La lectura del tomo primero de Historia de Cuba del pedagogo, sociólogo e historiador Dr. Ramiro Guerra, permite al cronista ofrecer un bosquejo del estado moral, costumbres e instrucción de la colonia de 1512 a 1555.
A este cuadro risueño de los primeros años de la colonia sucedió, otra época de decaimiento económico y moral, de pobreza, brutalidad y concupiscencia, de rencillas, pleitos, disputas y riñas sangrientas.

 Desde hace varios meses estamos consagrando estos Recuerdos de Antaño a rememorar la vida y costumbres de los habitantes de la Isla, en general, o en particular, de los habaneros, en distintas épocas de nuestra historia, guiándonos por los relatos de historiadores y viajeros.
Hoy queremos ofrecer un bosquejo del cuadro que del estado moral, costumbres e instrucción de la colonia de 1512 a 1555, nos ofrece en el tomo primero de su muy valiosa Historia de Cuba el pedagogo, sociólogo e historiador, Dr. Ramiro Guerra, que tantas y tan sobresalientes muestras ha dado de su inteligencia y sus amplios conocimientos en esas tres ramas del saber a que especialmente se ha consagrado.
Durante el mando de Diego Velázquez, el primer Gobernador de Cuba, la vida política y la administrativa, rudimentarias, y la vida social, se desenvolvieron en un ambiente de relativa paz, normalidad y honestidad, consagrados sus escasos habitantes al trabajo, principalmente, la agricultura, construcción de barcos, minería, erección de poblados y apertura de caminos. Muchos vecinos trajeron sus familias de la Española, otros se casaron legítimamente con indias de familia, principales. Los rústicos bohíos construidos primitivamente, fueron reformándose, poco a poco, a fin de hacerlos más confortables, a medida que los pobladores iban aumentando sus rendimientos en los trabajos a que se dedicaban. Se empezaron a importar entonces, de 1515 a 1618, de Sevilla, por el puerto de Santiago de Cuba, prendas de vestir y artículos de uso doméstico, como muebles, utensilios de mesa y cocina y adornos para la casa, efectos comestibles y vinos; celebrándose, por último, reuniones y fiestas públicas, en las que participaba todo el vecindario.
A este cuadro risueño de los primeros años de la colonia que nos presenta Ramiro Guerra, sucedió, según certeramente nos pinta el referido historiador, a la muerte de Velázquez, otra época de decaimiento económico y moral, de pobreza, brutalidad y concupiscencia, de rencillas, pleitos, disputas y riñas sangrientas. Todo ello fue producto de la misma vida ruda y salvaje de los pobladores; de la condición de estos, incultos y aventureros, en su mayoría; del mando, sin ley ni freno, de los colonizadores, y de la servidumbre y explotación de los indios, por las encomiendas, y de los negros, por la esclavitud; de los ataques frecuentes de corsarios y piratas.
De las disputas entre vecinos y entre autoridades, nos cuenta Ramiro Guerra, que eran frecuentes y enconadas, ya por la posesión o distribución de indios o de tierras, ya por ventajas en los intereses propios con perjuicio a los ajenos; llegándose al extremo de que en Sanctic Spíritus, en 1522 se eligieran dos ayuntamientos, librando los partidarios de uno y otro, sangrientas riñas en la casa del cabildo y perturbando a toda la población; en Santiago, el obispo y los oficiales dieron numerosos escándalos en la misma casa del prelado, por cuestiones de intereses, y el Gobernador Guzmán «atropellaba, vejaba y hasta maltrataba de obra a regidores y alcaldes de la ciudad, a fin de dar rienda suelta a sus rapiñas y tiranías». Otros Gobernadores, «no sólo toleraban impasibles toda clase de vicios y delitos, sino que ellos mismos ofrecían, por lo común, los peores ejemplos».
Como personaje típico de esta época cita Ramito Guerra, a Vasco Porcallo de Figueroa, pariente de los duques de Feria, poseedor de grandes haciendas y numerosas encomiendas en Puerto Príncipe, Sancti Spíritus, Trinidad y otros sitios y hasta de un poblado, La Zavana, de su propiedad exclusiva donde era dueño y señor y poseía hasta iglesia con su capellán letrado, más 80 indios, 120 esclavos negros y 20 españoles, de los que 10 eran pajes a su servicio, haciéndose acompañar por numerosa servidumbre y aparato cuando viajaba de una a otra de sus propiedades, dejando, al morir abundante prole, tenida ya con españolas, ya con indias, hijos tanto legítimos como naturales. Este Vasco de Porcallo, sensual, soberbio, valiente y cruel, que bien pudiera servir de protagonista para una de sus novelas a Don Ramón del Valle Inclán, llegó a ser segundo de Hernando de Soto e hizo que sus hijos tomasen parte en varias expediciones. No conforme con sus ataques y crueldades con los indios, midió también su fuerza y poder con las autoridades, interviniendo en los pleitos de las de Sancti Spíritus, a que nos hemos ya referido, atacando con su gente, el ayuntamiento, quitándoles las varas a los alcaldes, acuchillando a uno de éstos y llevando a alcaldes y regidores a la cárcel. Del largo pleito que con motivo de estos escandalosos hechos se formó, Porcallo fue condenado tan solo a pagar una multa.
La corrupción administrativa, «importada de Santo Domingo y de la misma España, dice Guerra, no tardó en desarrollarse en proporciones verdaderamente escandalosas», y gobernantes como Gonzalo de Guzmán, Juanes Dávila, Juan de Aguilar, Chávez, Pérez de Angulo y otros, fueron acusados de consentir blasfemos, jugadores, amancebados, de echar sisos, defraudar las rentas reales, el primero; de «injusto, ladrón y enteramente malo en su persona y su oficio», el segundo; de asolar a Santiago con robos e injusticias, el tercero; de avaricia y falta de probidad, el cuarto; y de raquero, el último, regresando preso a España. Respecto a la falta de probidad en el manejo de los fondos públicos, como «otra manifestación constante de la corrupción administrativa de la época», trae Ramiro Guerra esta cita de Lope Hurtado a Carlos V en 1539: «desde años ha que soy tesorero (de la Isla) y siempre he visto hurtar la hacienda de V. M».
La moral, o mejor dicho, la inmoralidad privada, corría pareja con la pública y la administrativa. El juego, los robos y muertes, la licencia de costumbres, eran generales en toda clase de personas y más aún en los de elevada posición económica o gubernativa, siendo el amancebamiento, ya con mujeres españolas, casadas o solteras, ya con indias, cosa general y corriente, al extremo de que Manuel de Rojas en 1534, informó al Rey que en su recorrido por las Villas de Trinidad, Sancti Spíritus y Puerto Príncipe, «en todas las dichas tres villas había personas amancebadas y abarraganadas con sus propias naborias, algunas de ellas, y otros con sus esclavas y otros con hijas de españoles y mujeres de esta tierra, con tanta paz y sosiego como si estuvieran a ley de bendición».
El clero no se quedaba a la zaga en estas inmoralidades y abusos, atropellando también y explotando a los indígenas y provocando escándalos, disgustos y agitaciones en los poblados, a más del ejemplo pernicioso que ofrecían, impropio de su «sagrado» ministerio.
Eran los indios, dice Guerra, «las víctimas más desgraciadas de estos desórdenes». Y hasta donde esto era verdad e inconcebibles los atropellos y atrocidades que con los infelices aborígenes cometían los españoles, vamos a reproducir íntegro el párrafo que a narrarlo encontramos en este capítulo que estamos glosando de la Historia de Ramiro Guerra: «Desamparados de toda efectiva protección oficial, a pesar de las reiteradas disposiciones reales, se alzaban a veces contra ciertos amos que los trataban de manera muy cruel, y entonces se les perseguía con cuadrillas de rancheadores y perros bravos. Los que eran muertos en combate o destrozados por los perros, si caían prisioneros se les reducía a la esclavitud, o ¨se hacia justicia¨ con ellos, eufemismo con el cual se expresaba en términos discretos que se les ahorcaba». Los suplicios de este género fueron frecuentes a partir de 1528. A veces, en lugar de alzarse, los indígenas apelaban al suicidio, en grupos de veinte y treinta. «Hubo días, dice un documento de la época, en que amanecieran ahorcados con sus mujeres e hijos, cincuenta casas en un mismo pueblo».
Ramiro Guerra señala como causas generadoras de esta «profunda perturbación moral», en primer término, y como «la peor fuente de abusos, el factor más efectivo de desmoralización y el disolvente más enérgico de las cualidades, y las virtudes que debían servir de base a la naciente sociedad», el régimen de las encomiendas, y después «la relajación de las costumbres públicas y la corrupción de las prácticas administrativas». No hay que olvidar, a la hora de buscar las causas de todos los vicios, abusos, atropellos y crueldades de la época, la baja condición moral y social de los conquistadores y colonizadores españoles de Cuba, gente, como dice Ramiro Guerra, haciéndoles mucho favor y usando palabras medidas y suaves, «gente mucha de ella aventurera e inculta de suyo».

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