La vedette de Cuba —una de las más queridas intérpretes que dejaron su estela de gloria en este escenario—, quien no pudo estar presente en la reapertura por encontrarse en el extranjero, rememoró en exclusiva para Opus Habana detalles de su relación con uno de esos lugares emblemáticos de su época de esplendor.

Durante la función de reapertura del Teatro Martí, y específicamente durante la puesta en escena de un fragmento de la opereta La viuda alegre, esta devino propicia para rendir homenaje a la vedette de Cuba: Rosita Fornés, quien no pudo estar presente por encontrarse en el extranjero. Ella fue una de las más queridas intérpretes que dejaron su estela de gloria tras aquellas paredes; no por gusto el Historiador de la Ciudad agradeció públicamente a ella y a otro imprescindible: Luis Carbonell.
Semanas atrás, Rosita Fornés rememoró en exclusiva para Opus Habana detalles de su relación con este escenario, uno de esos lugares emblemáticos de su época de esplendor, que al fin ha sido rescatado:
«Te voy a contar algo que nunca antes he dicho: los primeros recuerdos del Teatro Martí se remontan a la época en que yo debuté en la radio como artista aficionada. Un día, por algún motivo que no alcanzo a aclarar hoy, quisieron llevar La Corte Suprema del Arte, el programa radial donde debuté, al teatro. Y, por supuesto, allí estuvimos las estrellas nacientes. Yo salí a cantar un número, ¡por primera vez en un teatro!, y ese escenario fue precisamente el Martí. ¡Anótalo!, ¡por primera vez! Salí, temblándome las piernas, canté, me aplaudieron y me fui enseguida hacia dentro.»
Aquel sitio me pareció inmenso, por eso, más que sobrecogerme, pasé tremendo susto; solo que un agradable susto. El auditorio era numeroso, y yo no había experimentado lo que significaba estar cara a cara con tanta gente, porque al estudio de Monte y Prado, donde tenía su sede la CMQ, asistía público, pero eran cuatro gatos, porque el espacio era pequeño. En esa época no había micrófonos; el artista contaba solo con la acústica del teatro. Tuve que aprender a proyectar mi voz, para que me escucharan hasta en la última fila de los niveles superiores. De hecho, los años que trabajé regularmente en el Martí fueron de constante preocupación y mayores exigencias, debido a que a aquel le llamaban el Coliseo de las cien puertas, y aunque estas se cerraban muchas veces para las funciones, no eran herméticas, de modo que la acústica no se podía comparar con la lograda, por ejemplo, en el Principal de la Comedia, un encanto que desgraciadamente desapareció.
»Más adelante, claro está, se comenzaron a instalar unos microfonitos colgando en el techo, y eso ayudó. Cuando retorné a Cuba en 1946, después de filmar una película en México, reanudé mis contactos con Antonio Palacios y Miguel de Grandy, y volví a presentarme allí. En los cincuenta, cuando me consagré a la televisión, como vedette regresé una vez más al Martí. Abrimos con Pardon, madame (Victoria y su húsar). Allí realicé largas temporadas del género lírico. Ciertamente, se trata de un lugar entrañable, como una parte de mí...».

Fragmento de la entrevista concedida por Rosita Fornés, que aparecerá en su totalidad en el próximo número de Opus Habana (Vol. XV, núm. 3)

Mario Cremata Ferrán
Opus Habana

Arriba: Olivia Méndez, escoltada por Ramón Centeno y Bryan López, mientras interpretan «Callen labios», de la opereta La viuda alegre. Al fondo se proyectaba una secuencia de imágenes de Rosita Fornés, quien aparece en la imagen inferior, precisamente cuando interpretaba esa obra —con música del compositor Franz Lehar y libreto de Víctor León— en la década de 1940.

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