Ediciones Boloña de la Oficina del Historiador de la Ciudad publicó en 1998 una nueva edición del libro Carlos Manuel de Céspedes. El Diario Perdido, de Eusebio Leal Spengler. Se trata de una obra corregida y aumentada, en la que aparecen documentos poco conocidos o inéditos, una cronología de Céspedes... Seis años antes este diario había sido publicado por primera vez, hasta entonces el manuscrito había estado guardado.
Tal y como aparece presentado ahora, El Diario... no sólo resiste, sino que pide una nueva lectura. Mediante una consulta rápida de la cronología se pueden refrescar las fechas vitales de quien estaría destinado a ser Padre de la Patria.

Con la edición corregida y aumentada de El Diario perdido de Carlos Manuel de Céspedes, Eusebio Leal Spengler entrega en su forma más pulida, tal vez definitiva, uno de los manuscritos históricos imprescindibles para entender –mejor dicho, para sentir– el drama de la formación de la nacionalidad cubana.
 Si bien ya no se trata de un sonado acontecimiento historiográfico –como cuando fue publicado por primera vez en 1992, cientodieciocho años después de la muerte de su autor–, El Diario... se ve enriquecido ahora con documentos poco conocidos e inéditos, además de verse completado con el resultado de una pertinaz labor de investigación. Junto a una cronología de la vida de Céspedes, se adjuntan estudios acerca de los principales sitios y personajes nombrados en el Diario, así como un glosario de los modismos y las locuciones latinas y extranjeras que aquél utilizara. Este material añadido ayuda a desentrañar los acontecimientos que giraron vertiginosamente alrededor del patriota cubano desde el 25 de julio de 1873 hasta el mismo día de su muerte: 27 de febrero de 1874.
Tal y como aparece presentado ahora, El Diario... no sólo resiste, sino que pide una nueva lectura. Mediante una consulta rápida de la cronología se pueden refrescar las fechas vitales de quien estaría destinado a ser Padre de la Patria desde el momento cuando declaró la independencia de Cuba, el 10 de octubre de 1868, en el ingenio azucarero La Demajagua. Y seguidamente habrá que despejar una y otra vez la misma interrogante: ¿qué postura adoptó este hombre tenaz y valiente tras su deposición, años después, como Presidente de la república en Armas; él, que lo había sacrificado todo para luchar contra el colonialismo español?
Lo depusieron el 27 de octubre de 1873. Y el 28, martes, constató Céspedes con su letra pequeña y cursiva: «Anoche llovió mucho. Dormí perfectam. Al levantarme se me presentó José Babrera con un acuerdo de la Cámara fhado ayer en que me deponía de la Presidencia, y otro de la misma fha que designaba al ?Marqués? pª. Remplazarme (...) Pobre Cuba! En cuanto á mi, solo dire q. Estreché la mano del q. Me trajo la deposición, diciéndole: ?Gracias, amigo mio! Me ha traido V. Mi libertad!?».
Por las «Notas y crónicas onomástico» se podrá saber más sobre el «Marqués», o sea, Salvador Cisneros Betancourt, quien, «sin lugar a dudas, fue un patriota muy a pesar de las citas que, a lo largo de las páginas de El Diario..., lo enfrentan a su autor de manera dramática», afirma Leal Spengler en esa sección, donde deja entrever su interpretación de los hechos mediante la caracterización de esa y otras figuras históricas. Tal galería de semblanzas es el mayor acierto de la nueva edición, y quien penetre en ella no podrá sustraerse de buscar a las personalidades conocidas, descubrir otras, y luego saber el significado que cobraron en la vida de Céspedes, acudiendo a las páginas del Diario en que son mencionadas. Quizás sea la manera más apasionante de ahondar en la historia personal del Padre de la Patria y, por extensión, en la historia de Cuba: al fragor de las relaciones invisibles que van entretejido los hombres que lo protagonizaron.
Hay que habituarse a la prosa entrecortada de los diarios para sugestionarse y cogerles el tempo. Ya en un excelente artículo sobre la primera edición de El Diario..., el investigador Rafael Acosta de Arriba había apuntado que: «en las páginas del texto hay un constante retardar (visiones de aparecidos y muertos) y acelerar (premonición y casi certidumbre de su muerte) de ese tiempo que se fragmenta y se reengendra».
Una vez acostumbrados a ese no estilo, se puede abrir el Diario por cualquier página y leer los apuntes de cualquier día, que un secreto impulso arrastrará al lector hasta la mañana del 27 de febrero, cuando Céspedes hizo las últimas anotaciones. Pocas horas después, moría a manos de tropas españolas muy cerca de su morada en San Lorenzo, lugar al que había arribado el día 23 de enero.
«Si fue la traición o el azar lo que guió al Batallón de Cazadores de San Quintín hasta el apartado, y al parecer seguro refugio de la Sierra, poco importa ya en definitiva. Los ignotos perseguidores del hombre de La Demajagua eran portadores, sin saberlo, de la corona de laurel para ceñir su frente», asevera Leal Spengler en su enjundioso ensayo introductorio.
En la presentación a la primera edición cubana (1993) y que también inicia esta última, Abel Prieto acertó en citar a José Lezama Lima que, sin conocer el Diario de Céspedes, supo describir la tragedia de su autor como si hubiera consultado ese manuscrito antes, secretamente: «Se va aislando por la muerte, su destino lo va retocando. Ya está en un hondón y no sabe quién lo acecha y quién lo quiere... Le enseña la cartilla a unos y con otros juega al ajedrez. Cercano a la muerte, gana más hilado su señorío...».

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