Cada año, el 23 de agosto, la Oficina del Historiador de la Ciudad rinde homenaje a Emilio Roig de Leuchsenring, nacido en esa fecha, en 1889.
Nombrado en 1935 Historiador de la Ciudad, cargo que desempeñó hasta su deceso en 1964, Roig radicó 12 años en la planta baja primero y, luego, en el entresuelo del Palacio de los Capitanes Generales.

En el 2002 en el entresuelo del Palacio de los Capitanes Generales, entonces Palacio Municipal y hoy Museo de la Ciudad, se reunieron sus amigos, familiares y antiguos compañeros de trabajo para evocar, junto al actual Historiador de la Ciudad, Eusebio Leal Spengler, el natalicio de Emilito como cariñosamente le llamaban.
Sin embargo, la sede de la conmemoración en 2003 fue en la Basílica Menor del Convento de San Francisco de Asís, en cuyas inmediaciones reposan –desde principios de 2003– los restos de Roig y los de su compañera en la vida: María Benítez (Bahía Honda, Pinar del Río, 1915-La Habana, 2003).
Para esta ocasión el pianista José María Vitier preparó un concierto que incluyó –entre otras— dos piezas antológicas de la música cubana: Quiéreme mucho, de Gonzalo Roig, y Longina, de Manuel Corona. También interpretó temas de su autoría como Habaneras del ángel y Canción de otoño.
Abogado de profesión, desde muy joven Emilio Roig sintió inclinación por las letras, lo que —unido a su carisma personal y amplitud de ideas— le granjeó el respeto de las figuras intelectuales más importantes de su época, con quienes interactuó sostenidamente desde su cargo de redactor y, luego, director literario en la revista ilustrada Social (1916-1933; 1935-1938).
A su empeño y dedicación se debe no sólo el rescate de las Actas Capitulares —lo que fue, sin dudas, un aval definitorio para que a partir de 1927 se le reconociera como historiador de mérito, además de su conocida faceta de periodista y escritor costumbrista—, sino también la publicación de los tres primeros tomos de ese fondo documental (desde 1550 a 1578), y, a partir de la información que contenía el primero de ellos (1550-1565), escribió el que fuera primer y único volumen de su inconclusa Historia de La Habana.
Al trasladar su oficina hacia el Palacio de Lombillo el 22 de diciembre de 1947, ya tenía publicados 34 «Cuadernos de Historia Habanera» (en total saldrían 64, el último en 1962) y siete títulos de la «Colección Histórica Cubana y Americana» (llegarían a 24), así como los libros La Habana. Apuntes históricos (1939) y El Escudo Oficial del Municipio de La Habana (1943), ambos con el mismo formato de su también inconcluso proyecto de las Actas Capitulares, cuyo tercer y —a fin de cuentas— último tomo había salido a la luz en 1946.
Gracias —en gran parte— a esos estudios, Roig logró legitimarse como historiador de profesión y sensibilizar a sus contemporáneos con el destino de la Habana Vieja, cuya historia escribió desde una perspectiva eminentemente cultural, aún no superada.
Corresponde a Eusebio Leal el mérito de haber rescatado el legado de Roig y, sucediéndolo como Historiador de la Ciudad, haber potenciado legítimamente la gesta rehabilitadora del Centro Histórico de La Habana, declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en 1982.
Al evocarlo durante la conmemoración, Leal precisó que «siglos atrás, rodeado de sus libros y papeles, el historiador era sólo el cronista, el guardián de la memoria, algo así como el depositario perfecto de infinitos secretos. Mi predecesor y maestro, el doctor Emilio Roig de Leuchsenring, optó por una transformación a fondo de este menester, haciéndolo algo vivo, capaz de influir en la vida de las gentes».
Entre los aportes de su antecesor, refirió que Roig escribió sin desmayo, confió en el valor de la palabra viva y supo movilizar a la opinión pública en grandes empeños en pro de la eticidad cubana. «Es por ello que sobre mí pesa la responsabilidad moral de continuarle», concluyó Leal.

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