Con la restauración titánica de esta pequeña fortaleza renacentista, cuyas señas de identidad parecían irremediablemente perdidas, La Habana continúa el rescate de su sistema de fortificaciones militares, incluido por su inmenso valor arquitectónico en la lista del patrimonio mundial.
Con los años, La Punta fue transformándose de acuerdo a los requerimientos propios de la defensa y otros usos. Perdió y modificó elementos... nuevas y modernas construcciones alteraron gradualmente su forma original.

 En un lugar conocido desde la fundación de la villa de San Cristóbal de La Habana como La Punta, a la entrada de la boca de la bahía, se alza aún esta pequeña fortaleza adentrada en su mar y hermanada a la imponente masa pétrea del célebre Castillo de los Tres Reyes del Morro. Con más de cuatro siglos, el Castillo de San Salvador de La Punta ha subsistido hasta hoy, a pesar de sus 400 años, y a pesar también de las alteraciones sufridas por la mano del hombre, mucho más dañina que el inexorable decursar del tiempo.

PRIMERAS DEFENSAS
A inicios del siglo XVI, ya el puerto habanero era la escala principal de las Indias, donde paran los navíos que vienen o van; y como los filibusteros de todas las nacionalidades se mantenían al acecho para apoderarse de los ricos tesoros que aquellas naves conducían, la necesidad de fortificar ese enclave no tardó en hacerse evidente.
El primitivo núcleo urbano vivía en continuo sobresalto ante la amenaza del ataque de los piratas, por lo que tuvo que relegar la construcción de edificios civiles, religiosos, y hasta viviendas de cierta solidez y prestancia, para priorizar la construcción de obras defensivas, la primera de las cuales fue una de torre conocida más tarde como Fuerza Vieja. Construido en época del adelantado de Hernando de Soto en 1538, ese pequeño fuerte fue incendiado en 1555 por el pirata francés Jacques de Sores y totalmente demolido al construirse el Castillo de la Real Fuerza (1558-1576). De geometría y técnicas rigurosas, fuerte y resistente, capaz de defender y atacar, esta fortaleza aún se conserva con frente a la Plaza de Armas.
El destructivo ataque de Sores hizo que las autoridades comenzaran a prestar atención a los emplazamientos que más tarde conformarían el sistema de fortificaciones militares de la ciudad. Una vez reinstalado el Cabildo, que había huido con el gobernador Pérez de Angulo tras el ataque pirata, aquél toma el acuerdo de establecer velas –o sea, vigías– en La Punta, con el objeto de prevenir sobre la presencia enemiga a los habitantes de la villa. En 1559 se acuerda nuevamente establecer velas en la boca del puerto, así como en la Caleta de San Lázaro y el Morro.
Durante el gobierno de Francisco García Osorio (1565-1567), Pedro Menéndez de Avilés, adelantado de La Florida y encargado por S.M. de la misión de guardar los puertos de las Indias, solicita se haga un torreón de 40 pies de cuadra y redondo por fuera que –frontero al Morro– estuviera situado junto al agua, a la entrada del puerto por la banda del pueblo.
Esta idea fue rechazada de plano por Osorio, quien poco después fue mandado a sustituir por el rey Felipe II debido a su actitud hostil contra los trabajos iniciados para construir el Castillo de la Real Fuerza. Lo sustituye el propio Menéndez de Avilés, quien mantenía su cargo en La Florida, y se sabe que ya entonces en La Punta se llegó a cavar una trinchera y se construyó una plataforma con dos cañones, la cual se mantuvo bajo guardia día y noche.
En 1572 se colocan «unos centones en La Punta desde Puerto» para defender la villa, los cuales vuelven a instalarse en 1556.
 En carta enviada al Rey el gobernador de la Isla Gabriel del Luján (1581-1589) informa que ha sido instalado un berso (tipo de cañón) «por la otra parte de la tierra, en un paraje que llaman La Punta, queestará medio quarto de legua deella». Y agrega que tal cañón, «apenas se vea vela», disparará sirviendo de aviso. Y aunque en 1582 ya tiene Luján dispuestas allí unas trincheras de defensa, el militar de oficio y alcalde del Castillo de la Fuerza, Diego Fernández de Quiñones, se dirige a Su Majestad imponiéndole de la gran necesidad de hacer en La Punta «un torreón para la guardia y seguridad de este cuerpo» ante la posibilidad de un nuevo ataque de los franceses.
Quiñones propone que, mientras llega la Real autorización, se haga una trinchera con una plataforma de fajinas y tierra, en la que colocaría dos piezas de hierro de las que tenía la Fuerza. De hecho, el militar asume que el Rey ha sido engañado en cuanto a la existencia de cañones en La Punta, y le escribe que allí «nunca tal hubo muchos ha», con lo cual desmiente al gobernador, aunque tal aseveración puede ser hija de la enemistad entre ambos súbditos.
Un temporal que sobrevino con fuerte oleaje descompuso la plataforma, inundó la trinchera y arrasó sus paredes, por lo que Quiñones se da la tarea de construir un fuertecillo de piedra y arena, que en 1584 ya queda terminado.
Un año después, al conocerse los planes del corsario sir Francis Drake, se agudizan las medidas defensivas para proteger La Habana. Éstas resultan efectivas cuando, el 29 de febrero de 1586, aparecen frente a la bahía los primeros buques ingleses, y sendos cañonazos disparados desde La Punta y El Morro los hacen retroceder.
Por fin, para 1588 se acuerda que, siendo este puerto tan importante, «conviene se guarde bien y para ello se haga un fuerte en el Morro, en la parte que está designado...», y que al otro lado se haga un fuertecillo como también está designado y que dicho fuerte «frontero del dicho Morro se llame del Salvador».

ANILLO DE FORTIFICACIONES
Ese año, decidido a defender su mal protegido imperio ultramarino de la amenaza de otras potencias europeas, Felipe II decide el establecimiento de un sistema defensivo para toda la América, que permita el intercambio seguro de mercancías entre el Viejo y el Nuevo Mundo.
este sistema va a estar basado en un recorrido fuertemente custodiado y unido de la Flota de Indias, así como en la fortificación de los principales puertos de las colonias.
A partir de entonces, algunas de las más importantes ciudades hispanoamericanas se verán rodeadas de perímetros amurallados, fortalezas, baterías, fosos y baluartes de todo tipo. Como los ataques alcanzaban a toda la costa atlántica, fue necesario emprender la construcción de todas las fortificaciones al mismo tiempo: desde las de La Florida, La Habana, San Juan de Ulúa, Portobelo, Cartegena... hasta las del estrecho de Magallanes.
En este proyecto La Habana era pieza clave, pues aquí se reunía la flota que se dirigía a Sevilla. Para organizar los trabajos, es que entonces llegan a esta villa el maestre (maese) de campo Juan de Tejeda, perito en cuestiones de guerra; y en calidad de técnico para las trazas de las fortificaciones, Bautista Antonelli, de la familia de los Antonelli, verdadera dinastía de ingenieros militares y civiles que llenan casi toda la casa de Austria.
Antonelli trazó la fortificación del Morro, cuyas piedras maestras asentó en 1589 teniendo ya en mente el fuerte de La Punta. A la vista de tales trazas, Tiburcio Spanoqui, ingeniero jefe de Felipe II, hizo un proyecto general de fortificaciones, cuya ejecución el Consejo de Indias encomendó a Antonelli.
Pronto surgieron enconadas opiniones sobre el valor de cada fortaleza para la defensa de la villa. La Punta fue tenazmente justificada por Tejeda quien, temiendo un desembarco por el litoral, pensaba que debía fortificarse al Morro. Contrariamente, Antonelli consideraba esa obra de poco valor y en 1591 escribía que las «fortificaciones que se hicieron en La Punta son de poco efecto estando el Morro abierto como está». No obstante, en una de sus cortinas aparece la piedra firmada por él.
En época del gobernador Juan Maldonado Barnuevo (1593-1602), las labores constructivas avanzaron muy despacio debido a la carencia de maderas y pertrechos y a las deudas por concepto de sueldos atrasados, hasta que Su Majestad tendió la mano enviando 20 mil ducados «con destino para las fábricas de estas fortalezas». Con este dinero se adelantó la obra, que –no obstante– era todavía «mucha y de mucha costa por la gran carestía de esta tierra, así en razón de los jornales como de materiales», por lo que si el Rey no se servía mandar que enviasen negros, habría de durar «muchos más años».
Surgen, entonces, entre Maldonado y Antonelli, querellas que terminan por hacer intervenir a S.M, ordenando al Gobernador que no permita «alterar las trazas de las fortificaciones sino que se guarden muy precisamente, dejándolas ejecutar al ingeniero que las entiende y sabe el intento de ellas».
«Con todas esas discrepancias, querellas y dilaciones, la falta o malversación de los dineros, y la escasez de personal –dice Joaquín Weiss–, no es de extrañar que las construcciones de los castillos se prolongaran hasta bien entrado el siglo XVII».
La Punta fue continuada de mala gana, y aún estuvo dos veces a punto de desaparecer. Así, en 1595, una tormenta casi la arruina «sin dejar más señal de muralla ni terraplén que si jamás lo hubiera habido», pero –increíblemente– es reparada por el gobernador Maldonado en solo 23 días. A sus ojos, ese desastre probaba la incompetencia de Antonelli y «tanta flaqueza y falsedad» en la ejecución de sus obras. Antonelli replicó con un argumento más simple: para que las gallinas del alcaide de La Punta no se extraviaran, se taparon los desagües. El agua estancada había aumentado el peso de las murallas, incapaces de resistir el embate del viento y las olas.
Posteriormente, en 1601, en medio de disputas acerca del valor estratégico de la fortaleza, se decidió desmantelar el pequeño castillo hasta dejarlo reducido a una torre-plataforma capaz de acomodar seis u ocho piezas de artillería y una guarnición de 15 hombres. Pero la demolición se limitó al baluarte Quintanilla en 1604, pues se desistió de esa idea por considerarse que dicho fuerte defendía el camino que va a la Chorrera por la ribera del mar. En 1607 se confirma la utilidad del fuerte y el Rey ordena la reconstrucción de dicho baluarte, que fue llevada a cabo por el gobernador Ruiz de Pereda hacia 1609, por la misma época en que se culminaba El Morro.
El 19 de diciembre de 1610, Ruiz de Pereda escribía a S.M que los fuertes de La Habana habían costado 700 000 ducados, suma dos veces más elevada que la presupuestada al empezarlos, y «sin que nada estuviese todavía perfeccionado».
Años más tarde, en 1629, el gobernador Lorenzo de Cabrera, contrario a los criterios de la mayoría de las autoridades, decide hacer una defensa en forma de trinchera o camino cubierto, que uniera La Punta con la puerta homónima de la muralla que rodea la ciudad.

EL SITIO DE LA HABANA
El 6 de junio de 1762, como consecuencia de la guerra entre España e Inglaterra, los ingleses inician el sitio de La Habana, cuyas defensas sucumben sin remedio, incapaces de detener el empuje militar de un poderío no previsto en el diseño de su sistema de fortalezas.
Al mando de sir George Pocok y el conde Albemarle, una flota compuesta por 200 navíos, 8000 marinos y 12 000 soldados del ejército más poderoso reunido en el Nuevo Mundo para una operación bélica, logran vencer la resistencia del Morro, luego de 44 días de asedio, al ocupar la altura de La Cabaña.
Después de 11 meses de dominación inglesa, tras recuperar los españoles la villa habanera canjeándola por la península de La Florida, se comienza a construir San Carlos de la Cabaña, la fortaleza más grande de América, y se reparan El Morro y La Punta.
Como resultado del ataque inglés, habían quedado destruidas las cortinas y los baluartes de La Punta, los cuales son reconstruidos al mismo tiempo que se amplían sus obras primitivas por los ingenieros Silvestre Abarca y Agustín Crame.

EL RESCATE
Desde entonces, La Punta va transformándose de acuerdo a los requerimientos propios de la defensa y otros usos, perdiendo y modificando elementos o añadiendo nuevas y modernas construcciones que van a alterar gradualmente su forma original.
Durante la República fue sede del Estado Mayor de la Marina Nacional, y luego del triunfo de la Revolución sirvió como Escuela de Milicias y como sede de dependencias estatales.
Después de muchos avatares, es sólo ahora que se determina su definitiva restauración por parte de la Oficina del Historiador de la Ciudad. Ésta solicitó al Ministro de las Fuerzas Armadas Revolucionarias su expresa autorización para acometer dichos trabajos de rehabilitación y, obtenida su aprobación, ha manifestado constante gratitud por su apoyo.
Por primera vez en su historia, el Castillo –y sólo él– es el actor principal, no sólo como recuerdo sino como voluntad y brazo para hacer surgir lo nuevo de lo viejo, rescatando una parte fundamental del sistema de fortificaciones que, conjuntamente con el resto de la Habana Vieja, fueron declarados Patrimonio de la Humanidad en 1982.



San Salvador de La Punta. Hallazgos arqueológicos

Las excavaciones arqueológicas que aún realiza en San Salvador de La Punta un equipo del Gabinete de Arqueología (Oficina del Historiador de la Ciudad), forman parte de un proyecto de intervención interdisciplinario que se inserta en la dinámica del proceso de restauración.
A primera vista, la escasa y poco coincidente documentación gráfica y escrita disponible, así como el alto grado de transformación que había sufrido el inmueble, no permitían determinar con certeza las evidencias arqueológicas que todavía podrían hallarse. Esta situación comprometió en tal medida la estrategia del proceso de rehabilitación, que finalmente la Arqueología se convirtió en los cuidadosos ojos de la restauración arquitectónica.
Con el interés de desenterrar la fundamentación del Castillo se proyectó una excavación alrededor de todo el perímetro amurallado. Esta gigantesca operación, supervisada por el equipo de Arqueología, puso al descubierto rellenos de más de dos metros de profundidad que correspondían a las sucesivas pavimentaciones realizadas en ese entorno durante los siglos XIX y XX hasta elevar el nivel de la calle.
  • Hundimiento del «San Antonio»: En 1609, zarandeada por un huracán, esta corbeta española se hundió en la entrada de la bahía habanera, frente por frente a La Punta. Mediante labores de arqueología subacuática, hoy se recupera su peculiar carga: 500 toneladas de losas de barro previstas para usarse en la restauración de La Punta.
  • Antiguos fosos: Luego de la excavaciones en el área exterior de la fortaleza –supervisadas por el equipo de Arqueología–, se descubrió un foso abierto en la roca. Esta estructura de poca profundidad puede guardar aún nuevas evidencias que ayudarían a comprender la evolución del Castillo y el sistema defensivo de la ciudad.
  • Canteras: De gran importancia para conocer la historia del sitio, se cataloga el hallazgo de una cantera para la obtención de bloques de piedra (sillares). Por la cercanía de la misma a la fortaleza y las semejanzas físicas entre su roca y la de los sillares de las murallas, pudiera tratarse de una cantera empleada en la construcción de La Punta.
  • Restos del Cuartel de Ingenieros: Durante las excavaciones realizadas en el área exterior junto al baluarte Antonelli, fueron hallados los restos de uno de los muros del Cuartel de Ingenieros Militares que fuera demolido en 1901, durante la intervención norteamericana en la Isla.
  • Pintura mural: Del elenco interminable de hallazgos arqueológicos llaman la atención los restos de pinturas murales encontrados en los muros de las paredes interiores del cuartel de soldados.
  • Desagüe: Oculto bajo los rellenos que robaban altura al Castillo, se halló la salida de un canal tallado perfectamente en la roca. Se trata al parecer de un sistema de desagüe que, por sus dimensiones, estaba hecho para evacuar una gran cantidad de líquido hacia el exterior.
  • Aljibe: En el centro de la plaza de armas del fuerte se halló la huella de un posible aljibe cavado en la roca que, por su poca profundidad, habría servido como contenedor secundario de las aguas que traía la Zanja Real.
  • Letrina: En el baluarte de San Lorenzo existe una casamata abovedada que fue levantada con posterioridad a la construcción del fuerte, y que posee dos aspilleras para el tiro de fusilería. En su interior, oculta bajo un piso de cemento Pórtland, se halló una letrina del siglo XX, que descargaba directamente al mar.
  • Bala de cañón: Profundamente enterrada en el muro de sillares que une los baluartes de San Lorenzo y Tejeda, se ha encontrado una bala de cañón, huella de un combate, y que deja ver el efecto demoledor de estos proyectiles en las murallas.
  • Esgrafiados: Sobre el parapeto que protege el paso de ronda, se descubrió la presencia casi imperceptible de un verdadero mural, realizado sobre el revoque colonial de color amarillo, y donde podemos encontrar esgrafiados con nombres, figuras humanas, dibujos de embarcaciones..., reflejo de la vida de los soldados que la habitaron.
  • Graffiti: Sobre los restos del revoque que cubría las paredes exteriores de la fortaleza, aún se conservan graffiti de la época colonial, entre los que se observan nombres, fechas y figuras.
  • Canal hidráulico: Otro hallazgo significativo está relacionado con un sistema de canales hidráulicos cavado en el lecho rocoso y que sirvió para conducir hacia la fortaleza las aguas traídas a la villa por la Zanja Real.
  • Cañón: Típico de las excavaciones arqueológicas en fortificaciones coloniales, resulta el hallazgo de armas y proyectiles como esta pieza de artillería (3, 20 metros de largo), modelo Sacre de finales del siglo XVII o principios del XIX, que fue encontrada en el interior de uno de esos canales hidráulicos.
  • Losas del «San Antonio»: Recuperadas del fondo de la bahía habanera, las losas del barco español «San Antonio» serán utilizadas para pavimentar los pisos de varias salas del Castillo de San Salvador de La Punta y algunas zonas del parque que cubre la explanada aledaña a la fortaleza. Centenares de estas losas de barro han sido extraídas y sometidas a un proceso de desalinización.

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