El Centro Histórico, demasiado abocado a los valores culturales del pasado y de nuestro presente, con regularidad pone a la consideración del público exposiciones disímiles. Un ejemplo de ello fue aquella con un grupo de paisajes influenciados por el «cielo inmenso, las palmas verdes, el silencio, el azul del océano y del río...»
Los cuadros del pintor Mendiola casi bailan ante nuestra vista. En ellos se aprecian viejas casas agobiadas por el peso de los años; la madera inservible sustituida por tablón nuevo; el movimiento... en un tipo de arquitectura vernácula.

 Para el citadino que marcha a residir al campo –más cuando es cerca del mar– la naturaleza se manifiesta de manera diferente. Inciden profundamente sobre él el impacto del cielo inmenso, las palmas verdes, el silencio, el azul del océano y del río...
Tal vez por ello, en los cuadros de Miguel Alexei Rodríguez Mendiola (Ciudad de La Habana, 1963) hay mucho azul, como en el paisaje que los inspira: el del pequeño pueblo de Playa de Baracoa, ubicado algo más allá de la frontera oeste de la Ciudad de La Habana, donde reside desde 1989.
Generacionalmente, Mendiola pertenece a los artistas cubanos de la década de los 80; sin embargo, su obra no responde a las principales corrientes de esa época. Él es paisajista, ha encontrado en el paisaje –en su vertiente expresionista– la vía para transmitir sensaciones, olores y sonidos.
«Siempre me interesó el paisajismo. Aunque pocas veces pinto figuras humanas, reflejo la presencia del hombre a través de su segunda naturaleza, la de las cosas creadas por él: las casas, las cercas, los muros, los tendidos eléctricos, los muelles de pescadores...», explica.
Sus cuadros, todos de mediano formato, casi bailan ante nuestra vista. En ellos capta la esencia del pueblito costero: las viejas casas agobiadas por el peso de los años, la madera inservible sustituida por tablón nuevo, los crujidos de la pobreza tan rica en matices de las casas a orillas del río, el movimiento... Sí, porque en sus telas las casas se mueven; danza el tejido eléctrico; el azul salta de un lado a otro y acaba por apropiarse de los ojos.
Y es que Baracoa es así; hay movimiento en el viejo espigón que está por derrumbarse hace 90 años, en el río cargado de güijes y brujería que fluye suave hacia el mar temido, querido... Hay buen oficio en el arte de este pintor quien concibe las piezas sobre pequeñas cartulinas y luego entonces dibuja, regodeándose en el trazo de la pincelada. Casi todos sus lienzos parten de una concepción primaria sobre cartón, concepción primitiva tomada del dibujo.
 «Mediante la interconexión de las ideas subjetivas y las vivencias conservadas durante toda mi vida, me desplazo de la postura de registro concreto e inmediato al plano del testimonio sobre la realidad. Hago objetiva la actitud sentimental personal y, mediante la construcción premeditada, recreo su nueva forma, dándole la imagen artística», comenta.
Mendiola ha venido a manifestarse fuera de tiempo. Se está dando a conocer en medio de un imperio de instalaciones, acciones plásticas y arte efímero. Contemplar uno de sus cuadros es hacer un alto en este agitado proceso de las artes plásticas cubanas del cambio de siglo.
Su obra podría considerarse un fenómeno aislado, pues en el panorama actual no abundan pintores que se dediquen al paisaje expresionista. Sin negar la influencia que pueda haber recibido de los movimientos que surgieron a finales del siglo XIX y principios del XX, lo cierto es que Mendiola ha creado un estilo muy personal que ha recorrido desde posiciones harto transitadas hasta un punto de partida donde confluyen artista y pincel en aras de establecer la comunicación artística. Curiosamente, ha sido la librería Ateneo Cervantes, enclavada en pleno Centro Histórico capitalino, el vehículo difusor de este paisaje costero de una zona rural. ¿En común? La Habana, el azul, el mar...

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