Sobre el recorrido que un grupo de muertos – hacía pocos meses– hizo por la ciudad, y el asombro que les causó los cambios que en tan poco tiempo se percibían en muchos aspectos de la sociedad, tratan estas líneas del cronista. 

Individuos fallecidos durante el gobierno zayista, al visitar ahora la ciudad de sus desventuras o de sus atracos la encontraban rápida y totalmente cambiada en muchos de sus aspectos.

¿A qué hora ocurriría el suceso extraordinario? No puedo precisarlo, pero lo cierto, lo que no me ofrece dudas de ninguna clase, es que la visita tuvo lugar, y que un grupo de muertos abandonó por breves horas el Cementerio de Colón y se internó en la ciudad, recorriéndola curiosamente.
Todos, parece eran muertos recientes, de un año a lo más, ya que algunas personas que me han dado fe del suceso afirman haberles oído repetidas exclamaciones de asombro, como éstas:

–¡Parece increíble el cambio tan rápido que se ha realizado!; ¡quién lo iba a pensar, en tan poco tiempo, cómo ha variado! ¿Recuerdas cómo estaba esto hace unos meses?
Eran individuos fallecidos durante el gobierno zayista que al visitar ahora la ciudad de sus desventuras o de sus atracos la encontraban rápida y totalmente cambiada en muchos de sus aspectos.

–¿Qué es esto? –ó uno de los muertos– ¿Palacio? ¡No lo conozco! Y eso que fui visitante diario. ¿Dónde están los chivos y las botellas que pululaban por sus salas, corredores y cuartos? ¿Y las conversaciones sobre negocios realizados o por realizar? ¿Y las rencillas solariegas que a veces estallaban con gran escándalo y diversión de policías y sirvientes? ¿Y las visitas de Crowder presentando memorandums y notas, pacientemente soportados, con tal de seguir medrando, que constituyen el baldón más grande que como INRI ha podido ostentar un gobierno, ya que en ellos se le acusaba claramente de falta de honradez? ¡Y todavía el hombre del auto-estatua ha pretendido hacerle creer al público que él acabó con la ingerencia y restauró las libertades públicas! Si la ingerencia terminó entre nosotros fue por causas ajenas a la voluntad y actitud de ese Presidente; fue por el cambio realizado en la política exterior norteamericana, no solo en lo que se refiere a Cuba, sino también en Santo Domingo, Nicaragua y otras Repúblicas. El auto-homenajeado con la estatua se sometió a todas las imposiciones del General Crowder, ante el temor de no seguir disfrutando la breva presidencial, llegando en su sometimiento a cambiar completamente un gabinete y nombrar otro, visado por Crowder... Pero divago. Sigamos nuestro camino.

–: la Audiencia, los juzgados, el Supremo. Ayer reinaba aquí el cohecho, la prevaricación, el abuso a los infelices, el dinero y las influencias usados como el más formidable considerando para decidir una sentencia... Hoy, jueces y escribanos, empapelados, magistrados acusados, sujetos a inspecciones o próximos a ser jubilados... para salir de ellos. Males que se acaban y otros en vías de terminarse.

–¿Ves el Presidio?... ¡Pero si los presos comen y se visten ahora! ¿Habrán aumentado el presupuesto?

– han suprimido los robos y los abusos.

– han acabado también con los indultos.

–¿Con los indultos? ¡Pero si ese era uno de los mejores negocios en nuestra época!

–¿Y esas dragas y lanchones junto al Morro? Tal vez vayan a venderlo... Milagro que al Presidente de la auto-estatua no se le ocurrió ese negocio.

–¿Vender el Morro? No; están dragando el puerto. Y van a hacer avenidas y paseos y parques y edificios públicos.

–¡Claro, eso deja margen. Acuérdate lo que le dejó a...

–ón. No te vayas de la lengua, ni la hagas la competencia a Alberto Lamar. ¿Margen? Secretarios y contratistas que comían piedras y hasta carreteras y puentes, ya eso pasó. Hoy creo que han puesto al frente de la Secretaría de Obras Públicas a aquel escritor que leíamos tanto de niños. ¿Te acuerdas? Julio Verne. Y tiene proyectos fantásticos. La carretera central, el Capitolio, grandes palacios, hospitales, ¡qué se yo cuántas cosas! Figúrate que hasta se propone que el Acueducto de Albear le dé agua a La Habana.

–¡Qué va; eso sí que no lo creo! Sería un milagro demasiado grande...

– las calles ya se barren y se riegan. Y en breve las basuras no adornarán a prima noche, a la salida de los teatros, las aceras y las calles. Se van a recoger en carros cerrados, a toque de campana...

– eso sí merece una estatua.

– te parece –ó un muerto vivaracho y corretón– que en lugar de estar dando vueltas y más vueltas, nos fuéramos a echar una partidita de poker o a tirar la bolita.

–¿Jugar? Para que nos metan en chirona. Ni te ocupes, viejo. Hoy es muy difícil.

–¿Y...? ...tú me entiendes.

– imposible. Todas han entrado a monjas.

–, viejo, esto me está resultando más aburrido que el propio cementerio. Y, allí mismo, este año, el día de los difuntos, suprimieron aquellas juergas y rascabucheos que tanto nos divertían en nuestra soledad y abandono. Vámonos a un cine. Puede que nos toque una buena chiquilla cerca...

– si te extralimitas, cargan contigo.

–, bueno es lo bueno, más no lo, exagerado. ¿Esta pobre gente que vive hoy en la Habana dónde se expansiona? Y a los turistas, ¿con qué diversiones se les va a atraer?

– a mí no me preguntes esas cosas. Ni tú tampoco te preocupes. Nosotros no somos de este pueblo. Vámonos a Colón.

–¿A la calle de Colón?

–, hombre, al cementerio.

Y en tropel, allá se dirigieron los muertos. Y todos ellos fueron sepultándose de nuevo en sus tumbas. Solo a uno le fue imposible entrar en el hueco estrecho de la sepultura. ¿Habían crecido o engordado sus huesos? No; era un palaciego de los más íntimos del hombre de la auto-estatua, que, al descuido y no pudiendo olvidar costumbre inveterada, al pasar por el Parque de Maceo, había cargado con un tinajón y una rana y se las llevaba para su casa, sin acordarse de que ya no habitaba en aquel espléndido chalet, fruto de sus ahorros, sino en una tumba, «estrecha, húmeda y fría», que diría cualquier poeta laureado en juegos florales. Y el pobre, tuvo que dejarlos fuera del sepulcro. ¡Fue aquel el mayor dolor de su vida! ¡tener que abandonar algo, producto que su habilidad! Era la primera vez que le ocurría esa desgracia.

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