Lámparas, quinqués, candelabros, palmatorias… realizadas en materiales como cristal de opalina, loza, porcelana, bronce, plata y calamina, integran la exposición «… Y se hizo la luz», inaugurada la tarde de hoy viernes en el Museo de Arte Colonial.

 

El lustre maravilloso del oro y de la plata y el brillo aun mayor de las piedras preciosas, como el rubí y el diamante, no pueden competir con la hermosura y luminosidad de la llama.
                                    
MICHAEL FARADAY
Historia química de la vela (1860)

 La necesidad de alumbrarnos es tan antigua como la propia historia evolutiva del hombre. Los egipcios, tan cuidadosos de rodear a los difuntos del mobiliario doméstico y de las ofrendas que pedían los ritos religiosos, no pusieron lámparas de ningún tipo en las tumbas. Sin embargo, se sabe que uno de los principales empleos que en Egipto tenía el aceite de Kiki era para el alumbrado, y dicho empleo supone el de las lámparas, las cuales fueron de barro, probablemente, como las usadas por los orientales.
De la antigüedad griega y romana se conoce el empleo de vasos o vasijas puestas sobre trípodes o pilares para alumbrar las habitaciones. Esas vasijas se llenaban de teas o antorchas y eran los esclavos quienes cuidaban de alimentarlas. Con el tiempo no tardaron en inventarse otros utensilios para esta necesidad, y a medida en que se fue generalizando el uso llegaron a se disímiles: candeleros, candelabros, palmatorias, velones, mecheros, quinqué, faroles. De igual forma fueron muy variados sus diseños y materiales, y al estar relacionados con el mobiliario eran objetos artísticos que deslumbraban con sus formas majestuosas y únicas.
 En Cuba estos sistemas de alumbrado eran privilegio de las familias adineradas que podían importarlas desde Europa y con el decursar del tiempo fue extendiéndose su uso  a toda la población.
En lo que concierne a la iluminación de interiores, podemos citar de los escritos de la condesa de Merlín, cubana que radicó en París y visitó la Isla en 1840, el siguiente pasaje de su libro Viaje a La Habana, donde narra la atmósfera dentro de las grandes casas y escenarios de la vida nocturna:
Las tertulias habaneras, recuerdan la elegancia de la colonia. Las grandes puertas abiertas de par en par, las bujías encerradas en fanales de cristal, los grupos de hombres que hablan en los balcones, los enormes faroles que arrojan su luz en los corredores, la belleza de este punto de vista que parece desde la calle una iluminación mágica, os recuerdan que estáis bajo el cielo de Las Antillas en medio de las costumbres criollas.

Sadys Sánchez Aguilar
Museóloga
Museo de Arte Colonial

Escribir un comentario


Código de seguridad
Refescar