Sobre otro no menos sensacional invento de nuestro siglo: las casas de departamentos que pueden ser consideradas «como símbolo de la transformación aguda experimentada por la familia cubana, y por el hogar, en estos últimos tiempos».
El departamento impide que se lleve hoy la antigua vida de hogar de nuestros abuelos, y ha de producir, a la larga, la desaparición completa de lo que fue el hogar criollo de siglos pasados.

Al tratar en las Habladurías anteriores de ese prodigioso descubrimiento contemporáneo que es el baño intercalado, me referí, de pasada, a las casas de departamentos, otro no menos sensacional invento de nuestro siglo.
De la antigua y amplísima casona colonial habanera hemos dado en estos últimos tiempos un salto fantástico para venir a caer en las casas de departamentos.
Si quisiéramos dejar gráficamente plasmada la diferencia que existe entre nuestras casas antiguas, o coloniales, y los departamentos modernos, o republicanos, diríamos, casi sin exageración, que por la puerta principal de aquéllas podría entrar cómodamente todo un departamento, o que cualquiera de éstos cabría, sin estrecheces, en un cuarto, o los mayores, en la sala de aquellas casonas.
En efecto, distinguíanse las viejas casonas de San Cristóbal de La Habana por su altísimo puntal, sus grandes puertas y ventanas, la capacidad superabundante del zaguán de entrada, de la sala, del comedor, de los cuartos, del patio, del traspatio y de la cocina y hasta de los cuartos de la servidumbre. Y por si esto fuera poco, cuando la casa era de dos pisos, no faltaba entre ellos el entresuelo, dedicado generalmente a las oficinas del dueño de la vivienda. Respecto a la puerta de entrada, debo agregar que por ella cabía la volanta o el quitrín, que solían guardarse en el zaguán, sin que estorbaran en lo más mínimo el tránsito de los ocupantes y visitantes de la casa, no obstante e1 ancho descomunal que de rueda a rueda tenían volantas y quitrines y la enorme longitud de sus barras.
La influencia norteamericana, el afán de imitación de lo extranjero que siempre ha dominado al criollo, y el deseo de sacarle el máximum de rendimiento al terreno en que se piensa fabricar, nos han trasplantado a esta Habana del trópico, esas caricaturas de rascacielos que hoy afean muchas de nuestras plazas, avenidas y calles.
Y conste que no me pronuncio contra el rascacielo en sí, que es éste susceptible de ser transformado, tanto en los Estados Unidos como en Cuba, en una obra arquitectónica de belleza artística excepcional.
Lo que recojo y critico es la inadaptabilidad a nuestro clima de las casas de departamentos, tentativas de rascacielos. Y es lástima que dada la abundancia de tierra sin fabricar que existe en los suburbios de La Habana, la dificultad de comunicaciones rápidas no permita construir en esos terrenos yermos casas, lo más posible acomodadas a la vida del trópico, de una o dos plantas, en vez de los rascacielos que se están construyendo en el centro de la ciudad, en la misma Habana antigua y en calles estrechísimas, con grave incomodidad para los moradores, a pesar de los altos precios que suelen cobrarse por los departamentos–pañuelitos.
Pero la novelería criolla, así como impuso el baño intercalado y el baño de colores, ha impuesto, igualmente, los departamentos, al extremo de que hoy se considera más distinguido, chic y elegante, vivir en un «precioso departamento», aunque apenas puedan en él moverse sus ocupantes, que en una casa fabricada, según diría cualquiera de nuestras abuelas, chapada todavía a la antigua, «como Dios manda».
El departamento puede ser considerado como símbolo de la transformación aguda experimentada por la familia cubana, y por el hogar, en estos últimos tiempos.
La casona antigua permitía la convivencia en ella de toda una familia, por numerosa que ésta fuese, incluyendo, desde luego, a los yernos y nueras, con sus hijos, y hasta a los sirvientes de estas jóvenes familias. Todos almorzaban, comían y hacían la tertulia en la casona, y en ella celebraban también sus fiestas y sus duelos. Allí se nacía y se moría.
En cambio, en la mayor parte de los departamentos de estas modernísimas casas de departamentos habaneras, apenas se puede dormir con comodidad; se come, en el comedorcito, a apretujones, y es de todo punto imposible invitar a la mesa a familiares y amigos. Y tan es esto así que ya se ha introducido otra nueva moda: la de no ofrecer comidas en que los invitados puedan sentarse, como antaño, alrededor de la mesa, sino que, obligados por la fuerza mayor de la limitadísima capacidad del departamento, las comidas y fiestas se celebran en los clubs, en los restaurantes o en los cabarets, o cuando más se hacen esas cenas informales, en que cada invitado carga con su platico, se sirve personalmente los comestibles que se hallan agrupados en una mesa, y comen de pie, en un rincón, recostados a la pared, o en alguna silla, si hay capacidad para éstas.
El departamento impide que se lleve hoy la antigua vida de hogar de nuestros abuelos, y ha de producir, a la larga, la desaparición completa de lo que fue el hogar criollo de siglos pasados.
Dije antes que en la casona antigua se nacía y se moría. No puedo decir lo mismo de los departamentos modernos. Y ahí está para probarlo el hecho innegable de que hoy, generalmente, se nace en las clínicas o en los hospitales. Se me argüirá, tal vez, que ello tiende a procurar mayor comodidad a la futura madre y sus asistentes y mejor atención facultativa de aquélla y del «tierno infante»; pero yo me inclino a creer que el auge que ha adquirido entre nosotros esta moda de nacer en clínicas y hospitales, se debe principalmente a que en los departamentos modernos no caben todas esas personas –médicos, enfermeras, familiares y amigos– que generalmente se agrupan en una casa cuando en ésta ocurre tan señalado y regocijado acontecimiento.
Si la moda de ir a morir fuera del departamento no se ha generalizado tanto como la del nacimiento en clínicas y hospitales, hay que encontrar su causa en que muchos fallecen sin dar tiempo a que se les traslade a la quinta o sociedad de que ya son socios el 90% de los habaneros, o a la imprevisión de aquellos que no han querido inscribirse en alguna de esas instituciones benéficas.
Pero, ¡desgraciado del muerto que lo tienden en un departamento de esas casas modernas de departarnentos! Desgraciado, he dicho, porque las incomodidades que padece –aunque esté muerto y digan que los muertos ni sienten ni padecen– a la hora del entierro, son inenarrables, por la imposibilidad de sacar la caja con el cadáver en la forma normal hasta ahora acostumbrada, o sea cargándola cuatro familiares o cuatro zacatecas. Por lo pronto, por ninguna de las puertas de los departamentos actuales cabe una caja mortuoria con sus cuatro acompañantes: es necesario levantarla entre dos, uno a cada extremo, y, después… ¡lo espeluznante viene después!, a la hora de sacar la caja a la calle, ocurriendo escenas horrorosas que acrecientan el dolor –cuando lo sienten– de los parientes y amigos del difunto. Este, dentro de la caja, se ve en el duro trance de perder su posición de reposo eterno, forzosamente obligado por la estrechez de la escalera o del elevador, a sufrir toda clase de vaivenes, empujones, tropezones, y a ponerse de pie, y a lo mejor de cabeza. No faltan casos en que, siendo de todo punto imposible bajar la caja del departamento a la calle por la escalera o por el elevador, es necesario descender ésta con una grúa, cual se hace en las mudanzas con los escaparates o baúles. Y no han dejado de ocurrir descendimientos rápidos y estrepitosos de el departamento al duro suelo de la calle.
¡Es así, que por obra y desgracia de los departamentos, de las casas modernas de departamentos, ya ni siquiera lo dejan tranquilo a uno después de muerto!
Otra de las transformaciones que en las costumbres habaneras están realizando las viviendas–departamentos, es la del cambio en el régimen alimenticio. En muchas casas de departamentos, no se puede y hasta se prohíbe cocinar, por la sencilla razón de que la cocina está suprimida, por no haber encontrado el arquitecto proyectista espacio para incluir en cada departamento una cocina. Existe, para remediar ese mal, la cocina general de la casa de departamentos, donde, como en el comedor de un restaurante o de una fonda, se reúnen todos los huéspedes a comer el menú –o el rancho– que da la patrona.
Conozco casos de estómagos estropeados por la excelencia de estos menús o ranchos de las casas de departamentos. Y como paradoja que destruye por completo uno de los argumentos que suelen esgrimirse en favor de la vida en casas de departamentos –la economía– resulta que, además del económico gasto del departamento con comida, es necesario gastar unos cuantos pesos en sobrealimentarse, para no perecer de hambre o de indigestión.
Y cuando el departamento tiene su cocinita, la pequeñez de ésta y del rincón donde está instalada, fuerza a la familia a alimentarse casi con píldoras: el huevito frito, el bistecito, las papitas salcochadas o fritas y el jarro de leche o de chocolate, sin que puedan extralimitarse con los buenos y confortantes potajes, con el criollísimo ajiaco, con el arroz con pollo, con la carne con papas, que tanto gusta a don Pancho –y a mi también, y me perdone doña Ramona por esta muestra que doy de falta de finura y distinción– y ni siquiera hay que pensar en un gran pargo o un lechón asados, porque en estas cocinitas de los departamentos de las casas modernas de ídem, no caben las grandes cacerolas, cazuelas y tártaras que se utilizan para cocinar estos sabrosísimos platos de grueso calibre.
Emilio Roig de Leuchsenring
Historiador de la Ciudad desde 1935 hasta su deceso en 1964.

Comentarios   

Manuel Bustabad
+1 #1 Manuel Bustabad 02-06-2012 10:04
¿Porqué, si Emilio Roig murió en 1964, nos dicen al principio que se escribió el artículo en 2007?
En el tema tratado, es imprescindible situase en el momento real de tal reflexión.
Gracias anticipadas por la aclaración, que no dudo recibiré.
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