Detenida reflexión sobre los antecedentes y circunstancias que concurrieron en la creación del primer marido: Adán, prototipo digno de la especie.

Algunos historiadores, sin embargo, opinan que la intención de Dios fue, no solamente crear el primer marido, a secas, sino el primer marido engañado y consentidor.

Seguramente, lo más serio que existe en el mundo es el marido; lo más elevado, lo más solemne, lo más respetable. Y esto, no de ahora, sino desde aquella semana de moda de la creación. ¿Quieren ustedes aparato y reclamo más grandes que el empleado por el Carlos Miguel de aquella época para realizar las obras públicas más indispensables que entonces se acometieran y llevaron a cabo: la tierra, el cielo, los mares, los animales... el marido? Pero a todo ello se le dio una importancia relativamente secundaria, si se compara con la excepcional de que se rodeó la creación de Adán, o sea, del primer marido. Fue algo tan extraordinario, como nuestra proyectada y deseada Carretera Central, que agotó por completo las fuerzas y hasta los entusiasmos proyectistas del Julio Verne Supremo Hacedor, que entonces ocupaba la cartera de Obras Públicas, al mismo tiempo que la Presidencia, del Universo.
Y esta importancia se le dio, no por ser el primer hombre, sino por ser el primer marido, cosa que se comprueba examinando detenidamente todos los antecedentes y circunstancias que concurrieron en aquella creación.
Algunos historiadores, sin embargo, opinan que la intención de Dios fue, no solamente crear el primer marido, a secas, sino el primer marido engañado y consentidor; pero la diferencia entre los términos marido y marido engañado y consentidor, es tan sutil e impalpable, que no vale la pena discutirla. Con decir marido, basta, pues esta palabra lo comprende y abarca todo. Y Adán fue un prototipo digno de la especie.
Se le creó para arrancarle una costilla, que había de ser convertida en su esposa. Y que ya en esto hubo algo no muy claro, lo prueba el que Dios no se atrevió a hacer esa transformación sino después de haberle infundido un profundo sueño a Adán, por el temor, muy justificado, y la previsión, muy propia de la Divinidad, de que Adán protestara. Su matrimonio con Eva fue casi una brava, ya que el Padre Eterno se aprovechó que Adán estaba todavía mareado y no muy despierto, para unirlo a Eva.
¿Se hubiera casado Adán, de encontrarse en toda la plenitud de sus facultades y completamente despierto?
Es la misma pregunta que nos hacemos ante el matrimonio de algunos amigos o conocidos nuestros. ¿Si Fulano tuviera bien abierto los ojos, se casaría?
Pero ya casado, empezaron las prohibiciones, las amenazas, los puritanismos o camagüeyanismos del Supremo Hacedor. Y el Paraíso que hasta entonces había sido más alegre y lleno de diversiones que un Bataclán, se convirtió en algo tan aburrido como La Habana en la época presente. Era que ya Dios no fungía de Carlos Miguel sino de Rogerio.
Adán, como marido que era, se sometió a todas las nuevas reglas y prohibiciones, acatándolas y respetándolas, y hasta pretendiendo que Eva las cumpliese también.
Demás está decir que por esto mismo Eva sólo tuvo un pensamiento: tomarle el pelo a su marido y engañarlo.
Y empezó a flirtear con la Serpiente, aprovechando los momentos en que Adán, partidario del sistema naturista y homeopático, cosas que aprendió leyendo los artículos médico-filosóficos del Dr. Antita, tomaba en una lomita muy cercana, baños de sol, o aquellos otros ratos en que hacía ejercicios deportistas, para fortalecerse, convencido de la verdad que encerraba la máxima latina ya muy divulgada, mens sana in corpore sanum.
Y esos coqueteos de Eva con la Serpiente fueron el tema chismográfico del Paraíso. «Todo el mundo lo sabía, todo el mundo... menos el pobre marido Adán».
¿Al crear Dios la Serpiente quiso crear el tipo perfecto del amante?
Aunque ni Wells ni Spengler tratan este punto, yo me inclino por la afirmativa.
El Creador dio a la Serpiente todas las cualidades indispensables para poder ser un buen amante: mirada sugestionadora, labia convincente, cimbreante cintura y hasta la facultad de correrse en el momento oportuno – sucedió– diciéndole al Adán-Marido: –«¡Ahí te la dejo!»
Los coqueteos de Eva y la serpiente fueron en aumento, día por día. Siempre estaban buscándose uno al otro. Se iban a pasear por los repartos del Paraíso. La Serpiente le hacía numerosos regalos a Eva; la obsequiaba con flores, frutas y platos delicados: pajarillos, conejos, corderitos, etc. Y Eva, estaba encantada por lo atenta, fina y cariñosa que era la Serpiente, sobre todo comparándola con Adán, que la tenía abandonada por completo.
El sitio preferido de sus encuentros era al pie de aquel famoso manzano, llamado «el árbol del bien y del mal». A su sombra protectora, ¡qué ratos más agradables pasaban los dos enamorados! La Serpiente, enroscada en el tronco y las ramas, hacía uso de toda su dialéctica para convencer a Eva que engañase a Adán. Y Eva, aunque estaba más que convencida, se hacía rogar para que la Serpiente no se figurase que ella era una margarita.
Al fin Eva le dio el sí. En un enroscado abrazo se unieron ambos, jurándose amor eterno. Y las tiernas palabras de ella y las silbeantes frases de él, conmovieron – ser la primera vez que ocurría un adulterio– todo el Paraíso. Hoy, en este sentido, ya nadie se asombra: ¡está tan manoseado el asunto!
Y mientras tanto, Adán-Marido, tomaba el sol en la lomita. dos amantes
Empezó entonces para los amantes una época feliz, en que ambos vivieron en pleno y constante idilio. La frondosidad del Paraíso les era propicia, así como la libertad para todo que aún existía, y principalmente para los placeres. A ellos se entregaban los animales con absoluta libertad y despreocupación, como si estuvieran en plena época zayista.
¡Dichosos tiempos aquellos, paradisíacos, en que aún no se hablaba de regeneración, ni existían comisiones persuasivas, en que Eva y las demás féminas de la creación, vivían como bañistas... sin trusa, en que no había ni poder judicial, ni catedráticos, ni portadas de cementerios que se quisiera pasar por pérgolas, ni siquiera había ocurrido la formidable emigración de camagüeyanos que siglos más tarde se posesionarían de otra ciudad semejante al Paraíso, para depurarla, de acuerdo con las costumbres sencillas, ingenuas y provincianas de su terruño.
La Serpiente, como amante civilizado, al fin, cada día era más exigente con Eva, en su vértigo amoroso. Y Eva no se mostraba remisa a los deseos de la Serpiente. Fue aquel un galope voluptuoso en que los dos amantes demostraron ser excelentes ejemplares de Pour sang.
Y Adán-Marido, tomando el sol en la lomita.
Pero la Serpiente una tarde, encontrándose ambos entrelazados al pie del manzano famoso, le propuso a Eva que se comiese una manzana. Eva le recordó la prohibición de su marido.

– – dijo– no faltarle en esto a mi esposo. Es una cosa en que él me ha mostrado mucho empeño, y no me cuesta trabajo el complacerle. No seas, por tanto, culebrita mía, exigente. Pídeme otra cosa.
La Serpiente, siguió insistiendo.

–án te lo ha prohibido – dijo– en combinación con el Creador, para guardarse para sí solo esa fruta, que debe ser deliciosa, mejor que el opio y la mariguana. ¡Y tú sabes cuánto hemos gozado con ellos! Si tú me quisieras, como dices, no andarías con esos escrúpulos.
Al fin, Eva cedió. Aceptó la manzana que le dio la Serpiente y la comieron.
Y, ¡que decepción! Las manzanas de ese árbol eran del mismo sabor y efectos que las de los demás manzanos del Paraíso.
Entonces la Serpiente y Eva se propusieron vengarse de Adán. Y aquella indujo a éste a que probara también la fruta. Y Adán, después, de varios titubeos accedió.
Pero, apenas había mordido la manzana, todas las cotorras del Paraíso armaron un escándalo como jamás se ha visto, lanzándole al rostro al pobre Adán-Marido, una palabra que ningún esposo acepta que se le digan en alta voz y en público.
Adán, enterado al fin de que era un verdadero rey coronado de la creación, no se le ocurrió otra cosa, dado su temperamento naturista-deportista-homeopático, que quejarse al Creador. (La idea de enviarle los padrinos a la Serpiente, la rechazó enseguida pensando que a veces resulta contraproducente y mayor aún el ridículo).
El Supremo Hacedor se presentó, increpando a Adán con varios adjetivos de grueso calibre.

– un tonto, un mentecato – dijo. – has dejado engañar por tu mujer y por la Serpiente. ¿Quién te va a respetar ahora? Todos se burlarán de ti. ¡Vete del Paraíso! ¡Te arrojo para siempre de él!

–ñor – dijo humildemente Adán– ¿por qué, en vez de arrojarme a mí no lo haces con el que ha sido verdadero culpable de todo esto?

–¿Quién? ¿La Serpiente? – interrumpió el Creador.

–, Señor. El manzano – contestó Adán-Marido.

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