El libro La memoria en las piedras (Ediciones Boloña, 2002) de la investigadora Zoila Lapique constituye una verdadera historia de la litografía en Cuba (siglo XIX). Esta obra va más allá de la certeza historiográfica, presentándonos así a las litografías de antaño como «testimonios imborrables de la sensibilidad y vida de una época».
Al abordar la introducción y desarrollo de una de las fuentes más importantes del patrimonio visual cubano –la litografía–, Zoila Lapique consigue reconstruir la mayor parte del mosaico imaginario del siglo XIX.

 Para quienes asumimos el reto de definir y sostener una imagen que los identifique –eso que llaman identidad y que no es más que la capacidad de poder «pintarnos a nosotros mismos» como cubanos–, acaba de ver la luz un libro imprescindible: La memoria en las piedras, de la polígrafa Zoila Lapique Becali.
Así, como «un libro desde siempre necesario», lo definió al presentarlo en la Moderna Poesía Rayda Mara Suárez del Portal, directora de Patrimonio Cultural de la Oficina del Historiador de la Ciudad, institución que –a través de su Editorial Boloña– tuvo el acierto de sacar de la sombra esta única y verdadera historia de la litografía en Cuba (siglo XIX).
Tuvo Zoila que esperar casi 40 años para ver impreso este libro, que realizara cuando era investigadora de la Biblioteca Nacional y por sus manos pasó cuanta imagen gráfica había quedado del pasado colonial: acervo que se estampó en su memoria prodigiosa, aún intacta, como piedra litográfica presta a ser reproducida.
A la par, hurgando en esas fuentes primarias sui generis que son las revistas culturales, ella recopiló el testimonio escrito de la imagen sonora del siglo XIX cubano: decenas de noticias y partituras que reseñó en Música colonial cubana, cuyo primer y hasta ahora único tomo –publicado en 1979– se demoró cinco años en imprenta.
Bastarían esas dos obras para conjeturar que quizás no exista otro investigador con un mayor conocimiento sobre la vida cotidiana del siglo XIX cubano que Zoila Lapique, en tanto ha logrado consultar un sin fin de fuentes documentales (desde marquillas de tabacos hasta manuscritos inéditos), concentrándose en las variadas formas de cultura artística (música, artes gráficas, pintura...) tanto en lo culto como lo popular, para hallar sus interrelaciones mutuas, sus conexiones visibles e invisibles, e identificar a sus protagonistas mayores y menores.
Al abordar la introducción y desarrollo de una de las fuentes más importantes del patrimonio visual cubano –la litografía–, Lapique consigue reconstruir la mayor parte del mosaico imaginario del siglo XIX, de modo que entendamos de una vez y para siempre cuestiones tales como el uso del término «pintoresco» en colecciones de disímiles empresas grabadoras: Isla de Cuba Pintoresca (Imprenta Litográfica de la Real Sociedad Patriótica de La Habana), Paseo Pintoresco por la Ysla de Cuba (Litografia Española; luego, del Gobierno), Viaje pintoresco alrededor de la Isla de Cuba (taller de Louis Marquier)..., así como la réplica que de esta última hizo una casa editora alemana con el título de Álbum pintoresco de la Isla de Cuba.
Además de deleitarnos con el Álbum californiano –obra casi desconocida–, Lapique precisa las condiciones de creación y distribución del famoso libro Los ingenios, con las preciadas litografías iluminadas de Eduardo Laplante, constatando las fechas en que se entregaron las mismas a sus suscriptores.
Gracias a esa rigurosa reconstrucción cronológica, por fin podemos ubicar en tiempo y espacio esas y otras imágenes muy conocidas (los grabados de Mialhe, por ejemplo), que como meras ilustraciones –y, no pocas veces, de manera anacrónica– habían sido empleadas hasta la saciedad, muchas veces desprovistas de encanto y significado.
Pero el libro va más allá de la certeza historiográfica, y al relacionar ese patrimonio visual con el contexto que refleja, Zoila nos persuade de que esas litografías son testimonios imborrables de la sensibilidad y vida de una época.
Al rescatar la imagen gráfica, el aporte de La memoria en las piedras a la gestión del patrimonio es equiparable a lo que ha sido Arquitectura colonial cubana, de Joaquín Weiss; La literatura costumbrista en Cuba, de Emilio Roig de Leuchsenring... libros de referencia imprescindibles para cualquier estudio del siglo XIX cubano desde una perspectiva histórico-cultural.
No en balde Eliseo Diego se sintió motivado a realizar el prólogo del libro, en el que discurre poéticamente sobre el destino de la imagen gráfica en Cuba a partir del placer que le infunden las litografías estudiadas por Zoila y que le hacen concluir con fundado optimismo: «Uno ha seguido absorto el bien dispuesto desfile de los datos que ofrece esta historia, y luego de repasar por undécima vez su bello manejo de visiones, cierra el libro con la convicción de que en nuestro país la imagen no proliferará jamás en una abundancia idiota. Ya que el solo esmero que aquí se le dedica es prenda de que estará siempre al servicio de los ojos, para su delicia y provecho. No vamos, no, a malgastar nada, y mucho menos aquello que, en el arte, es como el alma de las cosas».

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