«Los pies en la tierra y el grito en el cielo» es el título de la exposición del artista Diego Torres, que se inaugura la tarde de hoy viernes 12 de diciembre en la galería del Museo de Arte Colonial, un privilegiado espacio en la Plaza de la Catedral.

Diego Torres usa el género paisajístico como pretexto para indagar en complejas problemáticas de orden sociológico, filosófico y antropológico.

I

A buen recaudo (2000). Óleo sobre tela  (70 x 100 cm).

El paisaje parece abrumador, escéptico, solitario. Un silencio procaz lo invade todo. El estatismo es el principio y el fin, el punto de partida y de llegada. Numerosos paratextos complejizan el entorno; hacen más difícil el camino, el emprendimiento de la utopía. Fisura lingüística inoportuna, no grata. La lengua entorpeciendo la quimera. Arquitectura rural inaudita, insospechada. Mientras, el ser humano se torna elíptico, inexistente. El mar es acaso el único objeto del deseo. El mar, la lejanía, el horizonte, la ausencia de límite… Agua y tierra configuran dos niveles de realidad contrapuestos entre sí: el idilio y la aspereza, el anhelo y la angustia de la imposibilidad.

II

«Los pies en la tierra y el grito en el cielo» nos habla de la ansiedad del telos, de los inevitables divorcios entre mito y realidad, entre simulacro y experiencia. Nos dice que toda utopía es frágil, quebradiza, que la inercia suele ser más fuerte que las voluntades. Allí donde los hogares se revelan inhóspitos, despoblados; cuando puertas y ventanas dan la espalda al mundo, el escape parece ser la única salida. La fuga. El abandono. Justo cuando comienza el desarraigo, sobreviene el disenso. El eclipse resulta irrevocable. One way: le mer.

III

Dead End (2008). Óleo sobre tela (70 x 100 cm).

Diego Torres usa el género paisajístico como pretexto para indagar en complejas problemáticas de orden sociológico, filosófico y antropológico. Sus obras versan sobre el ser humano, aun cuando este no aparezca nunca representado. Discurren sobre la teleología insular, sobre ciertas experiencias que, aunque dolorosas, también configuran «lo cubano». Ontología de la ínsula piñeriana, de su mutis imperecedero.
El reflejo es solo eso: puro espejismo, presencia/ausencia, impalpabilidad. Urge poner los pies en tierra y dejar de mirar al cielo.

IV

El oficio pictórico resulta de cualquier modo loable. Perspectiva lineal y otros muchos indicadores de espacialidad imbricados de manera armónica, con destreza y virtuosismo. Paleta inteligente, que apuesta por la sobriedad (con predominio de fríos y neutros), más allá de cualquier estereotipo o lugar común en relación con la presunta intensidad del colorido del Trópico.1 Equilibrio de la composición, degradación de valores, texturas y contrastes entre luces y sombras muy bien logrados. En suma, una aguda técnica puesta al servicio de intereses conceptuales que rebasan los soliloquios lingüísticos, los ensimismamientos formalistas. La mimesis como coartada. La academia como subterfugio del sentido, del discurso heterotópico.

Entretanto, nos aguarda el Dead End


1 No obstante, la vegetación delata de inmediato las marcas contextuales.

 

Píter Ortega Núñez
Crítico de Arte

(Palabras al catálogo de la exposición «Los pies en la tierra y el grito en el cielo», abierta en la en la galería del Museo de Arte Colonial).

 

 

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