Esculturas vacías, siluetas de figuraciones humanas se encuentran dispersas por varios puntos de la ciudad. Sobre planchas de cobre el artista Octavio Cuéllar ha construido toda una significativa serie de piezas tridimensionales para «exteriorizar las penas, miserias, fragilidades... del ser humano».
La muerte, la vejez y la corrupción espiritual del individuo, son algunos de los tópicos característicos de las esculturas de Cuéllar... casi siempre desde una perspectiva irónica.

 A unos pasos de la puerta que protegiera del frío, la lluvia y de los enemigos a la antigua sede de los frailes franciscanos –convento e iglesia de San Francisco de Asís–, aparece súbitamente un ser misterioso, un monje escapado de algún rincón o desgarrado de una vieja leyenda, que da la bienvenida a los visitantes como si se tratase de un acto piadoso.
Así ha visto Octavio Cuéllar Campos a esta especie de criatura: unas veces ausente; otras, alucinada por el recuerdo de un pasado sepultado en la memoria de los primeros moradores de ese recinto sagrado, cuya Basílica Menor constituye hoy la más elegante sala de conciertos de La Habana.
Tras largas jornadas de trabajo, que pueden extenderse por varios días y hasta meses, Octavio repuja el metal hasta extraerle las formas más caprichosas e insospechadas. Primero, toma algunas fotos que le sirven de modelo o dibuja las imágenes que desea esculpir. Luego, martillo en mano, arremete contra las planchas de latón, cobre o bronce, para sacarles la figura que ha visto en su imaginación o en las escenas cotidianas de la calle. El fuego le ayuda a enlazar las partes que formarán las arrugadas piezas. Golpeadas hasta acentuar los más pequeños detalles. Con minucioso artificio, el artista descubre los gestos, los movimientos, las expresiones y hasta el silencio de sus personajes.
 Cuando cursaba el segundo año de Ingeniería en Construcción de Maquinarias, Octavio decidió que no podía seguir negando sus inclinaciones artísticas. Fue entonces que matriculó en la especialidad de Escultura y Dibujo de la Academia de Artes Plásticas de San Alejandro, donde permaneció hasta 1992.
Al comienzo, muchacho al fin, asumió el arte como una acción de rebeldía. Sus primeras experiencias revelaban enmarcado extremismo; un afán de romper con normas y patrones de manera deliberada. Así poco a poco, fue perfilando su estilo y, a la par, sus intenciones ideoestéticas.
Desde entonces, Octavio no ha cesado en el empeño de exteriorizar las penas, miserias, fragilidades... del ser humano. La muerte, la vejez y la corrupción espiritual del individuo, son algunos de los tópicos que se incorporan a sus esculturas, casi siempre desde una perspectiva irónica.
Como él mismo dijera: «Ninguno de mis personajes existe, ninguna de mis escenas son reales, ellos me permiten captar una esencia inatrapable, para mí lo único importante es sentir».
Y es cierto que Octavio no muestra –al menos de primera instancia– el contenido, sino el ropaje. Lo significativo de sus esculturas radica en saber elegir «la mejor vestimenta», la que más se ajusta a sus fines. Por lo pronto, «el metal brinda esa posibilidad: inmaculado, duradero, capaz de resistir las más violentas curvas, las más disímiles apariencias».
Después de haber participado en numerosos eventos nacionales e internacionales, y exponer sus trabajos en exposiciones personales y colectivas, su obra ha ganado en madurez. Las innumerables excursiones por los senderos del arte cubano y universal, le han valido de mucho a la hora de moldear sus aptitudes.
Para él, «desde la Mona Lisa –un parámetro en su formación académica– hasta los impresionistas, existe un largo trecho que es imposible omitir», y del lado de acá –en casa–, Antonia Eiriz le ha estremecido profundamente, y la palidez de los cuadros de Ponce son los que más le han hecho pensar.
Aunque le interesa «la fama de sus esculturas» y no la manipulación comercial de su persona, Octavio confiesa: «Necesito una dosis de fama para acomodar mi espíritu, para que se me respete».
La concepción escultórica de Octavio está perneada de un profundo sentido humanista del arte. Sin duda, los conflictos en torno a la existencia del hombre constituyen un componente fundamental en su expresión artística. Para Cuéllar, la razón de su trabajo puede simplificarse en una frase: «En mis esculturas puedo ser yo mismo, con ellas no estoy obligado».

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