Aunque no se trata de un estudio científico ni psicológico de los simuladores, el articulista describe a «individuos que estafan diariamente a sus semejantes presentándose ante ellos revestidos con el disfraz propio del falso papel que pretenden desempeñar en esa comedia, trágica unas veces, risible otras, que se llama la sociedad» .

«Sólo voy a presentar unas cuantas variedades y tipos criollos de ese curioso grupo de la especie humana que en su lucha por la vida (...) ha adoptado como lema y bandera, el engaño y el fraude...»

No pretendo hacer un estudio científico ni psicológico de los simuladores; a los que tal deseen, los remito al admirable libro de Ingenieros. Sólo voy a presentar unas cuantas variedades y tipos criollos de ese curioso grupo de la especie humana que en su lucha por la vida, o por los garbanzos, como diría un filósofo de bodega, ha adoptado como lema y bandera, el engaño y el fraude; individuos que estafan diariamente a sus semejantes presentándose ante ellos revestidos con el disfraz propio del falso papel que pretenden desempeñar en esa comedia, trágica unas veces, risible otras, que se llama la sociedad.

Hombres fachadas
Daremos preferencia, por su importancia y elevada posición social, a los Hombres Fachadas, felices personajes que, como las mujeres hermosas, explotan los dones y galas que les dio la Naturaleza. El tipo más corriente es el del venerable anciano de aire y figura solemnes, que, única y exclusivamente por ello, ocupa un puesto de más o menos importancia. Si tiene aspecto exterior de Magistrado, Alcalde, Senador, Secretario, etc., ¿por qué no ha de serlo? Que posea, más o menos seso, como el busto de la fábula, no importa el caso. El hábito podrá no hacer al monje; pero la fachada sí hace a ciertos grandes hombres.

Hombres «bluffs»
Existen también individuos que viven poseídos de sus méritos o cualidades morales o intelectuales, al extremo de llegar a creerse, a veces, de buena fe, superhombres: son los hombres «bluffs». Los hay que presumen ser competentes en todas las ramas del saber humano, verdaderas enciclopedias ambulantes. Asisten a cuantas conferencias, academias, conciertos o congresos se celebran. Intervienen, si es posible, en los debates; dan su opinión sobre lo que han visto u oído. Aconsejan o dirigen a los principiantes. Aunque tontos e ignorantes, pues toda su ciencia se reduce a generalidades, no son malos sujetos. Contribuyen a menudo, con su óbolo, al progreso de las letras, y ocupan siempre un puesto en la primera fila de asientos de toda conferencia, concierto o velada.

Los consagrados
Otra variedad de la especie son los consagrados, respetables señores que, por haberse dedicado durante toda su vida a una materia especial, el vulgo los tiene como verdaderas notabilidades en su especialidad, considerando lo que ellos dicen, como la última palabra en el asunto o cuestión. Cuando alguna revista o periódico quiere hacer un número especial, reúne unas cuantas firmas de consagrados, o cuando se quiere organizar una velada se busca, que uno o varios números del programa lo llenen consagrados. Aquella edición o fiesta alcanzarán un éxito ruidoso. El público se hará lenguas pregonando:
&#8211¡Que buen número ha sacado la revista X! Qué espléndida quedó aquella fiesta? Pero, no se te ocurra lector, de qué trata el artículo del doctor Fulano, o qué dijo Mengano en su conferencia... Sufrirías un gran desengaño.
Tenemos después a los individuos que siempre están haciendo alarde de su honorabilidad o de su honradez; ¡pobres de ellos si escarbamos en su vida privada o queremos conoce sus antecedentes penales! Conocí un literato que tronaba diariamente contra los bombos afirmando que él nunca se los había dado. Poco después, cayó en mis manos una cuartilla, que conservo en mi archivo de papeles para la historia de Cuba, donde el aludido señor, de su puño y letra, se llama ilustre, insigne, y qué se yo cuántas cosas más.
Entre los críticos, se encuentran tipos muy interesantes de simuladores. Los hay que después de haber fracasado como poetas, artistas o novelistas, han creído oportuno y lógico dedicarse a criticar las obras de los demás.

El estudiante filomático
Se distingue porque siempre asiste, cargado de libros, a las clases, sentándose en los primeros bancos; sigue con atención las explicaciones del Catedrático, le consulta después algún punto dudoso. En junio, se deja crecer la barba, se pone sus peores trajes, visita al profesor con el objeto de darle su correspondiente jaboneo. Es un futuro consagrado.
En la Facultad de medicina se ha dado el caso de simular un alumno la misma enfermedad en que era especialista uno de sus catedráticos. De esta manera, se ganó su aprecio y compasión y logró salir bien en los exámenes, descubriéndose después el engaño.

Tenorios y conquistadores
Puede afirmarse que, de cien tenorios de profesión noventa y nueve y medio son simuladores.
Según la especialidad a que se dedican, adoptan la indumentaria y el aire adecuados; vg. Revólver y coco&#8211macaco, si cortejan a mujeres casadas, etc. Muchos tenorios conquistan para el público: les basta con hacer alarde de sus triunfos amorosos, procurando dejarse ver alguna vez en compañía de alguna mujer.
En el teatro se observan tipos muy interesantes. Algunos, en noches de ópera, entran en un palco, se sientan al lado de la señora elegida como presunta víctima. Le hablan, muy cerca, en forma y ademanes misteriosos, del color, de la obra que se pone en escena u otra tontería por el estilo, procurando que el público se fije en ellos. Después salen muy orondos, vanagloriándose entre sus amigos y conocidos de su reciente conquista. (¡)
Otros se paran en una esquina, y si pasa algún amigo y entabla conversación, le piden que se vaya y los deje, pues están esperando una mujer a la que han dado cita en ese lugar.

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