Un grupo de mujeres –reunidas en la Hermandad de Tejedoras y Bordadoras, en la Habana Vieja– se empeña en preservar dos de las más bellas y útiles artes manuales: el tejido y el bordado.
El legado de nuestras bisabuelas, quienes en la intimidad del hogar ejercían el arte de combinar agujas e hilos, es rescatado hoy a través de la Hermandad de Tejedoras y Bordadoras, en la Habana Vieja.

 Casi siempre en la intimidad del hogar, nuestras bisabuelas se hicieron diestras en el arte de dominar la aguja y el hilo, de manera que brotaran entre sus dedos los bellos tejidos y bordados que luego incorporaban al vestuario, la ropa blanca, de cama o de mesa.
Aún hoy, en las familias cubanas existe por lo general alguna mujer heredera de tales habilidades que, transmitidas a lo largo de generaciones, requieren de determinada vocación, además de gusto y paciencia.
Así, no es lo mismo tejer que bordar, pues en el primer caso se puede hasta conversar y cantar, mientras que en el segundo se requiere de tal concentración que, entre sus máximas inviolables, está la imposibilidad de desviar la vista de la labor.
«Un simple gesto de desatención podría significar una puntada mal dada o, incluso, echar por tierra varios meses o años de trabajo», asegura Ivette Chávez, presidenta de la Hermandad de Tejedoras y Bordadoras que, fundada bajo los auspicios de la Oficina del Historiador en mayo de 1994, aglutina a un grupo de trabajadoras por cuenta propia de la Habana Vieja.
Este proyecto recibe ayuda financiera del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), la Unión Helvética y la Unión Europea, la cual es utilizada fundamentalmente para adquirir materia prima e instrumentos de trabajo.
Armadas de agujas e hilos, las tejedoras y bordadoras del Centro Histórico se empeñan en rescatar esta tradición, desafiando criterios de antaño que las enmarcaban en los estrechos límites de una vivienda o local. Las prendas y accesorios salidos de sus laboriosas manos, flotan al viento en improvisados colgadores repartidos por la calle de los Oficios, tal vez como merecido tributo al nombre de esta antigua vía.
«Antes de entrar en la Hermandad, todas sus miembros sabían tejer, pero ya dentro de ella perfeccionaron técnicas y aprendieron a leer tejidos, lo cual requiere de conocimientos teóricos», asegura Ivette, quien relaciona los orígenes de estas labores en Cuba con sus primeros habitantes.
Tejieron, sin dudas, los aborígenes cubanos, pues fray Bartolomé de tas Casas explica en su diario que las hamacas de éstos «eran tejidas con hilos de algodón y, a distancias de un palmo, ciertas tejeduras de otros hilos como randas». Demás cronistas de la época aluden a las redes de pescar, cuyo cuidadoso trenzado garantizaba el éxito de la captura y es considerado, incluso, una manifestación artística de los indocubanos.
Se ha comprobado el empleo de estos avíos de pesca entre los taínos, gracias a los repetidos hallazgos de sumergidores de redes, bien sea de piedra o de barro. No obstante, como los aborígenes fueron casi exterminados por la colonización, se descarta cualquier legado de semejantes modos de hacer.
Muchos coinciden en que los oficios de tejer y bordar llegaron realmente a Cuba con las inmigrantes españolas; otros insisten en señalar la influencia francesa que empezó a primar con el arribo de los colonos galos y sus esposas tras la Revolución Haitiana, en 1789.
Al hojear publicaciones periódicas de la etapa colonial, se encuentran páginas dedicadas a las modas (femeninas y masculinas), pero en lugar de los elementos autóctonos que más tarde se impondrían, predominan accesorios propios de aquellos países fríos: abrigos, sombreros, botines...
 Sin embargo, lo que en Europa era norma en la Isla sería la excepción, pues aquí apenas dos meses con una temperatura fresca y, el resto del año, impera un húmedo e intenso calor.
Estas condiciones climáticas obligaron a que las mujeres fueran usando escotes más amplios, mangas menos largas...; que prefirieran vestir colores claros, con un sello de cubanía ya palpable en adornos de frescos entredós, alforzas, vainicas, bordados al pasado, incrustaciones, tejidos a crochet o al bolillo, encajes y pasacintas.
Estos gustos requerían de una industria privada de la costura y los bordados que, acunada en cada hogar, se mantuvo desde la época colonial hasta los primeros veinte años de la República, según refiere Anita Arroyo en su libro Las artes industriales en Cuba ( La Habana, 1943) a partir del testimonio de Ana María Borrero, una «consagrada al arte de vestir con arte a las cubanas».
Todo hace indicar que ambos oficios (tejer y bordar) alcanzaron su mayor esplendor en localidades del interior, en especial, del centro del país, como Sancti Spíritus y Trinidad. Allí era costumbre muy arraigada que, con un cabello de su pelo, la novia bordara en pañuelos las iniciales del nombre de su prometido.
También asumía a mano el ajuar de boda, que podía formar parte de su dote y cuya realización involucraba a abuelas, madres, hermanas, parientas, amigas. Después del casamiento, comenzaba la confección artesanal de las canastillas para los esperados hijos.
Establecimientos capitalinos como La Complaciente y La Habana Elegante, hacían encargos a tejedoras y bordadoras de aquellas ciudades del interior. Esta tendencia fue seguida hasta mediados del presente siglo por la tienda El Encanto, cuya lencería fina o ropa blanca engalanada con encajes y bordados, era traída también desde allá para ofertarlas como opciones selectas.
«No fue la capital una plaza fuerte en estos menesteres de tejer y bordar, con excepción de sus conventos y de la creche del Vedado», asegura la licenciada Noemí Lomba, especialista en textiles del Museo de Artes Decorativas, situado precisamente en este barrio habanero.
Financiada por un patronato de mujeres ricas con ideas filantrópicas, la mencionada creche daba amparo a niñas abandonadas que, adiestradas por religiosas, se convertían en bordadoras y tejedoras capaces de realizar trabajos de gran calidad y belleza.
Ya adultas, siendo oficialas, se transformaban en asalariadas dentro de sus propios hogares y vendían sus creaciones por sumas irrisorias a intermediarios. Éstos las revendían a las grandes tiendas de modas, las cuales las ofrecían como exclusividades a precios prohibitivos.
Por otro lado, en los colegios de primaria, en las Normales (centros s de maestros), así como en las llamadas Escuelas del Hogar se enseñaban las randas, deshilados y bordados al pasado, además de distintos puntos de tejidos a crochet y a dos agujas. Para algunos especialistas, el declive de la costura —y por ende, del tejido y del bordado— empezó con la importación de ropa de fabricación industrial norteamericana, pues las confecciones traídas de Europa nunca alcanzaron un volumen digno de mencionarse, a no ser la ropa blanca francesa y la española.
«Nuevos horizontes, estudios, ambiciones... llenaron la mente de las cubanas, que gradual y lentamente se fueron desligando de esas labores que durante siglos las retuvieron puertas adentro del hogar», apunta Anita Arroyo al respecto.
En la actualidad, estos oficios se encuentran en proceso de revitalización como manifestación de arte popular que, vinculada al patrimonio cultural, se convierte en fuente de ingresos para sus cultivadoras. A mediados de los 80, la Federación de Mujeres Cubanas y el PNUD aunaron esfuerzos para, con la creación de un taller de aprendizaje, recuperar tradiciones en la lencería cubana, así como modas, tejidos y bordados propios. De esta forma nació El Quitrín, para cuya instalación la Oficina del Historiador aportó varias casas restauradas, entre ellas la que perteneciera al capitán Ribero de Vasconcelos, del siglo XVII.
Junto a los locales para labores manuales, diseño, corte y cosido a máquina, este proyecto cuenta con una pequeña boutique en la calle del Obispo para comercializar sus realizaciones, entre las cuales hay algunas hechas por encargo a mujeres en sus propias casas.
Por su parte, la Hermandad de Tejedoras y Bordadoras trabaja para el beneficio personal de sus miembros, pero sin olvidar que forma parte de un programa social más abarcador. De ahí que contribuya a la dotación de canastillas, vestuario y lencería para los hogares materno y de ancianos, así como para los círculos infantiles de la Habana Vieja. Ayuda, además, a adultos mayores sin amparo filial.
Con una edad promedio de 47 años (la más joven tiene 24, y la mayor, 70), las veinte y una tejedoras y bordadoras de la calle de los Oficios tienen como objetivo principal rescatar esta bella tradición, perfeccionando los conocimientos adquiridos en el seno familiar o en distintas academias, como El Quitrín. Hasta el momento sólo una de ellas posee la maestranza, máxima categoría que otorga la Hermandad a quien domina las diez técnicas exigidas. El resto sabe al dedillo únicamente cinco de ellas.
Con el propósito de transmitir éstas y otras habilidades manuales, seis de sus miembros entrenan a pequeños de ambos sexos con edades comprendidas entre siete y 16 años, procedentes de cualquier sitio de la ciudad.
La matrícula es de 109 hembras y varones, que asisten a las casas de Obrapía y de México para recibir clases de Educación Moral, Etiqueta Social y Lenguaje de Abanico. Entre las técnicas que se les imparten están el patch-word bordado a mano, mignardice, tejido a crochet y tejido sobre bastidor.
Esta faceta educacional es la garantía de que no desaparezca el legado de nuestras bisaabuelas, quienes en la intimidad del hogar ejercían el arte de combinar agujas e hilos, mientras hoy —en la calle de los Oficios, a la vista de los transeúntes— sus herederas tejen, conversan y... hasta cantan.
 
( Artículo tomado Opus Habana, vol.I/ No.3 abril-junio 1997 )
 
María Grant
Editora ejecutiva de Opus Habana

Comentarios   

ARIZA
#7 ARIZA 17-05-2014 18:17
Quisisera saber como poder comunicarme con ustedes quisisera aprender algo mas de crochet. Saludos
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Lisandra Alvarez
+1 #6 Lisandra Alvarez 22-04-2014 16:22
Me encanta este sección, soy fanática del tejido crochet. Quisiera contactar con más personas que les guste y compartir conocimientos.
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Miladys
0 #5 Miladys 17-04-2014 14:05
8) Hola amigas he visto su trabajo en una revita y me la llamado mucho la atención las admiro feliciades para ustedes conpañeras de la Hermandad de Tejedoras y Bordadoras, sigan cultivando la cultura popular y tradicional y rescatando las tradiciones de la mujer cubana
quisiera que si esta dentro de sus posibilidades me mandaran por correo algún curso de tejido a croched patrones, tipos de puntos y otros,
mi correo es miladys.martinez@vcl.jovenclub.cu

saludos desde
Villa Clara
Miladys Martinez :-)
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magdalena
0 #4 magdalena 19-07-2013 19:33
Hola, es muy bueno trabajar en el rescate del crochet que es parte de nuestra cultura y ha ido caminando de generación en generación.Me gustaría si es posible me envien curso de tejidos, patrones, tipos de puntos y otros, las imagenes deben ser menor de 1 mega byte si no no se ve el mensaje
saludos desde Santiago de Cuba
Magdalena
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Sara Villalón Rizo
+3 #3 Sara Villalón Rizo 02-11-2009 08:22
Estimadas compañeras:

Es mi interés conocer como podría afiliarme a su taller ya que siento necesidad de perfeccionar mis concimientos de Tejido a Crochet, bordado al pasado y aprender otras modalidades. Esto se debe a un plan que tengo hecho para el empleo del tiempo libre cuando me jubile el abril del 2010.

Si fueran tan amables de indicarme como me puedo integrar al Taller y cuales son las condiciones para el mismo.

Saludos,

Sara Villalón Rizo
Futura jubilada
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maura girado
+1 #2 maura girado 11-08-2009 17:30
quisiera contactar con alguien o algun taller para aprender a tejer,bordar y coser y si hay cursos de diseño pues mejor.maura
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Rita Cecilia Mena Linares
-2 #1 Rita Cecilia Mena Linares 13-05-2009 11:56
Me encanto esta seccion, es genial y me proporciono ademas mucha informacion que yo necesitaba para untrabajo de tejidos que quiero presentar. Su trabajo es muy bueno; Por ende, muchas FELICIDADES.
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