Trafalgar evidenció la superioridad de los navíos ingleses sobre los franceses y españoles. La escuadra aliada sufrió la pérdida de 19 navíos y seis mil bajas, mientras los británicos tuvieron averías en 11 de sus bajeles y la mitad de las bajas de los aliados. Con respecto al Santísima Trinidad, el jefe de escuadra Baltasar Hidalgo de Cisneros en el informe del 31 de octubre de 1805, dirigido a Gravina, contabilizó 300 hombres muertos desde el inicio del combate.

Los océanos son campos de batalla. Final.


La histórica hostilidad entre las potencias europeas refrendada en el escenario marítimo propició una

 
 El Santisíma Trinidad, aun cuando hubo de soportar las intensas bocanadas de fuego de varios de los navíos de la Royal Navy, totalmente desarbolado y con sus baterías atestadas de heridos y muertos, sus piezas de artillería no dejaron de tronar hasta el último instante, incluso cuando los bajeles insignias de la escuadra aliada se habían rendido a los británicos.  
nueva declaratoria de guerra a Gran Bretaña, el 12 de diciembre de 1804. Con la firma, el 5 de enero de 1805, de un acuerdo de cooperación entre España y Francia, los primeros accedían a brindar apoyo naval a Napoleón Bonaparte en sus viejos anhelos de invadir suelo inglés. Napoleón conocía la excelente preparación de las flotas inglesas desde la confrontación conocida como la Batalla del Nilo, en la que el almirante inglés Horacio Nelson destruyó en agosto de 1798, la flota francesa comandada por el insignia de Bonaparte, el L’Orient, un navío de 120 piezas de artillería.
La estrategia napoleónica consistía en reunir la flota francesa del Mediterráneo con la española de Cádiz, y bajo el mando de Villeneuve sitiar las posesiones británicas en las Indias Occidentales, forzar a la escuadra inglesa a dejar el Canal de la Mancha y marchar hacia el Caribe, momento que sería aprovechado por los aliados para apoderarse del canal con la ayuda de las flotas de Ferrol, Rochefort y Brest, para posteriormente permitir el paso de las fuerzas de desembarco integradas por unos 160 mil hombres. El plan resultaba osado para las condiciones reales de navegación de la época; la velocidad desplegada por los navíos ingleses y las inestables condiciones hidrometeorológicas de los mares caribeños, hacían del proyecto casi una utopía, no obstante comenzaron los preparativos.
La llegada del año 1805 sorprendió a la mayoría de los bajeles españoles sin artillería a bordo, debido al tiempo de relativa paz, en que su función principal fue el servicio de correos. Con el arribo de Gravina, designado comandante de la escuadra española comenzó el rearme de los primeros navíos: Santa Ana con 114 cañones; Rayo (100); Argonauta y San Rafael (86); Terrible, Bahama, Glorioso, Firme y San Justo (76); San Leandro, España y América (68); Castilla (62) y el Santísima Trinidad con 140 bocas de fuego.
La escuadra británica se anticipó a los hechos en un claro dominio de los mares, así la estrategia del Emperador de Francia pasó de ofensiva a defensiva, con varias derrotas y la pérdida, por concepto de captura, de un considerable número de bajeles. Bajo el mando de Collingwood, una flota inglesa encargada de proporcionar la estocada final, se posicionó en un férreo bloqueo a la bahía de Cádiz, para cuando la totalidad de los navíos españoles estuvieron listos; en el sentido menos estricto de la frase, pues los ibéricos no contaban con las cifras requeridas de artilleros, establecidas en el reglamento de 16 de octubre de 1803 y que sería decisiva en el desempeño del combate. Otro aspecto deficiente era la improvisación y preparación de las tropas y marineros, en total desventaja respecto a la profesionalidad de los hombres al servicio de Royal Navy.
Poco tiempo después se unió a la flota británica el reconocido almirante inglés Horacio Nelson, quien se hizo del mando y dedicó varias jornadas a reunirse a bordo del Victory con sus oficiales, para trazar la estrategia infalible que le daría el triunfo y a su vez le cegaría la vida en la Batalla de Trafalgar. Los bajeles franceses y españoles quedaron fondeados al amparo de la bahía de Cádiz, custodiados celosamente por las fragatas de observación británicas.
Ante la comunicación de Villeneuve, el 6 de octubre de 1805, de abandonar el puerto y ofrecer batalla, el héroe brigadier Churruca, comandante del navío San Juan Nepomuceno, en junta convocada por Gravina, manifestó su desacuerdo con salir a la mar, ante la proximidad del mal tiempo y la incapacidad tanto de España y Francia de reponer a corto plazo, los estragos que les ocasionaría el combate, a diferencia de los ingleses que poseían suficientes recursos, sin mencionar la formidable preparación de sus tropas y el satisfactorio estado de sus bajeles. A lo anterior, el oficial español, añadió que la sola permanencia en puerto obligaría a la Royal Navy a sostener tres asedios constantes con disposición de grandes recursos, en Cartagena, Tolón y Cádiz, y la inclemencia climática de la temporada que se avecinaba asestaría el golpe decisivo, sin necesidad de disparar un solo proyectil.
 El día 19 de octubre, Villeneuve ordenó finalmente la salida de puerto, acción que se retrazó hasta el mediodía de la jornada siguiente dada la escasez de viento. La escuadra combinada se componía de 33 navíos, 18 franceses con la insignia de Villeneuve en el Bucentaure (80 cañones), y 15 españoles comandados por Gravina abordo del Príncipe de Asturias (118), además de cinco fragatas y dos bergantines. Se decidió establecer dos formaciones, la primera de batalla con tres divisiones: la vanguardia comandada por Álava con insignia en el Santa Ana (120), en el centro Villeneuve y en la retaguardia el Formidable (80) insignia de Dumanoir. La segunda sería de observación y reserva, mandada por Gravina en dos divisiones, una a cargo del propio Gravina y la otra por Magon con insignia en el Algeciras (74).
El Santísima Trinidad, insignia de Baltasar Hidalgo de Cisneros, tenía como comandante al brigadier Javier Uriarte y Borja, por capitán a Ignacio de Olaeta y tercero al mando, al capitán de fragata José Sartorio. Navegaba con el puesto 12 en la línea de navíos que encabezaba el Bucentaure y cerraba el Heros (74).
En la madrugada del 21 de octubre, a la altura del Cabo de Trafalgar, la escuadra británica, compuesta por 27 bajeles, avistó el objetivo enemigo. Nelson inmediatamente dió la orden de formar dos columnas paralelas, la norte sería comandada por él a bordo del Victory (100) y la sur a cargo de Collingwood con insignia en el Royal Sovereign (100);  mientras la escuadra aliada actuaba con torpeza y quedaba desordenada en una sola línea, similar a lo ocurrido en San Vicente. La clara intención de los británicos era la de perjudicar a los aliados con la nube de humo que se extendería a sotavento producto del intenso accionar de la artillería.
Collingwood fue el primero en penetrar la línea franco-española entre los bajeles Santa Ana y Fougueux, Nelson intentó lo mismo entre el Santísima Trinidad y el Bucentaure, pero una maniobra del Escorial de los Mares se lo impidió, al cerrarle el paso y abrir fuego contra el insignia del almirante inglés, que en el acto sufrió 50 bajas, entre ellas el capitán Charles Adair. El Victory logró rebasar el Bucentaure y el Redoutable,  sin embargo quedó a estribor del Trinidad que continuó el feroz castigo de plomo, uno de ellos fulminó la vida del gran estratega naval, Horacio Nelson, indiscutiblemente la pérdida más sensible para la Royal Navy.
El Escorial de los Mares sufrió los embates del Prince, Neptune, Leviatán, África y el Conqueror, al
 
Cuando capturaban un navío español, los ingleses respetaban el nombre otorgado por el monarca de esa nación, sin embargo el Santísima Trinidad le negó a los británicos sumarle a su título la insignia HMS de la Royal Navy.
tiempo que perdía el trinquete, mayor y mesana, cuyos restos aparecían esparcidos por la cubierta con retazos de jarcias y velas, en su empeño de acabar con el Victory la artillería se repartía entre los cuatros bajeles y a otros que se acercaban a su rango de fuego, proporcionándole serios daños, pues su artillería a pesar de estar abatida desde diferentes ángulos continuaba tronando. La tripulación fue diezmada, incluyendo los oficiales que caían uno tras otro, producto de la nube de astillas que se suscitaban por el interminable cañoneo. La metralla, el impacto de las balas sobre la tablazón y la caída de los elementos de la arboladura cegaron la vida de muchos de sus tripulantes a la vez que dejaba incapacitados a otros. Para entonces el insignia francés Bucentaure y el Redoutable no presentaban batalla, rendidos ante el castigo de la artillería británica.  
El comandante Javier Uriarte y Borja, único oficial aun en condiciones de tomar decisiones, aunque herido también, le comunicó la situación a Baltasar Hidalgo de Cisneros. Las órdenes fueron de no rendirse y presentar batalla hasta perecer, sin embargo el final era inevitable, una bandera británica era alzada en manos de un hombre, pues en la cubierta rasa del Santísima Trinidad no existía puntal donde izarla, minutos antes los oficiales ingleses habían tenido que bajar a la enfermería en busca de la espada del oficial español que yacía aun aturdido producto a una contusión en el cráneo. Haciendo agua y con su estructura deshecha vio los intentos del capitán  Richard Grindall a bordo del Prince para lograr salvar la joya más preciada en los mares de esos tiempos.
Todo esfuerzo fue en vano, incluso la ayuda brindada por el Neptune,  que al menos pudo evacuar un considerable número de heridos que recibían asistencia médica en la atestada enfermería del coloso español, además fueron conducidos los oficiales Cisneros, Uriarte y Riquelme, los que posteriormente serian entrevistados, de manera cortes y respetuosa de acuerdo con su status militar, por el vicealmirante Collingwood en la fragata Euryalus. El día 24 de octubre, los ingleses tuvieron que resignarse a ver como el Santísima Trinidad  se precipitaba a las profundidades marinas a la altura de Punta de Caraminal, en la cercanía a la costa de Cádiz. Las acciones de evacuación de la tripulación del Santísima Trinidad y del propio navío se tornaron más complejas debido al mal tiempo que se desató posterior al desenlace de la batalla, tal como había vaticinado Churruca.
Trafalgar, el último gran conflicto naval de la era de las velas, evidenció la superioridad de los navíos ingleses sobre los franceses y españoles, así como sus tripulaciones en preparación, coordinación y eficaz empleo de la artillería. La escuadra aliada sufrió la perdida de 19 navíos y seis mil bajas, mientras los británicos sufrieron averías en 11 de sus bajeles y la mitad de las bajas de los aliados. Con respecto al Santísima Trinidad, el jefe de escuadra Baltasar Hidalgo de Cisneros en el informe del 31 de octubre de 1805, dirigido a Gravina, contabilizó 300 hombres muertos desde el inicio del combate; entre ellos se incluían cinco oficiales, a los que se añaden los heridos: general Hidalgo de Cisneros, comandante Uriarte, el segundo capitán de navío Ignacio de Olaeta, y 14 oficiales más, incluyendo una elevada cifra entre la tripulación y guarnición, que perecieron posteriormente a causa de sus heridas. Por su parte, el 5 de noviembre, Antonio Escaño, militar de gran trayectoria en la marina española le comunicó a Godoy la cantidad de 205 muertos y 103 heridos; de los 1048 hombres que llevaba a bordo el Santísima Trinidad.
Trafalgar repercutió en el final de la Armada Española; sin embargo, otras fueron las causas de la debacle, pues posterior a la batalla, en 1806, todavía contaba con 228 bajeles, de ellos 42 navíos y 30 fragatas. La deficiente política implementada desde su arribo al trono por Carlos IV; las gestas independentistas suscitadas en América que precisaba el envió de tropas y recursos, a la vez que cortaba los suministros de caudales provenientes de estas tierras rumbo a la Península; los bajos niveles de construcción naval en los arsenales españoles; el claro dominio marítimo de la Royal Navy, fueron problemas que venían lacerando la Armada y que influyó en el mal estado o falta de carena de sus bajeles y la mala preparación de las guarniciones en Trafalgar. Desaparecida España como potencia naval, Inglaterra veía como se desvanecían las intenciones de los aliados de invadir su territorio a la vez que consolidaba su comercio, con el pleno dominio de los mares.

Santísima Trinidad…Gloria in excelsis rex maris.

Fernando Padilla
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Opus Habana

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