La exposición «Trasfondos», del pintor Andrés Retamero estará abierta hasta el próximo 21 de noviembre en la galería Carmen Montilla. La muestra incluye tres piezas de Yasiel Álvarez Borges, joven artista que participa como invitado.

Colorido y dibujo, a no dudar, hacen el dueto de apoyo de la expresión icónica de Retamero, quien no desconoce que sus propios caprichos y fantasías pueden llegar con ciertos estímulos a ser los nuestros.

Retamero está de vuelta… a la realidad. Pero, ¡ojo! No a la aparencial o lógica que nos dicta la de todos los días, la de casi todos los actos, sino aquella que nace y se enriquece a partir de una relación dialógica entre los seres y las cosas que pueblan nuestro mundo, que no por más naturales o conocidos, dejan de actuar sobre el mensaje como elementos que subvierten la experiencia previa que de ellos tenemos. Y para expresarlo con la convicción debida en los términos que toda obra plástica impone, Retamero apela por igual a la metáfora visual ya sus dotes de dibujante. De ahí que, si bien todos los elementos representados en sus lienzos son reconocibles y están ejecutados con verdadero oficio, no de igual modo sucede con la relación que establecen entre sí, la que actúa como detonante de una dimensión mucho más rica de lo representado, en la que la realidad gestada por la imaginación del pintor se presenta como la única posible de asumir. Vemos lo siempre visto, pero en situaciones y contextos inusuales, intercambiables al solo dictado de lo que él quiso ver por nosotros.
Tal estrategia de codificación visual ya tenía ilustres referentes en la pintura surrealista, en consonancia con el hecho cierto de que este movimiento de las vanguardias de inicios del pasado siglo, fue el único que restituyó la figuración en toda su magnitud, aunque subvertida desde el automatismo psíquico y la preferencia que a los sueños y motivaciones del subconsciente le dieron sus artistas más representativos. En lo que a nuestro ámbito artístico respecta, tal legado ha vuelto por sus fueros, aunque atenuado por las inevitables modificaciones y variantes impuestas por una línea figurativa de matriz pictórica y ecléctica, sin obviar las libertades ganadas para la creación artística por grupos e individualidades de nuestro arte desde mediados de los ochenta. De hecho, tales poéticas no están del todo agotadas, en razón de sus posibilidades ciertas para metaforizar una emoción o estado del espíritu. Sin embargo, en cuanto a la obra que nos ocupa, su particular interpretación de la subjetividad implícita en toda realidad no apunta tanto al subconsciente como a lo consciente, a sabiendas de que los ilimitados lindes de la racionalidad operan aquí como mediadores de la propuesta trasgresora.
La belleza intrínseca a estas obras, es su cara más expuesta, cual guiño que nos persuadiera a disfrutar de sus encantos. Sin embargo, esta atractiva estrategia más que orientarse hacia la contemplación, aspira a involucramos con un cierto grado de dificultad lectiva, donde todo lo aparentemente estable puede ser revocado en aras de un ideal de perfección que sólo parece oficiar en los altares de nuestra imaginación. Tal planteamiento, si bien no se propone la agresión, sí induce al receptor a cuestionarse ese estado de perfectibilidad social que nos fuera conculcado desde antes, y que hoy día aún está muy distante de alcanzarse. De hecho, Retamero no nos plantea su mundo patas arriba, sino en su justo estado de cambio, donde lo más común parece transmutarse en un acto de impensadas posibilidades, a recaudo de un hedonismo que tiene en el oficio del artista y su capacidad para equilibrar lo representado sus pilares fundamentales de sustentación.
La relatividad del diario acontecer, del diario sobrevivir, alcanza en esta pintura un cierto estado de beatitud, el cual parece imponerse desde un tiempo ganado por el color a los sueños. Sus personajes no son ajenos a su realidad, aunque la realidad sí sea ajena a ellos. Casi todas las obras, para no pecar de absoluto, tienen cierto toque costumbrista, entre rural y citadino... pero de aquí y de ahora. Lo que se manifiesta consecuente con el carácter anecdótico de los asuntos propuestos, bien a la hora de la siesta bajo el frondoso mango o al caminar por sobre el filo de un machete que levita en un abismo nada imponente, donde un imperioso verde esmeralda parece gravitar sobre el acto mismo, impidiendo lo inevitable. Sin embargo, el color, aun cuando tiene un papel activo en todas las obras, no alcanza nunca a imponerse al dibujo; la naturaleza, asimismo, sólo se insinúa, su linaje paisajístico apenas se deja entrever en lo narrado. Colorido y dibujo, a no dudar, hacen el dueto de apoyo de la expresión icónica de Retamero, quien no desconoce que sus propios caprichos y fantasías pueden llegar con ciertos estímulos a ser los nuestros. También nos sugiere y responde. Doble empeño de una poética que, en igual medida, pone en riesgo y agudiza la experiencia perceptiva de cada receptor: única condición posible de admitir la libertad que nos otorga la anticipación de lo imaginado.

Jorge R. Bermúdez
Crítico de arte


Izquierda: De la serie «El poder de soñar» (130 x 80 cm). Imagen superior: el pintor Andrés Retamero (izquierda) junto a Jorge R. Bermúdez durante la inauguración de la exposición «Trasfondos» este reciente 21 de octubre en la galería Carmen Montilla, Plaza de San Francisco.



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