueva York clubes de béisbol por toda la ciudad; se había construido en Brooklyn (1862) el primer estadio completamente cerrado para jugar pelota, llamado Union Ground, e incluso, algunos años antes, la popularidad del juego se había extendido más allá de la localidad.
Es cierto que Martí no consideró al pasatiempo norteño como uno de sus temas predilectos, no le dedicó ninguna de sus crónicas, y sus referencias al mismo aparecen de manera fragmentaria y dispersa, como apoyo a otros temas o como anécdota dentro de textos de distinta naturaleza. Pero aun así, creemos provechoso referir cuáles fueron estas menciones que Martí hizo del béisbol norteamericano, y el ámbito particular en que se produjeron, en tanto fue una manera más de acercarse a las costumbres y modo de vida de aquella nación, la que trató de comprender en sus más notables aspectos.
Lo primero que llamó la atención martiana fue la enorme popularidad del béisbol entre los estadounidenses de todos los sectores y clases sociales: adultos, hombres y mujeres y, sobre todo, entre los niños. Así lo refleja cuando describe, con un cierto toque de humor, las travesuras de los colegiales neoyorquinos: «Los niños en Nueva York gustan más de pelotas y pistolas que de libros (...) los niños ¡válganos Dios!, o se detienen en las esquinas, lo que no es del todo mal, a trocar coqueterías con damiselillas pizpiretas de diez o doce años que con mirada y aire de mujer van solas; o se entran a la celada, a escondidas de la policía, en un patio a jugar a la pelota; o salen de las cigarrerías, que por esta maldad debían ser tapiadas con el cigarrero adentro, ostentando en los labios sin bozo, encendidos pitillos». (N. Y., 7 de junio de 1884, O.C., tomo 10, p. 60).1
En otra ocasión sostiene, refiriéndose a la asiduidad con que se celebraban los partidos de béisbol: «[en Nueva York] hay mucha carrera de caballos, con caballeretes de casa rica que montan bien y saltan mucho. Hay mucho juego de pelota». (N. Y., 29 de mayo de 1885, O.C., tomo 10, p. 251).
También le provocó curiosidad que se realizaran juegos de béisbol en ceremonias como el Día de Acción de Gracias, festividad norteamericana de origen agrario que remontaba sus orígenes a la colonia británica y que resultara sancionada por el presidente Abraham Lincoln con carácter oficial en 1863. En una de estas fiestas, que se celebraban anualmente el cuarto jueves de noviembre, observó: «Todo el mundo es bueno. Y hoy jueves, amén de la de comer, que es grande, todo es fiesta. Las cuadrillas de jugadores de pelota vienen de los colegios del interior a disputarse en concurso público el premio». (N. Y., 27 de noviembre de 1884, O.C., tomo 10, p. 28).
En el verano, por razones obvias, la actividad beisbolera se incrementaba, y la temporada estival se convertía en una verdadera fiesta para los peloteros aficionados y la gente común que se divertía realizando prácticas deportivas al aire libre, ejercitando sus cuerpos y liberando tensiones acumuladas a través del juego. Se nos sugiere en este breve comentario: «Todo es juego, movimiento y gasto. En cada solar hay un desafío de pelota (...) Otros entretienen los calores de junio jugando a la pelota, corriendo en apuestas, imitando en ejercicios corporales a los soldados ingleses». (N. Y., 2 de julio de 1886, O.C., tomo 11, pp. 15 y 18).
Al concluir los meses de calor, en septiembre y octubre, el interés por el béisbol seguía en aumento, pues se disputaban entonces las finales entre los equipos de mejor desempeño de las Ligas Mayores. La profesionalización del deporte y los altos salarios pagados a las estrellas de los equipos son aspectos que deja ver Martí: «Y es septiembre un festival prolongado, sin día que no sea acontecimiento, ya porque Mauds, la yegua más ligera que pisa tierra anda una milla en dos minutos: ya porque los «nueve» de Chicago vencen en el juego de pelota a los «nueve» neoyorquinos, uno de los cuales gana al año diez mil pesos, porque no va una vez la pelota por el aire que él no la pare; y eche por donde quiera». (N. Y., 19 de septiembre de 1885, O.C., tomo 10, p. 297).
Este último argumento, referido a las ganancias exorbitantes de algunos peloteros, es reiterado en una crónica posterior, dedicada a la proclamación de Cleveland como candidato a la presidencia en la ciudad de San Luis. En ese escrito señala con preocupación el dilema de algunos jóvenes que abandonan sus estudios para jugar béisbol, pues obtendrían de este modo una mejor remuneración: «Ni los juegos de pelota han interesado tanto este año, aunque hay peloteros que han dejado la universidad para pelotear como oficio, porque como abogados o médicos los pesos serían pocos y les costaría mucho trabajo, mientras que por su firmeza en recibir la bola de lejos o la habilidad para echarla de un macanazo a tal distancia que pueda, mientras la devuelven, dar la vuelta el macanero a las cuatro esquinas del cuadro en que están los jugadores, no solo ganan en la nación, enamorada de los héroes de la pelota, y aplausos de las mujeres, muy entendidas en el juego, sino sueldos enormes, tanto que muchos peloteadores reciben por sus dos meses de trabajo más paga que un director de banco o regente de universidad o secretario de un departamento en Washington». (N. Y., 28 de junio de 1888, O.C., tomo 13, p. 337).
Quizás lo más atrayente de este párrafo, desde el punto de vista del lenguaje beisbolero, es el uso por Martí de la palabra «macanazo» para referirse a un batazo de grandes dimensiones, y «macanero» para identificar al bateador. Como es conocido, «Macana» es una voz indígena americana del área lingüística caribe, que designa a un arma ofensiva, a manera de machete o de porra, hecha con madera dura y a veces con filo de pedernal, que usaban los pobladores de la cuenca del Orinoco y algunas zonas de Suramérica. Otras acepciones del término lo señalan como «garrote grueso de madera dura y pesada», «instrumento de labranza consistente en un palo largo con punta o un hierro en uno de los extremos, que sirve para ahoyar» y «pala de paleta plana y mango largo». Esta última debiera ser en propiedad la acepción que más se ajusta a la descripción del bate de béisbol; sin embargo, por el tono que Martí utiliza en su crónica, parece como si el bate se tornara en arma ofensiva, hostil. Como si fuese manejado con violencia para golpear la pelota y arrojarla lejos del bateador, enfatizando así la crítica que subyace en el juego como actividad de lucro.
Del mismo modo resulta de interés descubrir, junto con Martí, que los peloteros, además de dinero, adquirían un enorme «capital simbólico», al convertirse en ídolos locales o nacionales. Resultaban admirados y queridos por un público entusiasta que, sobre todo en el siglo XIX, fue en gran parte femenino, pues como apunta con sagacidad, las mujeres «estaban muy enteradas» de todo lo que sucedía alrededor del juego de pelota.
Por otro lado, el espacio público diseñado para jugar béisbol también pudo ser utilizado, por sus dimensiones y significado para la comunidad, como parte del show político estadounidense. De ello se refiere Martí en un discurso del senador republicano, ex secretario de Estado y candidato a la presidencia en 1884, James G. Blaine, que tiene lugar en uno de esos campos. La descripción martiana del escenario deportivo nos revela el distanciamiento que se produce entre el orador y los asistentes al lugar, quienes aparecen como perdidos en la enormidad de la plaza: «Era como el mar. Allá en el fondo, en la galería cubierta como un monte de granos de maíz negro, se apiñaba la gente sentada. De lejos, de las puertas, venía la muchedumbre lentamente, como asombrada entre el espacio y la noche. A los lados, vacíos, los asientos del enorme juego de pelota, donde va a hablar Blaine». (N. Y., 20 de octubre de 1888, O.C., tomo 13, p. 359).  Ahora bien, el aspecto de las prácticas beisboleras estadounidenses que más negativamente impactó a Martí fue su creciente mercantilización y el espíritu mezquino y enrarecido que las apuestas traían al sano entretenimiento. Hombre de una ética intachable, el que se realizaran apuestas con los jugadores como si se tratara de caballos de carrera, debió ser algo que lastimó profundamente su sensibilidad y la de muchos de sus contemporáneos: partidarios también del deporte saludable, higiénico y sin la perversión del dinero. De ahí se desprenden varios comentarios martianos negativos sobre el béisbol que, si no se comprende el contexto en que fueron dichos, pudieran inducir a creer en una falsa animadversión de Martí por este pasatiempo.
El primero de estos juicios se refiere al juego de pelota como «desgraciado y monótono que perturba el juicio, y como todos los demás, como las regatas, como los pugilatos, como las carreras, como cuanto estimula la curiosidad, las apuestas, y el amor natural del hombre a lo sobresaliente, aun en la fuerza física y el crimen, privan aquí tanto en verano, que para dar cuenta de quien recorrió el cuadro más veces o tomó más la pelota en el aire, publican los periódicos de nota al oscurecer, una edición extraordinaria». (N. Y., 8 de agosto de 1887, O.C. , tomo 11, pp. 258-259).
Para ser justos con el béisbol, juego de estrategia e inteligencia como pocos, un tanto lento, es verdad, pero también lleno de emociones, jugadas imprevistas y valor personal, me parecen excesivos los adjetivos «desgraciado y monótono» que le adjudica Martí. Pero si se analiza con detenimiento este párrafo, notaremos dos cuestiones que no debemos pasar por alto: los calificativos peyorativos no son sólo para el béisbol, sino también para el boxeo, las carreras y otras actividades del músculo que estimulan, entre otras cosas «las apuestas, y el amor natural del hombre a lo sobresaliente, aun en la fuerza física y el crimen».
Por el pugilato ya había expresado su desagrado en un texto anterior, pues su violencia extrema aplazaba «el tránsito del hombre-fiera al hombre-hombre» y añadía que «enfrenar esta bestia, y sentar sobre ella un ángel, es la victoria humana». Es decir, Martí no desaprueba a la acción física en sí misma, sino a las secuelas que ésta puede traer asociada en una sociedad capitalista, donde el interés primordial radica en ganar dinero, aun a costa del bolsillo de los aficionados y la salud de los deportistas.
La segunda cuestión es una crítica –aprovechando el pretexto del béisbol– a la prensa sensacionalista y banal, que se complace en realzar los acontecimientos deportivos y ocultar muchas veces los verdaderos problemas de la nación.
Esta reflexión se comprende mejor si la comparamos con otro texto ulterior, refiriéndose ahora al deporte universitario, en el que de nuevo insiste en las apuestas como un factor disolvente del verdadero espíritu de competencia y afición sana a los ejercicios corporales. Las palabras de Martí son muy elocuentes en este sentido, y comparten puntos de vista con la tesis precedente, al señalar cómo los estudiantes de Yale, Princeton, Harvard y Columbia «están enojados» porque «tanto había crecido entre ellos estos cursos pasados, socapa de ejercicio físico, la práctica de lo más animal del hombre, con detrimento de lo más bello, que las universidades acordaron prohibir las regatas de río y juego de pelota, que eran ya ocupación mayor de los colegios y asunto de apuestas y disputas, que los tenían sin sosiego todo el año». (N. Y., 24 de septiembre de 1888, O.C., tomo 12, pp. 53-54).
Como hemos visto hasta aquí, las opiniones y juicios de Martí sobre el béisbol que conoció en los Estados Unidos a lo largo de la década de 1880, época turbulenta y de cambios profundos tanto en el sistema del juego como en sus implicaciones sociales, tienen un sentido dual, algo que también se advierte en otras zonas de su producción sobre aquel país. Por un lado celebran su popularidad y difusión como juego sano y diversión que favorece el empleo del tiempo libre, y por otro, censuran con acritud los vicios y desviaciones que desnaturalizan al deporte y a quienes lo practican, haciendo brotar en ellos, como insiste varias veces «lo más animal del hombre, con detrimento de lo más bello».
Llegados a este punto, un aspecto de notable interés consiste en verificar si efectivamente José Martí, al margen de su escritura, participó como espectador en algunos juegos de béisbol durante su estancia en suelo norteño. Sucedió, todo hace indicar, en los años 90 del siglo XIX, durante una visita del Apóstol a Cayo Hueso, donde presenció –junto a José Dolores Poyo– un partido en el que un joven cubano de apenas 16 años conectó un formidable batazo que fue a parar a las aguas del océano.
Ese joven era el célebre jugador y director de béisbol Agustín Molina, Tinti (1873-1961), quien en su juventud realizó el acto temerario de venir a la Isla, poco antes de iniciarse la guerra de 1895, a traer propaganda revolucionaria, y para evitar sospechas participó en el campeonato de aquel año como miembro del equipo de Matanzas. Poco después regresó al Cayo y luego volvió a Cuba en una de las expediciones comandadas por el general Emilio Núñez.
Según Molina revelara mucho tiempo después al periodista deportivo Fausto Miranda, Martí pidió conocer al autor del jonrón, y una vez ante el líder revolucionario, le estrechó la mano, y pudo observar cómo «la mirada firme, pero agradable, el entusiasmo enorme demostraba que él, grande como nadie, consideró aquel triunfo de los cubanos en la pelota como un buen presagio para la lucha que se iba a iniciar».2
El equipo de Tinti se llamaba Cuba y, en los momentos de la visita martiana, se enfrentaba a un conjunto estadounidense, con el objetivo de recaudar fondos para la futura Revolución. Además, se sabe que en el Cayo existieron otros clubes llamados Fe, Habana y Esperanza, los cuales llegaron a jugar en una liga dominical promovida y organizada por el empresario cigarrero Eduardo Hidalgo Gato. También, desde 1887, en Ybor City existió un equipo de emigrados cubanos llamado Niágara Baseball Club, al que se unieron posteriormente los conjuntos Cubano y Porvenir. 3 Con semejante dispositivo de círculos organizados para jugar pelota, nada más natural que en sus visitas a los clubes de emigrados Martí presenciara estos partidos.
En este sentido, y al igual que sus contemporáneos en la Isla –los también poetas y escritores Julián del Casal, Bonifacio Byrne, Fray Candil, Justo de Lara y Enrique José Varona–, Martí postuló la importancia de las prácticas deportivas como parte del mejoramiento físico y espiritual de las personas, y como antídoto para los vicios y la corrupción moral.
Se comprueba así la superficialidad de los juicios emitidos acerca de que Martí no habló casi nada de béisbol, o que cuando lo hizo fue para referirse a este deporte de manera crítica. Antes bien, no fue ajeno a un deporte como la pelota que, pese a los problemas que ya padecía por su excesiva mercantilización en tierras norteñas, contaba con enorme aceptación y gran número de seguidores, hasta el punto de convertirse en parte de la cultura de raíz popular en ambas orillas del Estrecho de La Florida.


1 En lo adelante se cita por la siguiente edición: Obras Completas, Editorial Nacional de Cuba, La Habana, 1963-1973, 28 tomos.

2 Fausto Miranda: «Su encuentro con Martí», Revolución, La Habana, sábado 11 de febrero de 1961, segunda edición, p. 9.

3 Louis A. Pérez, Jr.: «Between Baseball and Bullfighting: the Quest for Nationality in Cuba, 1868-1898», The Journal of American History, vol. 81, no. 2, September 1994, p. 499.

* Diego Vicente Tejera: «La indolencia cubana (1897)», en Textos escogidos, Selección e introducción de Carlos del Toro, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1981, p. 171.

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