Doctorado en leyes hacia 1662 en la Universidad de Salamanca, donde dio a la imprenta sus disertaciones, este jurisconsulto puede considerarse –de facto– el primer cubano en publicar un libro en cualquier lengua.
Como prueba tangible, un original de ese libro se conserva en la biblioteca de la Universidad de Salamanca, cuyos archivos históricos revelan el paso del autor por la academia.

 Quizás pudiera parecer una rareza o una extravagancia que un cubano, y más aún del siglo XVII, escribiera o publicara un libro en latín, lo que supone al mismo tiempo la existencia de un autor neolatino y de lectores en esa lengua. Sin embargo, a partir del propio título de nuestro trabajo, queda claro que no fue este caso una excepción, máxime cuando en esa época todavía no existía la imprenta en Cuba, introducida –como se sabe– alrededor de 1723, año de nuestro primer impreso conocido.
Sería necesario entonces recordar que, al igual que en otras partes del mundo, desde la colonización de la Isla por los españoles en 1510, el latín fue no sólo el idioma oficial de la Iglesia y su liturgia, sino el empleado con preferencia sobre el español en la enseñanza académica erudita y en el aprendizaje. No se olvide que saber latín era entonces sinónimo de hombre culto, lo que abría las puertas a las funciones públicas, aparte de que, sin su dominio, no se podía acceder a los estudios superiores ni a la bibliografía científica y profesional básica.
Esto explica el hecho de que, sobre todo a partir de la fundación de la Real y Pontificia Universidad de San Jerónimo de La Habana (1728), fueran muchos los que en nuestro país –y fuera de él– poseyeran la lengua de los antiguos romanos y la emplearan en forma oral, escrita o de manera combinada en su vida profesional.
Juan de Aréchaga y Casas, nacido en La Habana en 1637 y fallecido en México en 1688, según Max Henríquez Ureña1 –o 1695, de acuerdo con el Diccionario de la literatura cubana–,2 es uno de estos casos representativos, a quien se atribuye no sólo el primer libro publicado en latín por un cubano, sino el primer libro de un autor nuestro dado a la luz en cualquier lengua, si bien como otros jóvenes de su época tuviera que viajar al extranjero a realizar estudios superiores.
Hijo legítimo del capitán español de igual nombre3 que fuera tesorero y juez oficial de la Real Hacienda, y de la cubana Manuela de Casas de Inestrosa (Cabeza de Vaca, según plantea incorrectamente Pérez Beato),4 Juan de Aréchaga y Casas fue a España en 1650 con trece años de edad –después de cursar las primeras letras en Cuba– para realizar estudios en la Universidad de Salamanca, adonde llegó finalmente después de haber sido robado por un pirata.
Allí, de acuerdo con los documentos que obran en su Archivo Histórico, se graduó de Bachiller en Cánones en abril de 1657; en Artes, el 29 de abril de 1659; en Leyes, el 2 de diciembre de 1659, y de Licenciado en estos estudios en 1662 mediante dispensa de un año de pasantía otorgada el 16 de mayo del corriente. Asimismo aparece como Doctor en Leyes el 22 de mayo de 1662.5
Según Francisco Calcagno, a partir de ese momento el rector lo nombró lector y sustituto de la Cátedra de Institución, y poco después, de la de Vísperas de Leyes. En ambas prestó servicios hasta 1670. Ese año fue uno de los opositores a la Cátedra de Instituta más antigua, por ascenso que hizo a la de Código más antiguo el Dr. García Dávila. Tras obtener éxito favorable, Aréchaga ocupó ese nuevo cargo hasta el 9 de febrero de 1671.6
 No consta la fecha en que abandonó la Península, pero pudiera haber sido esa última, pues a partir de ese año no se han encontrado allí nuevos datos suyos ni se le registra en el «Catálogo de los catedráticos, maestros, doctores y rectores que ha tenido la Universidad desde el curso 1546 al 47 que es el libro más antiguo que se conserba [sic] de matrícula».
En su brillante carrera profesional y política, desempeñó – entre otros cargos y comisiones importantes en el orden político e institucional– el de gobernador de Yucatán (1679), el de oidor y luego decano y presidente de la Sala de la Real Audiencia de México (1682), y el de juez conservador del estado de Hernán Cortés.
En La Habana, su patria, fundó con sus bienes y los de cinco hermanas residentes aquí, tres doncellas y dos viudas, el monasterio de religiosas dominicas de Santa Catalina de Sena (1688?),7 aunque no consta que haya visitado la Isla a ese fin.
La Real Cédula que declaró el permiso se dictó el 2 de agosto de 1684. Con esa acción piadosa, tal vez quiso Aréchaga lavar las faltas de su padre como funcionario público, fallecido antes de que se dictara sentencia en su contra por delito de fraude.8
El habanero Juan de Aréchaga y Casas, como hemos dicho, parece haber sido el autor del primer libro publicado en latín, o al menos editado en esa lengua, por un cubano. Así lo considera el bibliógrafo Carlos M. Trelles,9 y hasta ahora ningún nuevo hallazgo lo niega. Fue, sin embargo, el historiador José Martín Félix de Arrate (1701-1765), quien en su Llave del Nuevo Mundo, antemural de las Indias Occidentales, escrita un siglo después, ofrece como título de la obra del jurisconsulto el de Arechaga Commentaria juris civiles (1662), de donde han tomado el dato otros estudiosos; entre ellos, Francisco Calcagno,10 el propio Trelles11 y, más recientemente, Ambrosio Fornet en El libro en Cuba (La Habana, Editorial Letras Cubanas, 1994).
Quizás se tratara de sus tesis de Licenciado y Doctor, defendidas ese año. No obstante, dada la búsqueda infructuosa en la Biblioteca y el Archivo de la Universidad de Salamanca, en la Biblioteca Nacional de Madrid, y en otras bibliotecas y archivos cubanos y españoles, preferimos, aunque sin ninguna certeza y con muchas dudas, sólo con el ánimo de partir de un hecho probado, considerar que su primer libro, al menos como editor, haya sido: Extemporaneae commentationes ad Textus sorte oblatos pro petitionibus Cathedrarum Academiae Salmanticensis. Salmanticae, apud Josephum Gómez de los Cubos, 1666, en 4º, 107 p. (Disertaciones improvisadas sobre temas sacados a la suerte con motivo de Cátedras en la Universidad Salmantina).
Su original sí se encuentra en la Universidad de Salamanca y se consigna en los catálogos bibliográficos americanos y europeos consultados.
Consta de cuatro disertaciones fechadas en 1662, 1663, 1664 y 1665, que quizás contienen la mencionada por Arrate. De todos modos, sea cual fuere su primer libro, bien el que le asigna la tradición, el que tenemos a mano, u otro, nadie puede disputarle la primacía, pues el problema sería sólo cuestión de título.  Pero «como las obras de aquel son para nosotros monumentos venerables»,12 nos place consignar que el único ejemplar de esta obra existente en Cuba fue donado en microfilme a la Universidad de La Habana en 1996 por el director del Archivo Histórico de la Universidad de Salamanca, don Severiano Hernández Vicente, quien personalmente realizó la búsqueda de los principales documentos relacionados con Aréchaga e hizo la transcripción para ponerla en nuestras manos.
Uno de ellos, lo constituye un dato curioso: la caracterización física del estudiante cubano que hacía el secretario, por desconocerse aún la reproducción fotográfica: «Don Juan de Arechaga natural de la Abana deedad de diecisiete años Moreno cejisjunto y cejas negras un lunarcillo devajo de la barba al lado izquierdo pasahabil a Canones en 1º de octubre de 1654. Don Martin Gimenez (...)»13
Aréchaga fue también, como expresa Trelles, uno de nuestros primeros poetas. Su bibliografía activa incluye el Epigramma in obitum Philipppi IV, Magni Hispaniarum, & Indiarum Regis (Epigrama a la muerte de Felipe IV, Rey de España y de las Indias), escrito por encargo y publicado por el maestro fray Francisco Roys o Roix en Pyra real que erigió la Universidad de Salamanca (Salamanca, febrero de 1666, pp. 308-309).
He aquí, por primera vez reproducido en Cuba, el poema en latín, escrito en dísticos elegíacos y con perfecto dominio de la métrica, así como un ensayo nuestro de traducción al español, probablemente la primera versión de ese texto.
Digamos, finalmente, que el eminentísimo cardenal José Sáenz de Aguirre hizo un elogio de Aréchaga, su maestro, en el libro Ludi Salmanticenses sive Theologia florentula (Salamanca, 1668), y fray Martín del Castillo le dedicó su obra Tractatus panegiricus de Sanctissima Maria domina nostra in Debbora et Jahele (Genuae, Joannis Salvatoris Pérez, 1690).
A ello se unen otras referencias ya recogidas o consultadas, lo que constituye una prueba más de la significación intelectual del famoso jurisconsulto, uno de los primeros autores neolatinos cubanos, y el primero entre nosotros en dar a la luz un libro, y para gloria de los estudios clásicos en Cuba, en latín.


1 Max Henríquez Ureña: Panorama histórico de la literatura cubana. Ediciones R, La Habana, 1967, t. I, p. 52.

2 Instituto de Literatura y Lingüística de la Academia de Ciencias de Cuba: Diccionario de la literatura cubana. Editorial Letras Cubanas, La Habana, 1980, t. I, p. 69.

3 «el dicho don Juan, padre del pretendiente, hera natural y originario de la villa de Escoriaza en la provincia de Guipuscoa, y que era hijo lejítimo de Juan de Arechaga y doña Simona de Celaya y Arana, naturales de dicha villa de Escoriaza». Archivo de la Universidad de Salamanca (AUS, Grados, leg. 787).

4 La rectificación se basa en el Claustro de Cancelario, constancia de nobleza, diócesis de Cuba: «y que la dicha Manuela de Casas hera [sic] hija lejitima de Melchor de Casas y doña Juana de Inestrosa, naturales de Maruella, en los reinos de Castilla, en el obispado de Málaga». Archivo de la Universidad de Salamanca (AUS, Grados, leg. 787, fol. 121, vº).

5 Archivo de la Universidad de Salamanca (AUS, Grados, leg. 787) y (AUS, Registro de Matrículas, leg. 370, fol. 2, vº).

6 Francisco Calcagno: «Jurisconsultos cubanos», en Revista de Cuba, La Habana, 1877, t. 2, p. 154.

7 Julio Le Riverend: «Notas para una bibliografía cubana de los siglos XVII y XVIII», en revista Universidad de La Habana, no. 88/90, enero/junio, 1950, p. 136.

8 Había falseado una cifra de ingreso de esclavos con fines lucrativos. Ver: «La ilustre casa de los Aréchaga», en Un recuerdo de La Habana del siglo XVII, de Juan Luis Martín (Archivo Nacional, Donativos y Remisiones, caja 362, no. de orden 13).
Las hermanas solteras de Juan de Aréchaga: Ana, Francisca y Teresa, profesaron después con los nombres de María de la Ascensión, María de la Purificación y María de Jesús Nazareno, respectivamente. A la muerte de Ana, en 1714, el cubano José Bullones publicó su «Sermón funeral que en las honras de la Venerable Madre María de la Ascensión, fundadora y primera prelada del monasterio de Santa Catalina de Siena...» (Colección manuscrita de la Biblioteca Nacional José Martí).
Sobre el convento, ver: Arquitectura colonial cubana: siglos XVI al XIX, de Joaquín E. Weiss. Editorial Arte y Literatura, La Habana, 1972, pp. 132-133.

9 Carlos M. Trelles: Bibliografía cubana de los siglos XVII y XVIII, segunda edición. Imprenta del Ejército, La Habana, 1927, p. 2, nota 1: «Aréchaga fue el primer cubano que escribiera un libro, y al mismo tiempo uno de nuestros primeros poetas...»

10 Francisco Calcagno: Diccionario biográfico cubano. Imprenta de Néstor Ponce de León, Nueva York, 1878, p. 61.

11 Idem, nota 8.

12 Francisco Calcagno: «Jurisconsultos cubanos», en Revista de Cuba, p. 155.

13 Archivo de la Universidad de Salamanca (AUS, leg. 552, fol. 838).

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