Un suceso ocurrido en la capital, da pie al articulista para reflexionar sobre lo moral e inmoral en el arte.
«... un caso más entre los mil que para diversión de nuestro pueblo suele ofrecernos de cuando en cuando el perínclito moralizador y puritanizador de nuestras costumbres...»

 Por una de esas premoniciones que solemos tener los hombres geniales, y principalmente los que, además, somos costumbristas –dígalo si no el maestro Larra– en mi Habladuría del número pasado me anticipé y preví un suceso ocurrido en nuestra capital dos o tres días después de haber escrito el artículo «De lo moral de lo inmoral». Tengo que estarle agradecido al individuo encargado de administrar justicia que sirvió de instrumento –inconsciente, desde luego– de las fuerzas misteriosas y ocultas de la naturaleza para que mi artículo, aparte del mérito intrínseco que por ser mío poseía, resultara también al aparecer en esta revista, la extraordinaria y sensacional actualidad.
Los lectores conocen sin duda el incidente, porque es el número más chusco de los festejos que para atraer a los turistas se presentarán en La Habana durante la actual temporada invernal.
Unos buenos, laboriosos y meritísimos artistas jóvenes, discípulos de la Academia de San Alejandro, quisieron, con generosidad y patriotismo, contribuir a la propaganda que en estos días se está haciendo a favor del gran baile que en el Teatro Nacional se celebrará próximamente para recaudar fondos que permitan sostener durante algún tiempo la Asociación de Pintores y Escultores, amenazada de morir por falta de protección oficial, y también particular. Y esos jóvenes artistas, conscientes de la vergüenza que para Cuba significaría la desaparición de esa sociedad, ofrecieron lo que ellos poseían: sus pinceles, su buena voluntad y su amor al arte y a la patria. Y en una de las vidrieras de la gran casa de efectos artísticos El Arte –bien merece este reclamo, que no es tal, sino justicia– improvisaron, con figuras pintadas y recortadas en cartón, el estudio de un pintor en plena labor y con su indispensable modelo, un bello desnudo de mujer. Pues bien; uno de los subalternos del perínclito moralizador y puritanizador de nuestras costumbres, pasó por la vidriera, escandalizándose de esa figura de mujer desnuda y denuncióla por altamente inmoral y perturbadora de la paz, tranquilidad y santidad públicas, ordenando fuese clausurada la vidriera, aunque respetando la vida del dueño del establecimiento y la de los jóvenes artistas de esos dibujos. ¡Hay que agradecérselo!
Hasta aquí nada tenía de particular lo ocurrido. Era sólo un caso más entre los mil que para diversión de nuestro pueblo suele ofrecernos de cuando en cuando el perínclito moralizador y puritanizador de nuestras costumbres, y que sirven, a falta de otros espectáculos más entretenidos, para matar el aburrimiento de los sufridos vecinos de la que él quiere convertir en atrasada aldea, la regenerada ciudad de San Cristóbal de La Habana.
Pues ahora viene lo notable. El «caso» artístico se convirtió en «caso» de corte. Fueron llevados ante el individuo encargado de administrar justicia, la figura nefanda y el dueño del establecimiento. Interrogatorio, respuestas, sentencia: $ 3 de multa por ofensas a la moral. Esto tampoco tenía gran importancia. El concepto del arte no ha penetrado aún en ciertas cabezas a las que se podría aplicar la sentencia que la zorra dijo al busto en la tan conocida fábula. Estamos, además acostumbrados a que sean llevados a la «barra» correccional lo mismo un ladronzuelo o un borracho que un escritor o un artista.
Pero lo estupendo, lo verdaderamente fenomenal es lo que viene ahora. El individuo encargado de administrar justicia no se conformó con administrarla, aunque no fuera más que de $ 3, sino que se creyó obligado a dejar para la posteridad los fundamentos de su fallo, y más que eso, su opinión sobre el arte y los artistas de Cuba en la época presente. Tomen noticia de ello nuestros críticos de arte, Mañach y Carpentier, para tener en cuenta esa opinión, en sus futuros trabajos. Continuemos. El individuo encargado de administrar justicia, ante las oportunas indicaciones que le hizo el dueño del establecimiento, de que esas figuras que él había expuesto en su vidriera eran bellas creaciones artísticas, sin que en ellas hubiera nada de inmoral, provocativo o pecaminoso, replicó salomónicamente.
–No señor. En Cuba no hay artistas, lo que hay son lujuriosos, que hacen esas cosas para satisfacer sus bajas pasiones. Este desnudo, en un país frío, sería artístico; pero en un pequeño país caliente, es francamente pecaminoso. Tres pesos de multa y la destrucción de la figura.
(Hace años, en el Congreso español, cierto insignificante diputado injurió gravemente a Canovas del Castillo. Para contestarle ante la expectación de la Cámara, éste se levantó, limitándose a decir: «Las palabras son como los proyectiles, que tienen la fuerza del alma que las dispara»).
¡Con que lujuriosos y no artistas! Sépanlo nuestros artistas jóvenes y viejos. Para un individuo encargado de administrar justicia en nuestra patria, todos ustedes, desde el maestro Romañach hasta los jóvenes discípulos de la Academia de San Alejandro, todos son unos lujuriosos. Ustedes no pintan o esculpen para dar forma a la creación artística que en sus mentes conciben. No, sino por nefanda lujuria, por satisfacer los instintos de sátiros que os embriagan y perturban. Y Uds., mujeres pintoras, muchachas que robáis a vuestro hogar y vuestras ocupaciones los ratos que otras dedican a teatros, fiestas, paseos, para consagraros a estudiar y producir, no lo hacéis por vuestro amor al arte, sino también por lujuria. No sois artistas, sois bacantes que con los otros, que no son artistas tampoco, sino sátiros, vivís en perpetua y desenfrenada orgía, de obscenidad, de lujuria, de vicio, de corrupción.
(Que yo sepa en la Academia de San Alejandro, en la Asociación de Pintores, ni en ningún otro centro artístico de La Habana se ha registrado caso alguno de ofensas a la moral, abusos deshonestos, corrupción de menores, rapto o violación).
Esto ha ocurrido en pleno siglo XX, un día de invierno del año 1927, y en la ciudad que va a ser próximamente sede de la Sexta Conferencia Internacional Americana.
Mientras en todos los países civilizados, el arte se va convirtiendo cada día más en una religión de la belleza, y se guarda para los artistas toda clase de respeto, por considerárseles, beneméritos de la patria, y se fomenta la producción artística no sólo para gloria y prestigio cultural del país, sino como la mejor manera de conseguir una moral pública sana y sencilla , basada no en la hipocresía, sino en la naturalidad, en Cuba, en cambio, un individuo encargado de administrar justicia, considera a los artistas de su patria, como unos lujuriosos, y ordena realizar auto de fe con las obras artísticas.
¡Artistas de Cuba! ¡Entonad himnos de alegría! ¡Vuestro triunfal reinado se acerca, porque ya empezáis a sufrir persecuciones de la justicia!
 
Emilio Roig de Leuchsenring
Historiador de la Ciudad desde 1935 hasta su deceso en 1964.

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