Adquiridas año tras año en Europa y Estados Unidos por Joaquín Gumá, conde de Lagunillas, las antigüedades que conformaron su colección personal vuelven a ser mostradas al público gracias a la reapertura del Museo Nacional de Bellas Artes de La Habana.
Esa valiosa muestra se despliega ahora en el otrora «salón de fiestas» del antiguo Centro Asturiano, transformado espacialmente en tres grandes sectores, correspondientes con las tres grandes culturas de la antigüedad: Egipto, Grecia y Roma.

 Cuando a mediados de la década del 40, el doctor Joaquín Gumá Herrera (La Habana, 1909-1980) adquirió en el mercado de arte norteamericano las primeras piezas de arte de la Antigüedad, tal vez no se imaginó el vertiginoso enriquecimiento y el reconocimiento internacional que adquiriría su colección a lo largo de los años.
Descendiente de una familia de la nobleza criolla, Gumá poseyó una amplia cultura que sustentó su pasión hacia el coleccionismo. Desde temprana edad se había sentido atraído por el mundo griego y, en especial, por el período clásico. De ello dio testimonio en una conversación sostenida con representantes de las instituciones que regían el Palacio de Bellas Artes (1) a fines de 1955, fecha en que decidió llevar su colección a ese centro cultural. Sus lecturas infantiles favoritas —relató— eran las referidas a las grandes conquistas de Alejandro y, posteriormente, a la extraordinaria civilización que a éste cautivara. Por eso, no es de extrañar que tras sus primeras adquisiciones —de arte egipcio— pusiera el mayor empeño en coleccionar obras griegas: primeramente, esculturas, y después, en forma inmediata y preferente, cerámicas.
Un análisis de su correspondencia privada arroja que los orígenes de la colección de Gumá se remontan a 1943, aunque «entre los documentos relativos a las adquisiciones no se ha encontrado alguno con fecha anterior a 1945», según refiere Miguel Luis Núñez Gutiérrez.(2) Como bien apunta este investigador, es muy probable que su dueño «haya tenido intenciones de empezarla antes, pero la guerra hacia imposible la adquisición de piezas del otro lado del Atlántico y probablemente tampoco lo facilitara en los Estados Unidos, además de ser inseguro su transporte. Finalizada la guerra, se modificaba la situación y era un período favorable para hacer adquisiciones en razón de los precios más bajos».(3)
Tras hacerse miembro —en 1945 y 1946, respectivamente— del Museo Metropolitano de Nueva York y del Museo de Bellas Artes de Boston, en lo adelante Gumá aprovecharía inteligentemente su relación con los curadores de dichas instituciones para verificar las obras adquiridas o por adquirir. Así conocería —entre otros— al señor Dietrich von Bothmer, afamado arqueólogo y curador de antigüedades clásicas de esa institución neoyorkina, quien se convertiría luego en su amigo y principal asesor.
El doctor Gumá se acostumbraría a enviarle periódicamente fotos de sus vasos griegos en dos copias, una para ese experto y la otra para que se la enviara a sir John Beazley, su maestro y máxima autoridad en cerámica griega.
De modo que, debidamente acreditadas por renombrados conocedores, las adquisiciones del coleccionista cubano fueron poco a poco llenando, y en ocasiones presidiendo, los salones y hasta los dormitorios de su residencia, por aquellos años situada en la calle 36 esquina a 3ra. Avenida, en el reparto Miramar. Algunas piezas fueron situadas en la casa vivienda de la finca de recreo La Cumbre, propiedad de su esposa, ubicada en el municipio habanero de Arroyo Arenas.
En 1950 se suceden en la vida del doctor Gumá dos hechos significativos para su colección. El primero de ellos es la rehabilitación de un ancestral título nobiliario: el condado de Lagunillas, nombre por el cual —a partir de entonces— se conocería internacionalmente la muestra: colección Lagunillas. El segundo consiste en el traslado de su hogar a una residencia de mayores dimensiones, situada en la 5ta. Avenida esquina a la calle 22, en el mismo reparto, donde las piezas gozaron de mayor espacio. Muchas de ellas se instalaron en vitrinas de madera y cristal, realizadas especialmente para su cuidado y exhibición. Las mayoría de las obras fueron colocadas en el vestíbulo de la segunda planta de la casa.
Durante los primeros años de esa década, el ya conde de Lagunillas realizó frecuentes viajes —a veces con toda su familia— a Europa y Norteamérica. Estos periplos fueron aprovechados para hacer consultas con especialistas, visitar anticuarios y asistir a numerosas subastas, lo que posibilitó un considerable incremento de toda su colección y, en específico, de la sección de vasos griegos. Por entonces compra la pieza más destacada de esa sección: el Ánfora panatenaica de los hoplitodromos, que en octubre de 1954 presta al Museo Metropolitano como ya había hecho anteriormente con otras obras y a otros museos.
Esto hacía que la correspondencia del doctor Gumá con afamados arqueólogos y conocedores fuera amplia, y también que un número cada vez mayor de interesados pidieran al coleccionista conocer la totalidad de las piezas. Tal situación, independientemente del consabido gozo que representa para un propietario mostrar su colección, traía numerosos inconvenientes, sobre todo a la familia, que frecuentemente se encontraba ante el hecho de haber perdido gran parte de su privacidad.
A esto debemos añadir que una casa habitada, por amplia que sea, no es el lugar idóneo para instalar una colección de casi 500 obras, un considerable número de ellas muy frágiles. Sus condiciones de conservación, por tanto, eran muy precarias.
Obligado a resolver los problemas de espacio que le planteaba una colección ya muy numerosa, Gumá encargó a un renombrado arquitecto la ampliación de su residencia. Una tercera media planta debía ser añadida a la edificación original, en su parte posterior, en la que las obras serían exhibidas a modo de un museo particular. Dicha ampliación no rebasó la etapa de proyecto al ser sucedida por otra idea más ventajosa: la fabricación de una residencia de proporciones más amplias, proyectada por el arquitecto González del Valle, en el reparto Country Club de La Habana, donde en un pabellón aparte, en un extremo del jardín, se desplegarían las obras. Esta segunda idea corrió igual suerte que la anterior. A finales de 1955, otros dos hechos hacen pensar a Gumá en tomar una determinación con respecto a una ubicación más estable para sus preciosas piezas. El primero de ellos fue la pérdida de un valioso relieve funerario egipcio (de piedra caliza) a causa del alto grado de humedad existente en el closet donde se encontraba almacenado; el otro, más sentido por el coleccionista, fue la fragmentación de un importante vaso griego que —conservado óptimamente hasta ese momento— era una de las piezas favoritas de la colección. Nos referimos a la Hidria con decoración de la lucha de Ápolo y Heracles por el trípode, del Pintor de Berlín.(4)

 RANGO UNIVERSAL
Por entonces —luego de haber servido de sede a la Segunda Bienal Hispanoamericana de Arte—, el 14 de diciembre de 1955 se había reinaugurado oficialmente el Palacio de Bellas Artes, donde habría de instalarse, tras un azaroso recorrido a lo largo de 40 años, el Museo Nacional. Allí se mostrarían al público exposiciones realizadas con fondos de reconocidos coleccionistas cubanos, algunas de ellas con carácter permanente.
Las condiciones materiales de una recién inaugurada sala de exposición y el reconocimiento público al aporte de cada coleccionista —recalcado en la prensa de la época— atrajeron notablemente al doctor Gumá, quien de esta formaba solucionaba, además, una delicada situación familiar.
A raíz de las primeras conversaciones con funcionarios de las instituciones que tenían a su cargo el Palacio de Bellas Artes —el Instituto Nacional de Cultura y el Patronato de Bellas Artes y Museos Nacionales—, fue aceptada con júbilo la propuesta del conde de Lagunillas de entregar su colección en depósito permanente, condición en la que se mantuvo hasta su muerte. Rápidamente comenzaron las tareas de reacondicionamiento de locales y de diseño museográfico en aras de ese objetivo.
El trabajo museológico de selección, clasificación de exponentes y organización técnica fue asumido por el propio doctor Gumá, conjuntamente con el reconocido arqueólogo y profesor de Historia del Arte de la Universidad de Oriente doctor Francisco Prat Puig, quien lo ayudó durante arduas jornadas de trabajo. A este último se debe también la preparación del catálogo general de toda la muestra (Egipto, Grecia y Roma).
Los meses que mediaron entre la decisión de llevar la colección al Palacio de Bellas Artes y la inauguración de la sala donde se exhibió la misma, fueron aprovechados por la prensa nacional para dar a conocer lo que se consideró «un acontecimiento de rango universal».
La apertura de la sala se llevó a cabo el 30 de mayo de 1956. La actividad inaugural constituyó un hecho importante en la vida cultural cubana de aquel entonces. Fueron invitadas numerosas personalidades, entre ellas Von Bothmer, quien —basándose en las piezas de la colección cubana— ofreció una conferencia que fue celebrada por el público.
Según una reseña aparecida al día siguiente en el periódico El Mundo, el disertante «destacó que la colección de ciento treinta y dos vasos griegos del conde de Lagunillas es la mayor al sur del Trópico de Cáncer y una de las más ricas del Hemisferio Occidental». También a Von Bothmer se debe la confección del catálogo de cerámica griega que —con ese motivo— vio la luz, además de que brindó sus consejos a los entonces responsables del museo sobre la ordenación e instalación de esas piezas.
El resultado fue un montaje básicamente cronológico, acorde con las ideas expositivas de la época. Poco tiempo después, en 1957, se amplió algo el espacio de la galería principal que contenía la exhibición y se adicionaron ampliaciones gráficas de algunos exponentes. En estas nuevas labores de montaje participó el pintor cubano Mario Carreño.
A pocos días del triunfo de la Revolución en 1959, el Palacio de Bellas Artes fue tomado por un grupo de artistas que representaban el poder revolucionario. En lo adelante, a los fondos ya valiosos que tenía, se sumaría en una avalancha de obras que —tras abandonar sus dueños el país— dejarían de ser posesión privada para formar parte del patrimonio nacional.
Por entonces también se decidió reservar el Palacio de Bellas Artes, única y exclusivamente, para lo que había sido previsto, mientras que el remanente de núcleos temáticos (secciones de Historia y Etnología cubanas) pasó a formar parte de nuevas instalaciones museísticas: el Museo de Artes Decorativas, el Museo de la Música, el Museo Colonial, el Museo de la Ciudad...
Esa remodelación y especialización del Museo Nacional, iniciada en el propio año 1959, favoreció notablemente un mejor despliegue de sus colecciones en espacios más amplios y adecuados. La colección del doctor Gumá —quien nunca abandonaría su tierra natal— ocupó un lugar preferente con un área de exposición aproximadamente cuatro veces mayor que la original. A sugerencia de la doctora Marta Arjona —actual presidenta del Consejo Nacional del Patrimonio Cultural—, se comenzó a estudiar por reputados especialistas extranjeros: María Lipinska (Polonia), Svetlana Yovaska (Unión Soviética) y Pedro Bárdenas (España), entre otros.
Distribuida a lo largo del ala izquierda de la segunda planta del Palacio, fue dividida por culturas: Egipto, Grecia y Roma, y éstas —a su vez— por salas. Y como justo reconocimiento al hombre cuya generosidad posibilitó su creación, cuando se abrieron nuevamente al público en 1961, se nombraron «Salas de Arte de la Antigüedad Condes de Lagunillas».
En ese montaje museográfico desempeñó un rol importante el escultor Eugenio Rodríguez (1917-1968), quien diseñó las vitrinas, las bases para las piezas y la réplica de una mastaba egipcia para la puerta de entrada a las salas, así como la escultora Rita Longa (montaje de la sala de arte egipcio), y el doctor Fernando Álvarez Tabío (salas de Roma).(5) Dicha concepción museográfica se mantuvo hasta 1996 y no resultó afectada por el ingreso de nuevas piezas que, mediante compras y donaciones de otros coleccionistas, fueron enriqueciendo progresivamente la muestra hasta el presente.
Entre esas adquisiciones, hay que destacar el sarcófago de madera pintada —con encartonado incluido— que la República Árabe del Egipto regaló al Estado cubano en agradecimiento a su partipación en el salvamento de los valores de Nubia.
Al fallecer en 1980 —en La Habana— el doctor Gumá, se trajeron de su casa un importante torso praxitélico y decenas de fragmentos de vasos de cerámica que éste había recuperado en 1956, tras un incendio, entre las ruinas de un almacén del aeropuerto de La Habana. Mediante una fórmula que von Bothmer había dado al propio conde de Lagunillas, cinco de esas piezas fueron restauradas por los especialistas cubanos Mercedes Rodríguez, Moisés Quintanal y Durán Rodríguez, con ayuda del arqueólogo Ricardo Olmos y el restaurador Miguel Reinaldo, ambos españoles.

LA NUEVA SEDE
El significativo peso de la colección de Lagunillas en el acervo del Museo Nacional, determinó que cuando —en 1996— se aprobó la alternativa de extender esa institución a expensas del otrora Centro Asturiano (previsto como sede del arte universal), se valorara enseguida la factibilidad de desplegar esa muestra en su espacio más colosal: el gran salón oval o antiguo «salón de fiestas» (niveles cuatro y cinco). Ello implicó crear allí un ambiente diferenciado, espacializado en tres niveles de exposición, e implementar soluciones visuales que armonizaran, en términos de imagen y escala, con las antigüedades expuestas.
En tanto, otros espacios de menor jerarquía arquitectónica fueron intervenidos con un criterio más museológico para acoger el resto de las colecciones: arte norteamericano y latinoamericano, en la planta baja (nivel uno); escuelas europeas (España, Francia, Italia, Gran Bretaña, Flandes, Holanda y Alemania), en los niveles tres, cuatro y cinco, y arte oriental (grabados de Ukiyo-E), en el tercer nivel.(6) Si no se desvía hacia esas salas, el visitante irrumpe en el gran salón oval por influjo natural del edificio, luego de ascender a través de la gran escalinata y, ya en lo alto de la misma, atravesar una especie de corredor perimetral que garantiza el aislamiento de aquel espléndido espacio expositivo —totalmente climatizado— con respecto a la caja de escalera.
Integradas a la arquitectura originaria del inmueble, que mantiene la esencia de su decoración general, las soluciones museográficas se insertan en subniveles conectados entre sí por pasarelas y escaleras. Ellos permiten separar períodos o áreas temáticas, así como crear puntos de vista diversos sobre conjuntos y objetos.
En total son cerca de 700 piezas que —dispuestas en una superficie de 1 200 m2— siguen organizadas en tres grandes sectores, correspondientes con las tres grandes culturas de la Antigüedad: Egipto, Grecia y Roma.
A su vez, por indicación de la doctora María Castro —asesorada por Detlef Röessler y Veit Stümer, especialistas de la Universidad de Humboldt— se propuso la creación de dos nuevos espacios en torno a la muestra principal: un núcleo de arte levantino y otro de arte etrusco.(7)
Semejante respuesta espacial a la concepción museográfica desarrollada por los especialistas del Museo, posibilita que el visitante opte por un recorrido consecutivo y cronológico, o por alternativas parciales de apreciación individual del grupo de obras que conforman cada una de esas culturas.
La sección griega (más de 300 piezas) ocupa el eje transversal, mientras que en los extremos —ovalados— del eje longitudinal se emplazan los otros dos grandes conjuntos de objetos: egipcios y romanos.
Mediante la reinterpretación de ciertos códigos arquitectónicos y/o simbólicos, se ha buscado ofrecer una imagen o hito dominante que —sutilmente— sirva como referencia contextual a la cultura allí representada.
En el caso del sector egipcio, por ejemplo, el tema central dominante es el culto funerario y todo el conjunto de objetos relacionados con el mismo. Al otro extremo, en la sección dedicada a Roma, los puntos focales están determinados por los mosaicos de teselas, particularmente el ejemplar representado —teniendo en cuenta su emplazamiento originario— bajo el impluvium, elemento característico de la casa romana.
Distribuido en la parte central del conjunto, el arte griego sobresale en sus dos facetas: la estatuaria y la cerámica. En especial, esta última, desplegada en vitrinas concebidas como grandes prismas de vidrio que —soportados por estructuras de acero— son iluminados interiormente con fibra óptica.
Así, sumergidos en una atmósfera casi mágica, los vasos griegos destellan tenuemente con su inefable belleza, aquella que hizo expresar al doctor Gumá en carta del 8 de junio de 1949 dirigida a su futuro amigo:
«Créame, Sr. von Bothmer, que después de haber visto su gran entusiasmo y gran conocimiento de los vasos griegos, usted me transmitió parte de lo primero; desgraciadamente, yo nunca sería capaz de reunir ambas cualidades. Indudablemente, el desarrollo de los vasos griegos es la más completa e interesante rama de la arqueología. Cuando se entiende bien es algo apasionante. De ahora en adelante esté seguro que trataré especialmente de completar mi colección, tanto como pueda».(8)
¡Demos gracias al conde de Lagunillas por haber cumplido su palabra!





(1) Ernesto Cardet Villegas: «Instalaciones de la Colección Lagunillas», Catálogo de los vasos griegos del Museo Nacional de Bellas Artes. Ricardo Olmos. Ministerio de Cultura, Madrid, 1993, p. 31. Precisamente este artículo ha sido tomado como base y, actualizado por el autor, se publica ahora en coautoría con José Linares en esta versión para Opus Habana.
(2, 3) Miguel Núñez Gutiérrez: «Historia de la Colección», Catálogo de los vasos griegos del Museo Nacional de Bellas Artes. Ricardo Olmos. Ministerio de Cultura, Madrid, 1993, p. 24.
(4) Datos aportados por el doctor Gumá en charla con Cardet Villegas a mediados de la década de 1970.
(5) Ana Vilma Castellanos Bisset: «Las salas de Arte de la Antigüedad del Museo Nacional», Catálogo de Arte de la Antigüedad. Museo Nacional de Bellas Artes (inédito).
(6) José Linares: El Museo Nacional de Bellas Artes. Historia de un proyecto. Oficina de Publicaciones del Consejo de Estado, La Habana, 2001, p. 192. Como se sabe, el arte cubano se mantuvo en el primigenio Palacio de Bellas Artes.
(7) Ana Vilma Castellanos Bisset: Idem.
(8) Miguel Núñez Gutiérrez: Ob. cit., p. 26.

Comentarios   

lorenzo aguiar
0 #1 lorenzo aguiar 08-09-2010 15:16
Hoy, muchos anos despues de ser su alumno de Latin en la Fac. Lenguas Extranjeras de la UH y su mas rabioso admirador en aquellas conferencias sobre mito en la ceramica griega en el Museo de Bellas Artes, soy maestro de humanidades, artista autodidacta y amante de todo lo clasico antiguo gracias a esa mujer, docta y calida, erudita y sencilla que me contamino para siempre con su pasion por el arte antiguo. Despues de leer este articulo me siento orgulloso de ser su alumno y amigo
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