Douglas Pérez muestra la presencia de animales como conceptos morales, retomando la conciencia de fábulas antiguas, pero jugando también con su opuesto en un ritual subversivo que incluye la crueldad, el absurdo y un sentido muy existencialista que se preocupa por problemas de la identidad y la alienación.

Douglas realiza una disección de la norma de supuesta perfección y demuestra cómo las ideologías no son más que un cobertor tendido para ocultar los desperfectos, las fallas, el enriquecimiento de unos pocos, la corrupción moral, la limitación de las libertades individuales.

 
 De la serie «El tiburón y la sardina», Soundtrack (2007). Óleo sobre tela (150 x 130 cm).
Con esta exposición, Douglas Pérez nos muestra la presencia de animales como conceptos morales, retomando la conciencia de fábulas antiguas, pero jugando también con su opuesto en un ritual subversivo que incluye la crueldad, el absurdo y un sentido muy existencialista que se preocupa por problemas de la identidad y la alienación.
En una evocación darwiniana, el hombre parece remitirse a los animales cada vez que necesita preguntarse la razón de su existencia. El naturalismo implícito en mostrar con crudeza los males sociales, se exacerba en escenas humorísticas e ilógicas que tienen cierta semejanza con el mejor teatro del absurdo; pequeños personajes de apariencia humana pueblan ambientes señoreados por ese gran fantasma animal que simboliza todo lo opresivo, la sociedad, las convenciones, el miedo…
Las ideas de cada una de las pinturas se van engarzando con esa gracia y complejidad propias del autor. Un trencito mexicano o «escalopendra» —el vulgarmente conocido ciempiés— hace referencia a la globalización, el cruce de fronteras, la identidad, las tradiciones frente a los estándares de la tecnología y la sociedad de consumo. En otra obra, una especie de broma macabra permite a un esqueleto de Tiranosaurio Rex levantarse amenazadoramente, mientras enfatiza su parte en una cadena alimenticia que refuerza el sentido de su ridículo. En estas pinturas la realidad puede ser triste, patética, humillante, violenta y angustiosa.
También se reflexiona sobre el tránsito o la emigración desde una perspectiva de contaminación entre especies y las distintas formas que éstas tienen de propagarse: un diminuto hombrecito semeja una espora al volar aferrado a un inmenso avión, como las partículas de polen que se adhieren a los zapatos de un niño. En Garrapata vuelve sobre la presencia de este ciclo vital. Un tigre es despojado de sus características aterradoras y es convertido en una especie de muñeco de peluche o alfombra inofensiva. En su espalda carga a otro tigre de menores dimensiones, quizás su cría, mientras su cuerpo es purgado de garrapatas por un ejército de hombrecitos.
En esta realidad grotesca, se reducen los personajes a arquetipos; una y otra vez se observa la presencia de pequeños obreros interactuando con una gran fuerza animal que a veces ha perdido algo de su carga opresiva. Douglas realiza una disección de la norma de supuesta perfección y demuestra cómo las ideologías no son más que un cobertor tendido para ocultar los desperfectos, las fallas, el enriquecimiento de unos pocos, la corrupción moral, la limitación de las libertades individuales. También una boa amenazante abarca el espacio de otro lienzo junto con otro personaje arquetípico que se presenta en varias situaciones reflexivas, hasta ser engullido por el animal.
Todo cuanto actúa es una crueldad, decía Antonin Artaud en El teatro y su doble; y en las obras se va también a esa reflexión sobre la psicología de las masas, los fenómenos de la contemporaneidad y las implacables cadenas de esclavitud humanas.

(Palabras del catálogo de la muestra «El tiburón y la sardina» del artista Douglas Pérez, inaugurada en la Galería de Arte Servando Cabrera, el 26 de octubre de 2007.)

Mabel Llevat Soy
Especialista de la Fototeca de Cuba

Tomado de Opus Habana, Vol. XI, no. 1, Breviario.

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