La exposición «Enigmas de la naturaleza» del artista de la plástica Ever Fonseca estará abierta al público hasta el 8 de marzo de 2009, en la sala transitoria de la segunda planta del edificio de Arte Cubano del Museo Nacional de Bellas Artes. La muestra incluye exponentes de su producción pictórica y esculturas de mediano y gran formato realizadas en madera policromada.

Ever Fonseca posee un peculiar estilo y ha cultivado la pintura, el dibujo, el grabado, la escultura, la cerámica...

 Ever Fonseca nació en 1938, en la finca La Aurora, Ojo del Agua (Manzanillo), donde una pequeña escuela rural exhibe en su fachada un mural de cerámica hecho especialmente por el artista que acudió al lugar a colocarlo.

Yo crecí viendo un cuadro de Ever Fonseca. Según el pintor, «es una niña tapándose la cara del sol». Estaba en la sala de mi casa y yo lo veía todo el tiempo: hablaba con esa niña con una mano de tres (o cuatro) dedos que, a través de las rendijas de ellos, trataba de mirar la esfera iridiscente.
En la reciente exposición de Ever, con el título «Enigmas de la Naturaleza», no está ese cuadro, pero están reunidas otras obras de aquel período —años 70—, incluida el espectacular Del cielo y la tierra, que —a modo de pequeña retrospectiva— nos dejan saber de uno de los más grandes artistas de la plástica de nuestro país. Iba a escribir «uno de los más grandes artistas plásticos cubanos de… todos los tiempos», pero he ahí el dilema: sólo el tiempo dirá el significado de la obra de Ever Fonseca en la plástica cubana.
Su metáfora es el «jigüe», que no el «güije». Por este último, por el «güije», Samuel Feijoó —ese otro loco genial— entendía: «No hubo en nuestros campos, en épocas pretéritas, un lugar que no tuviera un güije, siempre que existiera un río con una poza profunda, recoleta entre hojas yamaguas, entrevesadas cañas bravas o esbeltas macaguas; propicia para la vida apacible y huidiza de estos seres mitad pájaros, mitad cuadrúpedos, creados por la fantasía popular, que los circunscribió a la vasta región que va de Las Villas a Oriente, ya que no hay noticias de que hayan existido en las provincias occidentales».
Por «jigüe», aclaro, por «jigüe», Ever Fonseca entiende... No sé. Me lo ha explicado tantas veces, que yo no entiendo qué es. ¿Será que ese ente (animal, vegetal o mineral) existe nada más en Manzanillo, la tierra donde nació el artista?
Ahora, esa inconfundible metáfora pictórica, Ever la deja en esculturas de mimbre, papel maché... que corporizan esas deidades, ¿deidades?
El «jigüe» es la síntesis del alma del monte. De las señales que empiezan con una yagua caída desde lo alto de una palma real, como si de una lágrima se tratase… como si las palmas lloraran, o es el silbido de las ranas en el misterio del cañaveral, silbidos que parecen humanos...
«Hay que abrir a destajos entre la breña. Abrir las luces de la penumbra para abrir caminos, abriendo el follaje para abrirse al bosque», ha escrito Ever, que es también un poeta de la palabra escrita.
Yo le agradezco haberme ayudado a crecer, mirando a esa niña. Ella me enseñó que para ver el sol, que quema las pupilas, hay que hacerlo a través del resquicio de los dedos. Por eso Ever tiene el Premio en mi corazón.

Argel Calcines
Editor General
Opus Habana

 

Escribir un comentario


Código de seguridad
Refescar