La arqueología subacuática, en ocasiones, debe acudir a procedimientos similares a los implementados por la ciencia forense para lograr un acercamiento detallado a las evidencias sumergidas de un pecio y su posterior identificación. En el siguiente caso un elemento cronodiagnóstico permitió resolver la incógnita ¿es el pecio Fuxa el galeón Nuestra Señora del Rosario?

¿Fuxa o Nuestra Señora del Rosario?

 
 La imagen muestra la estructura de la obra viva conservada del naufragio, integrada al centro por la sobrequilla, carlinga del palo mayor, sobreplan, varengas y palmejares; a los laterales se pueden apreciar algunas piedras de río que conformaban el lastre del navío.
La investigación es el primer procedimiento en el proceso de pesquisa arqueológica. Consultar documentos y mapas antiguos es buen comienzo. Tal fue el caso del equipo dirigido por Alessandro López, capitán de barco devenido arqueólogo subacuático. Cientos de horas de lecturas en el Archivo General de Indias fueron recompensadas con la primera evidencia, que llegó a manos del historiador cubano Cesar García del Pino.
«…por que se yba a fonde vararon en un cayo questa al cavo de los organos a la vanda de Oeste la qual dha nao quedo en los dhos cayos…» así recogía un polvoriento documento el proceso judicial celebrado en la villa de San Cristóbal de La Habana el 9 de agosto de 1590. El acusado resultó ser el condestable del galeón Nuestra Señora del Rosario, a quien se le exigían razones por el trágico destino sufrido por el bajel.
La escena del crimen por tanto estaba dilucidada, el naufragio había ocurrido frente a la Sierra de los Órganos en la costa norte de la provincia de Pinar del Río. Ciertamente se trataba de un área muy amplia e imposible de sondear, se necesitaba mayor precisión en las coordenadas a pesquisar. Los aspectos a tener en cuenta y decisivos en el futuro éxito del estudio del pecio eran: establecer el sitio geográfico donde ocurrió el siniestro, su fecha, características del navío y su carga.
Hacia estos objetivos se concentraron todos los esfuerzos que el tiempo premió con sobrados resultados. El galeón Nuestra Señora del Rosario fondeado en puerto de la Palma recibió la encomienda de transportar a Veracruz, México un cargamento de vino. Una vez cumplimentada la tarea zarpó hacia la villa habanera con un cargamento de cueros y grana desde San Juan de Ulua, el 17 de junio de 1590, en compañía de una pequeña formación bajo el mando de Rodrigo de Rada. El peso del bajel fue estimado en 300 toneladas, una información de gran interés.
Tras algo más de una semana de travesía la rueda de gobierno torció rumbo a las islas Dry Tortugas, punto de referencia para las flotas de Tierra Firme y Nueva España, sin embargo al rebasar la visual costera de Río Puerco fueron avistados por los corsarios ingleses Christopher Newport y William Lane, a bordo respectivamente del Little John y John Evangelist.
Los bajeles británicos mucho más marineros que sus homólogos españoles dieron alcance a estos últimos en horas de la noche del 28 de julio de 1590. El objetivo de los corsarios era el patache Victoria, la cual poseía 13 pipas rebosantes de plata, sin embargo las huellas labradas en su casco a golpe de cañón lo precipitaron antes que pudiera ser abordada por sus atacantes. Volviendo a Nuestra Señora del Rosario, esta quedó encallada a flote, muy maltrecha. La presencia repentina de un número de bajeles españoles hizo desistir de sus propósitos a los ingleses. Días después, desde el puerto habanero partieron dos fragatas con el objetivo de recuperar la carga de índigo, cochinilla, seda, cueros, entre otras mercaderías, sin embargo una sorpresa les aguardaba, el galeón había descendido a las profundidades del mar.
A cuatro centurias de los sucesos, los arqueólogos se preguntaban si seria posible encontrar algún elemento correspondiente al galeón Nuestra Señora del Rosario. El reto era grande, pues la zona en cuestión resultaba compleja por la notable extensión arrecifal de cien millas náuticas en la formación coralina de los Colorados, que corre paralela a la costa desde Punta Gobernadora hasta el bajo de Sancho Pardo. El círculo se cerró a quince millas náuticas comprendidas entre Punta Tabaco y Buenavista.
 
 Las fases de exploración y excavación se realizaron por las denominadas carrileras de detección, áreas acotadas que permitieron la cofección detallada del levantamiento topográfico y la localización de los elementos en el. En primer plano se puede apreciar una orca, estructura en forma de v presente en los finos de proa y popa de los bajeles.
En el área de pesquisa fueron encontrados varios pecios o elementos de estos, pero uno en específico llamó la atención de los especialistas, al localizar un ancla de almirantazgo, dos cañones e innumerables cuellos y tiestos de cerámica, elementos cronodiagnósticos capaces de arrojar fechados muy amplios en el rango de siglos, tal fue el caso, las evidencias se correspondían con las centurias del XVI y XVII. La antigüedad de estos bajeles hacia que solo se conservase una ínfima parte de la obra viva (bajo la línea de flotación) preservada siempre bajo montículos de lastre, el mismo que transportaba para alcanzar la estabilidad marinera requerida. En los naufragios, el lastre, conformado por piedras de río y cañones en desuso cubría los restos de las estructuras de madera a la vez que los protegía de la acción devastadora de la broma, especie de termita acuática.
Los arqueólogos centraron toda su atención en el sitio donde se desplegaban los elementos localizados por el magnetómetro. Por el momento las evidencias fueron denominadas pecio Fuxa al encontrarse en la región del Quebrado de Fuxa. Este es un método establecido para los navíos de los cuales se desconoce su verdadera identidad, por lo que adquieren el nombre del lugar donde se ubican.
La fase de exploración comenzó con el establecimiento de carrileras y la ubicación de los puntos duros (anclas, cañones), así como las coordenadas norte, sur, este y oeste, con el objetivo de realizar un levantamiento topográfico. La prospección geográfica se realizó desde una embarcación auxiliar con la utilización del magnetómetro de protones en la búsqueda de elementos ferrosos, para dar paso a la microdetección con el magnetómetro cuántico y detector de metales.
En busca de un control exhaustivo de la excavación en un área con una profundidad menor a los diez metros se utilizaron los deflectores (Prop Wash) en la realización de calas de prueba en suelos de cascajo y arena, así también los llamados chupones (air lifth) y martillos neumáticos para fragmentar las grandes concreciones.
Una vez eliminado el lastre y concreciones coralinas apareció la estructura compuesta por la quilla, varengas, genoles, orcas, palmejares, sobreplan, curva coral, codaste y la carlinga del palo mayor, todas en buen estado de conservación, un regalo para los ojos de los arqueólogos que tras medir las piezas de madera y mediante la formula as, dos, tres calcularon el tonelaje el navío, el cual resultó ser similar al de Nuestra Señora del Rosario. La satisfacción reinaba en los especialistas pues todo apuntaba que finalmente, cuatro siglos después, habían dado con la nao.
El premio al sacrificio de intensas jornadas no solo se nutrió de una estructura de madera bien conservada, sino que fueron recolectados objetos de metales preciosos, entre ellos una cadena de oro de 149 eslabones, botones de filigrana, un arete, una sortija, otra cadena con implementos para el aseo facial, tres esmeraldas y jarras de plata, y especialmente una considerable cifra de monedas, el principal elemento cronodiagnóstico.
Sería precisamente una moneda la que se impusiera en la identificación y validación del pecio como de Nuestra Señora del Rosario, por encima de factores tales como la correspondencia de su ubicación con el sitio referenciado en los documentos consultados, la similitud en las líneas de su estructura y tonelaje, la presencia de elementos que arrojaban fechas correspondientes al reinado de Felipe II (1556-1598). Pero una vez en el laboratorio de Carisub, el especialista en numismática Alfredo Díaz Game identificó un conglomerado de monedas acuñadas con posterioridad a 1595, fecha del naufragio de la nao, procedentes de la ceca de Potosí. ¿Qué tenían de particular estas piezas? Pues la respuesta solo la podía ofrecer un especialista de aguzada visión. El ensayador de las monedas resultó ser Hernando Ballestero, que como de costumbre en la época estampaba marcas muy específicas para legitimar la autenticidad de la pieza en detrimento de las falsificaciones, tal fue el caso de la utilización de una gráfila de aspas diferente para el reinado de Felipe III en las acuñaciones comprendidas en la etapa de 1596 a 1605, incluso posteriores. Resultaba imposible que el bajel portara monedas posteriores a su naufragio, el pecio encontrado era posterior a Nuestra Señora del Rosario y por tanto demandaba una vez mas ser nombrado como Fuxa. Ademas, la propia procedencia de las monedas, Potosí y Lima, indicaba que se trataba de un navío perteneciente a la flota de Tierra Firme y no a la de Nueva España.
Aunque aun el Nuestra Señora del Rosario permanece sumergido en las aguas del litoral costero de Pinar del Río, los arqueólogos subacuáticos, como Alessandro López, no renuncian a que algún día el pecio sea hallado, el mérito está en haber perseverado y enriquecido el patrimonio cultural sumergido cubano, apreciable una parte de el, en el Museo Castillo de la Real Fuerza, donde hoy, uno de su protagonistas, respondió la incógnita ¿Es el pecio Fuxa el galeón Nuestra Señora del Rosario?

 Fernando Padilla
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Opus Habana

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