Por su alta calidad, decoración y abundancia, la loza fina inglesa se impuso en el mundo. Como demuestran las evidencias arqueológicas la ruta comercial del preciado producto también pasó por la villa habanera.
Con ayuda de la arqueología histórica y mediante la consulta de los documentos de archivo relativos a la entrada de buques al Puerto de La Habana, se pueden escudriñar los indicios del comercio de loza fina inglesa hacia Cuba.

 Confeccionada con pastas alfareras refinadas (de mayor blancura, dureza y calidad que sus predecesoras: la cerámica ordinaria y la mayólica), esa loza tuvo una gran influencia en la cultura doméstica cubana durante la época colonial.
Las investigaciones en el Centro Histórico de la Habana Vieja y en otras ciudades de1 país —Trinidad, Santiago de Cuba, Matanzas, Pinar de1 Río, Las Tunas y provincia Habana— confirman la importancia de esa loza en la vida hogareña de la familia cubana.
La amplia cantidad de tiestos de diferentes pastas cerámicas, las marcas de fabricantes y los diseños decorativos identificados por los arqueólogos muestran que grandes volúmenes de los tipos de loza fina conocidos como loza de Pedernal (White Salt-glazed Stoneware), Crema (Creamware), Perla(Pearlware), Blanca (Whiteware) y Porcelana Opaca (Ironstone) fueron exportadas a la Isla desde la segunda mitad del siglo XVIII y durante todo el siglo XIX.
La presencia de este producto en numerosos sitios arqueológicos de Eu-ropa y América denotan su fuerte expansión internacional. Su popularidad para el servicio de la mesa desde las postrimerías del siglo XVIII, tiene que ver con la producción de vajilla de alta calidad y ornamentación, promovida por la demanda de una clase media próspera. Aunque también los pobres recibieron algún beneficio de esta novedad técnica al poder adquirir las piezas de bajo precio, de mayor durabilidad que las archiconocidas mayólicas y cerámicas burdas.

LA EVIDENCIA CUBANA
Las peculiaridades de la importación de loza fina inglesa hacia Cuba son prácticamente desconocidas, dado que las fuentes escritas primarias sobre su comercio no se han estudiado lo suficiente.
Como se sabe, el arribo de mercancías de Europa y del Oriente a la Isla estuvo controlado estrictamente por la Metrópoli hasta principios de1 siglo XIX, cuando se instaura el reglamento de comercio libre, el 10 de febrero de 1818. Significa que, hasta ese momento, la vía de entrada de productos británicos se derivaba de1 comercio intercolonial y de la reexportación desde la Península a través de Sevilla y Cádiz. A principios de esa centuria, España le otorgó un privilegio a la Compañía de los Mares del Sur para surtir de esclavos a las colonias de1 Nuevo Mundo. El asiento también permitía un embarque de artículos cada año a Portobello (Panamá), pero el acuerdo se resquebrajó y una mayor cantidad de barcos llegó a ese Puerto.
Asimismo, el establecimiento de almacenes para la regulación de la trata de esclavos por parte de los ingleses en Veracruz y Cartagena de Indias —con quien La Habana mantenía un asiduo comercio— debió haber aportado mercancías británicas a Cuba.
Por los cauces oficiales de la Real Compañía de Comercio de La Habana, fundada en 1740, también pudo haber llegado alguna loza fina. Esta empresa gozó del monopolio comercial de la colonia hasta que se produjo la ocupación británica de La Habana (1762-1763). Hasta entonces esa compañía se relacionó con comerciantes y navieros de Jamaica, que le suministraron esclavos y artículos ingleses.
Única ciudad en la Isla que, hasta 1778, estuvo autorizada a comerciar con la Metrópoli, La Habana vio impedido «su desarrollo como puerto central marítimo de las Indias» debido al sistema cerrado impuesto por España durante los tres primeros siglos del gonierno en Cuba.
Esta política utópica e insuficiente propició, además, el tráfico ilícito a gran escala, tanto el concertado entre los importadores extranjeros y los lugareños, como el directo que se hacía desde el exterior o entre colonias caribeñas y continentales. Precisamente esta fue una de las vías más rentables para que la población cubana se abasteciera de mercancías europeas de gran demanda como los textiles o la propia loza fina británica, las cuales eran introducidas por piratas y filibusteros desde los depósitos ingleses en Jamaica, que se convirtieron en una feria permanente.
Los numerosos conflictos entre España, Gran Bretaña y Francia desde 1750 hasta 1818 provocaron gran inestabilidad en el comercio de la Isla, aunque a veces resultaron favorables a la misma. Tal fue el caso de1 periodo en que La Habana estuvo ocupada por los ingleses.
La ocupación duró once meses, con lamentable destrucción y saqueo, pero el comercio exterior se benefició sustancialmente. La capital fue inundada de todo tipo de artículos de origen inglés y europeo en general. Sin embargo, los contextos arqueológicos de esta época no son ricos en piezas inglesas, pues sólo aparecen evidencias de la renombrada Loza de Pedernal o de Piedra Blanca de Vidriado de Sal (White Salt-Glazed Stoneware), datadas entre 1740 y 1775, que se reportan en cantidades modestas en numerosos sitios de1 Centro Histórico habanero y en la ciudad de Trinidad.
 El gran boato comercial que vivió La Habana durante la ocupación británica precipitó por parte de1 gobierno metropolitano reformas encaminadas a liberalizar el comercio. Vale la pena mencionar el reglamento de comercio libre de 1778, que anuló el monopolio de Cádiz y Sevilla, y abrió nuevos apostaderos coloniales al tráfico con los principales puertos de la Península, aunque no significó una autorización a comerciar con otros países o en buques extranjeros.
Durante la guerra de las trece colonias norteamericanas por independizarse de Gran Bretaña (1775-1783), y sobre todo en lo adelante, un alto porcentaje de lozas finas inglesas llegaron a Cuba en buques angloamericanos y norteamericanos, lo cual creó un comercio triangular en el que Estados Unidos actuó coma reexportador. Este tráfico tuvo un camino de acceso permanente a través del contrabando y, a veces, por gestiones oficiales.
Barcos de Nueva York, Charleston, Boston, Portland, Providencia, Filadelfia y Nueva Orleans llegaron al Puerto habanero con cargas de loza y otros víveres durante esa etapa; así lo refieren los registros de entrada y salida de buques en el Puerto habanero. Aparecen como consignatarios de estos envíos los comerciantes Drake, Moran, Magín, Trujillo, Cuesta, Álvarez, Gimbal, Serra, Comas y otros, destacándose el primero, James Drake, emprendedor negociante británico asentado en La Habana desde la última década del siglo XVIII.
De acuerdo a los hallazgos arqueológicos, la loza fina importada en ese periodo debió correponder a los tipos Gres, Crema y Perla, estas dos últimas recuperadas profusamente en La Habana y en el resto de1 país. No se descarta la posibilidad de que algunas de las lozas fueran manufacturadas en Estados Unidos, pero las marcas encontradas en Cuba relativas a esta época son británicas. Entonces, las producciones alfareras estadounidenses no alcanzaban los volúmenes, calidad y competitividad de la loza fina inglesa.
Otros datos concretos corroboran la reexportación de esta loza fina desde la Metrópoli en los años 1791, 1792 y 1794. Por sólo poner un ejemplo, citamos un anuncio del Papel Periódico de La Habana del 18 de diciembre de 1791, en que se reporta la entrada al puerto habanero de un mercante: «De Cádiz Paq. S. Antonio conduce 56 tercios de ropa, 4 446 botijas de aceite, 100 .id.. de azeituna, (...), 1030 docen. Losa inglesa, (. . .)». (Sic.) Llevando a bordo loza de Pedernal, loza extranjera, loza fina y loza inglesa (tal como se le llamaba en los registros de embarque de buques), en ese trienio llegaron al Puerto habanero los barcos «San Antonio», «Dichoso», «Palas», «Nuestra Señora», «San Servando», «Nuestra Señora de los Dolores», «San Antonio de Padua», «Victoria», «Favorita», «Santo Domingo», «Nuestra Señora del Rosario»...
En verdad, el cambio más beneficioso para la exportación de loza fina británica hacia Cuba fue el ya mencionado reglamento de comercio libre de 1818, que admitió, el intercambio abierto con todas las naciones, aunque los no españoles tenían que pagar altos aranceles para sus mercancías: entre un 20 y 30 por ciento. A partir de esta fecha, La Habana —y, en menor cuantía, otros puertos cubanos— recibieron una avalancha de mercancías norteamericanas, británicas, españolas y francesas, entre otras.
De aquella época de apertura comercial, específicamente de la década de 1820, existen referencias que demuestran la continua llegada de cargamentos de loza fina desde Londres, pero sobre todo desde el puerto Liverpool, que creemos fungió como principal enclave de exportación de ese producto, por ser el más cercano a la región alfarera de Staffordshire y a las ciudades de Leeds y Castleford. De allí proceden la mayoría de las marcas de los fabricantes presentes en los restos de lozas finas encontrados en La Habana y otras localidades del país. No sabemos si las marcas de fábricas halladas en los sitios arqueológicos cubanos se corresponden con el mayor porciento de industrias manufactureras que exportaron lozas finas hacia acá. Sucede que no era una práctica oficial marcar todas las piezas; o sea, en pleno siglo XIX sólo se marcaban algunas piezas de todo un lote, mientras que a fines del siglo XVIII muy pocos fabricantes dejaron sus monogramas en la loza.
Aún así podemos referir que las principales factorías exportadoras a Cuba estaban en las ciudades de Tunstall, Stoke, Hanley, Longport, Stoke-on Trent, Burslem, Fenton, todas en el antiguo distrito alfarero de Staffordshire, así como en Castleford y Liverpool. Huelga aclarar que, no obstante el considerable peso que adquirió el comercio con Estados Unidos y el tradicional con España, la loza fina inglesa se impuso y lidero este giro frente a sus similares norteamericanas y españolas, debido a su superior calidad y grandes volúmenes de producción.
En 1859 ya existían en la capital cubana 23 locerías, ubicadas en los actuales municipios de la Habana Vieja y Centro Habana. Entre estos comercios minoristas sobresalía la compañía del anglosajón Ricart Pages, quien tenía sus locerías en locales situados en Mercaderes 84, Ricla 11 y medio y 49, Obispo 72 y Monte 2. Algunas de las lozas comercializadas por él tenían la novedad de llevar un monograma con el nombre del fabricante William Baker & Co., de Fenton, y el de su propia compañía: Kicart Pages & Co., lo que indica las estrechas relaciones entre ambos negociantes. También aparece el nombre del importador de Cienfuegos Felipe Gutiérrez en las bases de algunas lozas de porcelana Opaca de fines del siglo XIX, encargadas a manufacturas inglesas.
Hacia mediados de esa centuria, el interés de la clase media habanera por la loza fina impresa por transferencia (estampación por calcomanía) era tal, que la afamada fábrica de William Adams de Tunstall comenzó a imprimir escenas con imágenes cubanas en sus piezas. Así, por sólo citar dos ejemplos, en un bacín decorado, con esta técnica encontramos un grabado de la Fuente de la India, y en una taza, una vista de la Alameda de Paula.
Todavía a fines de siglo la loza fina inglesa mantenía un lugar de privilegio en la preferencia de la población cubana. A ello contribuyó la tradición, la calidad y la solidez competitiva que conservaba el producto en el mercado internacional.

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